Hay algo misterioso en la forma en la que el director chino Guan Hu registra en Black Dog (2025) los paisajes -ya sean desérticos, rurales o urbanos- por los que transita su personaje protagonista, Lang (Eddie Peng). Hu -y su director de fotografía, Weizhe Gao- nos muestran un desierto surcado por solitarias carreteras, las calles de una ciudad fantasmal de edificios abandonados, las instalaciones de un zoo deshabitado a no ser por unas pocas fieras. Y todo esos lugares parecen enormes en la pantalla. Hacen pequeños a los seres humanos. Y la extraña mirada de Guan Hu los muestra como si fueran escenarios de ciencia ficción que sin embargo están en el mundo real. Y en ellos se colocan seres humanos perdidos, atrapados en una coyuntura histórica incierta, incapaces de mirar más allá de sus narices. El escenario es parecido al fin del mundo: un lugar en ruinas, distópico, donde la gente ha ido desapareciendo y solo quedan jaurías de perros salvajes deambulando. Es un mundo acabado que pronto será derruido y sobre el que se levantará el futuro. Hu nos muestra edificios vacíos y desde dentro nos enseña la calle y a los que pasan por ahí. Nos muestra también un teatro abandonado, con los rayos del sol entrando en línea recta sobre un grupo de butacas: es una imagen misteriosa que resume el pasado del personaje principal que se irá descubriendo poco a poco. Lang, el protagonista, acaba de salir de prisión y no encuentra su sitio entre los demás, pero tampoco las palabras para comunicarse. Es un personaje mudo. Y su coprotagonista es un perro negro. Hombre y can son personajes equivalentes, que deambulan por la ciudad sin rumbo, perseguidos e incapaces de entenderse con casi nadie. La mejor película de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2024 nos hace acompañar a Lang mientras intenta reinsertarse en la sociedad, reconectar con su padre alcohólico y enfrentarse a los errores del pasado que lo llevaron a prisión. Recupera amigos de antes -ese cocinero que aprendió el oficio en prisión- y descubre nuevos -ese circo itinerante de acondroplásicos y bailarinas de la danza del vientre- en una película de esas que llaman inclasificables. Black Dog, con su misteriosa narrativa puramente visual, tiene también algo de mágico que nos sumerge en un mundo ajeno, en la China del fin del mundo que tuvo lugar en 2008, tras la crisis económica mundial, después del comunismo, y el año del terremoto de Sichuan. Hu nos cuenta algo así como 'un érase una vez en China', con un uso del paisaje en clave de wéstern, y un relato casi de cuento, con personajes buenos y malos retratados con mirada humanista. Y otro hecho histórico que aprovecha la película es el eclipse total solar de 2008 que da pie a una hermosa secuencia de realismo mágico que alza al vuelo con el tema Mother de Pink Floyd. Una de las películas del año.
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