Pocas series pueden presumir de ser tan oscuras como The Knick. En esta segunda temporada la desazón de las situaciones que plantea no ha hecho más que aumentar. Este pesimismo argumental se ve apoyado por la cámara inquieta de Steven Soderbergh y la hermosa fotografía que nos recuerda las escasa iluminación de los tiempos en los que la electricidad era todavía novedosa. Este episodio ocurre casi completamente en interiores, lo que hace que la oscuridad del argumento se traduzca en una equivalente ausencia de luz en casi cada plano. Los personajes, prácticamente todos, luchan por combatir tinieblas de todo tipo. Veamos.
El doctor John Thackery (Clive Owen) lucha contra su adicción a la cocaína y a la heroína mientras intenta salvar la existencia de la única luz de su vida, Abigail Alford (Jennifer Ferrin). Ella es la que ha conseguido mantener sus vicios bajo control -por eso Thackery pone en sus manos al último paciente alcohólico de su fallida investigación médica para curar las adicciones-. ¿Cómo podemos digerir entonces que Abigail muera -o se suicide- cuando Thack intentaba operar su nariz para mejorar su calidad de vida? El golpe de esta muerte es demoledor. Mientras tanto, el doctor Algernon Edwards (André Holland) -sigue comprometido con la lucha contra el racismo, en este caso, las siniestras cirugías que ha llevado a cabo el doctor Everett Gallinger (Eric Johnson) para esterilizar a judíos adolescentes marginados. Todo en nombre de la execrable eugenesia. Lo peor es que Edwards no encuentra un aliado en Thackery, por lo que Gallinger no será castigado. Este es el protagonista de la trama más desarrollada del episodio, en la que parece primero que su mujer, Eleanor (Maya Kazan), se recupera de su demencia. Pronto se descubre que "no está bien para nada", frase que da título al capítulo. Eleanor envenena al que fuera su médico, cosa que obliga a Gallinger a ingresarla. Lo más insoportable es que Gallinger no se ve afectado por esto, sino que simplemente sustituye a su mujer por su cuñada (Annabelle Attanasio). Todavía más despiadado se muestra Herman Barrow (Jeremy Bobb) que sigue con sus negocios para encaramarse en la alta sociedad. Barrow ha robado de las obras del nuevo hospital; termina de comprar aquí la libertad de su amada prostituta, Junia (Rachel Korine); consigue ingresar en un selecto club de caballeros; vende su casa familiar abandonado a su mujer y a sus hijos; y finalmente se reúne con su amada. La pareja corre hacia la luz de un ventanal, desapareciendo en una mancha blanca que contradice la negrura de todo lo que ha hecho Barrow para ser libre y feliz.
El camillero Tom Cleary (Chris Sullivan) y la hermana Harriet (Cara Seymour) también luchan por arrojar algo de luz a un mundo oscuro, vendiendo primitivos preservativos a las prostitutas. La relación entre ambos es una de las cosas más bonitas y mejor desarrolladas de The Knick. Aquí protagonizan momentos divertidos: cuando Tom le pide a Harriet que cante para "animarle" mientras se prueba uno de los preservativos; o lo bien que se lo pasan ambos en una feria que incluye un nickleodeon. Por eso resulta algo triste -aunque lógica- la reacción de Harriet, que fue monja, cuando Tom intenta darle un beso y le confiesa sus sentimientos. Casi parece que la oscuridad es imposible de vencer. Eso es lo que debe sentir Edwards cuando Thackery no le ayuda a combatir el racismo de Gallinger. Esa es la frustración de Cornelia Robertson (Juliet Rylance) cuando descubre que detrás de la corrupción contra la que ha estado luchando, está su propio padre, responsable de hacer negocio con las pobres almas de los inmigrantes. Su hermano, Henry Robertson (Charles Aitken), dirige el hospital sin la generosidad de Cornelia. En otro momento, una enfermera se queja de que Henry solo contrata a chicas guapas, como a Lucy Elkens (Eve Hewson), a la que luego conquistará.
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