BARBARIAN -CATÁLOGO DE TERRORES


Barbarian
es primero una película de terror epidérmica, compuesta de set pieces que nos muestran las típicas escenas de tensión ante una posible amenaza; el descubrimiento de lugares misteriosos; la oscuridad que oculta lo desconocido; la revelación de horrores terribles del pasado; además de persecuciones terroríficas. Pero también es una película que explora otros miedos más reales, más presentes en el día a día, como el de la clase media/alta al rencor social en un barrio desfavorecido -en este caso, Detroit-; el miedo al racismo; el temor a una debacle del sistema (capitalista) que nos convierta en habitantes de una ciudad fantasma. Y también el miedo de una mujer a ser agredida -sexualmente- por un hombre desconocido; la inquietud del hombre a ser acusado por una mujer, quizás, de forma injusta ( o quizás, no). La película comienza cuando Tess (Georgina Campbell) alquila un apartamento en Airbnb y encuentra, en su interior, a otra persona (Bill Skarsgard). Pero eso es solo el inicio del relato, porque esta película escrita y dirigida por Zach Cregger es un descenso a los infiernos de la oscuridad del ser humano, tanto en su forma visual, en el relato físico de lo que le pasa a los personajes, como en la exploración de los temas de fondo que apunta. Barbarian es al mismo tiempo un tenso relato de sustos y una reflexión sobre la violencia contra la mujer -violencia que incluye la imposición del rol de madre- buscando sus orígenes en un pasado idealizado, pero tan conservador como terrible. Se puede ver en Disney Plus.

UNICORN WARS -OSOS NADA AMOROSOS



Unicorn Wars es de esas películas que son instantáneamente 'de culto'. Tras decir esto, puede sorprender que sea una cinta de animación y sobre todo que sea española (gallego-francesa, pone la Wikipedia). Dirigida por Alberto Vázquez -autor detrás de Psiconautas (2015)- Unicorn Wars tiene un planteamiento, como poco, curioso: una sociedad de osos -algo así como los Osos Amorosos- está enfrascada en una guerra contra los unicornios -no sé si es una referencia también ochentera a My Little Pony-. A pesar del aspecto adorable de los osos protagonistas y de la belleza de los unicornios enemigos, la guerra entre ambos se presenta en pantalla con toda la dureza de un conflicto real: terror, violencia, muerte y mucha sangre. Veremos a esos osos de colores y nombres ridículos hacer cosas como rascarse el pito, vomitar o pegarse salvajemente. Esto produce un contraste similar al que encontramos en El Gato Fritz de Robert Crumb o en El delirante mundo de los Feebles (1989) de Peter Jackson, por citar solo un par de ejemplos. Este concepto, que puede parecer limitado, sin embargo, no se agota en los 92 minutos de metraje, porque el argumento se convierte en un tremendo alegato antibelicista y antifascista, que bebe de películas como Johnny cogió su fusil (1973), Apocalypse Now (1979), La chaqueta metálica (1987) o La delgada línea roja (1998) y nos habla de la manipulación de la población para mantener a una clase opresora en el poder, a la fabricación de un enemigo para movilizar masas -los unicornios no existen- con referencia incluida a Jose Millán-Astray. Con una animación más que eficiente y vistosa -con momentos que hacen pensar en The Wall (1982)-, Unicorn Wars entusiasma sobre todo por su tono tremendamente pesimista, más bien nihilista, que utiliza a seres de fantasía infantil para el retrato más oscuro posible del ser humano. Imprescindible.

HALLOWEEN ENDS -EXPECTATIVAS


Mucho cuidado con las expectativas. Al entrar a ver una película como Halloween Ends, es normal esperar ciertas cosas, al fin y al cabo, estamos ante una franquicia originada en el primer slasher, esa obra maestra de John Carpenter en 1978, que dio pie nada menos que a 12 secuelas, ninguna tan buena como la original, algunas de muy poca calidad, pero todas siguiendo el mismo esquema argumental. Michael Myers es un asesino (inmortal) que mata a sus víctimas, una detrás de otra, hasta que solo queda una chica -la famosa final girl-. Un esquema que se puede aplicar, con variaciones más o menos relevantes, a otras sagas como Viernes 13, Pesadilla en Elm Street o Scream. Si antes he dicho que todas las secuelas de Halloween responden al mismo esquema, debo admitir que he faltado a la verdad. Ahí está Halloween III: El día de la bruja (1982), en la que ni aparece Michael Myers ni estamos ante un slasher. Aquella tercera entrega es, para algunos, la peor de la franquicia -que rápidamente recuperó a Michael Myers- y para otros -incluyéndome- una de las mejores entregas. Algo debe pasar con eso de ser una tercera parte, porque en Halloween Ends, David Gordon Green también decide hacer algo bastante diferente a lo esperado. Así que, si pensábamos que íbamos a ver una continuación directa de lo ocurrido en Halloween (2018) y Halloween Kills (2021), nos llevaremos la primera decepción. La historia da un salto en el tiempo y cambia las coordenadas de Laurie Strode -la ya mítica Jamie Lee Curtis, en su despedida- y de su eterno enemigo. Tras un prólogo estupendo, conoceremos a un nuevo protagonista (Rohan Campbell), cuya historia me ha parecido muy interesante. Otra cosa es la relación de esta trama con la saga de Halloween, que puede no ser satisfactoria para todos los fans/espectadores. Pero lo que no se puede negar es que, si vamos al cine a ver un esquema argumental -el del slasher- predecible y de sobra conocido, nos encontraremos con una película de terror que nos mantiene constantemente desorientados, sin saber por dónde vienen los tiros -o las puñaladas-. Lo mejor es ver Halloween Ends con la mente abierta. En mi opinión, David Gordon Green ha sabido crear un argumento interesante en cada película, con planteamientos interesantes: revirtiendo los roles de asesino y víctima en la primera entrega de esta trilogía, que funciona como espejo de la original de Carpenter; dándole protagonismo al pueblo donde ocurren los hechos -Haddonfield- en Halloween Kills, convirtiendo su película en un comentario sobre cómo reacciona la sociedad estadounidense a las crisis -en la era Trump, claro-; y aquí, en esta última entrega, hablando de temas tan polémicos como el origen del odio, de los asesinatos masivos, y la culpabilización de las víctimas. Para mí, está lejos de ser la peor secuela de Halloween.

UN AÑO, UNA NOCHE -EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL TERRORISMO


¿Qué habría pasado si los protagonistas de Un año, una noche no hubiesen estado en la sala Bataclán, en París, el 13 de noviembre de 2015? ¿Habrían sido más felices Ramón y Céline? ¿Se habrían querido más? ¿Habrían cambiado de trabajo? ¿Serían menos racistas? ¿Habrían bebido menos vino, fumado menos porros, tomado menos pastillas? Esta gran película de Isaki Lacuesta explora las consecuencias de un hecho traumático -el atentado terrorista en el que murieron 89 personas- en una pareja que intenta seguir con su vida tras afrontar una realidad -la del odio, la violencia y la muerte- que la mayoría de nosotros experimentamos solo a través de las noticias. La película es un absorbente drama íntimo que explora las emociones de sus personajes principales, interpretados por dos grandísimos actores: Nahuel Pérez Biscayart y una inmensa Noémie Merlant. El guión de Lacuesta, Isa Campo y Fran Araújo -basado en el libro autobiográfico Paz, amor y Death Metal de Ramón González- nos muestra el día a día de estos supervivientes, que intentan dejar atrás el trauma, cada uno a su manera, acosados por los recuerdos del atentado, que aparecen como intensos flashbacks. Es una película sobre el peso del pasado en el presente. 

Nunca veremos a los terroristas, ni a los fallecidos, porque no es esa la intención de Lacuesta, que deja que sus estupendos actores reflejen en sus rostros, en sus palabras y en sus cuerpos, el horror de lo ocurrido. ¿Estamos preparados para la barbarie? Hay países, realidades, en las que una sociedad convive con la violencia, con la guerra, con la ausencia de derechos humanos. Pero en el primer mundo, en occidente, en Europa, vivimos anestesiados  por las redes sociales, los medios de comunicación, la música, la terapia psicológica... Mientras Ramón y Céline sufren en silencio el trauma, su entorno, los que no estuvieron en la sala Bataclán, relativizan, envían mensajes con frases ridículas pidiendo amor y no odio, hacen bromas con futuros atentados como supuesta provocación. Lacuesta, cuyo cine siempre ha difuminado la frontera entre la ficción y el documental, presenta los hechos del atentado, los coloca en un contexto social y político y por encima de esto fabrica una preciosa historia de amor, sobre dos jóvenes encerrados en un piso de París que no pueden olvidar lo que pasó una noche en la que quizás habrían debido quedarse en casa. Un año, una noche es una película dolorosa pero emocionante, que encuentra una terrible belleza en las partículas de pólvora flotando en el aire, en el brillo metálico de las mantas térmicas con las que se cubre a las víctimas y en la mirada perdida de estas, incapaces de asumir lo que han sufrido en la peor noche de sus vidas.

LA CASA DEL DRAGÓN -EL PROBLEMA DE LA SUCESIÓN


Unos 200 años separan lo que cuenta La casa del dragón -en HBO Max- de lo relatado en Juego de Tronos (2011-2019) y respiramos aliviados. Como espectadores no estamos obligados a sabernos al dedillo lo que ocurrió en la serie de David Benioff y D.B. Weiss, basada en las novelas de George R. R. Martin y más allá, para disfrutar -y comprender- esta nueva serie creada por Ryan Condal. Es falso. Casi todo en La casa del dragón se parece mucho a lo ya visto: cuando llegamos al final del primer episodio ya nos están hablando del invierno que viene -aunque falte, todavía, mucho para ello-. El primer capítulo, titulado Los herederos del dragón, parece un resumen visual de la serie original: reuniones políticas, relaciones familiares complicadas, luchas por el poder que aspiran a ser shakesperianas, un torneo entre caballeros y, por supuesto, esos elementos que hacen de esta serie material 'adulto', como son la violencia -aquí, muy exagerada durante el referido torneo y cuando la guardia de Daemon Targaryen hace 'justicia' en las calles- y algunas escenas de sexo, más bien recatadas. Luego tenemos, claro, a los dragones, uno de los principales atractivos de Juego de Tronos que en la época en la que tiene lugar este spin-of, abundaban. Resumiendo: La casa del dragón no ofrece nada nuevo a los espectadores de Juego de Tronos y está claro que tampoco busca hacerlo. Todo lo contrario y no tenga nada que objetar al respecto. Otra cosa es que eche en falta algo que en la serie anterior abundaba: personajes interesantes. 

En La casa del dragón la principal protagonista es la princesa Rhaenyra Targaryen, interpretada por dos actrices en diferentes momentos de su vida: primero Milly Alcock y luego Emma D'Arcy. El personaje es una variación de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke), una mujer que debe abrirse paso en un mundo de hombres para ejercer el poder como soberana. El conflicto al que se enfrenta Rhaenyra es no ser aceptada como legítima heredera del trono de su padre. Esto se plantea al principio de la temporada y así se mantendrá durante los 10 episodios que conforman esta primera entrega de la serie. Durante más de 10 horas, la progresión dramática de la historia de Rhaenyra -y la de su propio personaje- es prácticamente nula. Y eso que durante ese abultado metraje veremos cómo la princesa se convierte en mujer, comparte su vida con varias parejas y es madre de varios hijos. Mi gran problema con La casa del dragón es lo estático de su planteamiento, el casi nulo desarrollo de sus personajes, la falta de acción. Con una protagonista bastante pasiva, el segundo personaje en relevancia debería ser Daemon Targaryen, interpretado por un inquietante Matt Smith. Se trata de otro aspirante al trono, planteado como el gran villano de la serie. Pero la amenaza que representa a Daemon nunca llega a materializarse y los giros de guión acaban convirtiendo al personaje en parte del decorado de forma frustrante. El propio argumento de la serie desactiva sus tensiones, empeñada en contarnos las cosas a través de largas conversaciones en salones de piedra con el único aliciente de la espectacularidad de los dragones, que asoman la cabeza, eso sí, al menos una vez por episodio. La narración, de hecho, hace un uso frecuente de la elipsis, mostrándonos cómo los personaje envejecen sin haber resuelto sus rencillas -¿Esto es The Crown acaso?-. Saltos en el tiempo de varios años que deberían aportar, al menos, un sentido a lo que vemos, una unidad temática general. Pero no. Aparecen los hijos de Rhaenyra y los de su rival, la reina Alicent (Olivia Cook) -a la que también hemos visto crecer- para perpetuar el mismo conflicto central, el de la sucesión. De hecho, veremos a esos niños convertirse en jóvenes, solo para repetir una y otra vez sus enfrentamientos que no llevan a ningún lado. Como he dicho antes, los capítulos de la temporada transcurren hasta que, por fin, algo cambia obligando a los personajes a tomar decisiones. Aviso de spoiler, la muerte del rey Viserys (Paddy Considine), en el antepenúltimo episodio, es el primer acontecimiento relevante de toda la temporada. Y los personajes implicados en el famoso juego de tronos, solo entonces comienzan a prepararse para hacer algo... en el último capítulo. Entremedias, poca cosa. Relaciones sentimentales -incestuosas-, enfrentamientos irrelevantes, personajes que van y vuelven, alianzas que se rompen y se recomponen. Todo esto tendría sentido si los personajes fueran más interesantes, si el planteamiento visual no fuera tan plano, si los guiones no fueran tan funcionales, si el reparto tuviera más carisma. No hay nada realmente malo en La casa del dragón, pero tampoco hay nada realmente bueno.

De todo esto solo puedo salvar a un personaje, el rey Viserys Targaryen, el único que me parece interesante ya que se enfrenta a los conflictos propios del poder, obligado a estar entre las disputas de sus dos familias enfrentadas, dividido entre sus hijos y sus nietos. Viserys, por obligación, es el personaje más activo del relato, obligado a tomar decisiones complicadas y a hacerle frente a sus consecuencias. El personaje crece episodio tras episodio hasta una despedida que lo humaniza y lo hace grande en la tragedia: no podrá ser testigo del destino de su hija, de su esposa, de sus nietos, de su reino. La fantástica interpretación de Paddy Considine eleva al personaje por encima del guión y de la serie. Su despedida, aunque necesaria, nos deja huérfanos. Su ausencia se sentirá en la segunda temporada.

DAHMER -LA REDENCIÓN IMPOSIBLE


En una juguetona referencia a 2001: Una odisea del espacio (1968) el niño que representa al asesino psicópata Jeffrey Dahmer contempla los pequeños huesos de una zarigüeya y los lanza hacia el cielo, como cuando el prehistórico Moonwatcher hacía lo mismo con un hueso que había convertido en arma tras su repentino salto evolutivo en la película de Kubrick. ¿Quieren decir con esto los creadores de la serie que el asesino psicópata está un peldaño por encima del homo sapiens? Esta sería la misma socarrona teoría que esgrimía Quentin Tarantino en el guión de Asesinos natos (1994) de Oliver Stone. Sea como sea, esta ficción creada por Ryan Murphy e Ian Brennan sí que establece que Dahmer es un depredador de hombres que no puede evitar cazar -y alimentarse- de sus presas, igual que un lobo o un león obedecen sin remedio a su naturaleza.

Habría sido muy fácil reflejar en la serie a Jeffrey Dahmer como la pura encarnación del mal. Sus crímenes son terribles e incluyen desmembramientos, necrofilia y canibalismo. Y cosas peores. Pero el argumento, lejos de centrarse en los detalles más escabrosos de estos crímenes -tampoco los evita- dedica gran parte del metraje de sus 10 episodios a mostrarnos cómo Jeffrey Dahmer, al que da vida un fantástico Evan Peters, tiene grandes dificultades para adaptarse a la vida en sociedad. Lo terrorífico de este asesino en serie -que mató a 17 personas entre 1978 y 1991- es su forma de ver al otro, a sus víctimas: son como objetos sin vida. Dhamer ve la muerte que hay en todos nosotros. Obtiene placer -sexual- poseyendo cuerpos inertes, ya sean maniquíes o seres humanos. La serie nos dice que nunca sabremos qué ha hecho así a Dahmer, y propone al asesino como un ser incapaz de contener esos instintos depredadores. Lo más interesante que plantea la serie es que el propio Dahmer se dé cuenta de que es diferente y se interrogue sobre ello e incluso busque ayuda en los demás. ¿No nos preguntamos todos por qué somos como somos? Para entender mejor al protagonista principal, el argumento propone también verlo desde fuera. El segundo personaje en importancia es el padre de Dhamer, interpretado por un soberbio Richard Jenkins, cuya mirada de hombre mediocre y gris produce una mezcla de piedad y rechazo. Lionel Dahmer ve a su hijo con una mezcla de amor, repugnancia, horror y culpa ¿Cuál es su responsabilidad en que Jeffrey se haya convertido en un monstruo? El guión explora la infancia del asesino y apunta a ciertos elementos familiares -el divorcio de los padres, el abuso de medicación de la madre- y sociales: Dhamer era rechazado por sus compañeros de colegio e instituto, no tenía amigos. Pero la serie denuncia también cierta crueldad aceptada socialmente: las disecciones de animales en las clases de biología; la forma en la que el padre ensarta una lombriz en un anzuelo intentando que siga viva -como un zombi- para que atraiga a los peces. ¿Cuál de todos esos factores ha sido decisivo en la gestación de su instinto asesino?

Dahmer no es un slasher. No es una sucesión de crímenes, de escenas sangrientas y gore que apelen al morbo del espectador. Es la disección de la personalidad de un perverso asesino desde todos los puntos de vista posible. Cada capítulo nos muestra cómo se ve al criminal desde fuera y cómo afectan sus crímenes a los que están a su alrededor. Vemos las dudas del padre, de la madre, pero también es un personaje importante esa vecina (Niecy Nash) que siempre sospechó de él. Un personaje antipático, chivato, que se pasa la vida viendo la tele, pero que, armada con su moral aprendida de Oprah y Geraldo, es la única con sentido común. Una Casandra afroamericana. La serie critica abiertamente la ineficacia policial, el tratamiento mediático de la noticia, o que Dahmer reciba cartas -¡Y dinero!- de sus fans. Murphy y Brennan hacen una panorámica desencantada de la sociedad estadounidense y de su tendencia a convertirlo todo en espectáculo, tema que conecta con ¡Nop! (2022) de Jordan Peele. Pero sobre todo, esta ficción se interesa por las minorías, por los marginados sociales y los diferentes. Tema presente en muchas de las series producidas por Murphy, nos encontramos con el retrato del colectivo gay, de las minorías raciales como los afroamericanos, e incluso se nos presenta un episodio desde las perspectiva de una persona con una discapacidad auditiva. El asesino psicópata que es Jeffrey Dahmer no solo se aprovecha de que a nadie le importen las víctimas de estos colectivos, sino que parece decirnos que él también es un condenado por ser diferente, que ha sufrido acoso y que vive en una soledad tremenda. El gran riesgo que toma Murphy es hacernos sentir piedad por el protagonista al mismo tiempo que sus crímenes nos resultan repugnantes e inexcusables. Y la forma en la que está presentado su destino final -atención spoiler- me parece el mejor alegato posible contra la pena de muerte. ¿Quién puede decir que un monstruo como Dahmer no merece morir? ¿Por qué entonces verle ajusticiado nos revuelve el estómago?

SMILE -LA SONRISA DEL TERROR


Convertir el gesto amistoso por excelencia, la sonrisa, en el signo escalofriante de una amenaza es el principal hallazgo de Smile, película de terror del debutante Parker Finn. La película nos presenta a una psiquiatra, la doctora Rose Cotter (Sosie Bacon), que presencia el suicidio de una paciente recién ingresada en el hospital en el que trabaja. Su muerte desencadenará un misterio que perseguirá a la protagonista, que intentará escapar de una extraña  cadena de muertes. Sin revelar nada más del argumento, hay que decir que Smile es un estupendo film de terror, que desarrolla y explota una idea muy sencilla, jugando con sus posibilidades y fabricando con ello un entretenimiento sumamente eficaz. El argumento tiene un ritmo endiablado, en el que cada secuencia está coronada por un buen susto: los hay de todos los colores, desde el resultón jumpscare, hasta el recurso visual a esas sonrisas, supuestamente amigables, que acaban resultando siniestras. Además, Finn demuestra tener una buena capacidad para fabricar imágenes de pesadilla, algunas memorables. Lo mejor de la película es que se mantiene fiel a su premisa, lo que evita distracciones y nos lleva de la mano en un tren de la bruja de sustos y sobresaltos. La pega es que, en el fondo, esa sencillez también puede hacer que la trama se vuelva algo previsible. Un detalle menor si nos concentramos en disfrutar de una cinta de terror muy eficaz que tiene, además, otra capa de significado sobre el tema de la salud mental. Todo lo narrado podría estar ocurriendo en la mente de la protagonista, que sufre las secuelas de un trauma infantil y que ahora se enfrenta a los fantasmas escondidos en un psique. Smile podría ser también una escalofriante representación de la soledad, el aislamiento y la desesperación del enfermo mental de tendencias suicidas.

LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA -TODO LO QUE SIEMPRE QUISO SABER SOBRE SEXO


Sobre el sexo como forma de establecer relaciones con los demás y como paso definitivo de la adolescencia a la madurez nos habla La consagración de la primavera, soberbia película de Fernando Franco. El planteamiento del film nos propone como protagonista a Laura (Valeria Sorolla), una joven mallorquina que ha abandonado el hogar para comenzar sus estudios universitarios en Madrid, hospedándose en un colegio mayor. Veremos a Laura intentando relacionarse con los demás, pero encontraremos que tiene un problema con los chicos, con el sexo y con su propio cuerpo. Es entonces cuando en su camino se cruza David (Telmo Irureta) un joven con parálisis cerebral: el encuentro entre estos dos personajes es la película. La amistad que comienza a forjarse entre ambos está mostrada en la pantalla con inteligencia, ternura y una humanidad tremendas. Cada momento que Sorolla e Irureta comparten es memorable. Franco nos dice que Laura es una joven sobreprotegida e incómoda con su sexualidad, cuya educación católica le impide abrirse al mundo; la discapacidad de David, en cambio, le hace mucho más práctico y seguro de lo que quiere, incluso en materia sexual. Entre ambos está una gran Emma Suárez, una madre directa y transparente, nada turbia a pesar de algún rasgo digno del cine de Bertolucci. Tres personajes y tres actores que elevan la película de Fernando Franco has conseguir la emoción del espectador. Una película a la que solo puedo achacarle un desenlace en el que me queda la duda de si el personaje de David ha sacado lo suficiente de su relación con Laura o si simplemente se resigna a volver a la invisibilidad que sufren las personas con discapacidad. La respuesta está, quizás, en fijarse en cuál de los dos personajes acaba llorando durante el desenlace de la historia.

GIRASOLES SILVESTRES -MADRE SOLTERA BUSCA


La diferencia entre ser padres con hijos y formar una familia parece ser la tesis que expone Jaime Rosales en su película Girasoles silvestres. Para exponer sus ideas, Rosales se sirve del personaje de Julia, una joven madre soltera que lucha por sacar adelante a sus hijos, pero que también busca la felicidad y el amor en una pareja. La película se divide entonces en tres partes o capítulos centrados en tres jóvenes que mantienen una relación sentimental con Julia. Girasoles silvestres afronta el que parece ser el gran problema de la generación millennial: la paternidad, ese paso hacia la madurez y las responsabilidades presentado como el máximo sacrificio, el fin de las aspiraciones vitales, la última renuncia. Un tema abordado en la reciente -y estupenda- Cinco lobitos, aunque allí el asunto aparece desde la perspectiva del humor y el costumbrismo, cuando Rosales prefiere el rigor de una puesta en escena quirúrgica y una distancia de entomólogo. La frialdad con la que está contada Girasoles silvestres, sin embargo, provoca una emoción mayor, casi abrumadora, cuando presenciamos lo que le pasa a Julia. A ello contribuye la siempre estupenda Anna Castillo, una actriz que siempre resulta creíble y que aquí soporta el peso de toda la película, componiendo un personaje fuerte pero frágil, vulnerable sobre todo en su inexperiencia. Rosales ya habló sobre los jóvenes y su precaria situación en España en Hermosa juventud (2014), donde la pareja protagonista también debía enfrentarse al peso de la paternidad. Y si en algo coincide Rosales con Cinco Lobitos es en señalar al hombre, a las parejas masculinas de Julia, como menos capacitados, menos maduros, para asumir el papel de padre. Recordemos también que Petra (Bárbara Lennie) le pedía cuentas a su progenitor en la película de 2018 firmada por Rosales. Aquí, Julia no encuentra a ningún hombre que quiera comprometerse con la idea de un proyecto familiar, asustados ante la carga de los hijos, contaminados por una idea tóxica de lo masculino -el personaje de Oriol Pla-, incapaces de asumir el rol de padres y de comunicarse con los niños -el personaje de Quim Ávila-, prefiriendo incluso su vida profesional a la convivencia doméstica -caso de Lluís Marqués-. Un retrato del género masculino en el que también se incide en la ya mencionada Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa. ¿Y quién puede negar que, la mayoría de las veces, es la madre la obligada a apechugar? Rosales no nos dice que Julia es la madre perfecta, y retrata a unos jóvenes inmaduros, desorientados, dependientes de los smartphones y las redes sociales, explotados en trabajos mal pagados que no permiten la conciliación y propone, quizás -es mi interpretación- que la familia es la única forma de resistencia.

CERDITA -CORDEROS Y LOBOS


Cerdita
es la ópera prima de Carlota Pereda, que expande el concepto de su exitoso cortometraje de 2018. En su premisa radica su mayor interés, al plantear un cambio de perspectiva en el cine de terror, concretamente en el muy codificado subgénero del slasher. L
a historia de Cerdita nos muestra a un asesino en serie que irrumpe en un tranquilo pueblo para iniciar una serie de brutales asesinatos y torturas, en la línea del terror rural de La matanza de Texas (1974). En lugar de una sucesión de escenas sangrientas en las que las víctimas son adolescentes descerebrados, la historia es contada desde la perspectiva de una chica, Sara (Laura Galán), que sufre acoso por parte de sus compañeros de instituto. Si en la cadena trófica social el psycho killer se podría corresponder con el depredador en lo alto de la pirámide, seguramente la víctima de bullying está en la base de la misma, una presa fácil ¿Cuál puede ser la relación entre ambos? Los dos son marginados sociales, rechazados por la normalidad, solitarios que huyen del contacto humano, aunque, en el fondo, lo desean. Pereda busca fusionar estos dos mundos, pero, si bien consigue un estupendo retrato de la protagonista, Sara, y de las crueles burlas que sufre solo porque su cuerpo no cumple con los cánones de la tiranía estética, no se puede decir lo mismo de ese asesino que se cruza en su vida. El desconocido (Richard Holmes) se mantiene como una presencia fuera de campo a la que nunca llegamos a conocer del todo, lo que en mi opinión descompensa el relato. Cerdita brilla narrando el drama de Sara, sobre todo cuando describe su relación con su madre, estupenda Carmen Machi, que es incapaz de entender su problema, por lo que acaba siendo parte del mismo. Como drama adolescente sobre el acoso, la película funciona estupendamente, pero como cine de género, Pereda prefiere mantener al asesino en los márgenes del relato y del pueblo -un retrato social, por cierto, descorazonador- en el que ocurren los hechos. El psicópata se pasea sin ser detectado por la localidad, lo que se podría haber aprovechado para darle una dimensión más alegórica o fantástica al asesino. Esa es, personalmente, mi única pega a un film crudo y perturbador, cuyo gran valor es su protagonista, la única con un mínimo de humanidad en todo el relato.

FESTIVAL DE SITGES 2022 -CINE FANTÁSTICO ON LINE


Para los que no tenemos la suerte de poder acercarnos a Sitges cada año para disfrutar de su festival de cine fantástico, la versión online que ofrece la organización nos da la vida. Es la oportunidad de ver películas, aunque tenga que ser en la privacidad del hogar y sin disfrutar del estupendo ambiente del festival. Este año hay unas 22 películas disponibles -hasta el domingo 16 de Octubre- y yo he podido ver cinco de ellas, que comento brevemente.

La paradoja de Antares es la ópera primera de Luis Tinoco, cuyo cortometraje Caronte (2017) le valió numerosos premios y nominaciones en festivales internacionales. En este primer largometraje, Tinoco propone una idea que, más que ciencia ficción, es especulación científica: la búsqueda de vida extraterrestre a través del rastreo de señales en el espacio infinito. A esto se dedica la protagonista, Alexandra, interpretada por Andrea Trepat, sobre cuyos hombros carga todo el peso de la historia. Alexandra es una científica obsesionada con su misión en los cielos, que tiene que lidiar, sin embargo, con los problemas mundanos: la falta de compromiso de sus colaboradores, la falta de inversión en investigación, la incredulidad y, sobre todo, su entorno familiar. El padre de Alex está enfermo, pero ella evitará enfrentar esa situación poniendo como excusa su absorbente labor. De hecho, a Tinoco parece interesarle mucho más hablar de estos problemas terrenales de su personaje -que se enfrenta a cortes de luz, tormentas y problemas informáticos- que de la posibilidad de contactar con vida extraterrestre. El gran mérito de la cinta es el uso de un solo escenario, la estación en la que trabaja la protagonista, y la capacidad de hacernos sentir que fuera hay un mundo, un universo, en el que ocurren cosas. Con reminiscencias de Contact (1997), La paradoja de Antares es un buen ejercicio de cine con presupuesto limitado.

Shin Ultraman es un poco la continuación, espiritual, de la estupenda Shin Godzilla (2016). Firmada por el mismo equipo creativo, Hideaki Anno y Shinji Higuchi, la película recupera al personaje clásico de la serie televisiva japonesa -Ultraman (1966)- que nos mostraba a un colosal superhéroe luchando con monstruos gigantes. Puro kaiju eiga. Si en la mencionada Shin Godzilla asistíamos a un remake del film original en clave ecológica y en el que los funcionarios gubernamentales, como un todo, se unían para combatir a la monstruosa amenaza, aquí un grupo de hombres y mujeres de traje y corbata se enfrentan también a extrañas y colosales criaturas -mencionemos en el reparto nada menos que a Hidetoshi Nishijima, conocido por Drive my car (2021)-. Sin embargo, aunque el inicio de la película tiene un bestiario bien nutrido, estos desaparecen en la segunda parte, para dejar paso a una invasión extraterrestre, proponiendo a Ultraman como una figura mesiánica.

Carnifex es una monster movie ambientada en Australia, de trasfondo ecologista, sin mayor aspiración que entretener al espectador. Es la ópera prima de Sean Lahiff, hasta ahora editor cinematográfico que ha participado en obras de género como Relic (2020) y Wolf Creek 2 (2013). La película nos presenta a una documentalista que busca concienciar sobre las especies australianas en peligro, a la que acompañan dos biólogos. Juntos tendrán un encuentro muy poco agradable con una especie desconocida y agresiva. La película se toma su tiempo en presentarnos a sus personajes, supongo que con la intención de que nos preocupemos por ellos cuando la criatura haga su aparición, cosa que no ocurre hasta el último tercio del metraje. Estamos ante un entretenimiento correcto, con un monstruo aceptable, aunque Lahiff no sea capaz de imprimir tensión a los momentos de terror y el desenlace no sea satisfactorio.

Nightsiren es una película eslovaca y de la república checa dirigida por Tereza Nvotová que plantea la brujería como vehículo para hablar del patriarcado. Una mujer regresa al pueblo en el que nació, marcada por dos hechos trágicos: la muerte de su hermana, de la que se siente culpable, y que su madre fuera acusada de brujería por los vecinos. La cinta es un drama con elementos de terror en el que la protagonista debe descubrir el misterio de su pasado y lidiar con el rechazo del pueblo. Nightsiren propone que las tradiciones ancestrales -fiestas populares, leyendas, supersticiones- son burdas excusas para mantener vigente el machismo, el maltrato infantil y otras lacras sociales. La película habla de la culpa, de la maternidad, de la amistad entre mujeres, de la violencia y de romper con el pasado para construir un futuro mejor. El fuego, que sirviera para quemar a las brujas en tiempos pretéritos, se convierte aquí en un elemento purificador y renovador. La película, sin embargo, no resulta demasiado estimulante.

Arde! de Paco Campano propone una inmersión en sus imágenes dejando en el misterio la posible relación argumental entre ellas. La imaginería es la del cine exploitation: erotismo y sexo gratuito, violencia, un poco de gore y hasta OVNIS, por no hablar de referencias al formato VHS que forjó la cinefilia de toda una generación. Hay una voluntad de homenaje al cine argentino no canónico, adoptando como padres a Armando Bo e Isabel Sarli, director y actriz que realizaron una serie de films sexploitation en ese país y también aparece por ahí el cartel de una película de Jorge Porcel, que hizo películas similares a las del destape español. Arde! es cine underground, algo provocador, que abraza la estética del vídeo digital. Protagoniza una despampanante Rocío López Ferreira, que se pasea por la película desatando su sexualidad contagiosa -en plan La Invasión de los Ultracuerpos (1978)- y a la que vemos siendo pretendida -y acosada- por los hombres que se van cruzando en su camino. Curiosa.

LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS -ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DE FRANCO


En un momento de Los renglones torcidos de Dios -la película- un conserje retira el retrato de Franco de la pared de una comisaría para colocar el de un joven Juan Carlos I. Fuera de los muros del manicomio -o psiquiátrico- en el que ocurre la historia, España estaba cambiando. ¿Se vive dentro una transición similar gracias a las reformas del director, Samuel Alvar (Eduard Fernández)? Este ha dejado que los enfermos mentales -los locos- circulen libremente. Pero él mismo reconoce que las cosas importantes nunca cambian verdaderamente. La verdad es que ese trasfondo político puede aportar una segunda lectura a la intriga que vemos en la película dirigida por Oriol Paulo y que adapta la conocida novela de Torcuato Luca de Tena. Pero el film es antes un trozo de pastel, como diría Hitchcock, que un trozo de vida. El guión establece desde el principio un juego con el espectador, que debe descubrir quién dice la verdad: el ya citado director del psiquiátrico, o la protagonista, Alice Gould, interpretada por una enorme Bárbara Lennie. Ambos actores se divierten de lo lindo soltando cada frase de texto con una ambigüedad tremenda, dejándonos siempre en la duda de lo que estamos viendo. Un juego muy divertido en una película algo hitchcockiana -aunque no haga uso en ningún momento del suspense-, que se recrea en el catálogo de freaks que habitan el manicomio y que parece recordar en varios momentos a El resplandor (1980) -la película de Kubrick-. Personalmente, creo que la puesta en escena de Paulo podría haber sido más juguetona y que la utilización de dos líneas temporales en el arranque del film resulta confusa e innecesaria, pero salvando estos dos escollos, estamos ante un producto de entretenimiento impecable con una Bárbara Lennie divertidísima que llena la pantalla.

EN LOS MÁRGENES -HISTORIAS CRUZADAS DEL DESAHUCIO


El conocido actor Juan Diego Botto debuta como director con el largometraje de ficción En los márgenes, obra preocupada por el drama social de los desahucios en España. Para ello, Botto se arropa con una de las mejores actrices internacionales, Penélope Cruz, además de contar con uno de los actores más prestigiosos de España, Luis Tosar, añadiendo también su propia presencia al reparto y contando con otros intérpretes solventes como Font García. Estupendos actores que, quizás, son también mi primera duda sobre esta película que aspira a ser un espejo de una realidad inmediata y dolorosa. ¿No habría sido mejor contar con actores desconocidos o incluso no profesionales para darle un mayor verismo al relato? Pensarlo no deja de ser un ejercicio inútil: el director ha tomado una decisión artística y a partir de ella es como debemos analizar su obra. La historia plantea a tres protagonistas principales, enfrentados, de diferentes maneras, a la desigualdad social, al problema de la vivienda, al desempleo y a la precariedad laboral. Son tres historias que se cruzan durante el metraje, pero que me parecen desiguales en sus resultados. En primer lugar tenemos a Luis Tosar interpretando a un abogado obsesionado con ayudar a los demás, concretamente a una mujer trabajadora, inmigrante, a punto de perder la custodia de su hija menor de edad. Esta trama es la que mejor funciona del conjunto, la más humana y la que arroja mayor luz sobre el conflicto social, económico y político que plantea En los márgenes. Luis Tosar es un actor estupendo que resulta creíble en la mayoría de los papeles que interpreta. Le acompaña Christian Checa, fantástico también, como el hijo -perdón, hijastro- del personaje de Tosar. Juntos forman una pareja muy interesante, que aporta un humor necesario como contraste al drama que estamos presenciando. No se puede decir lo mismo de las otras dos historias que completan el argumento. Penélope Cruz es una madre al borde del desalojo y, aunque no hace falta recordar lo gran actriz que es, su personaje y su historia no tienen el desarrollo suficiente. Lo mismo ocurre con una tercera subtrama, de reducida duración, protagonizada por Font García, que no aporta demasiado y adolece de un final que me parece abrupto. Mientras el personaje de Luis Tosar tiene entidad dramática y un conjunto de características que lo individualizan, creo que el de Penélope Cruz no es mucho más que una madre que va a ser desahuciada. Es un titular leído en un periódico, sin aportar los datos concretos de su historia humana. En los márgenes brilla como cine social, creo que incluso en sus momentos más didácticos y especialmente cuando hablan los asistentes a una asamblea de una plataforma antidesahucios. Brilla también en sus mencionadas interpretaciones: aunque la historia protagonizada por Penélope Cruz me parece poco aprovechada, ella está brillante, sobre todo en la dolorosa discusión con su marido que se convierte en un duelo interpretativo sobresaliente. Por último, el monólogo a cámara de la actriz Adelfa Calvo es enorme. Resumiendo, Juan Diego Botto ha hecho una ópera prima estimable, con ideas interesantes e interpretaciones sobresalientes, aunque creo que irregular en su conjunto.

APAGÓN -APOCALIPSIS BEFORE


Antes del año 2019, el argumento de la serie Apagón, producida por Movistar Plus, se podía considerar efectivamente como de ciencia ficción. Una tormenta solar deja sin energía eléctrica a gran parte del planeta lo que supone una crisis tremenda: la humanidad se queda sin medios de transporte, sin comunicaciones, sin abastecimiento y debe sobrevivir.  Me diréis que un fenómeno así, una tormenta solar, no ha ocurrido nunca a nivel global, por lo que imaginar lo que pasaría en semejante escenario sigue siendo territorio del género Fantástico. Pero lo cierto es que lo que cuenta Apagón, las consecuencias del mencionado desastre, son un vehículo para expresar lo que hemos sufrido durante la pandemia de covid-19. Así, si la función de la ciencia ficción clásica era preguntarse "qué pasaría si...", en el caso de esta producción no nos encontramos ante un ejercicio de anticipación, sino ante un análisis sobre hechos del pasado reciente, más bien inmediato, por no hablar directamente del tiempo presente, sirviéndose de una premisa fantástica, aunque plausible -recordemos que no hace mucho circuló un protocolo de emergencia para un gran apagón y recordemos que en Austria se llegó a hacer un simulacro-. ¿Es necesario este retrato de lo que hemos vivido en los meses recientes? ¿Es interesante? ¿Es demasiado pronto? ¿Se puede justificar que la ciencia ficción vaya un paso por detrás cuando siempre ha ido un paso por delante? Cada espectador tendrá que decidirlo. En mi opinión, a la serie Apagón le habría beneficiado ir un paso más allá, no solo contarnos los momentos inmediatos al desastre, sino desarrollar personajes más concretos, que fueran más que simples categorías: el técnico de emergencias, la médica, la adolescente, etc. La serie tiene, sin embargo, un atractivo enorme al reunir a los mejores directores y guionistas en una especie de Dream Team del cine español. Por suerte, el que cada uno de estos autores imprima su sello personal en el capítulo a su cargo, trascendiendo la premisa -algo convencional- del argumento, redime Apagón impidiendo que caiga en la mediocridad, proponiendo ideas interesantes y diferentes.

El primer episodio, Negación, viene firmado por Rodrigo Sorogoyen -El reino (2018)- y su guionista habitual, Isabel Peña. La historia nos lleva al Centro de Emergencias nacional, donde se detectan los primeros indicios del desastre que va a ocurrir. Sorogoyen sabe muy bien cómo imprimir tensión al relato y se apoya en su protagonista, un convincente Luis Callejo y en la banda sonora. Lo mejor del capítulo es la habilidad narrativa con la que está contado: no sobra nada. El tema: la incapacidad para prevenir la catástrofe, la falta de previsión -años sin invertir en I+D-, la incredulidad y el miedo de los políticos a tomar decisiones ¿Os suena de algo? 

Raúl Arévalo, cuyo único crédito como director de largometrajes es la estupenda Tarde para la ira (2016) se pone detrás de la cámara en Emergencia, con guión de Fran Araújo -La Peste, Hierro- y Alberto Marini -Mientras duermes (2011)- para dar cuenta, básicamente, de cómo la Sanidad se enfrenta a la crisis del apagón. El argumento pasa lista a todos los asuntos que conocemos de la pandemia: la precariedad de los sanitarios, la falta de recursos, medicamentos y personal, el problema ético de los cribados, etc. El resultado no es demasiado inspirado y creo que Arévalo no le saca partido a ideas estupendas como la del poblado gitano, mostrándonos cómo los marginados -los países del tercer mundo, por ejemplo- han convivido siempre con la falta de recursos y con apagones periódicos, por lo que no han perdido la capacidad de ser felices durante la crisis.

Isa Campo -codirectora de La próxima piel (2016)- y Fran Araújo, se encargan del tercer capítulo, Confrontación, que da cuenta de la inseguridad tras la catástrofe, cuando el estado de bienestar se resquebraja y aparece el miedo al otro, tema recurrente en la ficción post apocalíptica -no hace falta ir más lejos que la popular The Walking Dead-. Se aborda también otro tema conocido de la pandemia, el cuestionamiento de la juventud, acusada de irresponsabilidad, sospechosa de cara a los adultos -los padres con hijos- por su supuesto egoísmo y falta de sentido comunitario. El capítulo se beneficia de la presencia de la estupenda Patricia López Arnaiz, aunque la auténtica protagonista es Zoe Arnao -Las niñas (2020)-. Este episodio es quizás más interesante que los anteriores porque lleva la historia más allá de la crisis de la pandemia que todos vivimos, adentrándose en la distopía de un mundo que ya lleva varias semanas sin electricidad. Con una atmósfera de cine de terror, el adolescente se convierte en 'el otro' que amenaza y atemoriza a la comunidad, un miedo equiparable al de los 'okupas', del 'inmigrante' o los 'menas'.

Supervivencia está dirigido por Alberto Rodríguez -Modelo 77 (2022)- y escrito por su guionista habitual, Rafael Cobos, realizando ambos un soberbio ejercicio narrativo, casi sin diálogos, con mucha acción y haciendo un uso expresivo de los paisajes que convierte el episodio en un pequeño western. Protagoniza Jesús Carroza, que ganara un Goya precisamente gracias a Rodríguez en 7 vírgenes (2005). El mejor capítulo de Apagón habla de la brecha generacional, de un mundo que se extingue, y de la posibilidad de pasar el testigo a los que vienen detrás.

Por último, Equilibrio, brillantemente dirigido por Isaki Lacuesta, y escrito por Isa Campo y Fran Araújo, propone otro tema aparecido durante la pandemia: la vuelta al campo como respuesta al confinamiento urbano, el autoabastecimiento como alternativa a la paralización de los sistemas de distribución. Además, propone el posible fin de las relaciones de poder entre los propietarios de las tierras y los (precarios) trabajadores. La burguesa de clase media que interpreta María Vázquez verá cómo sus manos se llenan de callos al tener que trabajar, mientras, simbólicamente, quema revistas y fotografías en la chimenea para calentarse. Es el fin de la historia. La mirada documental, siempre presente en la obra de Lacuesta, aparece cuando los trabajadores, todos inmigrantes, relatan cada uno su (dura) vida mientras participan en un juego de mesa, a la luz de esa chimenea alimentada por vestigios del pasado. ¿Y si el apocalipsis nos trajera la revolución?

ARGENTINA 1985 -LAS SOMBRAS DE LA DICTADURA


Argentina 1985
es la crónica del primer juicio civil contra los crímenes de la Dictadura militar que rigió el país sudamericano entre 1976 y 1983. Hechos reales convertidos en cine con una efectividad pasmosa por el director Santiago Mitre -Paulina (2015)- apoyado en el guión por otro director del 'nuevo cine argentino', Mariano Llinás -La flor (2018)-. La película abraza el formato del cine clásico de Hollywood, estamos ante un thriller político y judicial, para narrar los hechos desde una perspectiva 'objetiva' y cronológicamente. El protagonista es un fiscal, un funcionario, que tendrá que enfrentarse nada menos que al oscuro poder del fascismo, que en ese momento seguía muy vivo en Argentina a pesar de la llegada de la democracia. Ese fiscal, un personaje casi capriano, funciona de maravilla gracias a la inmensa presencia de un actor como Ricardo Darín, que sin pestañear da vida a Julio Strassera. De hecho, el film está construido para llevarnos hasta un emocionante clímax protagonizado por Darín, y vaya si lo consigue. La película tiene un ritmo tremendo: comienza lenta, presentando a los personajes y describiendo, con mucha habilidad, un clima familiar de falsa normalidad en un país que, en realidad, sigue paranoico por el miedo a la autoridad y a las instituciones, en las que han sobrevivido personajes muy oscuros de la dictadura. Y si puede ser cierto que esta película 'ya la hemos visto' en las decenas de films sobre conquistas sociales y políticas del cine americano, también es verdad que en Argentina 1985 todo está muy bien ejecutado y que la idiosincrasia argentina aporta un sabor diferente: el humor hasta en las situaciones más terribles y los coloridos personajes secundarios ayudan a matizar el idealismo del argumento y a digerir el terrible relato de las víctimas de los secuestros, torturas y asesinatos que se juzgan. Pocas veces en una misma película se llora y se ríe con tanta facilidad.