La apreciación del arte es una cuestión subjetiva, pero la suma de las subjetividades lleva a un consenso sobre el valor de una determinada obra. En 2025, el consenso -una parte de la crítica y el público- parecen dictar que Wes Anderson se ha petrificado en su propio estilo, que siempre hace la misma película y que ya cansa. Estas afirmaciones podrían formar parte de un sketch de Pantomima Full, ese dúo cómico con buen oído para descontextualizar las frases de 'cuñado' que solemos decir en el día a día, y que nos ridiculiza con fines cómicos. ¿Es La trama fenicia (2025) una cinta aburrida, sin imaginación, en la que el autor de Academia Rushmore (1998) se limita a repetir una fórmula perezosamente? Vamos a verlo. Lo primero que habría que decir es que el cine de autor, a grandes rasgos, es precisamente eso: la obra de un artista con determinadas obsesiones. Los más grandes, desde Éric Rohmer a Woody Allen, pasando por Pedro Almodóvar, se han repetido una y otra vez. Efectivamente, Wes Anderson -y su coguionista, Roman Coppola- nos vuelve hablar aquí de una figura paterna conflictiva, Zsa Zsa Korda (Benicio del Toro), que se ha desentendido de sus hijos pero aprenderá a amarlos, que es una suerte de genio -un emprendedor capaz de crear proyectos mastodónticos y generar grandes fortunas- pero torpe, un tipo que buscando el éxito siempre está al borde del fracaso, un aventurero amenazado constantemente por la muerte, cuya gran virtud es seguir siempre adelante, un héroe romántico en un mundo que ya no es el suyo y que se enfrenta al futuro intentando dejar un legado a sus hijos, en este caso, la hermana Liesl (Mia Threapleton). Korda es un personaje recurrente en la filmografía de Anderson, así como lo es su enfrentamiento con su hija, una chica joven, de convicciones fuertes, muy inteligente, que cuestiona a su padre constantemente. Esta relación es el centro de la trama, y, efectivamente, es muy similar a muchas de las historias que nos ha contado antes el director Los Tenenbaum. Una familia de genios (2001). Pero las peripecias que se nos presentan en La trama fenicia no son necesariamente las mismas que en sus otras películas. Aquí nos movemos dentro de una bande dessinée que recuerda a Hergé y que mezcla la aventura, la acción y el cine de espías. El argumento principal nos muestra a Korda buscando, desesperadamente, inversores para evitar la bancarrota -en lo que parece un comentario sobre el mundo que vivimos, el de Trump, Musk o Zuckerberg- mientras escapa de múltiples asesinos que intentan acabar con él. Paralelamente, Liesl buscará al culpable de la muerte de su madre: el principal sospechoso es su tío Nubar, personaje muy presente por su misma ausencia. Anderson firma así su relato más lineal y más asequible de los últimos años, desechando subtramas y su afinidad por contar historias dentro de las historias. Aquí solo encontramos interrupciones en unos estupendos momentos en blanco y negro expresionista que llevan a Korda nada menos que al Cielo. La religión, el capitalismo y la familia son los temas que subyacen como trasfondo de las peripecias de esta comedia excéntrica. Anderson abandona también los diálogos literarios y aunque sus personajes siguen hablando mucho y muy rápido, sus frases son algo más fáciles de seguir. Y es que uno de los grandes placeres del cine del director nacido en Houston son sus actores y escucharles recitar sus diálogos. Sí, todos son muy conocidos, y es fácil decir que se trata de un reparto de estrellas. Pero también es cierto que Anderson sabe elegir a actores fantásticos con una forma muy particular de hablar, por sus voces, sus acentos o la cadencia con la que se expresan: Michael Cera es su nuevo fichaje, pero también están Richard Ayoade, Mathieu Almaric, genios como Tom Hanks y Jeffrey Wright, o la susurrante Scarlett Johansson. Ahora bien, para que todo esto funcione, hay que conectar necesariamente con el humor de Anderson, algo esquinado, entre lo naive y lo seudointelectual, siempre irónico y autoconsciente, porque estamos, claro, ante una comedia. Por último, si consideramos a Anderson un autor con señas propias es por su estilo visual. En La trama fenicia el estilo pop que el director ha ido desarrollando desde sus inicios en el cine indie con Ladrón que roba a ladrón (1996) se mantiene en la cúspide alcanzada en El Gran Hotel Budapest (2014). Aquí tenemos la oportunidad de ver cómo planifica Anderson la acción trepidante de un accidente aéreo, nada que ver con lo que harían Christopher McQuarrie, Christopher Nolan o Alfred Hitchcock. Visualmente esta película es una maravilla en la que podríamos detenernos en cada fotograma como si fuese una viñeta perfecta donde todo brilla: la fotografía del francés Bruno Delbonnel -el tipo que fotografió Amélie (2001)-, el diseño de producción de Adam Stockhausen -colaborador habitual de Anderson-, los decorados de Anna Pinnock, el vestuario de Milena Canonero -que ha ganado cuatro premios Óscar y empezó su carrera con Kubrick-, y sin olvidar la música de Alexandre Desplat, que imprime el tono perfecto. La nueva película de Wes Anderson, claro, se parece a las anteriores, pero sus imágenes son extraordinarias, y si decimos que no merecen ser vistas en una pantalla de cine, yo ya no sé qué significa entonces la experiencia de acudir a una sala. Puedo entender que un crítico -o incluso un supuesto fan- que haya visto las últimas obras del director sienta cierta fatiga, pero me parece que sentenciar que el director ha llegado a un callejón sin salida es, como poco, un juicio demasiado audaz. Todo lo contrario, La trama fenicia puede ser un film menor, pero en una filmografía de un nivel artístico muy alto y precisamente por eso resulta ligero y delicioso. Una película estupenda que, quizás, con el tiempo, sea valorada como merece.
LA TRAMA FENICIA -¿MÁS DE LO MISMO? SÍ, GRACIAS
La apreciación del arte es una cuestión subjetiva, pero la suma de las subjetividades lleva a un consenso sobre el valor de una determinada obra. En 2025, el consenso -una parte de la crítica y el público- parecen dictar que Wes Anderson se ha petrificado en su propio estilo, que siempre hace la misma película y que ya cansa. Estas afirmaciones podrían formar parte de un sketch de Pantomima Full, ese dúo cómico con buen oído para descontextualizar las frases de 'cuñado' que solemos decir en el día a día, y que nos ridiculiza con fines cómicos. ¿Es La trama fenicia (2025) una cinta aburrida, sin imaginación, en la que el autor de Academia Rushmore (1998) se limita a repetir una fórmula perezosamente? Vamos a verlo. Lo primero que habría que decir es que el cine de autor, a grandes rasgos, es precisamente eso: la obra de un artista con determinadas obsesiones. Los más grandes, desde Éric Rohmer a Woody Allen, pasando por Pedro Almodóvar, se han repetido una y otra vez. Efectivamente, Wes Anderson -y su coguionista, Roman Coppola- nos vuelve hablar aquí de una figura paterna conflictiva, Zsa Zsa Korda (Benicio del Toro), que se ha desentendido de sus hijos pero aprenderá a amarlos, que es una suerte de genio -un emprendedor capaz de crear proyectos mastodónticos y generar grandes fortunas- pero torpe, un tipo que buscando el éxito siempre está al borde del fracaso, un aventurero amenazado constantemente por la muerte, cuya gran virtud es seguir siempre adelante, un héroe romántico en un mundo que ya no es el suyo y que se enfrenta al futuro intentando dejar un legado a sus hijos, en este caso, la hermana Liesl (Mia Threapleton). Korda es un personaje recurrente en la filmografía de Anderson, así como lo es su enfrentamiento con su hija, una chica joven, de convicciones fuertes, muy inteligente, que cuestiona a su padre constantemente. Esta relación es el centro de la trama, y, efectivamente, es muy similar a muchas de las historias que nos ha contado antes el director Los Tenenbaum. Una familia de genios (2001). Pero las peripecias que se nos presentan en La trama fenicia no son necesariamente las mismas que en sus otras películas. Aquí nos movemos dentro de una bande dessinée que recuerda a Hergé y que mezcla la aventura, la acción y el cine de espías. El argumento principal nos muestra a Korda buscando, desesperadamente, inversores para evitar la bancarrota -en lo que parece un comentario sobre el mundo que vivimos, el de Trump, Musk o Zuckerberg- mientras escapa de múltiples asesinos que intentan acabar con él. Paralelamente, Liesl buscará al culpable de la muerte de su madre: el principal sospechoso es su tío Nubar, personaje muy presente por su misma ausencia. Anderson firma así su relato más lineal y más asequible de los últimos años, desechando subtramas y su afinidad por contar historias dentro de las historias. Aquí solo encontramos interrupciones en unos estupendos momentos en blanco y negro expresionista que llevan a Korda nada menos que al Cielo. La religión, el capitalismo y la familia son los temas que subyacen como trasfondo de las peripecias de esta comedia excéntrica. Anderson abandona también los diálogos literarios y aunque sus personajes siguen hablando mucho y muy rápido, sus frases son algo más fáciles de seguir. Y es que uno de los grandes placeres del cine del director nacido en Houston son sus actores y escucharles recitar sus diálogos. Sí, todos son muy conocidos, y es fácil decir que se trata de un reparto de estrellas. Pero también es cierto que Anderson sabe elegir a actores fantásticos con una forma muy particular de hablar, por sus voces, sus acentos o la cadencia con la que se expresan: Michael Cera es su nuevo fichaje, pero también están Richard Ayoade, Mathieu Almaric, genios como Tom Hanks y Jeffrey Wright, o la susurrante Scarlett Johansson. Ahora bien, para que todo esto funcione, hay que conectar necesariamente con el humor de Anderson, algo esquinado, entre lo naive y lo seudointelectual, siempre irónico y autoconsciente, porque estamos, claro, ante una comedia. Por último, si consideramos a Anderson un autor con señas propias es por su estilo visual. En La trama fenicia el estilo pop que el director ha ido desarrollando desde sus inicios en el cine indie con Ladrón que roba a ladrón (1996) se mantiene en la cúspide alcanzada en El Gran Hotel Budapest (2014). Aquí tenemos la oportunidad de ver cómo planifica Anderson la acción trepidante de un accidente aéreo, nada que ver con lo que harían Christopher McQuarrie, Christopher Nolan o Alfred Hitchcock. Visualmente esta película es una maravilla en la que podríamos detenernos en cada fotograma como si fuese una viñeta perfecta donde todo brilla: la fotografía del francés Bruno Delbonnel -el tipo que fotografió Amélie (2001)-, el diseño de producción de Adam Stockhausen -colaborador habitual de Anderson-, los decorados de Anna Pinnock, el vestuario de Milena Canonero -que ha ganado cuatro premios Óscar y empezó su carrera con Kubrick-, y sin olvidar la música de Alexandre Desplat, que imprime el tono perfecto. La nueva película de Wes Anderson, claro, se parece a las anteriores, pero sus imágenes son extraordinarias, y si decimos que no merecen ser vistas en una pantalla de cine, yo ya no sé qué significa entonces la experiencia de acudir a una sala. Puedo entender que un crítico -o incluso un supuesto fan- que haya visto las últimas obras del director sienta cierta fatiga, pero me parece que sentenciar que el director ha llegado a un callejón sin salida es, como poco, un juicio demasiado audaz. Todo lo contrario, La trama fenicia puede ser un film menor, pero en una filmografía de un nivel artístico muy alto y precisamente por eso resulta ligero y delicioso. Una película estupenda que, quizás, con el tiempo, sea valorada como merece.
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