Nos pasa todos los años. El noveno episodio de cada temporada de Juego de Tronos es cojonudo. Pero antes hemos soportado algunos capítulos que son auténticos ladrillos de diálogos expositivos, nombres difíciles de seguir y personajes que ya ni recordábamos. Esto responde -en parte- a las reglas más clásicas de una narración, los tres actos aristotélicos: planteamiento, nudo y desenlace. Así funcionan muchas películas y por supuesto, los episodios de las series. Pero una temporada entera de una serie puede también tener esta estructura. Así, el noveno episodio de cada entrega de Juego de Tronos se corresponde con el clímax: una gran batalla que lo decide todo. El problema de esta serie -del que yo me suelo quejar- es que hay demasiados episodios que plantean cosas y pocos "nudos" para un desenlace siempre postergado hasta un hipotético final de la serie. Esta Batalla de los bastardos funciona de maravilla -creo yo- por varias razones. No solo es el clímax de la temporada, como ya he dicho, sino que, por primera vez, nos enfrentamos a un momento en JDT al que llegamos sabiendo muy bien lo que está en riesgo. Conocemos a los dos bastardos: queremos a Jon Snow (Kit Harington) y odiamos al cruel Ramsay Bolton (Iwan Rheon). Esto genera un auténtico interés por lo que va a ocurrir. Pero hay más. El presupuesto del episodio es impresionante. No sé cuánto habrá costado, pero la batalla por Invernalia luce fantástica -aunque sea relativamente pequeña- y antes hemos visto, en el prólogo, una flota naval atacando a Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) y a sus dragones volando majestuosamente. La hostia. Pero no todo es dinero. La batalla de los bastardos está verdaderamente bien resuelta por el director Miguel Sapochnik, que nos mete dentro de la pelea utilizando planos cerrados -la cámara casi en la cara de un ensangrentado Jon Snow- evitando los planos generales -tampoco es que tengan la pasta de El Señor de los Anillos: Las dos torres (Peter Jackson, 2002)- y dándole así a la escaramuza un aire original, más personal, más físico y sangriento, que me ha recordado al de las peleas de Macbeth (Justin Kurzel, 2015). La batalla de los bastardos no se parece a otras que hayamos visto en el cine reciente y está llena de momentos épicos: cuando el cruel Ramsay mata a Rickon Stark (Art Parkinson) -reconozcamos que no nos ha dado pena un chaval al que no conocemos-; o cómo, enseguida, Jon Snow carga en solitario y está a punto de morir. No quiero olvidar el ataque envolvente y "a la romana", utilizando escudos y lanzas, del ejército de Smaljon Umber (Dean S. Jagger). Tampoco olvidaré la muerte del gigante, Wun Wun (Ian Whyte), sacrificándose para entrar en el castillo. Todo esto es genial, pero todavía hay una cosa más que hace que este episodio sea muy satisfactorio. Y es que, por una vez, los buenos ganan. Es así de sencillo. Juego de Tronos nos tiene acostumbrados a que venzan los malos, a que mueran personajes queridos, a lo anticlimático. Pero en este episodio nos sorprenden gratamente. Danaerys vence y por fin los dragones sirven de algo. Jon Nieve no muere -aunque cerca ha estado- e incluso aparece esa caballería salvadora en el último minuto, un deus ex machina en toda regla. La victoria tiene un tono optimista, una sonrisa en plan Star Wars: Episodio IV- Una nueva esperanza (George Luces, 1977). Aunque luego, cuando el odiado Ramsay recibe su terrible merecido y Sansa Stark (Sophie Turner) consigue vengarse, vuelva la oscuridad. Por último, y sobre todo, lo que más me ha gustado es que en este episodio pasan cosas. No nos las cuentan con farragosos diálogos, sino que las vemos directamente. Así que, gran capítulo este, sin duda. Nos vemos en el noveno de la temporada que viene.
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