SIRAT -PELÍCULA ACONTECIMIENTO


Un bloque negro de altavoces en mitad del desierto es la imagen que abre Sirat (2025) de Óliver Laxe. Y ante esa construcción humana aparecen, como salidos de la nada, un grupo de raveros que se contorsionan hipnotizados al ritmo de la música electrónica. Ese bloque nos hace pensar en las extrañas vibraciones que emitía el misterioso monolito de 2001: Una odisea del espacio (1968) y que tenía el poder de transformar a los antecesores del hombre -en la propia película se hace un paralelismo entre los altavoces y la Meca-. Y si nos fijamos en las formaciones rocosas que aparecen como escenario de la fiesta rave, la memoria cinéfila nos lleva al Monument Valley de John Ford. En Centauros del desierto (1956), Ethan Edwards (John Wayne) buscaba a su hija perdida, raptada por una temible tribu comanche y en Sirat, Luis (Sergi López), también sigue el rastro de Mar, su hija mayor, acompañado del hermano pequeño de esta (Bruno Núñez). La búsqueda obligará a Luis a seguir el rumbo, de fiesta en fiesta, de una caravana formada por raveros cuyo modelo es La parada de los monstruos (1932), un grupo de marginados que forma su propia familia y que llevará a este padre a sumergirse en su subcultura, en un viaje que también trae a la memoria Hardcore, un mundo oculto (1979), en el que otro padre (George C. Scott) desciende a los infiernos -del porno- en busca de su hija -y es que Paul Schrader intentó recrear la mencionada obra maestra de Ford en más de una ocasión-. Pero no conviene pensar que esta colección de referencias son las que dan forma a la trama de Laxe y su coguionista Santiago Fillol, solo las enumero en un intento de comunicar la riqueza de conexiones que surgen de un film estimulante, que precisamente juega en contra de las expectativas, y cuyas imágenes -la fotografía la firma Mauro Herce- pesan mucho más que la trama o los diálogos. Laxe parte de un realismo casi documental para crear esta ficción que se apoya en lo físico y polvoriento de una odisea por el desierto para llegar a la siguiente rave siguiendo los cantos de sirena de la música electrónica -que firma el francés Kangding Ray-. Los actores de la película, más allá de López, son personas reales en cuya piel, arrugas, tatuajes, ausencia de piezas dentales y amputaciones, transmiten la misma veracidad que en la arena o en las rocas del paisaje. Ellos son Jake Oukid, Tonin Javier, Richard Bellamyun, Stefania Gadda, y Joshua Liam Henderson, y Laxe -que ha escenificado en Marruecos tres de sus cuatro cintas- necesitaba sus rostros para hacerle frente al desierto, gran protagonista de esta película, como ya lo era en Mimosas (2016), en la que se anticipaba una imagen sugerente que ahora marca Sirat, la de los coches cruzando la inmensidad de un mar de arena. El director de Lo que arde (2019) se sirve de la hostilidad del desierto mortal para decirnos que el fin del mundo hace tiempo que ha llegado -no hace falta apelar a un futuro distópico como en la saga Mad Max- y utiliza el drama de Luis o la búqueda del trance sonoro y lisérgico de los raveros como metáfora de nuestra ensimismada sociedad actual: mientras vivimos contemplando sombras en una caverna y apagamos la radio para no escuchar las noticias, ocurren conflictos que marcan la vida y la muerte de los que viven en el mundo real, esos que cruzan un desierto sin futuro y sin esperanza.

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