TOP GUN: MAVERICK -VE VOLANDO AL CINE


Tom Cruise quiere que volvamos a las salas de cine y el mejor argumento posible para que lo hagamos es Top Gun: Maverick, un peliculón espectacular, de los que ya no se hacen. Un film que consiste, básicamente, en coger el original, Top Gun (1986) y convertirlo en un blockbuster moderno, robusto y producido a la perfección. Una especie de remake/secuela que continúa la historia de la recordada cinta ochentera, sin evitar recrear sus escenas más míticas y su estructura básica, valiéndose del eco de aquella obra dirigida por el recordado Tony Scott para potenciar la emoción -y la nostalgia, claro- en una obra que busca ser más y mejor. Y lo consigue. El argumento plantea que Maverick (Tom Cruise), en todo este tiempo, no ha madurado ni ha resuelto ninguno de los problemas de su vida: sigue siendo rebelde, insubordinado, impulsivo y peligroso. Volver a la academia de Top Gun será su oportunidad para redimirse y enfrentarse a sus errores del pasado. A estas alturas no hace falta decir que esto es una película 'de Tom Cruise', quien ejerce una suerte de autoría como productor y que tiene el olfato suficiente para convertir u
n argumento melodramático en una película de entretenimiento perfecta, con escenas de acción increíbles en las que sentimos que estamos en el aire con los pilotos, pero también con un desarrollo de personajes medido milimétricamente para que nos importen lo justo para meternos de lleno en la historia. Cruise incluso mantiene la estética videoclipera/publicitaria de la película original, que era el sello reconocible del gran productor comercial de aquella época, Jerry Bruckheimer. Cruise sabe rodearse de talento y aquí cuenta con Joseph Kosinski como director, con el que ya trabajó en la estupenda Oblivion (2013) y utiliza un guión supervisado por su colaborador más habitual, Christopher McQuarrie, el escritor de Sospechosos habituales (1995), que ha firmado los guiones de Valkiria (2008), Al filo del mañana (2014) o Jack Reacher (2012) y que actualmente es el director encargado de las últimas -y futuras- entregas de Misión Imposible. Por último, Cruise se apoya, también, en un elenco estupendo que da cobertura a su carisma como 'última gran estrella del cine': Jennifer Connelly, Miles Teller, Jon Hamm o Ed Harris. En Top Gun: Maverick todo está pensado para que pasemos el mejor momento posible en una sala de cine. Volad a verla.

18 MUESTRA SYFY: BLACK PHONE


La maravillosa Muestra SyFy vuelve a Madrid en plena forma tras dos años de ausencia por la pandemia -sin contar el evento especial de Halloween- y me resulta paradójico tener la sensación de recuperar la 'normalidad' -si es que ese término sigue significando algo- en un evento tan friki (y tan divertido). Con la complicidad de Leticia Dolera como perfecta maestra de ceremonias, la muestra se ha inaugurado con una película a la que se le pueden poner pocas pegas: Black Phone es un sólido film de terror, dirigido con mucho oficio por Scott Derrickson -Sinister (2012)-, uno de los realizadores actuales más en forma del género. La película adapta un relato de Joe Hill -Locke & Key (2008)-, hijo, nada menos, que de Stephen King. Y como herencia de su padre, Hill muestra aquí una serie de temas muy presentes en el autor de It (1986), como pueden ser el escenario de un pequeño pueblo, la misteriosa desaparición de niños que da lugar a leyendas urbanas, pero sobre todo, un cruel retrato de una sociedad violenta: se habla de malos tratos domésticos y de acoso escolar. Una violencia muy presente en el mundo de unos niños que viven aterrorizados por la amenaza de esas misteriosas desapariciones, y que parecen exorcizar ese miedo peleándose, de forma brutal, entre ellos mismos, cada día. La posible metáfora parece más que pertinente. Black Phone es también un prototípico relato adolescente ochentero -aunque tiene lugar en los años 70- con sus paseos en bicicleta, sus referencias cinéfilas, sus niños marcados por una ausencia familiar -en este caso, de la madre- y un hecho sobrenatural como el detonante que provoca el paso de la niñez a la adolescencia. Derrickson pone cariño y alma en el estupendo retrato de sus protagonistas juveniles, pero demuestra, una vez más, su buen pulso para los sustos, para las atmósferas sobrenaturales y en general, para el terror, lo que hace que la película funcione de maravilla. Si añadimos a un Ethan Hawke que demuestra una vez más que es un fantástico actor -aquí hace un uso escalofriante de su voz- creo que se puede decir que Black Phone está entre las mejores películas de terror del año.

CINCO LOBITOS -DE MADRES A HIJAS


La sinopsis literal de Cinco lobitos nos remite a un pequeño drama familiar y cotidiano, sin demasiada trascendencia, en el que una joven se siente abrumada por la maternidad y recurre a sus padres, a los abuelos, para hacer frente a sus nuevas responsabilidades. Esta situación nos permitirá conocer a los personajes de una familia y sus relaciones. Pero la ópera prima de Alauda Ruiz de Asúa, ganadora en el Festival de Málaga, propone también una segunda lectura sobre las diferencias entre dos generaciones. Un guión cuidadísimo se esmera en establecer un juego de espejos entre padres e hijos, representados por dos parejas. El detonante de la trama es el estupor ante la maternidad de una millennial, Amaia (Laia Costa), que se siente superada tras la llegada al mundo de su primer bebé. Del otro lado del espejo está su madre, que le muestra un reflejo inalcanzable, una idea de la maternidad perfecta, pero también, de la dureza de la vida, cuyos sinsabores hay que aceptar sin más: a todas nos han dado puntos. Esa madre/abuela, Begoña, es interpretada por una magnífica Susi Sánchez, que es el principal pilar de la película. Amaia se preguntará desesperada cómo pudo su madre criarla, darle el pecho, pasarse las noches sin dormir, echando en falta la ayuda de un marido asustado por la nueva situación. Este miedo juvenil a la responsabilidad se suma a la precaria situación laboral actual: sí, hemos progresado y tenemos, por ley, bajas de paternidad más largas que nunca, pero lo que no tenemos es un puesto de trabajo fijo que nos permita hacer uso de esos derechos. La película establece muy pronto cómo la generación presente parece tenerlo mucho más complicado que la anterior. Pero entonces el relato se traslada al hogar de los padres de Amaia, donde comenzaremos a descubrir matices: que no todo fue tan fácil para Begoña, que hubo sacrificios tremendos para mantener unida esa familia que parece tan perfecta. El otro vector de la historia es la parte masculina: el moderno Javi (Mikel Bustamante) se revela como una versión juvenil del padre de Laia, Koldo -estupendo también Ramón Barea-, que parece condenado a repetir sus mismos errores. Así, Cinco lobitos nos sumerge en una historia río en la que veremos claramente a tres generaciones (de mujeres). Desde el presente atisbaremos el pasado y un poco también el futuro que le espera a la bebé recién llegada a la familia. El principal mérito de la cinta es dotar de vida a ese universo familiar, uniendo lo antiguo con lo nuevo, mostrándonos cómo la vida da paso a la muerte en un ciclo que no tiene final. Todo se repite, como demuestra la emocionante secuencia dedicada a los vídeos caseros de la familia. El mencionado juego de espejos invita a la reflexión sobre cómo eran las cosas antes y cómo son ahora; pero también apela a los sentimientos más humanos al mostrarnos las cosas que no cambian: la cobardía de la mayoría de los hombres -para qué engañarnos- ante la vida real; el mote cariñoso que se mantiene de madres a hijas; y una canción de cuna que, por alguna razón mágica, sigue calmando el llanto de los bebés de generación en generación. Cinco lobitos es una película sobre aprender de nuestra historia, sobre madurar y hacerse adulto y sobre cómo evitar los errores del pasado o, al menos, intentarlo, sin olvidar que, quizás, incluso en los momentos más complicados, somos felices, sin saberlo.

CULPA -MADRE NATURALEZA


Culpa, dirigida por Ibon Comenzana y protagonizada por Manuela Vellés es un apreciable ejercicio de cine de choque. La trama gira alrededor de una mujer que sufre una agresión sexual y decide aislarse en una cabaña en la montaña. Esa rústica vivienda de madera, en medio de la nada, en plena naturaleza -hermosa pero hostil-, en la que no hay cobertura de móvil ni contacto humano alguno, se convierte en la metáfora perfecta para expresar el miedo, la soledad, la vergüenza y la culpa de cualquier mujer tras ser agredida sexualmente, que no se atreve a afrontar el hecho traumático de lo que le ha pasado, ni a contárselo a nadie. A partir de esta premisa, la película se convierte en cine minimalista, casi sin diálogos y sin más objeto de interés que el personaje principal, que se ve obligada a enfrentarse a lo que le ha pasado. Culpa habla de miedos femeninos sobre la maternidad -y el aborto- y utiliza la naturaleza salvaje alrededor de la protagonista, el paso de las estaciones, el transcurso de la propia vida, como una extensión de ella, que se enfrenta a los elementos externos, pero también a la culpa que crece dentro de ella. Para lograr esto, la actriz Manuela Vellés aprovechó su embarazo real y las circunstancias de su cuerpo, como recurso plástico e interpretativo, para formar pareja artística y creadora con su pareja, Comenzana, que la acompaña detrás de la cámara. La película es un ejercicio de compromiso total con el cine, valiente y difícil de digerir para el espectador que tendrá que enfrentarse a tres o cuatro escenas muy duras en las que no hay concesiones. Culpa es una experiencia extrema de cine-verdad, quizás no apta para todos los públicos, pero desde luego un esfuerzo valiente y digno de reconocimiento. Se puede ver en Filmin.

LA MANIOBRA DE LA TORTUGA -ESCONDER LA CABEZA


El director de Techo y comida (2015), Juan Miguel del Castillo, estrena su segunda película en cines adaptando para la pantalla La maniobra de la tortuga, novela de Benito Olmo. En ella encontramos un robusto thriller policíaco, seco y violento, protagonizado por Manuel Bianquetti, el clásico detective expeditivo, incómodo para sus superiores, abandonado al alcohol por un trauma del pasado. Como mandan los cánones, un nuevo caso policial, la aparición de una joven asesinada, devolverá al protagonista la sed de justicia y resucitará los fantasmas de su pasado. Nada que no hayamos visto ya. Pero dentro de lo manido del relato, Juan Miguel del Castillo demuestra brío en la narración de las escenas de violencia, las persecuciones, y en los estimulantes momentos en los que Bianquetti se enfrenta a todos con pocas posibilidades de salir victorioso. Lo que hace diferente a esta película es su escenario, una oscura y sórdida ciudad de Cádiz, de prostíbulos y trapicheos. La trama se mueve por los bajos fondos porque su mensaje tiene que ver con las desigualdades y los desfavorecidos, los inmigrantes, los que no tienen quién les defienda. Interpreta a Bianquetti Fred Tatien, actor de poderosa presencia física, cuya gran presencia nos permite hacer la vista gorda para no tener que preguntarnos qué hace un policía francés en Cádiz. El guión propone, además, una trama secundaria y paralela, la de una mujer acosada por su expareja, interpretada por una estupenda Natalia de Molina. El problema es que esta historia de apoyo nunca acaba de unirse realmente a la trama principal y, aunque tiene interés, puede llegar a estorbar. Su inclusión es temática, porque La maniobra de la tortuga habla de la imposibilidad de la justicia, de una violencia sistémica que se ceba con los débiles -los inmigrantes, las mujeres- contra la que no se puede luchar sin poner en riesgo la propia vida. Lamentablemente, el guión busca que nos olvidemos de la historia de Natalia de Molina para luego intentar sorprendernos en una jugada que puede pillar descolocado al espectador. A pesar de estos posibles defectos, y de algunos diálogos y personajes secundarios que no parecen suficientemente trabajados, hay que resaltar la labor expresiva de Juan Miguel del Castillo: cómo la cámara se eleva para revelar un pie que sobresale de un contenedor de basura; el estremecedor significado de un mensaje de voz en el que solo se escuchan los sonidos de la calle; cómo las luces azules que se reflejan en el rostro de un personaje nos revelan que está a punto de ser detenido.

CABALLERO LUNA -EL EXTRAÑO CASO DE MARC SPECTOR


Una y otra vez, Marvel Studios parece querer desmentir algunas ideas que se pueden leer machaconamente en las redes: que el cine de superhéroes es repetitivo, que está agotado o, como diría Martin Scorsese, carece de verdaderos sentimientos humanos. La serie Caballero Luna (Moon Knight), disponible en Disney Plus, podría desmentir varias de esas sentencias al mismo tiempo. Primero porque la adaptación creada por Jeremy Slater, sin ser un derroche de originalidad, no responde precisamente al esquema habitual del relato sobre el origen de un justiciero enmascarado. De hecho, se salta completamente el peaje del origen para plantear, sobre todo en el primer episodio, un thriller psicológico en el que Steven Grant (Oscar Isaac), un apocado empleado de un museo arqueológico en Londres, sufre extrañas lagunas de memoria. Grant tendrá que descubrir quién es realmente, o incluso quiénes. A partir de esta premisa, Caballero Luna se desarrolla como un sorprendente cóctel de géneros: terror psicológico y sobrenatural, acción, aventura y fantasía. Todo eso además de ser una buddy movie muy original. Las apariciones del superhéroe titular son, de hecho, escasas, ya que la trama se centra en las múltiples personalidades del héroe, lo que da pie a un recital interpretativo, muy divertido, por parte de Oscar Isaac.

Poco tiene que ver la serie de televisión, por cierto, con el personaje que aparece en los cómics de Marvel desde mediados de los años 70, aunque recoja su esencia y se mantenga bastante fiel a su origen. Pero es que el Caballero Luna de los tebeos es muchas cosas: nació como enemigo de un hombre lobo, monstruo protagonista de la cabecera Werewolf by Night, creado por Doug Moench -principal autor detrás del personaje- y el dibujante Don Perlin. A partir de esa primera aparición, el personaje irá evolucionando dramática y estéticamente, apareciendo en diferentes colecciones y como estrella invitada en otras series hasta conseguir su propio título en 1980. En este, Moench y el dibujante Bill Sienkiewicz darían forma a la versión más icónica del personaje: un justiciero urbano que recuerda al Batman dibujado por el recientemente fallecido Neal Adams, con algunos elementos sobrenaturales, múltiples identidades y un estupendo reparto de secundarios -Marlene, Frenchie, Crawley-. Tras aquella serie, el Caballero Luna iría cambiando con los tiempos -incluso llegó a ser un Vengador- hasta las recientes -y más adultas- versiones que juegan con su psique fragmentada, como se recoge en esta nueva serie televisiva.

Curiosamente, el precedente más directo que se me ocurre de esta serie de Caballero Luna es otra ficción catódica sobre superhéroes -en este caso los X-Men- que se parece más bien poco a una serie de superhéroes: la magnífica Legión creada por Noah Hawley, que se aprovechaba también de un protagonista cuyo interior esconde múltiples personalidades y que encima tiene la capacidad de alterar la realidad. Aunque Slater no llega tan lejos en Caballero Luna, ya que prefiere no jugar a la metaficción, sí que busca sorprender constantemente al espectador, no solo con revelaciones sobre los personajes y villanos, sino cambiando continuamente de escenario, de espacio temporal y poniendo en duda si lo que estamos viendo es real, imaginario o parte de un universo fantástico. O todo al mismo tiempo. Con mucho humor y un montón de ideas por capítulo, Caballero Luna es una serie Marvel disfrutable que, por una vez, es completamente independiente de la continuidad de este universo de ficción, por lo que se puede ver sin conocer nada previamente. Su único defecto, en mi opinión, es que parece más un prólogo, una presentación de personajes y situaciones, que un relato con entidad propia. ¿Continuará?

RED ROCKET -DONUTS Y PORNO


Sean Baker, autor de la estupenda The Florida Project (2017) vuelve a explorar la amarga mentira del sueño americano en Red Rocket
Esta nueva película mantiene las señas de identidad de la anterior: estilo casi documental, un escenario suburbano -en este caso, Texas- y unos personajes desfavorecidos, al límite de la pobreza, que sobreviven a duras penas en una existencia de penurias que compensan con comida rápida, telebasura, alcohol, tabaco, drogas y cometiendo delitos menores. Curiosamente, este escenario deprimente, da lugar a una divertida comedia, eso sí, con un poso amargo que congela la sonrisa. Baker convierte de nuevo un escenario sórdido en un caramelo visual, utilizando la fotografía y las localizaciones, resaltando colores y luces, para convertir la tragedia social en algo parecido a la portada de una revista publicitaria. El director de Nueva Jersey convierte los no-lugares -aparcamientos, los alrededores de una fábrica, esos callejones por los que nadie transita- en preciosas estampas que el protagonista recorre con una bicicleta en imágenes que son casi vitalistas. Pero engañan, claro. En este mundo dibujado por Baker, sus personajes se mueven completamente ajenos a la campaña política que se está desarrollando en su país -volvemos a la era de Donald Trump- de cara a unas elecciones en las que no van a participar y cuyo resultado parece no importarles en absoluto. Pero lo más destacable de la película de Baker, creo yo, es su diseño de personajes. Protagoniza el relato un inolvidable perdedor, Mikey, interpretado por un carismático Simon Rex, una ex estrella del cine porno, un completo embaucador, muy sociable, que conquista y enamora a cualquiera, pero que en realidad solo mira por sí mismo. Red Rocket nos coloca en la incómoda posición de tener que identificarnos y reírnos con un tipo como Mikey, capaz de cualquier cosa con tal de salir adelante. Mikey es divertido pero infantil y se demostrará inmaduro, incapaz de asumir ninguna responsabilidad y cobarde. A su alrededor encontramos un variopinto grupo de personajes, todos interpretados por actores no profesionales o muy poco conocidos, que Baker describe de forma magistral en apenas unas pocas escenas. Todos son fracasados y marginados que han caído en lo más bajo, pero que, al menos, intentan mantener una mínima dignidad viviendo honestamente con sus miserias y pecados. Mención aparte merece un personaje magnético, el de Strawberry, una 'Lolita' pertubadora y sexy, interpretada con muchísima malicia por Suzanna Son. Un personaje que te hace sentir 'sucio' al salir de la sala. Sean Baker consigue con Red Rocket una comedia negrísima que indaga en lo peor del capitalismo y hace un retrato desalentador de la sociedad de su propio país, mientras le exige al espectador una dura reflexión. Imprescindible.

OZARK -SEGUNDAS OPORTUNIDADES


Pocas experiencias televisivas se pueden comparar con el episodio final de Ozark, que me parece magistral por cómo consigue someter al espectador a una tensión casi insoportable. Los guionistas de la serie creada por Bill Dubuque nos han traído de la mano hasta aquí: han conseguido comprometernos emocionalmente con los personajes principales y nos han dejado muy claro todo lo que se juegan en una escena final que los reúne a todos. La amenaza de la muerte se ha mantenido planeando sobre los protagonistas durante toda la serie y sospechamos que, en el último capítulo, necesariamente algo trágico tiene que ocurrir. Con todas las cartas sobre la mesa, el argumento se desarrolla sin que ocurra absolutamente nada que nos confirme esa terrible sospecha. Nada nos indica por dónde se va a romper una cuerda estirada hasta su máxima tensión. Y cuando por fin ocurre, la serie apela a una suerte de destino ineludible, pero también a un precio moral, por encontrar la felicidad. Y de paso nos lanza a la cara un amargo mensaje sobre quiénes tienen derecho al triunfo quiénes no. 
Luego, para rizar el rizo, un epílogo sorprendente nos hace replantearnos todo lo que acabamos de ver. Como la obra maestra de Los Soprano, Ozark acaba en un plano en negro, que lo deja todo en el aire. Sabemos lo que ha ocurrido, pero es tarea del espectador decidir cuáles son las consecuencias y, sobre todo, si el fin justifica los medios.

Ozark es una estupenda serie dramática, con guiones sólidos y trabajados, interpretaciones de primera -mencionemos especialmente a Julia Garner y Laura Linney- y una dirección eficiente, de cine negro -Jason Bateman se ha revelado como un realizador con ideas-; pero además plantea la enésima metáfora sobre el capitalismo. Ya vimos en The Wire como David Simon interpretaba el narcotráfico como una versión -¿Perfeccionada?- del capitalismo, como la metáfora perfecta de sus peores consecuencias. Luego, Breaking Bad hurgaba en el lado oscuro del americano medio y en que si se lleva al extremo la mentalidad capitalista acaba uno convertido en un monstruo, en un lobo rodeado de borregos. En Ozark este concepto se traslada del individuo al matrimonio y a la familia, entendida como pilar de la sociedad. La serie de Netflix es una metáfora de las tensiones de pareja y de la paternidad, exacerbadas hasta situaciones de vida o muerte. Pero también hay que añadir un comentario demoledor sobre el clasismo. La muerte más importante del capítulo final -cuidado, esto puede ser spoiler- traslada un mensaje amargo, muy amargo, sobre la lucha de clases. Los privilegiados, incluso los que hayan desarrollado una conciencia social, siempre seguirán disfrutando de su posición -heredada- mientras que las clases menos favorecidas, a pesar de sus esfuerzos por mejorar su situación, nunca podrán subir en la escala social. El sueño americano desmentido en una serie que es un gran entretenimiento.

Ozark convierte en leitmotiv otro concepto muy querido por la cultura estadounidense: todo el mundo merece una segunda oportunidad. La idea de la redención está presente en esta última tanda de capítulos en prácticamente todos los personajes. Quiero resaltar únicamente, haciendo un spoiler menor, el bautismo al que se somete el personaje de Sam Dermody (Kevin L. Johnson). Sam 'vuelve a nacer' como cristiano en un giro que define perfectamente a su personaje un tipo débil, enmadrado, que ha sido utilizado por varios personajes durante la serie y que ahora se une a una secta. Pero, si repasáis la trayectoria de cada personaje en estos últimos episodios, casi todos viven una experiencia de vida o muerte, o su situación vital se transforma radicalmente por una decisión personal, una oportunidad que se presenta o una influencia externa. Lo más interesante de esto es cómo cada personaje reacciona de una manera diferente a esa segunda oportunidad, según la naturaleza de cada uno, según decisiones morales que los llevan a abrazar el cambio para escapar a otra vida o a rechazar lo que se les ofrece, abocados al desastre como impulsados, otra vez, por un destino trágico ineludible.

KILLING EVE -DECEPCIONANTE DESPEDIDA


El gran problema de la ficción en serie son las expectativas. Cuando se plantea una historia, el espectador se anticipa a lo que va a ver, a cuál puede ser el final del relato y a lo que puede pasar con los personajes. En una película, un relato concentrado que dura entre 90 y 120 minutos de media, el argumento se mantiene más o menos compacto y el desenlace suele responder a lo planteado al inicio. En una serie, la distancia entre planteamiento y desenlace es mayor y por el camino se pueden desdibujar esos primeros planteamientos. C
ada temporada debe introducir giros y sorpresas, lo que puede suponer que se desvirtúe la naturaleza de la historia. En la ficción actual post Perdidos (2004-2010), la tendencia es, precisamente, intentar sorprender a un espectador que se aburre fácilmente, cambiando completamente las reglas de juego en cada temporada, eliminando personajes que parecían importantes, haciendo elipsis narrativas que nos llevan a un punto argumental que lo cambia todo. Pero todo eso que en Perdidos funcionaba estupendamente al espectador avisado, no siempre da buenos resultados. Un poco de todo esto nos ha tocado sufrir en la última temporada de Killing Eve. La estupenda premisa inicial de la serie nos contaba la vida de Eve -Sandra Oh- una mujer casada, empleada del MI6, pero completamente alejada del glamur de las aventuras de James Bond. Eve tiene una vida feliz, pero gris y aburrida -como la de todos nosotros- hasta que entra en su vida Villanelle (Jodie Comer) una asesina en la línea de Viuda Negra o La Femme Nikita (1990) que personifica, veladamente, la fantasía de poder que podría tener cualquier persona corriente como Eve. Lo más interesante de Killing Eve -es mi opinión- es cómo estos dos personajes se relacionan en un juego del gato y el ratón, acercándose y alejándose, aumentando la tensión hasta explotar en un fascinante juego erótico que acaba convirtiéndose en una historia de amor. El problema de la serie es que, una vez que Eve y Villanelle se encuentran, esa energía se disipa, por lo que el argumento se ve en la necesidad de separar de nuevo a las protagonistas para reiniciar de nuevo dicho juego, eso sí, sin la frescura inicial. En esta última temporada, de hecho, nos encontramos con una inversión de roles que no acaba de funcionar: Eve actúa como una asesina profesional y Villanelle intenta reformarse, dejar de matar, dejar de ser una psicópata abrazando la fe en una especie de secta. Ese cambio de papeles responde, de hecho, a los planteamientos iniciales de cada personaje: es lo que deseaba cada una desde el principio. Pero quizás no es lo que esperaba el espectador, que ha disfrutado hasta ahora de la dinámica entre ambos personajes y que al verlas separadas, sin relacionarse entre sí, espera impaciente el reencuentro. Los guionistas, claro, saben esto y enseguida ambos personajes volverán a sus orígenes, aunque Eve ya no pueda volver atrás: ya no es esa mujer común que soñaba con un mundo de peligro y acción. Ahora vive en ese mundo, que ha convertido en su realidad habitual. Y el problema es que la serie no parece tener nada mucho más qué decir sobre ella. De hecho, la trama prefiere compensar esto dándole más importancia a personajes secundarios -aunque maravillosos- como Konstantin (Kim Bodnia) y Carolyn (Fiona Shaw), por lo que durante varios episodios vamos saltando de uno a otro: se puede tener la sensación de que el argumento se dispersa y no avanza. Otro problema -en mi opinión- de esta última temporada es la introducción de nuevos personajes -Yusuf (Robert Gilbert), Pam (Anjana Vasan) o Gunn (Marie-Sophie Fedane)- que, lógicamente, no tendrán más espacio para su desarrollo que esta cuarta tanda de capítulos, lo que los convierte en piezas que parecen colocadas para cumplir una función muy concreta en el argumento y luego desaparecer: no tienen verdadera vida y aunque podrían ser potencialmente interesantes, habrían necesitado más tiempo para crecer. Resumiendo, Killing Eve, en su cuarta temporada, sigue manteniendo las señas de calidad que le han valido el éxito: personajes bien construidos, mucho humor, un apartado visual muy atractivo en cuanto a la fotografía, la elección de las localizaciones que casi parecen decorados construidos expresamente, además de una utilización lúdica de la banda sonora y de temas musicales populares; y esto sigue siendo un envoltorio irresistible para la historia de dos mujeres enfrentadas que se atraen porque cada una desea lo que tiene la otra -aventura vs. normalidad-. Lamentablemente, como ya he expuesto, esto último acaba desdibujándose en esta temporada final que se cierra con un desenlace que, aunque coherente -y quizás incluso anticipable- puede resultar poco satisfactorio en su ejecución.

DOCTOR STRANGE EN EL MULTIVERSO DE LA LOCURA -NOSTALGIA DE SAM RAIMI

DOCTOR STRANGE EN EL MULTIVERSO DE LA LOCURA -NOSTALGIA DE SAM RAIMI



Todavía recuerdo el día en el que vi, por primera vez, El ejército de las tinieblas (1992) en un cine de reposiciones: aquella película no se parecía a nada que hubiera visto antes. Era una sorprendente comedia con momentos terroríficos, con un alucinante tono pulp, referencias a Lovecraft y guiños cinéfilos. Pero sobre todo me fascinó el uso que hacía su autor, Sam Raimi, de la cámara, dejando que el espectador se percatara de su presencia: era como un personaje más y también como estar dentro de la historia. Como si estuviésemos viendo una película y su propio 'detrás de las cámaras' al mismo tiempo, lo que daba como resultado una extraña atmósfera de pesadilla hiperreal. Eran los años 90 y yo recordaba, difusamente, haber visto, en algún pase televisivo de madrugada, Terroríficamente muertos (1987) ¿O era Posesión infernal (1981)? No mucho después, gracias a los (casi) extintos videoclubs pude recuperar aquellas películas: la trilogía de Evil Dead es la santa trinidad de cualquier fan del terror, tres películas perfectas para ver en Halloween. Desde entonces he podido seguir la carrera de Raimi, casi como lo hace un aficionado al fútbol con su equipo o jugador favorito. Siguiendo su filmografía, recuerdo descubrir con sorpresa la alucinada Crimewave (1985), producto de su amor por el humor de Los tres chiflados y los cartoons y de su amistad con los hermanos Coen. Y enseguida, Raimi nos alegraba -al menos a mí- jugando en las grandes ligas de Hollywood: ahí estaba su primera incursión en el cine de superhéroes, Darkman (1990), pasada, eso sí, a través del filtro del homenaje a los monstruos de la Universal -especialmente El fantasma de la Ópera (1943)-. Luego vendrían Rápida y mortal (1995), homenaje a Sergio Leone y al spaghetti western; Un plan sencillo (1998), demostración de madurez y confirmación de su afinidad con los Coen; un encargo que aspiraba quizás a asentarle en Hollywood, la romántica Entre el amor y el juego (1999) -francamente, alejada de mis preferencias- y su vuelta, más o menos, al terror, con Premonición (2000), un producto nada despreciable situado en las coordenadas del American Ghotic. En el año 2002 llegaba la culminación de un sueño: Raimi dirigía Spider-Man con Tobey Maguire y todo cobraba sentido. En esta, y sobre todo en la insuperable Spider-Man 2 (2004), el director demostraba ser un fan de los cómics de Stan Lee, Steve Ditko y John Romita y transformar ese amor en un blockbuster perfecto. Lamentablemente, el tren de Raimi descarriló con Spider-Man 3 (2007), cinta desequilibrada e insatisfactoria por sobrepoblación de tramas y villanos -y señalo directamente a Venom-. Dos años después, Raimi demostraba que no había perdido su alma por pactar con los grandes estudios y volvía a ser el de Posesión Infernal en la estupenda Arrástrame al infierno (2009), fantástico cuento de brujas. Tras la colorida Oz: un mundo de fantasía (2013) y después de recuperar las aventuras de Ash (Bruce Campbell), el héroe de Evil Dead, en una divertida serie de televisión, Raimi vuelve a jugar en primera división -¡20 años después!- con Doctor Strange en el Multiverso de la locura. Personalmente, creo que estamos ante un nuevo triunfo de Marvel Studios y del propio Raimi. La película recupera la premisa de Spider-Man: No Way Home (2021), solo que ahora, en lugar de recibir la visita de personajes del Multiverso en nuestro mundo, son los héroes los que saltan de una realidad a la siguiente. Y el viaje es muy divertido. Pero sobre todo, esta película es un cruce imposible entre los superhéroes de Marvel y el universo del propio Sam Raimi. La nueva aventura del Doctor Strange (Benedict Cumberbatch) está trufada, de principio a fin -literalmente- de referencias a la trilogía de Evil Dead. Recordemos que este suele incluir en (casi) todas sus películas, dos elementos de aquella: al actor Bruce Campbell y a su propio coche, un Oldsmobile Delta 88, que introduce en cada una de sus obras a modo de huevos de pascua y como homenaje a la ya lejana Posesión Infernal (1981). Pero no solo hay guiños nostálgicos: las aventuras del hechicero supremo son perfectas para que Raimi despliegue su sensibilidad única para el fantástico y el terror con set pieces que solo podría haber dirigido él, como la estupenda escena en la que Wanda (Elizabeth Olsen) se enfrenta a su lado oscuro en su casa -que conecta directamente con diversos momentos de Evil Dead en los que Ash es acechado por las fuerzas del mal- o el imaginativo y original duelo de sinfonías entre magos. Todo eso es puro Raimi, que encuentra en el argumento de esta película terreno abonado para desarrollar un tema muy presente en su filmografía, el del doble maligno, el del lado oscuro del ser humano, que siempre ha desarrollado de una forma puramente visual, estética y cinematográfica. Tanto el Doctor Strange -siguiendo la trama de su primera película, dirigida por Scott Derrickson- como la Bruja Escarlata -que completa aquí el arco de personaje iniciado en la serie de Disney Plus, Bruja Escarlata y Visión- se enfrentarán a sus debilidades y, como (súper)héroes que son, intentarán sobreponerse a la tentación del lado oscuro. Son dos tramas sencillas pero sólidas, interpretadas por fantásticos actores, en este nuevo capítulo de la inabarcable historia del Universo Marvel Cinemático. Hay, además, para el fan de Marvel, un montón de guiños y sorpresas que dejan con la boca abierta, aprovechando de nuevo la excusa del Multiverso. Y sobre esto, por cierto, me permito una pequeña reflexión acerca de las críticas a la continuidad marveliana: más de uno se queja de que ver una película Marvel supone tener que recordar argumentos de otras cintas de hace diez años (o más) y esto, al parecer, es un esfuerzo que no merece la pena. Yo disiento. Primero, porque no hace falta estar enterado de todo para disfrutar de cada entrega. Pero sí es verdad que conocer estos detalles eleva muchos enteros el disfrute de cada película y que este rasgo es el que convierte a esta saga en algo único en la historia de la cultura popular. Segundo, francamente, no creo que sea tan difícil recordar los detalles de una película de superhéroes: mis hijos pueden. Y por último, os planteo una pregunta: ¿Por qué reconocer todos los guiños a la obra de Sam Raimi en Doctor Strange en el Multiverso de la locura se puede considerar 'cinefilia' y en cambio pillar las referencias marvelianas es un esfuerzo inútil? En el fondo, son la misma cosa, a menos que hagamos distinciones entre productos culturales.

X -BRECHA GENERACIONAL


Ti West resucita como cineasta de esa muerte en vida que es hacer televisión -estoy exagerando con fines dramáticos- para ofrecernos X, una vuelta por la puerta grande al terror que nos devuelve sensaciones de The House of the Devil (2009) y The Inkeepers (2011). Aquí, West hace un estupendo cruce entre Boogey Nights (1997) y La Matanza de Texas (1974) que luego deriva de forma muy divertida en el slasher de la seminal Bahía de sangre (1971) y de su consecuencia directa, Viernes 13 (1980), con elementos estéticos propios del cine italiano de los 70, del ya mencionado Mario Bava y de Dario Argento. Un cóctel que el talento detrás de la cámara de West hace funcionar, apoyándose en un estupendo diseño de producción, una banda sonora subterránea y macabra que genera tensión -de Tyler Bates y Chelsea Wolfe- y una playlist juguetona de temas setenteros -en la línea de Érase una vez en Hollywood (2019) o Licorice Pizza (2021)-, además de unas interpretaciones resultonas y una buena ración de sustos y gore. Ti West se confirma, para mí, como uno de los mejores generando mal rollo: sabe cómo meterte el miedo en el cuerpo con apenas un par de elementos -esos planos abiertos en los que parece que se mueve algo al fondo-. Con todo esto a su favor, creo que X es una película de terror bastante efectiva y entretenida. Pero hay más. Porque West maneja, también, temas de fondo: la oposición entre el sexo y la muerte -Eros y Thanatos-, el miedo a envejecer, a la decadencia física y el rencor hacia la vitalidad de la juventud que necesariamente lleva al sexo como pulsión -un tema presente, quizás de forma inconsciente, como mero reclamo comercial en el giallo y el slasher-. Elementos que relacionan esta película con obras recientes como La visita (2015), Relic (2020) o La abuela (2021), pero con los que West juega de forma mucho más lúdica, con mucho sentido del humor -ahí está ese caimán imposible, pero sobre todo el juego meta que supone la interpretación de una espectacular Mia Goth, que constituye el mejor resumen de lo que propone la película-. Como he dicho, West juega con estos conceptos a todos los niveles -guión, planificación y sobre todo montaje- en una cinta tan divertida como disfrutable en múltiples sesiones que revelan secretos, guiños y referencias que la convierten en un artefacto que dialoga con el género y cuyo destino es convertirse en film de culto.

COMPARTIMENTO Nº 6 -DOS EN EL TRANSIBERIANO


La ganadora (ex aequo) del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, Compartimento Nº 6, es una sorprendente road movie ambientada en el transiberiano en los años 90, en la que las vidas de dos personajes dispares se cruzan. Basada en la novela de Rosa Liksom, protagoniza el relato una estudiante de arqueología, Laura (Seidi Haarla), que conocerá en el mencionado tren a un joven minero, Lhoja -interpretado por el ganador del premio al mejor actor en Valladolid, Yuri Borísov- para desarrollar lo que solo puedo definir como una historia de amor fou, pero sin romance -ni sexo- de por medio. Laura nos es presentada como una mujer que no encaja -es finlandesa, pero vive en Rusia- y que no se entiende con su pareja ni con los amigos de esta. El viaje en solitario que emprende en tren para visitar un yacimiento arqueológico es la excusa, claro, para encontrarse a sí misma. Este autodescubrimiento se desencadena por el encuentro con Lhoja, un joven extraño, algo pendenciero, que fuma sin parar y con tendencia a la ebriedad, de conducta impredecible, ciertamente infantil y que vive aparentemente sin atender a reglas de ningún tipo. Lhoja aparecerá primero como un tipo maleducado, una compañía nada recomendable, pero Laura, al verse obligada a compartir viaje con él, tendrá que superar esos prejuicios para descubrir la nobleza que se esconde debajo de su caótico comportamiento. Dirigida por el finlandés Juho Kuosmanen, Compartimento Nº 6 habla del encuentro con el otro, de superar diferencias cuando no queda otro remedio que compartir el espacio, y sobre todo, de cómo una dosis de locura, muchas veces, es la única forma de conseguir las cosas y de ser feliz.