Robot salvaje (2024) es el acontecimiento animado del año. Una película ambiciosa argumental y temáticamente, técnicamente soberbia, que apuesta por ofrecer todo lo que el espectador puede querer en una sala de cine: personajes entrañables, acción y ciencia ficción, drama y un mensaje inspirador. El director, Chris Sanders -codirector de la estupenda Cómo entrenar a tu dragón (2010)- nos cuenta la historia -basada en el libro de Peter Brown- de un robot que aparece en un bosque. Al no haber ningún ser humano a la vista, el ser artificial tendrá que relacionarse con los animales salvajes, hasta convertirse en la improbable madre adoptiva de un pequeño ganso. El argumento tiene un ritmo tremendo y cambia constantemente de registro para sorprendernos. El arranque es un interesantísimo cruce entre El libro de la selva (1967) de Disney y Wall-E (2008) de Pixar -y no puedo evitar encontrar un precedente del diseño del robot protagonista en el misterioso autómata de El castillo en el cielo (1986) de Hayao Miyazaki-. Pero, como ya he mencionado, la trama muta constantemente con giros y la aparición de nuevos personajes que van ampliando el alcance geográfico de la historia. La película acumula temas más que pertinentes sobre la supervivencia, el equilibrio ecológico, la solidaridad, la relación entre la tecnología y la naturaleza y sobre todo lo que significa la paternidad. Esa acumulación de asuntos lleva a sumar todo tipo de ingredientes genéricos: el drama, el humor, la acción y hasta el terror. La estupenda animación, un 3D que recrea las dos dimensiones con el estilo cel shading tan en boga tras títulos como Spider-Man: un nuevo universo (2018), El Gato con Botas: el último deseo (2022) o Ninja Turtles: Caos Mutante (2023) es precioso pero también lo suficientemente flexible para llevarnos del realismo naturalista a los momentos épicos pasando por un estilo más cartoon para los instantes de humor. La película se vale de lo visual y de la música para crear secuencias de máxima emoción, si bien, su mayor defecto puede ser, precisamente, abarcar tanta historia en tan poco tiempo: hay suficiente en Robot salvaje para una temporada de una serie, por lo que quizás se eche de menos algo más de pausa para contar mejor, en mayor profundidad, los momentos más emotivos de la narración. Pero en estos tiempos en los que parece imperar el déficit de atención, quizás, no se puede pedir más. Robot salvaje es espectacular, emocionante, sorprendente y sobre todo deja un ánimo positivo al salir de la sala.
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