UNFROSTED -DESAYUNO CAPITALISTA

Jerry Seinfeld, el famoso cómico estadounidense, creador, junto a Larry David, de la mejor sitcom de todos los tiempos, se estrena como director con la película Unfrosted (2024) estrenada en Netflix. La cinta narra, en tono paródico, cómo se creó el pop-tart de Kellogs, un sándwich rectangular de galleta, relleno de mermelada o chocolate, que se calienta en la tostadora. El propio Seinfeld interpreta a Bob Cabana, el ejecutivo encargado de crear ese desayuno revolucionario que permitiría a su compañía dominar el mercado. Pero, como toda revolución, la innovación tendrá que enfrentarse a fuerzas reaccionarias: la competencia que quiere llegar antes -en una clara parodia de la carrera espacial- representada por la empresaria Marjorie Post  (Amy Schumer); el siniestro gremio de los lecheros (Christian Slater); las mascotas de los propios cereales de Kellogs, que se sienten amenazados y asaltan el ‘Capitolio’, capitaneados por Thurl Ravenscroft (Hugh Grant); e incluso el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy (Bill Burr). Con estos elementos tan locos, Seinfeld, cuya comicidad siempre se ha centrado en gran parte en la observación aguda sobre temas tan prosaicos como las marcas y la comida prefabricada propias de la cultura estadounidense -siempre ha dicho ser fan de los cereales y de Superman-, crea una comedia simplemente perfecta, pero de difícil traducción a otros países. Unfrosted es una reflexión humorística sobre una época en la historia de Estados Unidos, justo antes del asesinato de Kennedy, una época inocente en la que había un enemigo claro -el comunismo soviético-, un objetivo épico -llegar a la Luna-, y la sensación de que se podía comer azúcar en grandes cantidades sin poner en riesgo la salud. Una época en la que la publicidad, las cajas de los productos, los envoltorios, eran coloridos y los mensajes no tenían revés: era tan fácil como consumir para ser feliz. Seinfeld hace una sátira sobre aquella época con humor negro y sin nostalgia: sabe que esos tiempos están superados, lo que no quiere decir que aquella época no tuviera su encanto. Para el cómico, nacido en 1954, es el territorio de su infancia. Su película resulta tan personal como Apollo 10 1/2 (2022) de Richard Linklater, también disponible en Netflix. Y como comedia es un mecanismo de relojería que funciona a la perfección: cada frase, cada réplica es brillante, pero, de nuevo, solo si conectamos con ese humor tan particular de Seinfeld, necesariamente imbricado en la cultura de su país y que, además, se apoya en gran medida en su amor por el idioma inglés, jugando con las palabras, con sus significados y su sonoridad. Si a esto añadimos actores muy divertidos como Melissa McCarthy o Max Greenfield, además de los ya mencionados, y a un elenco de actores conocidos en pequeños cameos, Unfrosted es una fiesta, imprescindible para los fans de Jerry Sienfeld y de la comedia estadounidense.

FURIOSA: DE LA SAGA DE MAD MAX -MILLER SE SUPERA


Furiosa: de la saga de Mad Max (2024) es la bomba. Una explosión de cine sobre la pantalla con la que George Miller, a sus 79 años, alcanza la cúspide de su obra. Que sea una precuela sobre el origen del personaje de Furiosa (Charlize Theron) de la magnífica Mad Max: Furia en la carretera (2015) es lo de menos. Cada película de la saga de Mad Max es, más o menos, un remake de la primera entrega de 1979. En cada una de las cinco películas, Miller recicla sin pudor ideas, conceptos, motivos argumentales, personajes, planos ¡Y hasta actores! Si Hugh Keays-Byrne fue el villano Toecutter en Mad Max (1979) para regresar luego como Inmortal Joe en Furia en la carretera, aquí Tom Burke recuerda a Mel Gibson y Elsa Pataki hace un doble papel en la misma cinta. Si Milller ya intentó hacer una película que fuera un travelling continuo en Mad Max 2 (1981), aquí, por fin, más de 40 años después, lo consigue, perfecciona esta idea hasta casi la abstracción. Furiosa es puro movimiento y cada plano es una viñeta de cómic. Un nuevo spaghetti western apocalíptico que, contra todo pronóstico, no ha perdido su capacidad para sorprendernos. El talento como narrador visual de Miller es asombroso y su capacidad para crear imágenes de impacto parece inagotable. Furiosa parece reinventar el cine, como si estuviéramos de nuevo ante un pionero de los orígenes del séptimo arte: su película es, una y otra vez, Asalto y robo de un tren (1903); una mezcla de wéstern, péplum, cine bélico, de acción y ciencia ficción, con momentos de horror, apuntes surrealistas y fantásticos, y viñetas que parecen dibujadas por el Frank Miller de 300 (1998). George Miller organiza su guión a partir del viaje del héroe de Joseph Campbell y se dedica a mezclar mitos: el de Adán y Eva, el paraíso perdido, el caballo de Troya, la conquista del oeste, el apocalipsis y la Odisea en una historia de venganza que incluye elementos feministas. Miller nos muestra un mundo en ruinas en el que el patriarcado sigue intentando gobernar, un mundo lleno de hombres musculosos, sudorosos, grasientos, violentos, infantiles y desquiciados que siguen fantaseando con dominar las ruinas humeantes del capitalismo salvaje de la industria automovilística y petrolífera. Y es digno de estudio cómo Miller consigue crear personajes estupendos -Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy están fantásticos- sin tener que recurrir al diálogo ni a escenas melodramáticas: todo contado a través de la acción.  Furiosa: de la saga de Mad Max es una pasada. No dejéis de verla en cines.

SEGUNDO PREMIO -VAMPIROS Y ESPEJOS


En El estudiante de Praga -en cualquiera de sus dos versiones mudas de 1913 y 1926- el joven protagonista -Paul Wegener o Conrad Veidt- vende sin querer su imagen en el espejo a cambio de fama y fortuna. Esa imagen escindida se convertirá para el héroe en un doble maligno, en la personificación de su lado más oscuro, un tema muy presente en el cine expresionista alemán. El guión de Segundo premio (2024) que escriben el granadino Fernando Navarro y el director Isaki Lacuesta, ambos, grandes fans del grupo Los Planetas, convierte a su cantante (Daniel Ibáñez) en un vampiro y al guitarra (Cristalino) en una figura espectral que acaba atravesado un espejo para desaparecer. Lacuesta tiene una amplia experiencia en el documental, pero su película narra la leyenda del famoso grupo indie, antes que intentar ser un biopic al uso, una propuesta que ha cristalizado, digámoslo ya, en una de las películas españolas del año. Una obra estimulante, única, realista y fantástica al mismo tiempo, que hace honor a Los Planetas, pero también a la ciudad que los vio nacer, y que habla de la creación artística, de la identidad de un grupo musical, de las relaciones de amistad y, claro, de las drogas y su complicada relación con el arte. Segundo premio es un retrato certero de cómo la creatividad, el genio artístico, conlleva necesariamente dolor y sacrificio, la búsqueda de una libertad -quizás- imposible, la obligación de estar al margen de la sociedad, en soledad, sin trabajo, sin pareja, sin familia. Todo por el arte. Lacuesta reconoce la influencia del Arrebato (1979) de Iván Zulueta -yo agregaría conexiones con Only Lovers Left Alive (2013) de Jim Jarmusch- que transformaba la cámara de cine y la pantalla misma en un vampiro. Aquí es el cantante el que escribe letras robando la energía vital de los que lo rodean, lo que provoca la huida de la bajista original del grupo (Stéphanie Magnin Vella). Esta pareja, junto al guitarrista, formaban algo así como un trío a lo Jules y Jim (1962) pero en Granada, un equilibrio perfecto al que los dos miembros restantes de la banda intentan volver una y otra vez. Un paraíso perdido irrecuperable. Isaki Lacuesta convierte a los productores y a las discográficas en personajes mefistofélicos que intentan robar el alma al cantante -como le ocurría al estudiante de Praga- para conseguir que grabe un disco que él se empeña en hacer en Nueva York, siguiendo los pasos de Lorca. Pero el cantante no estará completo hasta que logre restaurar su imagen en el espejo, reintegrando a su doble extraviado. Con actores que son músicos cantando versiones de los temas de Los Planetas -lo que, al parecer, no es del agrado de Jota-, Segundo premio es una película-concierto-videoclip, emocionante y poderosa, que va más allá del grupo que la inspira y que bien puede ser una de las mejores obras en la filmografía, ya de por sí valiosa, de su director.

LARRY DAVID -TEMPORADA FINAL -EL HOMBRE DESCONTENTO

¡Lo que voy a echar de menos a Larry David! Un autor que revolucionó la comedia estadounidense con Seinfeld (1989-1998) -aunque la sitcom más mainstream haya vuelto después a lo de siempre- y que luego ha desarrollado su propia serie de autor, Curb Your Enthusiasm, que se despide tras 12 estupendas temporadas. ¿Quién es Larry David? Pues su personaje -cuesta separarlo de la persona- es una suerte de híbrido entre el Ebenezer Scrooge de Charles Dickens y Woody Allen, cuyos rasgos ya prefiguró George Costanza (Jason Alexander) en la mencionada Seinfeld. Antipático, tacaño, egoísta, voluntariamente fracasado en la vida -aunque exitoso en lo profesional- eternamente enfrentado a la sociedad, reivindicativo pero siempre políticamente incorrecto, su guía moral no es otra que el sentido común. Con este personaje, casi quijotesco, David presenta en cada capítulo una trama convencional en su desarrollo argumental, pero completamente atípica en sus temas, siempre costumbristas, que atacan desde el humor las contradicciones de la sociedad estadounidense, aceptando el capitalismo -qué remedio, no hay alternativa- pero mostrándose descreído con respecto a las normas y leyes que nos rigen; anti intelectual pero algo elitista, capaz de hacer mofa de los ricos que juegan al golf con él, pero también de la clase obrera con la que suele chocar cuando intenta comprar algo o adquirir algún servicio. Como decía, el personaje de David siempre vive, más o menos, la misma situación en cada episodio: se le plantea un problema que intenta sortear, pero todo va a peor para acabar fracasando miserablemente. Lo que hace a esta serie diferencial son las nimias pero brillantes observaciones de David sobre la vida diaria: ¿Por qué nos vemos guapos en el espejo y feos en una foto? ¿Qué pasa -moralmente- si alguien usa los servicios -solo para clientes- de una tienda pero luego cambia de opinión y decide no comprar nada? ¿Podemos colocar una chaqueta en el respaldo del asiento de una butaca de cine?
En el primer episodio de esta última temporada -titulado Atlanta-, David ataca una ley que prohíbe, en el estado de Georgia, darle agua a un votante que espera en una cola para depositar su papeleta. David cuestiona el absurdo, pero, al mismo tiempo que se postula como héroe y luchador contra la injusticia, desmitifica -todavía más- a su propio personaje: sabemos que ha quebrantado la ley sin saberlo, y cuando lo entrevistan para la televisión queda en evidencia su absoluta falta de discurso político, por no decir directamente que es un imbécil. En esta temporada queda más clara que nunca la postura existencial de David: un tipo descontento con la arbitrariedad de la vida en sociedad, idea que expresa a través de algo tan cotidiano como que un restaurante deje de servir desayunos a partir de una hora determinada -en el episodio Descontento-. Si dejan de servir desayunos a las 11:00 de la mañana ¿Qué pasa a las 11:01? ¿Por qué no se pueden comer huevos revueltos a cualquier hora? David hace de esta cuestión una cruzada y nos muestra cómo, quizás, no vale la pena luchar -la revolución que provoca le trae más problemas que beneficios- y no pierde la oportunidad de mostrarse a sí mismo como otra víctima de las obsesiones modernas al traer al restaurante sus propios huevos orgánicos. Nadie es inmune a la tontería.

Pero no todo es costumbrismo. David se ríe sin problemas de temas espinosos como la cultura judía -la trama en la que Sienna Miller dice querer convertirse-; la pedofilia -los diálogos de David y Vince Vaughn en el capítulo El truco del sueño, en los que se habla de querer a los niños, pero "en el buen sentido"-; la identidad trans -la incomodidad de Larry en Ken/Kendra-; el tabú del sexo oral femenino; la prostitución -el malentendido que lleva a una masajista (muy antipática) a creer que David le ha pedido un 'final feliz'-; por no hablar del racismo -El jinete de jardín-; la enfermedad -El estoma con Steve Buscemi- y, claro, la muerte -David homenajea al cómico Richard Lewis, fallecido antes de la emisión de la temporada, pero no por eso lo salva de todo tipo de chistes crueles-. David traspasa los límites del humor y del buen gusto -los constantes chistes sexuales de Leon Black (J.B. Smoove)- y de paso carga contra la industria del entretenimiento y su postureo: no hay que perderse el cabreo de, nada menos, que Bruce Springsteen y Conan O'Brien aparece como una estrella inalcanzable a la que no se le puede hablar sin pedir autorización previa. Por cierto, no creo que sea casualidad que en un diálogo entre David y O'Brien sea citado el cómico del cine mudo Roscoe 'Fatty' Arbuckle, nada menos que el primer cancelado de Hollywood, allá por los años 20.

Y en su gran despedida, Larry David se permite ajustar cuentas con el criticado final de Seinfeld (1998), repitiendo el esquema de aquel, pero proponiendo un desenlace diferente, eso sí, con mucha ironía y contando como escudero con el propio Jerry Seinfeld en el episodio titulado Ninguna lección aprendida. David se despide fiel a su humor, a pesar de que, desde que comenzó su serie a finales del año 2000, nuestra sensibilidad, lo que consideramos correcto y gracioso, haya cambiado radicalmente. Lo vamos a echar de menos.

LA MESITA DEL COMEDOR -SUSPENSE


El suspense, según Alfred Hitchcock, se sustenta en una idea sencilla: el espectador sabe más que los personajes de la película. Esa situación provoca una tensión inevitable, ya que nos obliga a esperar la reacción de los personajes cuando descubran la bomba debajo de la mesa, o al cadáver oculto en un arcón. La mesita del comedor (2022), dirigida por Caye Casas, alabada por Stephen King -y Mick Garris- y estrenada directamente en Filmin, se apoya en esa idea del suspense. El protagonista, José (David Pareja) ha sufrido un evento traumático que mantiene oculto a su entorno y, sobre todo, a su mujer, María (Estefanía de los Santos). ¿Qué pasará cuando la terrible verdad sea revelada? Hay también aquí un estudio sobre la culpa que recuerda a El corazón delator de Edgar Allan Poe. El conocimiento de lo ocurrido cambia completamente la perspectiva del espectador ante lo que se desarrolla en la pantalla, una serie de situaciones de lo más cotidianas: una discusión de pareja tras una visita al Ikea; o las tensiones propias de una visita familiar -la del cuñado, Carlos (Josep María Riera) y su pareja (Claudia Riera)-. El argumento se desarrolla como una comedia costumbrista, una sátira sobre la sociedad actual, falsamente bienintencionada y políticamente correcta pero superficial e hipócrita, en la que la prioridad es el postureo, que ensalza forzadamente valores como la paternidad, la familia, el amor e incluso el ecologismo -y hasta la nostalgia ochentera y el deseo de recuperar la supuesta Edad Dorada de la infancia-. Todo esto se consigue, precisamente, porque el espectador conoce el hecho terrible que dispara la trama y que convierte en triviales todo lo que dicen y hacen los personajes, transformando la comicidad estilo La que se avecina en un ejercicio de humor negrísimo, casi insoportable. Casas consigue construir su película en apenas cuatro escenarios -la tienda de muebles, un supermercado, un parque y el piso en el que ocurre todo- y un puñado de personajes -bien interpretados- y lo apuesta todo a la fuerza de esa idea motora que hace que la cinta sea muy original, posiblemente única en sus planteamientos. El gran elemento ajeno al núcleo principal de la historia, una niña adolescente (Gala Flores) que amenaza al protagonista, me hace pensar que Caye Casas ha conseguido reunir alrededor de su personaje principal todos los grandes miedos del hombre actual y todas las sombras que cuestionan la masculinidad: la posible incapacidad de ser un padre y una pareja adecuados; la lacra de la violencia machista, la violencia vicaria y la pedofilia; la ya mencionada nostalgia por la infancia y la incapacidad para madurar. La mesita del comedor tiene la factura de un cortometraje porque con esos -escasos- medios de producción ha sido realizada, pero las ideas que hay detrás, arriesgadas y sin miedo a resultar perturbadoras, son dignas del revuelo en las redes.

NINA -EL ROJO DE LA VENGANZA


El color rojo marca Nina (2024), película escrita y dirigida por Andrea Jaurrieta y protagonizada por una estupenda Patricia López Arnaiz. El argumento es clásico, lo hemos visto muchas veces, gira sobre el retorno al origen, al pueblo, cuando quedan cuentas pendientes. Un rencor soterrado y una experiencia traumática empujan a Nina a la que, en los primeros instantes de la cinta, vemos escopeta en mano. Estamos ante una revenge movie en toda regla. Pero más allá de ese subgénero del thriller, Jaurrieta explora temas tan complejos como el consentimiento cuando la diferencia de edad convierte el -supuesto- amor en una relación ilegal e inconfesable. El villano de la historia es un oscuro Dario Grandinetti, cuyo personaje, sin embargo, se humaniza porque lo vemos consciente de sus debilidades y pecados irredimibles. Sabe que merece la justicia que pretende impartir Nina, que lleva una chaqueta roja, se pinta los labios de rojo, y deja una mancha también roja en el colchón, por una herida que nunca se ha cerrado. Y en la película el espectador se pregunta qué habría podido pasar entre Nina y Blas (Iñigo Aranburu) y si el precio que ha pagado ella por convertirse en una actriz famosa ha sido demasiado alto. ¿Ha vendido su alma como Fausto? Jaurrieta imprime en su película un tono alucinado -la referencia puede ser el estilizado cine de Martin Scorsese- las imágenes infectadas por la percepción de Nina, que ya no diferencia el pasado del presente: destaquemos la secuencia de la persecución que parece sumirnos en un sueño del que no se puede escapar, como si los personajes estuviesen condenados a repetir su existencia una y otra vez. ¿Apretará Nina el gatillo alguna vez?

EL REINO DEL PLANETA DE LOS SIMIOS -UN NUEVO COMIENZO


Tras la estupenda trilogía de precuelas que actualizaba los conceptos del clásico El planeta de los simios (1968), El reino del planeta de los simios (2024) aspira a continuar la franquicia dando un salto temporal a un futuro distócico en el que la humanidad ha sucumbido a una pandemia y los simios son los dueños del mundo. Dirige esta nueva aventura el estadounidense Wes Ball -realizador detrás de la saga de El corredor del laberinto (2014)- por lo que se le supone experimentado en este tipo de cintas, en las que el peso de los efectos especiales es considerable -Ball fue primero diseñador artístico y artista de efectos visuales-. Esta película plantea a un nuevo protagonista, el chimpancé Noa (Owen Teague), que verá como su tribu es atacada por un violento grupo de simios liderados por Proximus César (Kevin Durand), autoproclamado heredero político del César (Andy Serkis) de la trilogía anterior, pero que ha retorcido sus enseñanzas y lidera a su clan como un tirano sediento de poder. Noa, además, encuentra en su camino a una joven, Mae (Freya Allan), que nos muestra que los humanos han regresado a un estado salvaje. El reino del planeta de los simios es una mezcla de géneros: tiene elementos de las películas de espada y brujería -el protagonista cuyo pueblo es arrasado recuerda a Conan el bárbaro (1982) y a El señor de las bestias (1982)-, las películas de cavernícolas -la forma de hablar de los simios y su tecnología-; y el cine post apocalíptico -Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985)-. Y por supuesto, hay momentos que recuerdan a la película original de 1968 -la cacería de humanos- que resultan estupendos en su nostalgia. El 99% de sus personajes son digitales, por lo que no estamos demasiado lejos de una película de animación, de un realismo técnicamente soberbio. Quizás es esto, la falta de actores humanos en pantalla, lo que resta calidez a la historia, algo fría en sus pieles digitales. Esto evita también que El reino del planeta de los simios alcance el nivel de sus ambiciones: el tono me parece demasiado grave y serio en varios momentos, al servicio de un discurso ecologista, pacifista, antimilitarista y antifascista. Pero el film es sin duda espectacular, con generosas dosis de acción, y no se le puede negar la voluntad de desarrollar a sus personajes, sobre todo al protagonista, pero también algún secundario, como el orangután Raka (Raka). Hay también alguna idea interesante en la película, como ese momento en el que Noa descubre un viejo telescopio y, estremecido, mira hacia las estrellas: la pequeñez -y la arrogancia- del hombre en la inmensidad del cosmos era una idea capital en El planeta de los simios. ¿Estará Noa, sin saberlo, esperando la llegada de Taylor?

EL MAL NO EXISTE -NATURALEZA Y EQUILIBRIO

 

Tras el rotundo éxito de Drive My Car (2021), el japonés Ryusuke Hamaguchi dirige una obra a contracorriente, El mal no existe (2024). Se trata de una película que se abre de forma contemplativa, con preciosas imágenes de la naturaleza, del bosque donde ocurre la mayor parte de la historia. Buena parte de la película se apoya en la fotografía -Yoshio Kitagawa- y la música -Eiko Ishibashi- durante largos tramos en los que la narración se suspende. La trama es mínima y se centra en unos pocos personajes: Takumi (Hitoshi Omika) y Hana (Ryô Nishikawa), son un padre y su hija que viven en un pueblo en la montaña. Takahashi y Mayuzumi -Ryuji Kosaka y Ayaka Shibutani- son dos asalariados encargados de llevar a cabo el proyecto de un glamping -un camping con glamur, se nos dice- que no convence demasiado a los vecinos del pequeño y tranquilo pueblo. A pesar de que la película presenta oposiciones muy claras entre ciudad y entorno rural, entre turismo y vecinos, entre ecología y capitalismo, la trama resulta más bien hermética. Hamaguchi hace un bosquejo somero de los personajes y parece más interesado en reflejar un estado de ánimo, con referencias a ese interés que despertó lo rural tras el confinamiento por el covid, y que llevó al éxodo de las ciudades, pero que, como todo, ha acabado convirtiéndose en un nuevo negocio a explotar sin demasiados escrúpulos. Hamaguchi plantea una extraña estructura de espejos, con acciones que se repiten dos veces: el plano de los árboles dentro del bosque; Takumi cortando leña y recogiendo agua del río, acciones que luego repiten los personajes de Takahashi y Mayuzumi. El desenlace, ya os lo adelanto, es más bien abierto, enigmático, permitiendo la interpretación del espectador. Lo que está claro es que Hamaguchi no ha querido repetir la jugada de su gran éxito. La narración va cambiando de punto de vista y nos muestra a un silencioso Takumi, que parece resignarse a lo que viene, y a unos Takahashi y Mayuzumi que parecen tener, en el fondo, buenas intenciones, aún siendo instrumentos de un turismo que, mucho nos tememos, destruirá el equilibrio natural mostrado en los preciosos y largos planos de calma y silencio que hemos visto al inicio. Y en el aire se queda una pregunta al salir de sala ¿Hay alguna posibilidad de oponerse a ese supuesto progreso?

EL ESPECIALISTA -AMOR Y EXPLOSIONES

Quizás los más viejos del lugar recuerden The Fall Guy -en Hispanoamérica, Profesión Peligro (1981-1986)- una serie muy ochentera protagonizada por Lee Majors en la que un especialista de cine, Colt Seavers, dedica su tiempo de ocio a ganar un dinerillo extra como cazarrecompensas atrapando criminales, valiéndose, claro, de su experiencia y capacidades físicas para hacer, en la vida real, lo que ya simulaba en las películas. Más de 40 años después, el director y ex especialista, David Leitch, firma El especialista (2024), eso sí, dando por hecho que nadie se acuerda ya de aquella serie televisiva y creando una historia nueva. El héroe ahora es Ryan Gosling -que, tras Ken, vuelve a encarnar una parodia de la masculinidad-; la estrella a la que sustituye en las escenas de riesgo es Aaron Taylor Johnson; y el amor de su vida es una directora en el trance de realizar su ópera prima, Emily Blunt. Leitch hace una película en la línea de su cine, una mezcla de humor y acción espectacular, un poco lo que se espera de un blockbuster en los tiempos que corren. Y El especialista cumple perfectamente su cometido, aunque, seguramente no permanecerá en la memoria del espectador demasiado tiempo. A su favor, varias cosas: el buen hacer de Leitch tras la cámara en las secuencias de acción, realizadas sin trampa ni cartón, que se sirven -y mucho- de que el escenario principal de la historia es, precisamente, un rodaje de cine. El segundo elemento que funciona muy bien es que dentro de El especialista hay una comedia romántica que se nutre de la química de sus protagonistas. Pero sobre todo, hay que destacar que, si ya en Deadpool 2 (2018) Leitch trabajó con un personaje que rompía la cuarta pared y hacía referencias constantes a la cultura popular, aquí el director -y guionista- se permite jugar a la metaficción constantemente. Primero, la película dentro de la película es una suerte de versión hortera y paródica de Dune (2021), con lo que Leitch se permite reírse de Hollywood, de las estrellas y hasta de la figura del gran productor/a -el personaje de Hannah Waddingham-. En su ritmo frenético, la película tiene una divertida voluntad destructiva: la acumulación de peleas, explosiones, colisiones y destrozos acaba siendo paródica y produce incluso cierta euforia. Sobre todo, se adivina en los detalles que vemos en pantalla la experiencia de Leitch como especialista, ofreciéndonos un homenaje a la profesión -desde Buster Keaton a Tom Cruise- que nos lleva al terreno de Érase una vez en Hollywood (2019) de Quentin Tarantino, desde la parodia -de hecho, Leitch fue el doble de Brad Pitt en varias películas-. Leitch también declara su amor por las viejas series dedicando una secuencia entera a Corrupción en Miami (1984-1990) y creo haber escuchado el característico efecto de sonido que acompañaba los impresionantes movimientos de Lee Majors en El hombre de los seis millones de dólares (1973-1978). Si es que alguien se acuerda de aquello. Eso sí, a pesar de apelar al homenaje a los dibujos animados -los cartoons- para justificar el exceso de ligereza de la película, El especialista se acaba pasando de rosca, y alargando demasiado su metraje -personalmente, prefiero las comedias algo más cortas-.

LA CASA -LA EMOCIÓN DE LA NOSTALGIA

 

No me parece fácil trasladar La casa de Paco Roca a la pantalla, a pesar de la estrecha relación entre cómic y cine, dos artes que nacieron prácticamente al mismo tiempo y que comparten una narrativa que se apoya en el relato secuencial y en la imagen. Editada en 2015, la novela gráfica de Roca es una obra maestra de una tremenda sensibilidad, tan autobiográfica como universal, sobre tres hijos -y sus respectivas parejas y familias- que se reúnen en la humilde casa de campo del padre fallecido para decidir cómo venderla. La historia de Roca nos habla del paso del tiempo, de las relaciones padre-hijo, de la familia y de dos generaciones de este país. En su tercera película, el director Álex Montoya afronta el reto de convertir esas viñetas en cine, firmando una estupenda película que consigue algo tan difícil como emocionar al espectador desde la sencillez. Para conseguirlo, Montoya se declara fan de Paco Roca y decide hacer la película que el autor de cómics quiere ver en pantalla. Para empezar, la película está rodada, literalmente, en la casa real del título, la que perteneció al padre del dibujante, la que inspiró esta preciosa historia y la que aparece dibujada en la novela gráfica. Con esta garantía de autenticidad, Montoya tiene el mérito de replicar el secreto mágico del cómic de Paco Roca: en la obra impresa, las viñetas de escenas cotidianas se van sucediendo en crescendo hasta generar una emoción tremenda en el lector; en la película de Montoya ocurre eso mismo: plano a plano, las emociones se van acumulando, hasta remover los sentimientos del espectador. Montoya nos cuenta sin prisa cómo los hermanos -David Verdaguer, Óscar de la Fuente y Lorena López- van llegando a la casa del padre (Luis Callejo) para enfrentarse a los recuerdos de su infancia, evocados por rincones y objetos, para afrontar cómo va a ser en el futuro su relación como familia tras la pérdida de la figura paterna. Montoya marca las diferencias entre el presente y el pasado cambiando el formato de la película, utilizando los 16 mmm para recrear los recuerdos, como si fueran viejas películas domésticas. Con un uso soberbio del ritmo, en apenas 83 minutos, Montoya se las arregla para hacernos sentir que conocemos a esta familia desde que eran niños y para transmitirnos la historia de toda una vida, la de un padre ya ausente. El reparto de actores es estupendo y se completa con Olivia Molina, María Romanillos, Marta Belenguer, Jordi Aguilar y la niña Tosca Montoya -cuyo apellido no es casualidad-. Mencionemos también a un estupendo Miguel Rellán en un papel entrañable. Pero hay que destacar la interpretación de Óscar de la Fuente, ese hermano mayor cascarrabias pero noble, que se hace el duro pero está roto por dentro, cuyo rol como generador del conflicto propicia las reacciones del resto de personajes. Álex Montoya firma con La casa su mejor película y una de las mejores cintas españolas de lo que va de año. Una obra emocionante, muy humana, en la que nos vemos reconocidos. No se puede pedir más.