Jerry Seinfeld, el famoso cómico estadounidense, creador, junto a Larry David, de la mejor sitcom de todos los tiempos, se estrena como director con la película Unfrosted (2024) estrenada en Netflix. La cinta narra, en tono paródico, cómo se creó el pop-tart de Kellogs, un sándwich rectangular de galleta, relleno de mermelada o chocolate, que se calienta en la tostadora. El propio Seinfeld interpreta a Bob Cabana, el ejecutivo encargado de crear ese desayuno revolucionario que permitiría a su compañía dominar el mercado. Pero, como toda revolución, la innovación tendrá que enfrentarse a fuerzas reaccionarias: la competencia que quiere llegar antes -en una clara parodia de la carrera espacial- representada por la empresaria Marjorie Post (Amy Schumer); el siniestro gremio de los lecheros (Christian Slater); las mascotas de los propios cereales de Kellogs, que se sienten amenazados y asaltan el ‘Capitolio’, capitaneados por Thurl Ravenscroft (Hugh Grant); e incluso el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy (Bill Burr). Con estos elementos tan locos, Seinfeld, cuya comicidad siempre se ha centrado en gran parte en la observación aguda sobre temas tan prosaicos como las marcas y la comida prefabricada propias de la cultura estadounidense -siempre ha dicho ser fan de los cereales y de Superman-, crea una comedia simplemente perfecta, pero de difícil traducción a otros países. Unfrosted es una reflexión humorística sobre una época en la historia de Estados Unidos, justo antes del asesinato de Kennedy, una época inocente en la que había un enemigo claro -el comunismo soviético-, un objetivo épico -llegar a la Luna-, y la sensación de que se podía comer azúcar en grandes cantidades sin poner en riesgo la salud. Una época en la que la publicidad, las cajas de los productos, los envoltorios, eran coloridos y los mensajes no tenían revés: era tan fácil como consumir para ser feliz. Seinfeld hace una sátira sobre aquella época con humor negro y sin nostalgia: sabe que esos tiempos están superados, lo que no quiere decir que aquella época no tuviera su encanto. Para el cómico, nacido en 1954, es el territorio de su infancia. Su película resulta tan personal como Apollo 10 1/2 (2022) de Richard Linklater, también disponible en Netflix. Y como comedia es un mecanismo de relojería que funciona a la perfección: cada frase, cada réplica es brillante, pero, de nuevo, solo si conectamos con ese humor tan particular de Seinfeld, necesariamente imbricado en la cultura de su país y que, además, se apoya en gran medida en su amor por el idioma inglés, jugando con las palabras, con sus significados y su sonoridad. Si a esto añadimos actores muy divertidos como Melissa McCarthy o Max Greenfield, además de los ya mencionados, y a un elenco de actores conocidos en pequeños cameos, Unfrosted es una fiesta, imprescindible para los fans de Jerry Sienfeld y de la comedia estadounidense.
FURIOSA: DE LA SAGA DE MAD MAX -MILLER SE SUPERA
Furiosa: de la saga de Mad Max (2024) es la bomba. Una explosión de cine sobre la pantalla con la que George Miller, a sus 79 años, alcanza la cúspide de su obra. Que sea una precuela sobre el origen del personaje de Furiosa (Charlize Theron) de la magnífica Mad Max: Furia en la carretera (2015) es lo de menos. Cada película de la saga de Mad Max es, más o menos, un remake de la primera entrega de 1979. En cada una de las cinco películas, Miller recicla sin pudor ideas, conceptos, motivos argumentales, personajes, planos ¡Y hasta actores! Si Hugh Keays-Byrne fue el villano Toecutter en Mad Max (1979) para regresar luego como Inmortal Joe en Furia en la carretera, aquí Tom Burke recuerda a Mel Gibson y Elsa Pataki hace un doble papel en la misma cinta. Si Milller ya intentó hacer una película que fuera un travelling continuo en Mad Max 2 (1981), aquí, por fin, más de 40 años después, lo consigue, perfecciona esta idea hasta casi la abstracción. Furiosa es puro movimiento y cada plano es una viñeta de cómic. Un nuevo spaghetti western apocalíptico que, contra todo pronóstico, no ha perdido su capacidad para sorprendernos. El talento como narrador visual de Miller es asombroso y su capacidad para crear imágenes de impacto parece inagotable. Furiosa parece reinventar el cine, como si estuviéramos de nuevo ante un pionero de los orígenes del séptimo arte: su película es, una y otra vez, Asalto y robo de un tren (1903); una mezcla de wéstern, péplum, cine bélico, de acción y ciencia ficción, con momentos de horror, apuntes surrealistas y fantásticos, y viñetas que parecen dibujadas por el Frank Miller de 300 (1998). George Miller organiza su guión a partir del viaje del héroe de Joseph Campbell y se dedica a mezclar mitos: el de Adán y Eva, el paraíso perdido, el caballo de Troya, la conquista del oeste, el apocalipsis y la Odisea en una historia de venganza que incluye elementos feministas. Miller nos muestra un mundo en ruinas en el que el patriarcado sigue intentando gobernar, un mundo lleno de hombres musculosos, sudorosos, grasientos, violentos, infantiles y desquiciados que siguen fantaseando con dominar las ruinas humeantes del capitalismo salvaje de la industria automovilística y petrolífera. Y es digno de estudio cómo Miller consigue crear personajes estupendos -Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy están fantásticos- sin tener que recurrir al diálogo ni a escenas melodramáticas: todo contado a través de la acción. Furiosa: de la saga de Mad Max es una pasada. No dejéis de verla en cines.
SEGUNDO PREMIO -VAMPIROS Y ESPEJOS
En El estudiante de Praga -en cualquiera de sus dos versiones mudas de 1913 y 1926- el joven protagonista -Paul Wegener o Conrad Veidt- vende sin querer su imagen en el espejo a cambio de fama y fortuna. Esa imagen escindida se convertirá para el héroe en un doble maligno, en la personificación de su lado más oscuro, un tema muy presente en el cine expresionista alemán. El guión de Segundo premio (2024) que escriben el granadino Fernando Navarro y el director Isaki Lacuesta, ambos, grandes fans del grupo Los Planetas, convierte a su cantante (Daniel Ibáñez) en un vampiro y al guitarra (Cristalino) en una figura espectral que acaba atravesado un espejo para desaparecer. Lacuesta tiene una amplia experiencia en el documental, pero su película narra la leyenda del famoso grupo indie, antes que intentar ser un biopic al uso, una propuesta que ha cristalizado, digámoslo ya, en una de las películas españolas del año. Una obra estimulante, única, realista y fantástica al mismo tiempo, que hace honor a Los Planetas, pero también a la ciudad que los vio nacer, y que habla de la creación artística, de la identidad de un grupo musical, de las relaciones de amistad y, claro, de las drogas y su complicada relación con el arte. Segundo premio es un retrato certero de cómo la creatividad, el genio artístico, conlleva necesariamente dolor y sacrificio, la búsqueda de una libertad -quizás- imposible, la obligación de estar al margen de la sociedad, en soledad, sin trabajo, sin pareja, sin familia. Todo por el arte. Lacuesta reconoce la influencia del Arrebato (1979) de Iván Zulueta -yo agregaría conexiones con Only Lovers Left Alive (2013) de Jim Jarmusch- que transformaba la cámara de cine y la pantalla misma en un vampiro. Aquí es el cantante el que escribe letras robando la energía vital de los que lo rodean, lo que provoca la huida de la bajista original del grupo (Stéphanie Magnin Vella). Esta pareja, junto al guitarrista, formaban algo así como un trío a lo Jules y Jim (1962) pero en Granada, un equilibrio perfecto al que los dos miembros restantes de la banda intentan volver una y otra vez. Un paraíso perdido irrecuperable. Isaki Lacuesta convierte a los productores y a las discográficas en personajes mefistofélicos que intentan robar el alma al cantante -como le ocurría al estudiante de Praga- para conseguir que grabe un disco que él se empeña en hacer en Nueva York, siguiendo los pasos de Lorca. Pero el cantante no estará completo hasta que logre restaurar su imagen en el espejo, reintegrando a su doble extraviado. Con actores que son músicos cantando versiones de los temas de Los Planetas -lo que, al parecer, no es del agrado de Jota-, Segundo premio es una película-concierto-videoclip, emocionante y poderosa, que va más allá del grupo que la inspira y que bien puede ser una de las mejores obras en la filmografía, ya de por sí valiosa, de su director.
LARRY DAVID -TEMPORADA FINAL -EL HOMBRE DESCONTENTO
LA MESITA DEL COMEDOR -SUSPENSE
NINA -EL ROJO DE LA VENGANZA
EL REINO DEL PLANETA DE LOS SIMIOS -UN NUEVO COMIENZO
Tras la estupenda trilogía de precuelas que actualizaba los conceptos del clásico El planeta de los simios (1968), El reino del planeta de los simios (2024) aspira a continuar la franquicia dando un salto temporal a un futuro distócico en el que la humanidad ha sucumbido a una pandemia y los simios son los dueños del mundo. Dirige esta nueva aventura el estadounidense Wes Ball -realizador detrás de la saga de El corredor del laberinto (2014)- por lo que se le supone experimentado en este tipo de cintas, en las que el peso de los efectos especiales es considerable -Ball fue primero diseñador artístico y artista de efectos visuales-. Esta película plantea a un nuevo protagonista, el chimpancé Noa (Owen Teague), que verá como su tribu es atacada por un violento grupo de simios liderados por Proximus César (Kevin Durand), autoproclamado heredero político del César (Andy Serkis) de la trilogía anterior, pero que ha retorcido sus enseñanzas y lidera a su clan como un tirano sediento de poder. Noa, además, encuentra en su camino a una joven, Mae (Freya Allan), que nos muestra que los humanos han regresado a un estado salvaje. El reino del planeta de los simios es una mezcla de géneros: tiene elementos de las películas de espada y brujería -el protagonista cuyo pueblo es arrasado recuerda a Conan el bárbaro (1982) y a El señor de las bestias (1982)-, las películas de cavernícolas -la forma de hablar de los simios y su tecnología-; y el cine post apocalíptico -Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985)-. Y por supuesto, hay momentos que recuerdan a la película original de 1968 -la cacería de humanos- que resultan estupendos en su nostalgia. El 99% de sus personajes son digitales, por lo que no estamos demasiado lejos de una película de animación, de un realismo técnicamente soberbio. Quizás es esto, la falta de actores humanos en pantalla, lo que resta calidez a la historia, algo fría en sus pieles digitales. Esto evita también que El reino del planeta de los simios alcance el nivel de sus ambiciones: el tono me parece demasiado grave y serio en varios momentos, al servicio de un discurso ecologista, pacifista, antimilitarista y antifascista. Pero el film es sin duda espectacular, con generosas dosis de acción, y no se le puede negar la voluntad de desarrollar a sus personajes, sobre todo al protagonista, pero también algún secundario, como el orangután Raka (Raka). Hay también alguna idea interesante en la película, como ese momento en el que Noa descubre un viejo telescopio y, estremecido, mira hacia las estrellas: la pequeñez -y la arrogancia- del hombre en la inmensidad del cosmos era una idea capital en El planeta de los simios. ¿Estará Noa, sin saberlo, esperando la llegada de Taylor?
EL MAL NO EXISTE -NATURALEZA Y EQUILIBRIO
Tras el rotundo éxito de Drive My Car (2021), el japonés Ryusuke Hamaguchi dirige una obra a contracorriente, El mal no existe (2024). Se trata de una película que se abre de forma contemplativa, con preciosas imágenes de la naturaleza, del bosque donde ocurre la mayor parte de la historia. Buena parte de la película se apoya en la fotografía -Yoshio Kitagawa- y la música -Eiko Ishibashi- durante largos tramos en los que la narración se suspende. La trama es mínima y se centra en unos pocos personajes: Takumi (Hitoshi Omika) y Hana (Ryô Nishikawa), son un padre y su hija que viven en un pueblo en la montaña. Takahashi y Mayuzumi -Ryuji Kosaka y Ayaka Shibutani- son dos asalariados encargados de llevar a cabo el proyecto de un glamping -un camping con glamur, se nos dice- que no convence demasiado a los vecinos del pequeño y tranquilo pueblo. A pesar de que la película presenta oposiciones muy claras entre ciudad y entorno rural, entre turismo y vecinos, entre ecología y capitalismo, la trama resulta más bien hermética. Hamaguchi hace un bosquejo somero de los personajes y parece más interesado en reflejar un estado de ánimo, con referencias a ese interés que despertó lo rural tras el confinamiento por el covid, y que llevó al éxodo de las ciudades, pero que, como todo, ha acabado convirtiéndose en un nuevo negocio a explotar sin demasiados escrúpulos. Hamaguchi plantea una extraña estructura de espejos, con acciones que se repiten dos veces: el plano de los árboles dentro del bosque; Takumi cortando leña y recogiendo agua del río, acciones que luego repiten los personajes de Takahashi y Mayuzumi. El desenlace, ya os lo adelanto, es más bien abierto, enigmático, permitiendo la interpretación del espectador. Lo que está claro es que Hamaguchi no ha querido repetir la jugada de su gran éxito. La narración va cambiando de punto de vista y nos muestra a un silencioso Takumi, que parece resignarse a lo que viene, y a unos Takahashi y Mayuzumi que parecen tener, en el fondo, buenas intenciones, aún siendo instrumentos de un turismo que, mucho nos tememos, destruirá el equilibrio natural mostrado en los preciosos y largos planos de calma y silencio que hemos visto al inicio. Y en el aire se queda una pregunta al salir de sala ¿Hay alguna posibilidad de oponerse a ese supuesto progreso?
EL ESPECIALISTA -AMOR Y EXPLOSIONES
Quizás los más viejos del lugar recuerden The Fall Guy -en Hispanoamérica, Profesión Peligro (1981-1986)- una serie muy ochentera protagonizada por Lee Majors en la que un especialista de cine, Colt Seavers, dedica su tiempo de ocio a ganar un dinerillo extra como cazarrecompensas atrapando criminales, valiéndose, claro, de su experiencia y capacidades físicas para hacer, en la vida real, lo que ya simulaba en las películas. Más de 40 años después, el director y ex especialista, David Leitch, firma El especialista (2024), eso sí, dando por hecho que nadie se acuerda ya de aquella serie televisiva y creando una historia nueva. El héroe ahora es Ryan Gosling -que, tras Ken, vuelve a encarnar una parodia de la masculinidad-; la estrella a la que sustituye en las escenas de riesgo es Aaron Taylor Johnson; y el amor de su vida es una directora en el trance de realizar su ópera prima, Emily Blunt. Leitch hace una película en la línea de su cine, una mezcla de humor y acción espectacular, un poco lo que se espera de un blockbuster en los tiempos que corren. Y El especialista cumple perfectamente su cometido, aunque, seguramente no permanecerá en la memoria del espectador demasiado tiempo. A su favor, varias cosas: el buen hacer de Leitch tras la cámara en las secuencias de acción, realizadas sin trampa ni cartón, que se sirven -y mucho- de que el escenario principal de la historia es, precisamente, un rodaje de cine. El segundo elemento que funciona muy bien es que dentro de El especialista hay una comedia romántica que se nutre de la química de sus protagonistas. Pero sobre todo, hay que destacar que, si ya en Deadpool 2 (2018) Leitch trabajó con un personaje que rompía la cuarta pared y hacía referencias constantes a la cultura popular, aquí el director -y guionista- se permite jugar a la metaficción constantemente. Primero, la película dentro de la película es una suerte de versión hortera y paródica de Dune (2021), con lo que Leitch se permite reírse de Hollywood, de las estrellas y hasta de la figura del gran productor/a -el personaje de Hannah Waddingham-. En su ritmo frenético, la película tiene una divertida voluntad destructiva: la acumulación de peleas, explosiones, colisiones y destrozos acaba siendo paródica y produce incluso cierta euforia. Sobre todo, se adivina en los detalles que vemos en pantalla la experiencia de Leitch como especialista, ofreciéndonos un homenaje a la profesión -desde Buster Keaton a Tom Cruise- que nos lleva al terreno de Érase una vez en Hollywood (2019) de Quentin Tarantino, desde la parodia -de hecho, Leitch fue el doble de Brad Pitt en varias películas-. Leitch también declara su amor por las viejas series dedicando una secuencia entera a Corrupción en Miami (1984-1990) y creo haber escuchado el característico efecto de sonido que acompañaba los impresionantes movimientos de Lee Majors en El hombre de los seis millones de dólares (1973-1978). Si es que alguien se acuerda de aquello. Eso sí, a pesar de apelar al homenaje a los dibujos animados -los cartoons- para justificar el exceso de ligereza de la película, El especialista se acaba pasando de rosca, y alargando demasiado su metraje -personalmente, prefiero las comedias algo más cortas-.
LA CASA -LA EMOCIÓN DE LA NOSTALGIA
No me parece fácil trasladar La casa de Paco Roca a la pantalla, a pesar de la estrecha relación entre cómic y cine, dos artes que nacieron prácticamente al mismo tiempo y que comparten una narrativa que se apoya en el relato secuencial y en la imagen. Editada en 2015, la novela gráfica de Roca es una obra maestra de una tremenda sensibilidad, tan autobiográfica como universal, sobre tres hijos -y sus respectivas parejas y familias- que se reúnen en la humilde casa de campo del padre fallecido para decidir cómo venderla. La historia de Roca nos habla del paso del tiempo, de las relaciones padre-hijo, de la familia y de dos generaciones de este país. En su tercera película, el director Álex Montoya afronta el reto de convertir esas viñetas en cine, firmando una estupenda película que consigue algo tan difícil como emocionar al espectador desde la sencillez. Para conseguirlo, Montoya se declara fan de Paco Roca y decide hacer la película que el autor de cómics quiere ver en pantalla. Para empezar, la película está rodada, literalmente, en la casa real del título, la que perteneció al padre del dibujante, la que inspiró esta preciosa historia y la que aparece dibujada en la novela gráfica. Con esta garantía de autenticidad, Montoya tiene el mérito de replicar el secreto mágico del cómic de Paco Roca: en la obra impresa, las viñetas de escenas cotidianas se van sucediendo en crescendo hasta generar una emoción tremenda en el lector; en la película de Montoya ocurre eso mismo: plano a plano, las emociones se van acumulando, hasta remover los sentimientos del espectador. Montoya nos cuenta sin prisa cómo los hermanos -David Verdaguer, Óscar de la Fuente y Lorena López- van llegando a la casa del padre (Luis Callejo) para enfrentarse a los recuerdos de su infancia, evocados por rincones y objetos, para afrontar cómo va a ser en el futuro su relación como familia tras la pérdida de la figura paterna. Montoya marca las diferencias entre el presente y el pasado cambiando el formato de la película, utilizando los 16 mmm para recrear los recuerdos, como si fueran viejas películas domésticas. Con un uso soberbio del ritmo, en apenas 83 minutos, Montoya se las arregla para hacernos sentir que conocemos a esta familia desde que eran niños y para transmitirnos la historia de toda una vida, la de un padre ya ausente. El reparto de actores es estupendo y se completa con Olivia Molina, María Romanillos, Marta Belenguer, Jordi Aguilar y la niña Tosca Montoya -cuyo apellido no es casualidad-. Mencionemos también a un estupendo Miguel Rellán en un papel entrañable. Pero hay que destacar la interpretación de Óscar de la Fuente, ese hermano mayor cascarrabias pero noble, que se hace el duro pero está roto por dentro, cuyo rol como generador del conflicto propicia las reacciones del resto de personajes. Álex Montoya firma con La casa su mejor película y una de las mejores cintas españolas de lo que va de año. Una obra emocionante, muy humana, en la que nos vemos reconocidos. No se puede pedir más.