VENOM: EL ÚLTIMO BAILE -OJALÁ SEA EL ÚLTIMO


Mala fama tienen las terceras partes de las películas de superhérores. Cintas como Superman 3 (1983) o Batman Forever (1995) fueron sonados fracasos artísticos. Es también el caso de la fallida Spider-Man 3 (2007) del bueno de Sam Raimi, en la que aparece por primera vez el personaje de Venom (Topher Grace) y cuyo punto más bajo nos mostraba a Peter Parker (Toby Maguire) bailando en plan Fiebre del sábado noche (1977). Casi 20 años después, ese muñeco digital que es Venom -encarnado por Tom Hardy- se marca también un baile de música disco, esta vez le toca el turno a Abba, en uno de los peores momentos de una cinta que significa el debut detrás de la cámara de la actriz y guionista británica Kelly Marcel, que se estrena como directora con Venom: El último baile (2024), tras participar en los guiones de las dos primeras entregas. Y si decimos que las terceras partes nunca fueron buenas en el caso de los superhéroes -premisa, claramente falsa- esta segunda secuela del enemigo de Spider-Man llega con la cruz de que las dos entregas previas ya eran bastante malas. La historia arranca resumiendo lo ocurrido en Venom: Habrá Matanza (2021) -no sé para qué, ya que lo allí contado apenas incide en el argumento- para luego incumplir la promesa de integrar a Venom en el Universo Marvel Cinematográfico para enfrentarlo a Spider-Man (Tom Holland). Pasado este bochornoso peaje, comienza a desarrollarse lo que se planteaba en un prólogo desvergonzado: se nos cuenta directamente que existe un temible enemigo que necesita algo -un mcguffin- para invadir la Tierra. Esto se cuenta así, directamente, como un puro mecanismo de guión, sin añadir la más mínima elaboración dramática al asunto. Y, por supuesto, ese elemento tan necesario para el villano está en posesión de Venom/Eddie Brock. A partir de aquí, la historia se desarrolla en una serie de set pieces que apenas parecen relacionadas entre sí y que van saltando de un lugar a otro -San Francisco, Las Vegas, Nueva York- de forma casi aleatoria. El guión es inexistente, pero, además, los momentos que se presentan al espectador no tienen ningún peso. Ideas atractivas a priori, como que Venom se apodere de un caballo, se presentan de la forma menos interesante posible. Se añaden, encima, subtramas, como la protagonizada por la doctora Teddy Payne (Juno Temple) o por una familia de aficionados a la ufologia capitaneados por Rhys Ifans -quien, por cierto, ya fue el Lagarto en The Amazing Spider-Man (2012)- que dan pie a la única secuencia en la que parece que estamos viendo una película real y no un simulacro: cuando todos cantan Space Oddity de David Bowie en la furgoneta -por cierto, la selección de temas musicales no puede ser más tópica-. Sumemos al despropósito a estupendos actores perdidos en un guión sin sentido, como Chiwetel Ejiofor, el fantástico Stephen Graham -aunque este sí consigue momentos inquietantes- y la desperdiciada voz de Andy Serkis como el poco interesante villano Knull. Solo la batalla final, en su espectacular lucha de monstruos, consigue salvar un poco la que debería ser una de las peores películas del año. Lo que no impedirá que sea un taquillazo.

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