LOS SUDARIOS -LA OBSESIÓN


La muerte aparece como la principal preocupación de David Cronenberg en Los sudarios (2025), un film con el aliento gótico del Edgar Allan Poe obsesionado con el enterramiento y el recuerdo del amor perdido, pero marcado también por el racionalismo del canadiense. A sus 82 años, el director ha creado un álter ego en el personaje de Karsh (Vincent Cassel) que le sirve para expresar el dolor por la pérdida, en la vida real, de su pareja, Carolyn, fallecida en 2017. Un dolor insondable que Cronenberg explora, como en toda su obra, a través de la relación que tenemos con la tecnología. Karsh es un personaje típico cronenbergiano, un innovador transgresor cuyo trabajo le lleva al aislamiento de la sociedad: ha creado tumbas 'inteligentes' que permiten al doliente permanecer en contacto permantente con su familiar fallecido, a través de una app en el móvil. Con un sentido del humor negrísimo, Cronenberg se regodea en el morbo y se permite explorar la última consecuencia de uno de los temas cardinales de su obra: la enfermedad y la decadencia física, que aquí culmina en la completa desintegración del cuerpo físico. El director de Crash (1996) se sirve de dos o tres personajes más para introducir sus temas recurrentes. Diane Kruger interpreta a la esposa fallecida del protagonista, pero también a su hermana, lo que permite hablar del tema del doble -recordemos Inseparables (1988)- y la confusión de identidad. En 
The Shrouds no pueden faltar tampoco escenas de sexo tan incómodas como divertidas, casi necrófilas o con un morbo perverso por las amputaciones que conecta directamente con la única novela publicada del canadiense, Consumidos (2014). Luego está el personaje de Guy Pearce, un cuñado conspiranoico que introduce otros temas recurrentes en la obra del realizador de Scanners (1981), como las corporaciones -o los gobiernos- que mueven los hilos en las sombras en una guerra tecnológica secreta, cuya realidad nunca acabamos de comprobar. Porque reaparece aquí también el gran tema del realizador de Videodrome (1983) o Existenz (1999), el de la representación. En una realidad bombardeada por imágenes alteradas digitalmente ¿Qué es verdad y qué es ficción? Un final abierto y ambiguo parece decirnos que, realmente, poco importa saberlo. Acompañado por sus colaboradores habituales, Howard Shore, Carol Spier, Christopher Donaldson y Deirdre Bowen -repite el director de fotografía Douglas Koch, con el que trabajó en Crimes of the Future (2022)-, Cronenberg firma una película sobria, rigurosa, cerebral, que nos lleva a un futuro de ciencia ficción casi inmediato, para decirnos que las grandes preguntas que nos hacemos sobre la vida y la muerte seguirán siendo siempre las mismas.

EDDINGTON -PUEBLO PEQUEÑO


Si la lógica del arte de contar historias nos dice que primero hay que proponer un relato para que luego este, intencionadamente o no, refleje el estado de las cosas, y pueda convertirse en una lectura de los tiempos que corren, me da la impresión de que el director Ari Aster ha decidido hacer lo contrario, construir una película a partir de los conflictos, preocupaciones y tendencias sociales, económicas y políticas de los últimos años en Estados Unidos y, por extensión, en la mayor parte del mundo. Lo increíble es que su película, Eddington (2025), le salga así de bien. No se puede negar la capacidad de Aster detrás de la cámara para, al menos, meternos en la historia que propone, con una cuidada fotografía -de Darius Khondji- y, por supuesto, contando a su favor con un reparto de actores de lujo, empezando por el ya habitual Joaquin Phoenix; secundado por el 
últimamente omnipresente Pedro Pascal; Emma Stone en un papel pequeño pero importante; un Austin Butler que tira de atractivo y sobre todo una estupenda Deirdre O´Connell que acaba adueñándose del relato. Con estos atractivos, Aster nos propone una historia que va presentando temas conocidos por todos, partiendo de las tensiones que tuvieron lugar durante la pandemia por la consabida oposición entre el bien común y la libertad individual, una oposición que parece definir la esencia misma del alma de Estados Unidos. Luego, el relato se olvida un poco de las mascarillas y van saltando a la pantalla asuntos como el negacionismo, las conspiraciones, la guerra sucia política y el populismo, las redes sociales, las fake news y el Me Too, el racismo, la posesión de armas, la violencia policial y el poder corrompido de las empresas privadas. El guión de Aster no deja ninguna de esas casillas sin tachar y con ellas va trazando una sátira sobre un shérif con sombrero de cowboy que se enfrenta al alcalde, mezclando lo personal con lo ideológico en un argumento que va ganando tensión hasta estallar en una orgía de disparos y sangre que lleva a un final inesperado y amargo. Aster hace una película estupenda, si bien es difícil no tener la sensación de que buscando la relevancia temática, todo resulta algo forzado.

ROMERÍA -HISTORIA DE UNA FAMILIA


Carla Simón sigue indagando en su autobiografía y convirtiendo en cine la búsqueda de sus raíces en Romería (2025). Tras hablarnos de una niña que se quedaba sin padres en la emocionante Verano 1993 (2017), aquí conoceremos a Marina (Llúcia Garcia), una joven que viaja a Vigo para conocer a la familia de su padre, fallecido de SIDA, al igual que su madre, siendo ella muy pequeña. Marina, 18 años recién cumplidos, tiene como guía algunas páginas del diario que dejó su madre, que le habla de la vida con su padre, de sus correrías en unos años 80 salvajes, muy libres, pero también peligrosos por el consumo de drogas. Como Verano 1993 y Alcarrás (2022), esta nueva película es el retrato de una familia, pero de coordenadas muy diferentes a las vistas anteriormente. Ya no estamos ante personas de clase obrera ni trabajadores del campo, sino ante los miembros de una burguesía gallega, un grupo formado por un patriarca y un grupo de pijos, niños mimados y juguetes rotos. Hay un punto de antipatía en las personalidades de los miembros de este clan, que nos aleja del compromiso emocional que tuvimos con las familias anteriores, lo que convierte a su protagonista en un personaje solitario, que mira desde fuera mientras va descubriendo la verdad sobre la historia de sus padres. En Romería encontramos entonces el arco de personaje más elaborado dramáticamente de la corta filmografía de Simón, en ese viaje iniciático que vive Marina, su pérdida de la inocencia tras reconstruir el puzle de una memoria incompleta. Y nos encontramos también con la película más convencional de la directora. Creo que es la primera vez que la autora utiliza música extradiegética de forma tan clara -compuesta por su hermano, Ernest Pipó- y el trabajo de cámara se aleja del temblor documental para hacerse más reposado y clásico, fabricando imágenes preciosas que remiten a un cuento de verano de Éric Rohmer. Aumenta significativamente también la presencia de actores profesionales: Tristán Ulloa, Sara Casasnovas, José Ángel Egido, Miryam Gallego- muy bien elegidos para sus roles. Simón evita, sin embargo, el anquilosamiento gracias al uso de imágenes documentales y a texturas de vídeo casero. Pero sobre todo su película tiene la frescura de sus dos actores principales, unos debutantes Llúcia Garcia y Mitch Robles, que confirman la habilidad de Simón para el casting. Se trata de dos jóvenes atractivos, carismáticos, que llenan la película. Y si antes decía que esta es la película más convencional de Carla Simón, hay que matizar que es también la más atrevida. En Romería la directora apuesta por superar el realismo y se lanza a mezclar pasado y presente en una pirueta que recuerda a Carlos Saura y que nos lleva a imágenes hermosas -la fotografía es de Hélène Louvart- que parecen una actualización de Un verano con Mónica (1953) y en las que se atreve con la metáfora y el simbolismo. En Romería, Carla Simón demuestra de nuevo esa capacidad única para convertir en cine su memoria personal, insertando su relato individual en temas de calado social y de memoria histórica, para acabar encontrando el impacto emocional en el espectador.

 

BLACK MIRROR -TEMPORADA 7 -EL PROBLEMA NO ES LA TECNOLOGÍA


Desde su rompedora primera temporada en 2011, la serie Black Mirror, creada Charlie Brooker, ha pasado de ser un evento con repercusión y un referente en la ficción catódica, a pasar practicamente desapercibida. Sin embargo, la séptima temporada de la serie, sigue atesorando una calidad muy interesante en cuanto a propuestas, guiones y realización. Quizás ya no es una novedad y no pueda competir en el tsunami de nuevos títulos que aparecen cada mes en las plataformas, necesario para atraer la mirada de un espectador con déficit de atención. Pero esto no debe impedir que se valore una serie muy bien producida con cosas que decir sobre estado actual de las cosas y sobre nuestra relación con la tecnología.

El primer episodio de la tanda, Common People, es una inteligintísima sátira que recupera temas de episodios pasados como Be Right Back y San Junipero al abordar de nuevo la pérdida de un miembro de la pareja. En este caso se trata de los adorables Amanda (Rashida Jones), una profesora de infantil, y Mike (Chris O'Dowd) un obrero. Cuando se descubre que ella sufre una enfermedad terminal, Mike decide apuntarse a un tratamiento pionero para salvarle la vida. La gran broma de Charlie Brooker es que la salvación de Amanda funciona de una forma muy parecida a una suscripción a Netflix: cada vez es más cara, y para pagar menos hay que aceptar anuncios publicitarios. Literalmente. Common People es una comedia muy graciosa -dirige el episodio Ally Pankiw- cuyo desarrollo, sin embargo, hiela la sangre. Una reflexión durísima que se vale de la ciencia ficción para hablar de temas como el trabajo precario, la sanidad pública, el consumismo, el capitalismo, el clasismo y, cuidado con el espóiler, la eutanasia. Brooker -y su coguionista, Bisha K. Ali, plantean, básicamente, que, incluso teniendo un trabajo, la vida en la sociedad actual es tan dura, que nos olvidamos, precisamente, de vivir.

El segundo episodio, Bête Noire, es también brillante y algo más divertido. La protagonista es María (Siena Kelly) que se enfrenta al reencuentro en su trabajo de una antigua compañera de instituto, Verity (Rosy McEwen), que sufrió acoso escolar. La presencia de Verity pondrá muy nerviosa a María -es su bestia negra- y desencadenará el conflicto cambiando completamente su vida. Charlie Brooker no solo escribe un guión intrigante y divertido, sino que consigue hablar de la postverdad y las fake news, de su capacidad de cambiar la realidad y destruir vidas -da igual que sean cotilleos escolares o publicaciones en las redes sociales- utilizando como espejo un enloquecido planteamiento de ciencia ficción que remite, nada menos, que al cubo cósmico.

También me parece notable el episodio Hotel Reverie, una romántica historia sobre el cine que gira alrededor de un falso clásico, el del título, que, gracias a la inteligencia artificial podrá tener un remake con actores modernos, en este caso, una estrella llamada Brandy (Issa Rae) que acepta reinterpretar el papel masculino de la película antigua. Algo así como cambiar a Humphrey Bogart por una mujer en Casablanca (1942). El giro que se saca de la manga Charlie Brooker está en que la nueva tecnología permite crear una realidad virtual en la que la actriz moderna podrá interactuar con las imágenes en blanco y negro del cine clásico, y con actores ya fallecidos. El resultado es una historia que juega brillantemente con nuestra relación como espectadores actuales con el cine clásico de Hollywood y sus convenciones completamente fuera de la realidad, pero que siguen teniendo cierto poder en su nostalgia y en la carga que tienen las historias -casi siempre trágicas- de los actores que interpretaron aquellos personajes inolvidables. En este caso, una estupenda Emma Corrin interpreta a Dorothy, un cruce confeso de Ingrid Bergman y la sufrida protagonista de Breve encuentro (1945). Así, estamos ante un episodio que recuerda cosas como El moderno Sherlock Holmes (1924) de Buster Keaton o La rosa púrpura del Cairo (1985) de Woody Allen y que, cuando las creaciones digitales sin verdadera vida permanecen inmóviles en el viejo y lujoso hotel, nos llevan, por qué no, a El año pasado en Marienbad (1961). Palabras mayores.

Dirigido por David Slade, Plaything es otro divertido episodio que gira alrededor de un misterioso personaje, Cameron Walker -un estupendo Peter Capaldi- que es detenido por un asesinato. La investigación llevará a descubrir que se trata de un crítico de vídeojuegos: no sé si existe un precedente en la ficción de un personaje que se dedique a ese oficio, pero es que todo el capítulo es un homenaje nostálgico a la historia de los videojuegos, esos primeros programadores geniales pero zumbados y drogados -aquí, Will Poulter en un cameo- y las revistas especializadas que dan cuenta de todo ello. Una vez más, el argumento de Charlie Brooker gira alrededor de la inteligencia artificial pero lo hace desde la estética de los juegos de 16 bits, con sus personajes pixelados y sus colores brillantes, que me han hecho volver a los tiempos de mi Amiga 500. Lo que nos cuentan es algo predecible, sí, pero muy divertido. 

Eulogy vuelve sobre uno de los temas más recurrentes en la serie de Charlie Brooker: la muerte y la pérdida de un ser querido, el fin del amor cuando ya no hay marcha atrás. Una vez más, entra en juego la inteligencia aritifical (Patsy Ferran), las realidades virtuales y la memoria. ¿Qué es real y qué es una simulación o un recuerdo tergiversado? Con un uso plausible de las nuevas teconologías, el protagonista reconstruye una relación sentimental pasada que marcó su vida. Pero lo maravilloso de este capítulo es la prodigiosa interpretación de Paul Giamatti, un actor superdotado que consigue, a través de su gesto, contar toda una historia de amor y, de paso, emocionarnos. Imprescindible.

La séptima temporada de Black Mirror se cierra con la continuación del episodio USS Callister (2017), ahora con el subtítulo de Into Infinity, que con una duración de 90 minutos es un largometraje por derecho propio, dirigido por Toby Haynes. El argumento recupera el personaje de Nanette Cole (Cristin Milioti) y su tripulación abordo de una nave estelar que se mueve por un universo recreado digitalmente, enfrentándose ahora a nuevos peligros. Una vez más estamos antes una parodia turbia de Star Trek, que convierte a uno de sus fans obsesivos -Jesse Plemons- en un peligroso psicópata incel, satirizando de paso a los grandes genios tecnológicos que hoy parecen dominar el mundo y que salieron -presuntamente- de un garaje gracias a su genialidad. El personaje del millonario James Walton (Jimmi Simpson) sirve para desmentir esa leyenda: detrás de cada genio friki suele haber un niño rico con pocos escrúpulos. El argumento, además, sirve para afianzar la idea de la temporada -y de la serie- de que detrás de toda nueva tecnología hay un elemento corruptor, el capitalismo, que solo busca sacar provecho y convertirnos en consumidores. El episodio se ríe cruelmente de la cultura gamer, y aprovecha para parodiar películas como Ready Player One (2018) -también Náufrago (2000)- y hasta se monta una batalla espacial chulísima estilo Star Wars, además de títulos como Viaje alucinante (1966) y una película Pixar que no desvelo porque es espóiler. El trasfondo de ciencia ficción nos habla, claro, de universos virtuales y de clones -digitales-, reincidiendo en la cuestión de si necesitamos, desde ya, una ética que regule la creación de inteligencias artificiales.

THE PEOPLE'S JOKER -VILLANOS REUNIDOS


Dedicada nada menos que a Joel Schumacher, autor de los polémicos films sobre Batman de 1995 y 1997, y responsable de los famosos trajes con pezones, The People´s Joker (2025) es una película extrañísima, escrita, dirigida y protagonizada por Vera Drew. Saltándose completamente el copywright del universo y los personajes de DC Comics, Drew hace una parodia de Batman y sus villanos -también de Superman-, convirtiéndolos a todos en versiones queer de los conocidos justicieros. Así, el conocido Joker de Joaquin Phoenix es una mujer trans que sueña con dedicarse a la comedia tras escapar de una relación tóxica con su madre (Lynn Downey). The People´s Joker tiene una primera capa, superficial, en la que se parodian situaciones y personajes de DC, no solo de las conocidas películas, sino también de los cómics -por ahí aparece también el caballero oscuro de Frank Miller-, con bastante conocimiento de causa, apropiándose de estos personajes de la cultura popular para que sirvan de referente a la comunidad LGTBIQ+. Esta parodia está hecha con una honesta falta de medios que recurre a disfraces de bazar chino, animaciones rudimentarias, cromas de andar por casa y gráficos pedestres de ordenador en un alarde de estética hortera que acaba creando sus propias reglas. Tras esta fachada paródica de los conocidos superhéroes, late también una sátira sobre el mundo de la comedia, desde los monólogos en bares de poca monta hasta el mismísimo Saturday Night Live -su creador, Lorne Michaels, es ridiculizado a través de un personaje digital más bien rudimentario-. Pero realmente, lo que hace Vera Drew con estos elementos es contar su historia personal, marcada por la transexualidad, los problemas familiares, la salud mental y los medicamentos. Tras los colores chillones y los maquillajes drag late una película indie en la que su autora reflexiona con gracia -y carisma- sobre la sociedad actual, el colectivo LGTBIQ+, la cultura de la cancelación, la cultura popular y el humor. Decía Truffaut algo así como que no hay películas malas, sino deshonestas, y desde luego, The People´s Joker parece una obra salida del alma de su autora, que hace de sus carencias virtudes y que convierte su falta de recursos en pura creatividad.

WEAPONS -QUE NO TE LA CUENTEN


Tras la buena acogida de Barbarian (2022), Zach Cregger encuentra el éxito con Weapons (2024), estupenda película de terror que parte de una premisa irresistible y muy bien planteada en su campaña de marketing: 17 niños, todos de la misma clase, salen de sus casas a las 2:17 de la madrugada para desaparecer sin dejar rastro. Este misterio es el motor argumental de una película inteligente y sobre todo, entretenida, que resulta muy atrevida en su mezcla de retrato de personajes, sustos, toques de comedia negra y violencia extrema, para acabar contando un relato de terror clásico. Cregger se apoya sobre todo en un reparto solvente compuesto por Julia Garner, Josh Brolin, Benedict Wong, Alden Ehreinreich y Amy Madigan para crear una historia cuyos giros y sorpresas no conviene conocer antes del visionado. Y esto es importante, porque toda la gracia de 
Weapons está en el enigma central del relato. En una jugada muy inteligente, Cregger propone al espectador de 2025 una película que parece una serie de televisión: la historia se divide en capítulos, cada uno desde el punto de vista de un personaje -una profesora, un padre, un policía, un joven sin techo, el director del colegio, etc.-. Este cambio casi constante de perspectiva, permite mantener la atención del espectador cuyo interés se potencia gracias a un guión que coloca un cliffhanger al final de cada segmento. Mientras el misterio de fondo se mantiene, el relato no pierde su interés. Pensemos en series como Perdidos (2004-2010) o su magistral precedente, Twin Peaks (1990-1991), que se valían de la misma estrategia -la caja misteriosa de J.J. Abrams- para no perder audiencia. El gran problema de Weapons es que cuando comienza a enseñar sus cartas, el interés se desploma y el espectador más avezado será capaz de ir siempre un paso por delante, hasta una resolución que se esmera demasiado en explicar el misterio y en no dejar ningún cabo suelto. Poco queda a la imaginación del espectador, y quizás esa sea, precisamente, la clave del éxito. Aún así, la película de Cregger es estupenda y conecta temáticamente con el terror reciente de Devuélvemela (2025) o Longlegs (2024), pero con la voluntad de llegar a un público más amplio. Tras resolver el enigma, eso sí, Cregger recupera el pulso y acierta con un final estimulante, sangriento y divertido que deja buen sabor de boca.

KARATE KID: LEGENDS -UNA NUEVA GENERACIÓN


Karate Kid
(1984) es un clásico generacional que cuenta con múltiples secuelas, remakes y una serie televisiva, Cobra Kai, que han ido expandiendo la idea original. Karate Kid: Legends (2025) vuelve a los inicios pero al mismo tiempo recoge todos los flecos de las entregas anteriores. Una recuela en toda regla que presenta a un nuevo personaje, Li Fong (Ben Wang), un joven chino que viaja con su madre (Ming-Na Wen) a Nueva York y comienza una nueva vida en la que pronto aparecen problemas que le obligarán a someterse a un duro entrenamiento de artes marciales. La historia repite entonces el esquema primigenio de la película de 1984, pero con variaciones: Li Fong ya tiene conocimientos de kung fu y ha sido entrenado nada menos que por el señor Han (Jackie Chan) de The Karate Kid (2010). En sus primeros compases, la película recrea, es cierto, lo ya visto, pero aún así consigue conectar con el espectador gracias a una historia sencilla con elementos cotidianos que permiten la identificación gracias al carisma de los actores. Li Fong conoce a una chica, Mia (Sadie Stanley) y a su padre, Victor Lipani (Joshua Jackson) lo que desvía la trama principal de Li Fong para centrarse en los intentos de este último en volver al ring de boxeo. Una desviación que funciona porque, en el fondo, 
Karate Kid: Legends se trata de mezclar elementos argumentales muy disfrutables de películas muy conocidas: además de la base de la historia original ya mencionada, nos acordamos de Rocky (1976) -no por nada, dirigida por John G. Avildsen, que se encargó también de la trilogía de Karate Kid- y la presencia de Jackie Chan -y las subtramas de venganza- nos llevan al cine de artes marciales de Hong Kong y sus templos shaolines. Todo eso con un apartado visual y un uso de la música derivado de la cinta animada Spider-Man: Un nuevo universo (2018), que preparan el terreno para la reaparición de Ralph Macchio como Daniel Larusso, convertido ahora en el nuevo señor Miyagi (Pat Morita). La mezcla de coming of age adolescente, nostalgia ochentera y artes marciales es un éxito y la película funciona de maravilla aunque su tramo final resulte alo atropellado, rebajando la intensidad emocional de los combates decisivos -que, por cierto, tienen la estética de los videojuegos y de paso, promocionan el Tekken-. Aún así, vuestros hijos saldrán del cine dando patadas al aire como lo hicimos nosotros en 1984.