SEPARACIÓN (SEVERANCE) -LA CIENCIA FICCIÓN DE LA CONCILIACIÓN


¿No es la vida laboral el mayor problema de nuestra existencia? Eso mismo que nos permite subsistir y que nos convierte en privilegiados es también un tedioso sacrificio para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. Nos pasamos cinco días deseando la llegada del viernes y del fin de semana en un ciclo que se repite el lunes, cuando, como Sísifo, volveremos a empujar la roca hasta el siguiente viernes. Esta no-vida se extiende, además, hasta los períodos vacacionales -puentes, festivos y el ansiado verano-. Lo peor de este planteamiento existencial es que, durante el esperado período de descanso, muchas veces tenemos problemas para desconectar del trabajo. La premisa de una de las grandes series del año, Separación (Severance), disponible en Apple Tv, responde a una pregunta que es pura ciencia ficción (social): ¿Qué pasaría si pudiésemos separar completamente nuestra vida laboral de nuestro tiempo personal? Una desconexión completa que beneficia al empleado, que se olvida de el estrés laboral cuando está fuera de la empresa, pero también al empleador, que tiene así un trabajador que no se distrae con las preocupaciones de su vida privada. El protagonista de Severance, Mark Scout -un estupendo Adam Scott, que explota su pinta de buen tipo tanto como la cámara explora su peculiar rostro-, se nos presenta como un hombre que ha optado por trabajar en este régimen, en Lumon Industries, para dejar atrás una pérdida personal, una trama que conecta con la romántica Olvídate de mí (2004). Mark quiere olvidar y quiere tener la oportunidad de comenzar una nueva vida: su innie, su yo del trabajo, podrá vivir libre de esa pena. Con este planteamiento, Severance se abre con un primer episodio espléndido que cuenta una historia que 
prácticamente no necesitaría más desarrollo, y que plantea temas existenciales estimulantes: ¿Son los innies personas? La serie establece que los trabajadores de Lumon se convierten en sus innies al entrar en el edificio y cuando salen, recuperan su personalidad y sus recuerdos. La consecuencia de esto es que los innies están condenados a una vida dentro de las instalaciones de la empresa. Una vida que se desarrolla en jornadas de 8 horas. ¿Es eso el infierno, quizás? Poco a poco iremos descubriendo lo que ocurre dentro de la empresa, donde el tono es kafkiano: nadie entiende muy bien qué trabajo hace y todo se rige por una serie de normas absurdas que tienen un trasfondo mítico-religioso que remite a un legendario fundador, a un patriarca creador de leyes. Los escenarios laborales remiten a espacios asépticos, de simetrías kubrickianas, con puntos de fuga infinitos como las oficinas de El apartamento (1960). Nos encontraremos allí con personajes peculiares, tragicómicos: el humor remite a las distopías de Terry Gilliam -Brazil (1985)- en las que el hombre común es aplastado por el sistema. El reparto de los compañeros de trabajo de Mark es excepcional, encabezado por un gran John Turturro -inolvidable en Barton Fink (1991)-, al que acompañan Patricia Arquette, Britt Lower, Zach Cherry y un gran Christopher Walken. En el entorno laboral la serie adquiere texturas de thriller, con tramas paranoicas que hacen pensar en el espionaje industrial, pero que poco a poco derivan hacia misterios fronterizos con el fantástico y con ideas que parecen sacadas de un manual de autoayuda escrito por Ayn Rand. En el 'mundo real' de la serie, fuera de Lumon, el tono es melancólico, algo triste, pero con tendencia también al humor absurdo: ahí están la hermana y el cuñado de Mark -Jen Tullock y Michael Cernus- a punto de afrontar la paternidad, pero adhiriéndose a todas las teorías de moda sobre el desarrollo infantil; por no hablar de que él, Ricken Hale, es un escritor de libros de autoayuda que vive poniendo en práctica ideas absurdas -pero muy plausibles- como una cena sin cena, para obligar a los comensales a hablar sin que se distraigan con la comida. Creada por Dan Erickson, el guión de Severance mezcla ideas de ciencia ficción, existencialismo y humor absurdo, pero no renuncia a desarrollar una trama con giros y sorpresas que enganchan al espectador -aunque, en mi opinión, rebajen su potencial transgresor y acercan la serie a lo convencional-. Por último, destacar que esta ficción confirma a Ben Stiller como un director no solo de comedias, sino elegante y eficiente en el drama -ya lo demostró, por ejemplo, en la magnífica Escape at Dannemora-, lo que redondea una magnífica producción. Como ya he dicho, posiblemente la mejor del año.

MS. MARVEL -ETIQUETAS


En una escapada de fin de semana a Segovia, visitando la catedral, mi hijo pequeño -5 años- nos sorprendió diciéndonos 'Yo sé rezar', para acto seguido arrodillarse en el suelo apoyando las manos en las rodillas. '¿Dónde has aprendido eso?' le preguntamos. En Ms. Marvel, respondió. Tras explicarle que ese es el rito para rezar de los musulmanes, pensé que la serie de Disney Plus, que habíamos visto en familia hace poco, había cumplido al menos uno de sus posibles objetivos. La idea, ya presente en el cómic, de reflejar la diversidad étnica, cultural y religiosa de Estados Unidos -que en la ficción, es como hablar del mundo entero- me parece una idea estupenda, sobre todo en una serie destinada al público adolescente/infantil de una forma algo más evidente que las películas de Marvel Studios que se estrenan en cines. Ms. Marvel no es la serie del año, ni pretende serlo. Tampoco inventa nada: es la enésima revisión de Spider-Man, solo que actualizada y cambiando a Peter Parker por una chica cuya familia es de origen paquistaní y de religión musulmana. Así, al clásico relato coming of age, con sus angustias adolescentes, sus matones de instituto y la brecha generacional con respecto a los padres, se añade una refrescante perspectiva femenina y un enfoque cultural diferente al que estamos acostumbrados. Y mucho humor, claro. El primer episodio de Ms. Marvel es una maravilla porque nos introduce en el mundo de Kamala Khan (Iman Vellani), nos presenta a su familia, a sus amigos, y a su generación: el uso de las redes sociales y los smartphones está integrado gráficamente en la serie, enriqueciendo la narrativa. Es verdad que los siguientes capítulos de esta miniserie pecan del defecto más común de la ficción televisiva actual: una narrativa descomprimida, que parece pensada para un espectador que no presta demasiada atención y que necesita que le cuenten las cosas más despacio y en repetidas ocasiones. Aún así, Ms. Marvel cumple con su misión de entretener, y encima aporta cosas diferentes: una colorida estética que refleja la cultura de Pakistán y la India... y no podía faltar un número musical a lo Bollywood-. La historia, encima, viene con mensaje: sobre ser diferente, sobre encontrarnos a nosotros mismos a través de nuestros orígenes para descubrir lo que nos hace especiales y nos muestra a un personaje que lucha -aprende a usar sus misteriosos poderes- hasta sentirse orgullosa de quién es. La serie, además, aunque integrada en la continuidad del Universo Cinemático de Marvel, no exige haber visto la veintena larga de películas estrenadas, a excepción, quizás, de Capitana Marvel (2019). Lo dicho, no es la mejor serie del año, pero sí un entretenimiento eficaz, colorido y familiar.

BULLET TRAIN -CINE Y ESPECTÁCULO


Si hay en la historia del cine grandes películas que se plantearon el reto de contarnos una historia dentro del reducido espacio de los vagones de un tren o con este medio de transporte como excusa, Bullet Train propone hacer lo propio a la máxima velocidad posible. Basada en la novela de Kotaro Isaka, la historia propone la reunión en un 'tren bala' de cinco asesinos a sueldo, todos detrás del mismo mcguffin. Con esta premisa tenemos un film de acción trepidante dirigido por David Leitch, ex especialista y coordinador de escenas de riesgo, lo que puede explicar la casi total ausencia de trama. Lo que sí ofrece esta película es un buen número de peleas, estupendamente coreografiadas. Y nada más. Porque entre pelea y pelea, asistimos a una serie de escenas de diálogo entre los diversos personajes, creo que demasiado estáticas, que, al manos, intentan ser graciosas. El tono es el de una lectura superficial del cine de Tarantino o el de un derivado de las películas de gángsteres de Guy Ritchie. La historia no se complica y es un puro esqueleto de puntos de giro que, al menos, nos mantiene entretenidos. Los personajes son casi inexistentes y solo el carisma de los actores consigue que nos impliquemos con ellos: Brad Pitt ejerce de estrella, bien acompañado por Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry, que funcionan de maravilla como pareja -cómica-. El reparto de secundarios tampoco tiene desperdicio y hay cameos sorpresa que mantienen viva la película. Pero nada de esto, ni el estupendo diseño de producción, evitan que este tren descarrile -perdonad el chiste fácil- en un derroche de efectos digitales sin consistencia. La historia y los personajes acaban diluyéndose, y aunque el tono de partida no es realista -ni mucho menos- el clímax se resiente -a pesar de un villano interesante- porque estos personajes están sacados de un cartoon y son prácticamente inmortales. Los mejores momentos de Bullet Train provienen de su voluntad de mezclar historias y subgéneros; es mejor en sus relatos encapsulados -la historia del Lobo (Bad Bunny), la de la 'Muerte blanca' o la de una ¡Botella de agua!-, sus aislados momentos de gore -que, bien utilizados, podrían haber sido una marca de estilo-, y la voluntad del guión de que todo encaje -aunque sea para no contar nada-. Bullet Train acaba siendo puro envoltorio, pero para el que no quiera pedirle nada más a una película, es un espectáculo más que digno.

DELANTE DE TI -MÁXIMA SENCILLEZ


El director coreano Hong Sang-soo se ha propuesto hacer películas con la menor cantidad de elementos posibles. En Delante de ti apenas hay unos tres personajes principales que se mueven en cuatro o cinco escenarios: y es que la película entera se compone de poquísimos planos. Una vez Sang-soo ha plantado su cámara, apenas la mueve ¿Para qué? Esta película está formada por siete u ocho escenas -más o menos- que son simplemente diálogos entre dos personajes. Conversaciones cotidianas de las que debemos extraer el pasado, presente y futuro de los personajes, sus preocupaciones y conflictos. Con un solo giro argumental en todo el guión, la propuesta de Delante de ti puede parecer insuficiente para muchos. Pero creo que hay que valorar lo difícil que es llegar a la esencia de una historia despojándola de efectismos y desdramatizándola completamente. Porque esa forma de narrar también encierra un mensaje. Delante de ti es la historia de Sang ok (Lee Hye-young), una mujer que regresa de Estados Unidos a Corea del Sur para reencontrarse con su hermana y con su sobrino, para revisitar los lugares que forman parte de su pasado y quizás para reemprender viejos sueños abandonados. Ese regreso a los orígenes permite al espectador -si lo desea- una reflexión sobre la vida, sobre las decisiones que tomamos y sobre los sacrificios -siempre los hay- y los caminos descartados. Hong Sang-soo no evita aquí esa figura recurrente en su filmografía del director de cine, bebedor y mujeriego, en el que adivinamos una curiosa intención de reflejarse siempre como un tipo más que cuestionable, lejos del demiurgo que podría ser en un mundo, a fin de cuentas, creado por él. Tanto respeta a sus personajes -y al espectador- que prefiere siempre -con algo de humor- mostrar su peor cara. Entrar o no en la propuesta de Delante de ti depende de cada uno, así como elegimos a los amigos con quienes queremos pasar el tiempo para divertirnos o confesarnos, también es una cuestión de afinidades seguir o no la carrera y la obra de un determinado autor.

¡NOP! -LA MUERTE Y EL CINE


Lo más parecido a los sueños es el cine. En ellos somos espectadores de imágenes que van de lo cotidiano hasta lo imposible y que, mientras dormimos, están unidas por su propia lógica, a la que no encontramos sentido tras despertar. Las imágenes que ha creado Jordan Peele en ¡Nop! tienen el poder misterioso de los sueños. Tras la sorprendente Déjame salir (2017) y la contundente Nosotros (2019), Peele sigue evolucionando como director con su obra más ambiciosa y estimulante hasta la fecha. En ella plantea la historia de dos hermanos -Daniel Kaluuya y Keke Palmer- que se enfrentan a la misteriosa muerte de su padre, dueño de un rancho que se dedica a entrenar caballos para cine, televisión y anuncios. Esta trama se cruza con otra historia, inquietante y enigmática, sobre un chimpancé que se vuelve violento durante la grabación de una sitcom. ¿Cómo se relacionan estas dos historias? Si Peele habló claramente del racismo en Déjame salir y de las desigualdades sociales en Nosotros, en ¡Nop! se muestra mucho más críptico, incluso hermético, en cuanto al tema de su film, dejando a la interpretación del espectador el verdadero sentido de sus imágenes. Así, entre el relato del chimpancé, protagonizado por Steven Yeun, y la trama principal no hay una relación directa más allá de su personaje principal, sino temática. Una historia refleja a la otra y se hace eco de las preocupaciones del autor. ¿Cuáles son? Pues la imagen, la mirada, el espectáculo y en definitiva, el cine. Peele se remonta al origen de la primera imagen precinematográfica, la cronofotografía diseñada por el británico Eadweard Muybridge para analizar el trote de un caballo en 1872. Una idea que Peele propone para definir a sus personajes principales y que luego recoge en un clímax que me parece precioso. Creo que Peele quiere hablar del viejo cine, que relaciona con el western, con el uso de animales reales -y no digitales-, con la magia de una cámara mecánica, analógica, cargada con celuloide, que contrapone a las cámaras digitales y eléctricas. Sólo esa cámara que funciona a golpe de manivela será capaz de registrar el misterio. Por último, Peele habla del sufrimiento convertido en espectáculo: el de los animales sacados de su entorno para aparecer en films y series; el de los niños-estrella que luego serán juguetes rotos; y también de cómo, como sociedad, no podemos dejar de mirar. Los que consigan no hacerlo, sobrevivirán. Peele parece hacer una crítica de los que sacan provecho de ese sufrimiento convertido en espectáculo: el guión apela directamente a Oprah Winfrey y en Youtube encontraréis su entrevista a una mujer desfigurada tras ser atacada por un chimpancé, que resulta escalofriante y que seguramente inspiró al autor de esta película. Todos estos temas que menciono forman parte de una obra en la que se apela a lo conceptual, lo que no quiere decir que no estemos ante una brillante cinta de terror, fantástico y ciencia ficción. Las imágenes de ¡Nop! son muy originales, extrañas, inquietantes y hermosas. La película parece un cruce imposible entre dos obras capitales de Steven Spielberg: Encuentros en la tercera fase (1977) y Tiburón (1975), con la misteriosa amenaza bajando de los cielos para sembrar el terror y con un director de fotografía convertido en el 'cazador' experto al que recurren los protagonistas, un capitán Ahab empeñado en capturar la imagen imposible. Hay también elementos que pueden recordar al M. Night Shyamalan de Señales (2002), claro, o incluso a cintas como la divertida Temblores (1990). Pero lo importante es que Peele depura aquí su puesta en escena, consiguiendo una inquietud constante a través del diseño de los planos y de la banda sonora, en la que siempre hay extraños ruidos de fondo. Por último, señalar conexiones menos evidentes, a cintas recientes que hablan de la nostalgia por el mundo del cine y del espectáculo que ha dejado de existir, como pueden ser Érase una vez en Hollywood (2019) y Licorice Pizza (2021). Como veis, ¡Nop! es una obra inagotable -que también tiene mucho humor- que pide varios visionados y posiblemente sea el mayor logro de Jordan Peele, aunque el tiempo dirá si estamos ante un salto adelante en la búsqueda de un discurso que promete la llegada, quizás, de una futura obra maestra.

BETTER CALL SAUL -SEXTA TEMPORADA -CAUSA Y EFECTO


La primera secuencia de la última temporada de Better Call Saul es un regalo para los fans. Trabajadores de una empresa de mudanzas recogen los bienes y los objetos personales de Saul Goodman (Bob Odenkirk), suponemos, tras los acontecimientos narrados en la magistral Breaking Bad. Es una secuencia que define el tema de la temporada, con un marcado tono de despedida y que representa el final de algo, pero también demuestra lo exigentes que son los autores de esta serie -Vince Gilligan y Peter Gould- con los espectadores: la secuencia está llena de 'huevos de pascua', de guiños que solo el seguidor atento podrá reconocer. El plano final de la secuencia es determinante: la cámara se detiene en un pequeño tapón de botella, con forma de piña -¿Lo recordáis?- que representa los momentos más felices del protagonista, también los que nunca fueron, con su compañera, Kim Wexler (Rhea Seehorn). 
Enseguida, el desarrollo del primer episodio puede pillar descolocado a cualquier espectador que no sea verdaderamente fiel: la acción comienza justo donde acabó el último capítulo, emitido hace dos años. Que se joda el espectador medio, diría David Simon. Además, el argumento comienza a desplegar inmediatamente su estupenda narrativa cinematográfica, apoyada siempre en lo visual, que escatima diálogos -y explicaciones- y nos obliga a estar atentos a los detalles. Lalo Salamanca (Tony Dalton) ha escapado de la muerte, Nacho Varga (Michael Mando) huye también para salvar la vida, Gus Fring (Giancarlo Esposito) intenta mantener su posición de poder en la red criminal y, en general, todos los personajes reaparecen ya 'metidos en harina'. Por si fuera poco, los protagonistas, Jimmy/Saul y Kim están enfrascados en uno de sus maquiavélicos planes -qué divertidos son- que no sabremos en qué consiste realmente hasta varios episodios después, en una trama que incluye la recuperación de una pareja a la que no veíamos desde la primera temporada, emitida en 2015. Está claro: Better Call Saul es una serie que ganaría mucho con un visionado al 'estilo Netflix', cosa que ya podremos hacer al disponer de todos los episodios.

Better Call Saul nos ha dado seis temporadas de pura excelencia. La serie brilla por la meticulosidad de sus guiones, una puesta en escena cinematográfica con una fotografía fantástica, y, por supuesto, por sus estupendas interpretaciones. La filosofía de la serie es una extensión de lo que ya vimos en la magistral Breaking Bad. Dos ficciones que cuentan, en esencia, lo mismo: cómo sus protagonistas toman decisiones morales hasta convertirse en otra cosa. Walter White (Bryan Cranston), un simple profesor de química terminaba convertido en un monstruo, en el temible Heisenberg, y ahora se nos ha mostrado cómo Jimmy McGill, un perdedor que aspiraba a ser abogado, se convierte en Saul Goodman. El final de ese camino es lo que nos cuenta esta última temporada que, no por casualidad, tiene un episodio titulado, precisamente, Breaking Bad -por cierto, el capítulo titulado Better Call Saul de Breaking Bad demuestra el cuidado que han tenido los guionistas para que todo encaje más de una década después-. ¿Acabará finalmente Jimmy convirtiéndose en un tipo sin escrúpulos? Esta serie desarrolla con muchísimo cuidado a sus personajes y junto a Jimmy/Saul hemos visto crecer a Kim -el gran personaje de esta serie- de forma sutil, progresiva y sostenida. Una evolución que se expresa en detalles que pueden pasar desapercibidos: recordemos cómo la conocimos, compartiendo un cigarrillo ocasional con Jimmy, al principio de la serie, y cómo ahora Kim un pitillo tras otro, agobiada moralmente tras haber decidido acompañar a Jimmy en sus fechorías. Creo que Breaking Bad jugaba a ponernos a prueba: ¿Seguimos queriendo que Walter White se salga con la suya a pesar de que sus actos son cada vez más reprochables? En Better Call Saul, el compromiso con los protagonistas tiene un matiz diferente: tememos que Jimmy y Kim acaben convirtiéndose en auténticos monstruos. En el camino de estas seis temporadas, hemos podido disfrutar de una pareja de protagonistas maravillosamente escrita, muy diferente a la de Walter y Skyler White, interpretados por dos actores que merecen todos los premios.

Ya he mencionado cómo Better Call Saul brilla por su narrativa cinematográfica, puramente visual, que nos escatima información sobre lo que está pasando para mantenernos enganchados. Esto es visible, sobre todo, en los planes -casi siempre delictivos- que llevan a cabo los protagonistas: cómo tienden trampas a un incauto para salirse con la suya -pobre Howard Hamlin (Patrick Fabian)-, cómo organizan ingeniosos robos a prueba de errores. Jimmy no es un criminal chapucero como los personajes de los hermanos Coen, aunque el destino, el azar, siempre acaben jugándole una mala pasada. Además de esto, la serie de Gilligan y Gould me parece única manejando las consecuencias de las acciones de los personajes. La repercusión del éxito -o del fracaso- de los planes urdidos por Jimmy puede extenderse durante episodios -o incluso temporadas-. La forma en la que los personajes intentan resolver un problema, solventar un obstáculo, o minimizar los daños tras un fallo garrafal -y eso puede ser incluso tener que ocultar un cadáver- resulta apasionante y probablemente una metáfora perfecta de la vida misma. Ese cuidado de los guionistas por tener en cuenta todos los detalles lleva a no dejar cabos sueltos en la trama, sino a aprovecharlos para nuevos giros argumentales. Better Call Saul es una serie que se basa en el principio de causa y efecto, que trata de acciones y sus consecuencias: pocas cosas ocurren al azar. Esto permite recuperar personajes o situaciones que, en cualquier otra serie, habrían sido olvidados o despachados con un par de diálogos. Me voy a permitir el spoiler de alabar cómo en el desenlace de Better Call Saul no se han olvidado del que fue parte importante del retrato psicológico de Jimmy, su hermano Chuck -fantástico Michael McKean-. Sin recordar su figura, no se podía cerrar verdaderamente la historia del personaje que da nombre a esta serie, que se despide con unos episodios espléndidos, muy oscuros y muy emocionantes, que, a pesar de tener que pagar el peaje de ser un spin-off y de tener que sortear y encajar todo lo ocurrido en Breaking Bad, ha conseguido ser la mejor precuela-secuela posible.

VOY A PASÁRMELO BIEN -CINE FAMILIAR


Voy a pasármelo bien
es una película necesaria. Y con este término no me refiero a esa acepción algo antipática que se suele usar para ensalzar obras que denuncian alguna problemática social. Soy de la opinión de que necesitamos más películas familiares, que permitan la reunión de padres, hijos y hasta abuelas en las salas de cine. Tenemos las demoledoras películas de superhéroes, las deslumbrantes cintas de animación, y el nuevo cine familiar del siempre taquillero Santiago Segura, pero hacen falta todavía más excusas, y más diversas, para acudir a las salas. Para que nuestros hijos no crezcan pensando que el cine es solo 'eso' que ven en Netflix. Voy a pasármelo bien es la propuesta perfecta: los niños son los protagonistas, pero su historia -de amor- es la memoria de unos personajes adultos -Raúl Arévalo,  Dani Rovira, Karla Souza, Jorge Usón y Raúl Jiménez- que todavía no han resuelto sus conflictos -sentimentales-. Dos historias que se entrelazan, en realidad, dos comedias románticas canónicas, para el disfrute de los espectadores de cada edad. Y para unirlo todo, está la música de Hombres G: pueden gustar o no, pero sus canciones marcaron una época y se las sabe -casi- todo el mundo. ¿O no? Temas pegadizos que son el material perfecto para un musical divertido, que dirige con solvencia David Serrano -guionista de El otro lado de la cama (2002)- y en el que -creo yo- se capta perfectamente la esencia del grupo de David Summers: actitud rebelde, supuestamente canalla, que se diluye en inocencia 
-en venganzas con polvos 'pica pica'- y en letras cargadas de humor. Hay una canción que, para decir 'te quiero', repite una y otra vez, 'te quiero'. ¿Quién necesita metáforas? De esto va Voy a pasármelo bien, otro tema del grupo que no esconde su mensaje y que deviene en el himno perfecto para la España de finales de los años 80 y principios de los 90. Eran tiempos más inocentes y optimistas y ese es el espíritu de la película, que ofrece nostalgia -los diálogos recopilan todas esas frases hoy desfasadas de los 80-, risas, aventuras infantiles y una historia sobre el primer amor que, en realidad, debe ser un poco la de todos. Voy a pasármelo bien tiene dos puntos fuertes: los niños actores están muy bien y la película tiene corazón. El relato del primer amor entre dos adolescentes es tierno y honesto, la amistad entre los chavales emociona y el puntito justo de rebeldía, de no conformarse, redondea los valores de una película que habla directamente a una generación de españoles y que puede provocar un divertido intercambio de anécdotas entre padres e hijos. Estáis avisados: he tenido que esquivar la pregunta sobre si de niño me escapaba yo también del instituto.

ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST: BRUNO REIDAL -¿ASESINO NATO?


¿Qué es el mal? La película francesa Bruno Reidal: Confesión de un asesino indaga en ello a través de la figura del asesino psicópata, arquetipo recurrente en el cine de terror moderno que permite, además, explorar los rincones más oscuros del alma humana. La historia, basada en hechos reales, nos lleva a comienzos del siglo XX, cuando el protagonista, Bruno (Dimitri Doré) comete el sangriento asesinato de un niño de 12 años. Lo que sigue es la exploración de las posibles razones genéticas, psicológicas o sociales, por las que se comete dicho crimen, a través de la confesión de los hechos frente a un tribunal de investigación. La película, escrita y dirigida por Vincent Le Port, narra la infancia y adolescencia de Bruno -a través de su propia voz- hasta llegar al momento del asesinato. Los impulsos homicidas del joven parecen innatos, pero se mezclan con una historia de maltrato y sobre todo, de una ausencia casi total de amor y cariño familiar. Con la aparición del impulso sexual adolescente, las fuerzas de Eros y Tánatos actúan sobre el alma confundida de Bruno, quien es un simple y pobre campesino, que además recibirá una educación religiosa y crecerá con el rencor hacia sus compañeros seminaristas, todos con más recursos económicos que él. Si a todo esto añadimos una posible homosexualidad reprimida, tenemos en el personaje de Bruno Reidal todos los ingredientes para fabricar un asesino en serie. Será el espectador el que tenga que decidir cuál de estos elementos mencionados ha sido decisivo para empujar al protagonista al crimen, o si se trata de una mezcla de todos, y sobre todo si Bruno tiene alguna posibilidad de redención. La película se desarrolla con interés y rigor, la voz en off de Bruno nos obliga a identificarnos con sus preocupaciones, y Le Port nos cuenta, además, el marco social en el que se desenvuelve Bruno: cómo los que lo juzgan parecen más interesados en cuántas veces se masturbaba el protagonista que en las razones de sus impulsos homicidas; o cómo Bruno cree que el suicidio es un pecado mayor que el asesinato.

PREDATOR: LA PRESA -CAZADORES Y CAZADORAS


La franquicia de Depredador puede ser el mejor ejemplo de la encrucijada -o el callejón sin salida- en la que se encuentra el cine comercial estadounidense, el blockbuster, más allá de los superhéroes de Marvel Studios. El fan quiere revivir las sensaciones experimentadas al ver Depredador, dirigida por John McTiernan, en 1987, y sueña con una secuela que debe ser muy parecida al original, pero al mismo tiempo diferente y fresca. ¿Cómo se consigue eso? Por otro lado, el cazador alienígena al que se enfrentó Arnold Scwharzenegger no es un personaje con suficiente entidad para generar nuevas aventuras por sí mismo: es un monstruo atrapado en la estructura del film original, algo así como una variación del mito de Jasón y los argonautas, en el que los héroes deben enfrentarse al dragón para robar el vellocino de oro. No hace falta decir lo complicado que debe ser crear algo con esa misma estructura que, al mismo tiempo, parezca original. El primer intento de recrear el éxito de esa primera cinta fue cambiar el entorno selvático por el urbano, en Depredador 2 (1990), una secuela discreta que ha ido creciendo en simpatía con los años; mucho más tarde llegaría otra variación como Predators (2010), estupenda secuela que convertía a los humanos en alienígenas en el mundo del Depredador. Por último, El Depredador (2018) apostaba por la aventura fantástica al estilo ochentero, en una mezcla de acción y comedia que no encontró a su público. Mencionemos también la muy pulp Alien vs. Predator (2004) y su secuela en plan slasher juvenil, Alien vs. Predator 2 (2007), cuyos planteamientos son muy diferentes ante la necesidad de enfrentar a los dos monstruos extraterrestres. Ahora, a través de Disney Plus -¿Quién lo hubiera dicho en 1987?- llega Predator: la presa, una secuela que intenta, una vez más, contar lo mismo de forma diferente. Tiene a su favor el que han pasado 35 años desde Depredador, por lo que repetir la jugada se justifica en la búsqueda de un público nuevo. Dirige el interesante Dan Trachtenberg, que debutó con Calle Cloverfield 10 (2016) y que aquí se muestra bastante efectivo. La película juega con la sugerente idea de que los depredadores han visitado la Tierra desde hace siglos y nos sitúa en el siglo XVIII en unos todavía salvajes Estados Unidos habitados por nativos americanos. Si la cinta original de 1987 exudaba testosterona gracias a su musculado reparto de héroes de acción, aquí la protagonista es Naru (Amber Midthunder), una joven que quiere demostrar a su comunidad que es capaz de cazar como los hombres y que se niega a ser una recolectora como su madre. Con este argumento étnico feminista, la película se desarrolla, sin embargo, de forma clónica a Depredador (1987),  por lo que no podemos esperar demasiadas sorpresas. Más allá de esto, el guión -firmado por Patrick Aison- se empeña en expresar visualmente la metáfora que encierra la figura del depredador sobre la supervivencia, la ley del más fuerte y la ley de la selva -el papel del ser humano en el orden natural-. Para ello, nos muestra a animales salvajes -creador por ordenador- enfrentándose y comiéndose unos a otros, siguiendo la cadena alimentaria hasta el ser humano, una idea que se quedaba en el subtexto en la cinta original, y que hacerla explícita es un buen testimonio de lo que los autores actuales piensan de los espectadores. Y es que, si no era suficiente con ver a una hormiga comida por un roedor que luego es devorado por una serpiente en una secuencia que parece sacada de El libro de la selva, hacia la mitad de la cinta un personaje nos explica claramente cuáles son las intenciones del Depredador. Por si alguien no se había enterado. A pesar de esto, Predator: La presa, con sus texturas digitales, su carencia de fisicidad y aunque a sus personajes les falta un pelín de carisma, es una secuela estimable, con tono de tebeo o de novela juvenil de aventuras, que nos hace pasar un rato agradable.

ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST: SOFTIE -INFANCIA ABANDONADA


Aunque casi siempre asociamos la infancia al momento más feliz de nuestras vidas, la vulnerabilidad de los niños los convierte en víctimas fáciles para todo tipo de desgracias. La ficción ha dado buena cuenta de ello con obras tan conocidas como
Oliver Twist (1837) de Charles Dickens o Los 400 golpes (1959) de François Truffaut y hasta la reciente The Florida Project (2017) de Sean Baker. En esta línea se inscribe Softie, dirigida por el francés Samuel Theis y merecedora del premio a la mejor película en el Atlàntida Mallorca Film Fest. La película descansa sobre los pequeños hombros del actor Aliocha Reinert, convincente en el papel de Johnny Jung, un niño de 10 años enfrentado al abandono de su padre, a la irresponsabilidad de su madre y a la rebeldía de su hermano mayor. Así, Johnny es un niño que debe cuidar de sí mismo, sin adultos como referentes y que encima debe encargarse de su hermana pequeña. Un niño-adulto que se enfrenta al complicado trance hacia la adolescencia con una dificultad añadida: se ha enamorado de su profesor (Antoine Reinartz). Softie es una película que se ve con el corazón en un puño: el desamparado Johnny se gana nuestra simpatía enseguida y su sensibilidad -que esconde a casi todo el mundo- nos hace temer por lo que le pueda pasar. La cinta de Theis es un retrato social que no carga las tintas en lo melodramático, ni se conforma con personajes 'buenos' o 'malos', sino que nos habla de las dificultades que tiene un niño para escapar de las etiquetas que diferentes grupos sociales le irán colocando: por no tener recursos económicos, por ser el favorito del profesor, por ser buen estudiante o por su orientación sexual. Una película humana y emocionante que habla de la infancia, de las desigualdades, del sistema educativo y hasta de cómo cada vida puede decidirse, para bien o para mal, durante la complicada adolescencia.

MEN -EVA Y LA CAJA DE PANDORA


Las intenciones de la película Men de Alex Garland quedan claras nada más empezar: la protagonista, Harper Marlowe -la siempre estupenda Jessie Buckley- coge una manzana de un árbol y la muerde. Una acción significativa en la que debe ser la película más simbólica de Garland, que, en mi opinión, peca -nunca mejor dicho- de dejar demasiado claro el tema de su film. Harper es una mujer atormentada por la pérdida -tema recurrente en la filmografía de Garland- y la culpa. Su expareja, James (Paapa Essiedu) ya no está por razones que se descubren enseguida en la historia. Para superar el trauma, Harper decide tomarse unas vacaciones alejada de todo, pero enseguida comenzará a sentirse acosada por los hombres que dan título a esta obra. Garland expresa el dolor de Harper y su drama íntimo de forma efectiva, apoyándose en la interpretación de Buckley para luego fabricar secuencias terroríficas que son un catálogo de los miedos femeninos a la violencia machista: el maltrato, volver sola a casa de noche, el no ser tomada en serio cuando dice encontrarse en peligro, etc. No sé si es un spoiler, pero la decisión más importante de la película es que todos esos hombres que atemorizan a Harper tienen el mismo rostro, el del actor Rory Kinnear. Una opción artística que nos sitúa en el terreno de la pesadilla y lo simbólico. Garland recurre al mito -el pagano y el católico- para hablar del miedo de la mujer a ser atacada por un hombre -un miedo muy actual- pero todavía más del miedo del hombre a una mujer fuerte e independiente. Esa mujer que decide por sí misma morder la manzana para acceder al conocimiento o abrir la caja de todos los males, que no acepta ser sumisa y que decide poner fin a una relación tóxica. Garland ya habló de la bíblica Eva en Ex Machina (2014) que se rebelaba a su creador, en una variación femenina del mito de Frankenstein. También recupera aquí Garland esa estupenda visión de la naturaleza como un ente casi inteligente, o que al menos opera con intenciones misteriosas para el ser humano, como ya hizo en Aniquilación (2018). En Men también hay algún instante de horror cósmico: la película está llena de imágenes poderosas, hermosas e inquietantes, y el clímax final es una extraña pesadilla que recuerda al Takashi Miike más retorcido, con momentos de body horror. Sin embargo, se le puede achacar a Men que no tenga una narración más sólida como vehículo de sus temas y que estos sean casi transparentes. Aún así, estamos ante una de las películas imprescindibles del año.

VORTEX -EL FINAL DE TODO


Gaspar Noé es ese director del exceso, de la experiencia límite, de la polémica, que en cada película somete al espectador a una prueba de resistencia. Todo eso está en Vortex, creo yo, pero al mismo tiempo poco tiene que ver esta cinta con títulos como Irreversible (2002) o Clímax (2018). Aquí, Noé renuncia a lo espectacular y a los artefactos narrativos y opta por una narración tan lineal como despiadada. La cámara -más bien, las cámaras- se hacen sentir: Noé divide en dos la pantalla para seguir, de forma agobiante, en largos planos secuencia en tiempo real, todos los movimientos de sus protagonistas, una pareja de ancianos que vive en un pequeño y abarrotado piso de París. Interpreta al padre nada menos que el director italiano Dario Argento, padre del giallo, autor de obras tan notables como Rojo oscuro (1975) y Suspiria (1977). Argento es presentado a sus 81 años como un hombre rodeado de libros, revistas y carteles de viejas películas, que se dedica a escribir un libro sobre el cine y los sueños en una máquina de escribir. A su mujer la interpreta la actriz Françoise Lebrun, que si se hizo inmortal por su capacidad para el monólogo a cámara, aquí Noé la condena al balbuceo propio de la desorientación psíquica de la vejez. Solo hay un par de personajes más en este drama claustrofóbico, el hijo de la pareja, al que da vida Alex Lutz y que tiene sus propios problemas, y su hijo, el nieto de nuestros protagonistas. Y lo que nos muestra Noé es el final de los tiempos. El último tramo de decadencia física y mental, de soledad y de incertidumbre ante un futuro que, en realidad, no existe. Como Amor (2012) de Michael Haneke, que nos enfrentaba al mismo tema -aunque con recursos diferentes-, Vortex es una película notable que no querrás volver a ver. Noé rebaja su espíritu lúdico en cuanto al cine como medio -no renuncia a sus citas y referencias- pero se muestra más maduro y serio que nunca, en una película que invita a la reflexión sobre la decadencia física, sobre cómo acabaremos dejando todo atrás, con inevitables cabos sueltos, proyectos inconclusos. ¿Qué quedará de nosotros y de nuestras posesiones que tanto atesoramos en vida? ¿Qué pasará con nuestros libros, discos y películas? Vortex nos dice que, en realidad, todo eso no importa demasiado.

ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST: MAGNETIC BEATS -AMOR Y CINTAS DE CASETE


Las historias sobre el paso de la juventud a la madurez suelen ser irresistiblemente atractivas. Mejores o peores, inevitablemente nos sentimos identificados porque, al fin y al cabo, todos hemos vivido esas experiencias -o, si tienes la suerte de ser joven, estarás deseando vivirlas-. El primer amor, el difícil trance de cortar el cordón umbilical que nos une a la familia -padres, hermanos- y el descubrir a los que serán nuestros amigos de toda la vida son la materia de Magnetic Beats, primer largometraje dirigido por el actor francés Vincent Maël Cardona. Ambientada en los años 80 en Bretaña, el protagonista es el solitario, retraído y silencioso Phillipe (Thimotée Robart) que se enfrenta a todas esas cosas que he mencionado antes y, además, al servicio militar. La película tiene cierta vitalidad y se apoya en imágenes que buscan ser sensoriales antes que narrativas, que quieren transmitir un estado de ánimo, la idea -nostálgica- de una época de cambios -¿No lo son todas?- y en la que la tecnología analógica adquiere protagonismo ya que Phillipe y su hermano tienen su propio programa de radio, una idea estupenda que, en realidad, tiene menos desarrollo del que me habría gustado. Cardona prefiere seguir los pasos vitales de Phillipe al ritmo de temas de Joy Division o Iggy Pop, pero acaba cayendo -creo yo- en clichés repetidos en decenas de películas similares -esa escena en la Phillipe baila con un walkman- por no hablar del manido recurso de la narración mediante una voz en off que me parece demasiado explicativa. Hay sin embargo, momentos que creo que valen la pena: la emoción de ese padre, de los de antes, al ver a su hijo marcharse, y que no se atreve a expresar sus sentimientos; la voz grabada de forma secreta en una cinta para confesar un amor prohibido. Pero quizás a Magnetic Beats abarca demasiadas situaciones: la relación del protagonista con su hermano, su capacidad para expresarse con la música creando sonidos, o su experiencia en el servicio militar. El argumento pasa de una cosa a la otra sin conseguir que cada episodio sea suficientemente significativo, lo que acaba lastrando el conjunto.