BITELCHÚS BITELCHÚS -UNA NUEVA GENERACIÓN

Bitelchús Bitelchús (2024) arranca con la cámara volando sobre un pueblo que enseguida descubrimos como una maqueta, unas imágenes acompañadas por el vibrante tema musical de Danny Elfman. Y entonces sabemos que hemos caído en la trampa de la nostalgia: este inicio, idéntico al de la película de 1988, revela que lo que realmente deseamos como espectadores es volver a sentir lo mismo que con la que fue la carta de presentación de Tim Burton. Lamentablemente, aunque el espíritu de las dos películas pueda ser similar, los años no han pasado en balde: Wynona Rider está guapísima, pero Michael Keaton -73 años- ha perdido esa hiperactividad que lo caracterizaba en el personaje y, sobre todo, Burton no consigue imprimir la frescura y el entusiasmo que despertaba la cinta original. Y lo que es peor, Burton parece haber sucumbido a las formas televisivas, con una puesta en escena deslucida y carente de fuerza. El argumento -que firman Alfred Cough, Miles Millar y Seth Grahame-Smith- es más bien disperso, carece de protagonistas claros -como fueron antes los personajes de Alec Baldwin y Geena Davis- y se debate entre el personaje de Wynona Rider, Lydia, convertida ahora en una vidente televisiva, y su hija, interpretada por una Jenna Ortega que se presenta como la heredera natural de las chicas raras e inadaptadas que encarnaba Rider en los 90. La historia se desencadena de forma algo azarosa y abre demasiados frentes, y solo encuentra consistencia cuando se decide por el melodrama juvenil romántico que empareja a Ortega con el misterioso Jeremy (Arthur Conti). Por otro lado, resulta llamativa la importancia que se le da al personaje de Jeffrey Jones, ausente en esta secuela tras ser justamente cancelado por su arresto, en 2002 por posesión de pornografía infantil. Curiosamente, las decisiones de guión para esquivar esta ausencia, acaban haciéndolo muy presente en la trama. Hay que decir, eso sí, que Catherine O´hara está brillante, pero la participación de Michael Keaton es reducida y el interesante papel de Monica Bellucci como una fantasma reconstruida, se desinfla sin cumplir las expectativas. Lo peor de la película es, seguramente, cómo falla en la sátira que caracterizó la cinta de 1988: los personajes de Justin Theroux y Willem Dafoe no resultan divertidos en sus respectivas parodias. Aún así, hay elementos de interés: el homenaje explícito a Mario Bava -la secuencia en blanco y negro narrada en italiano- que impregna de colores lechosos la fotografía de los decorados expresionistas del más allá y contamina la música de Elfman; el giro terrorífico y gore que adquiere la imaginería fantástica de la película, que en la original era más cartoon -guiño incluido al Estoy vivo (1974) de Larry Cohen-; y la estupenda escena en la iglesia en la que los asistentes son absorbidos por las pantallas de sus teléfonos móviles.

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