INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO -EN BUSCA DE LA MAGIA PERDIDA


Indiana Jones nació para ser algo así como un juguete para la diversión de Steven Spielberg y George Lucas -y por extensión, de nosotros los espectadores-. Para la pareja de cineastas era su propia versión de las películas de James Bond, mezclada con los seriales cinematográficos y las cintas de aventuras exóticas de su infancia. En busca del arca perdida (1981) es una maravilla -con guión de Lawrence Kasdan-, una obra de entretenimiento perfecta que nos hace soñar y que, creo yo, nunca ha sido superada. Y aún así, está claro que cada una de las entregas de las aventuras del arqueólogo ocupa un lugar especial en nuestra memoria cinéfila: todas son estupendas, incluso, sí, la denostada El reino de la calavera de cristal (2008). Y gran parte del éxito de estas películas es el protagonismo de uno de los actores más queridos de la historia del séptimo arte, Harrison Ford, cuyo carisma irresistible ha impedido -de momento- que Indiana Jones sea interpretado por otros actores, como es habitual en el cine -pensemos en James Bond, Batman, Sherlock Holmes o Drácula-. Indiana Jones y el Dial del destino llega a las salas en 2023 con el gran reclamo de ser la despedida de Ford. Ya no están Spielberg, que ha preferido dedicar sus esfuerzos a otros proyectos; ni George Lucas, que ha vendido los derechos de su obra a Disney. Pero sí está Harrison Ford, empeñado en despedirse de su personaje más querido de forma digna. Y desde luego, lo consigue. Esta nueva película dirigida por James Mangold -que ya despidió a Lobezno en la estupenda Logan (2017)- tiene la complicada misión de recoger el testigo de una saga de otra época, actualizarla para las nuevas generaciones y, ya puestos, despedirla. Una misión imposible. A pesar de estas dificultades, Mangold sale airoso y consigue hacer una película entretenida, emocionante y que en varios momentos captura la magia de las películas originales. Eso sí, primero hay que superar un prólogo que quiere devolvernos a los tiempos de las aventuras originales y que, para mí, es un horror digital, carente de vida. Superado este primer tramo del film, solo hay que dejarse llevar por el encanto de Harrison Ford, que demuestra que el amor -que sentimos por él- no tiene edad. Le acompaña bien Phoebe Waller-Bridge, como una mujer inteligente, graciosa, y amoral, que es el necesario contraste entre la generación anterior, la de Indy, más idealista, y una juventud descreída y materialista -la actual-. La película juega temáticamente con conceptos como el fin de una época, el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia y, en definitiva, con la imposibilidad de volver atrás, un mensaje que se ajusta a la perfección al personaje, a la propia saga, e incluso, al cine. Lo mejor -además de la música de John Williams- es un clímax maravilloso, sorprendente, que parece justificar la necesidad de utilizar los efectos especiales digitales. 
Indiana Jones y el Dial del destino va de menos a más y nos hace sentir, mientras pasan los minutos de su abultado metraje, que el tiempo de disfrutar de las aventuras del héroe del látigo se nos escapa, se agota para no volver nunca más. ¿O sí?

BLACK MIRROR -TODO EL MUNDO OCULTA ALGO


Aquí está el repaso de la nueva entrega de Black Mirror, disponible en Netflix. Tras las críticas por un supuesto agotamiento de la serie -que no comparto-, su creador, Charlie Brooker ha decidido dar un giro importante en estos nuevos episodios. Vamos allá.

Joan is Awful funciona como una comedia romántica, con una protagonista femenina que parece tenerlo todo, pero que en el fondo se siente insatisfecha: con su pareja sentimental, con su trabajo y hasta con el café que se toma cada mañana. Charlie Brooker plantea a Joan (Annie Murphy) como la imagen del conformismo, una mujer bien posicionada laboralmente que ha superado una relación tóxica, pero que, precisamente, echa de menos que la vida sea algo más que ver una serie de Netflix después de trabajar. El giro que propone el argumento es, de hecho, que Joan comienza a ver su propia vida en la pantalla de televisión, convertida en una serie de éxito y protagonizada por Salma Hayek. Este es el mayor fuerte de Brooker como narrador: crear una premisa que engancha y explorarla -con más o menos éxito-. Esta divertida idea da pie a un tema recurrente en las distopías que suele proponer Black Mirror: la pérdida de la intimidad. ¿Qué pasaría si todo el mundo pudiera ver lo que hacemos... cuando creemos que nadie nos ve? Este conflicto acaba desarrollándose tocando temas tan actuales como la Inteligencia Artificial y, en consecuencia, el libre albedrío; pero también hay un comentario sobre nuestros hábitos como espectadores -y como cotillas-. La historia acaba con moraleja: hay que tomar las riendas de la propia vida.

Loch Henry es un absorbente episodio sobre una pareja de jóvenes estudiantes de cine que pasan una noche en el pueblo de uno de ellos, en casa de su madre, de camino a realizar un documental de corte ecologista. El pueblo está casi completamente vacío y sorprendentemente ignorado por los turistas, una situación que se explica al desvelarse unos terribles asesinatos ocurridos hace décadas. Esto da pie a Charlie Brooker a utilizar registros del cine de terror y concretamente del found footage -se menciona explícitamente El proyecto de la bruja de Blair (1999)-, además de introducir la temática de los asesinos en serie y, sobre todo, del true crime. Y es que Loch Henry es, en realidad, una reflexión sobre el espectador y su relación con la realidad y la ficción. Y como en Joan is Awful, Brooker se atreve a reflexionar sobre ese espectador que ya no va al cine, ya no ve la televisión, pero consume 'contenidos' de Netflix y ha perdido contacto con la realidad. Todo le parece una ficción. La generación anterior, la del VHS, no se salva: debajo de las grabaciones de una pulcra serie policiaca se esconde el horror de una película snuff. Brooker cierra el capítulo señalando la hipocresía de la industria audiovisual, nada menos que en la ceremonia de los Bafta.

Beyond the Sea parte de una idea poderosa: en un 1969 alternativo, los astronautas que realicen largos viajes estelares contarán con réplicas robóticas que les permitirán seguir estando presentes en la Tierra y junto a sus familias. El argumento plantea como protagonistas a una pareja de pilotos -un estupendo Aaron Paul y Josh Harnett- que viajan por el espacio mientras sus réplicas viven una existencia idílica con sus familias. Pero Charlie Brooker introduce entonces una referencia a otro suceso histórico ocurrido en 1969: el asesinato de Sharon Tate por parte de la 'familia' de Charles Manson. Esto provoca una situación interesante que lleva a que los dos astronautas, de personalidades muy diferentes, acaben habitando la misma réplica y relacionándose con la mujer de uno de ellos (Kate Mara). Brooker explora, de una forma muy original, el tema del doble y del lado oscuro de cualquier ser humano, una idea presente en todos los episodios. En esta temporada de Black Mirror, Brooker ha decidido cambiar el foco argumental de la tecnología a la naturaleza humana. En este episodio, el conflicto no está en las réplicas de los astronautas -que solo son malignas para un grupo de hippies alucinados- sino en el lado violento de los dos hombres que protagonizan el relato. Es interesante pensar que este capítulo recuerda vivamente a un clásico de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (1968), influencia obvia y lógica en todo relato sobre el viaje espacial. Pero ¿Qué elemento de la obra maestra de Stanley Kubrick ha sido eliminado por Brooker? La Inteligencia Artificial. Aquí no hace falta un demente HAL 9000 para desencadenar la tragedia. La raza humana se basta por sí sola.

Mazey Day es el episodio más sorprendente de Black Mirror, proponiéndose como un salto de la ciencia ficción distópica habitual de la serie, a otro subgénero del fantástico que no desvelaré para evitar el temido spoiler. Quizás por ello, el guión de Brooker nos lleva al pasado reciente, cuando todavía las redes sociales y los smartphones no dominaban nuestras vidas. La historia nos presenta a dos mujeres en lugares opuestos del mundo del espectáculo: una paparazzi, Bo (Zazie Beetz), que persigue a los famosos para ganar dinero desvelando sus secretos; y Mazey Day (Clara Rugaard), una estrella de cine que se ve envuelta en un oscuro incidente que no quiere hacer público y que la convierte en el objetivo de la prensa del corazón más despiadada. Brooker explora de nuevo temas sociológicos como el derecho a la intimidad y a la 'información', la hipocresía y el morbo con el que funcionan los tabloides, las webs de cotilleos y la televisión, y cómo todo se justifica por una mentalidad de mercado. Vender tu alma para dar el pelotazo. El episodio es eficaz, muy breve, y su final es absolutamente sorprendente. Para mí es un sí.

Todo lo visto en los episodios anteriores de la sexta temporada de Black Mirror, cristaliza en Demon 79, una comedia de terror de corte moral, en la que una dependienta de una zapatería, Nida (Anjana Vasan), encuentra un pequeño amuleto con el que convoca accidentalmente a un demonio que la pone a prueba: debe asesinar a tres personas para evitar el apocalipsis. Charlie Brooker se introduce así en el género de terror fantástico, bajo el título de Red Mirror, aunque no se puede decir que sus intenciones temáticas cambien demasiado. Una vez más, descubriremos que la protagonista y todos los que la rodean, esconden un lado oculto y son capaces de perpetrar los peores crímenes -asesinatos, abusos sexuales, desencadenar guerras-. Pero el verosímil para descubrir las sombras de la naturaleza humana ya no es una nueva tecnología, sino un elemento mágico, en este caso, un amuleto o la capacidad de un demonio (Paapa Essiedu) para conocer toda la historia -e incluso el futuro- de los que lo rodean. Brooker adereza su argumento, como siempre, con elementos de crítica social, y nos habla de racismo y machismo situando la historia justo en el comienzo del período de Margaret Thatcher como Primer Ministro, y con la Guerra Fría y el pánico nuclear como trasfondo. Un episodio bastante redondo que, por su duración, es prácticamente una película en sí misma.

UNA VIDA NO TAN SIMPLE -CASADO CON HIJOS


Retratar la vida cotidiana, los problemas y angustias de una generación puede parecer fácil, pero requiere de una gran capacidad de observación para separar lo particular de lo general, para encontrar con qué nos sentimos identificados la mayoría, y, sobre todo, dónde está la clave dramática de los conflictos a los que muchos nos enfrentamos. Félix Viscarret lo consigue en Una vida no tan simple, algo así como la respuesta masculina a Cinco lobitos (2022), con la que haría una interesantísima doble sesión. La película retrata a una generación para la que la paternidad ha acabado siendo una carga, un obstáculo, en lugar de un fin en sí mismo y una satisfacción. En plena crisis de los 40, estos ya-no-tan-jóvenes siguen persiguiendo sus 'sueños' y una idea de 'libertad' para los que los hijos son un impedimento. Aquí, el protagonista, Isaías (Miki Esparbé) es un arquitecto, que fue una joven promesa, y que ahora hace malabares para equilibrar su carrera profesional, su relación de pareja, y sus obligaciones como padre de dos hijos pequeños. Isaías, obviamente, no es feliz, no tiene claras su prioridades y se empeña en buscar algo que no existe, cuando, quizás, todo lo que necesita está justo delante de sus narices. Y en estas aparece Sonia (Ana Polvorosa), y que ella pueda ser la solución a la infelicidad de Isaías es una idea muy de hombre. Viscarret cuenta todo esto reflejando de manera divertida y exacta cómo es sentarse en el banco de un parque a ver a tus hijos jugar mientras intentas darle conversación a otro padre o madre tan aburrido como tú. Un argumento principal que se complementa con otros personajes: Nico (Alejandro García) es la constatación de que llegar soltero a ciertas edades puede ser incluso peor; y Ainhoa (Olaya Caldera), pareja de Isaías, es el necesario personaje femenino que refleja que estas preocupaciones no son solo cosa de hombres. Unos diálogos estupendos, situaciones reconocibles, y la capacidad de trascender la mera identificación en lo cotidiano para proponer ideas ingeniosas -que pueden llegar a recordar a Woody Allen- redondean una estupenda y entrañable comedia costumbrista.

FLASH -CORRE, FLASH, CORRE


Tras Spider-Man: Un nuevo universo (2018), Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022) y Spider-Man: No Way Home (2021) puede parecer que Flash/Barry Allen, como siempre, llega tarde a las aventuras interdimensionales y los universos paralelos. Pero en honor a la verdad, el superhéroe velocista fue el primero. En el tebeo El Flash de dos mundos, publicado en 1961, con guión de Gardner Fox y dibujos de Carmine Infantino -siguiendo una idea del editor Julius Schawartz-, Barry Allen descubría un mundo paralelo en el que vivía Jay Garrick, el Flash de la Edad de Oro, una versión anterior del personaje, cuyos cómics se publicaron en los años 40 y cuya imagen se parece al Hermes griego. Reconocido esto, resulta inevitable pensar que esta primera película sobre Flash -personaje que ha contado con dos estupendas series de TV- viene a remolque de los títulos ya citados -por no hablar de una decena de películas sobre la misma temática cuyos protagonistas no son superhéroes-. Dirige el argentino Andy Muschietti -tras estar detrás de la cámara en It (2017) y su secuela- con mucha sorna, pero, también, con amor por los personajes. Protagoniza el polémico Ezra Miller, sorprendentemente eficaz, en un registro que va de Forrest Gump a Buster Keaton, pasando por Bugs Bunny. Comparado con el idealismo de Superman, la oscuridad de Batman y la épica de Wonder Woman, Flash es un payaso y eso se refleja en una película repleta de humor -sin llegar a la parodia de Deadpool (2016), pero cerca de las entregas de Thor dirigidas por Taika Waititi-. Argumentalmente, la película sigue el camino inverso de Marvel Studios y sus Vengadores: ya conocíamos a este personaje de sus aventuras en Liga de la Justicia (2017) y ahora toca verle en solitario. Más o menos. La película conjuga el origen del héroe, anclado emocionalmente en el personaje de la madre del protagonista, interpretado de forma luminosa por una espléndida Maribel Verdú, pero en las escenas de acción -que son muchas- el héroe siempre interactúa con otros personajes: la película, en esencia, es un festival de cameos. No es un spoiler decir que la aparición más esperada es la del Bruce Wayne/Batman de Michael Keaton -que interpretó al personaje en las dos películas de Tim Burton-, un irresistible gancho nostálgico con numerosos guiños a la banda sonora de Dany Elfman. Y es que Flash acaba siendo un homenaje a las películas de DC Comics, con sorprendentes apariciones de encarnaciones pasadas de superhéroes, incluyendo guiños para los más veteranos, como los de George Reeves y Adam West, e incluso, divertidas apariciones de actores encarnando a personajes que nunca llegaron a la gran pantalla. Todo esto inspirado en la miniserie de cómics Flashpoint (2011) -creada por Geoff Johns- y rozando la fundacional Crisis en las Tierras Infinitas que en 1985 firmaron Marv Wolfman y George Pérez. Dos series, por cierto, que significaron un reinicio del Universo DC en los cómics ¿Ocurrirá lo mismo tras Flash con la llegada de James Gunn? Veremos.

ASTEROID CITY -UNIVERSO CERRADO


Wes Anderson da un paso más en Asteroid City en su propia y personalísima concepción del cine. Una evolución que podría haber alcanzado aquí su máximo exponente: esta película parece el resultado de pedirle a la famosa Inteligencia Artificial que haga una obra al estilo de Wes Anderson. Sus rasgos de estilo se acentúan consiguiendo una estética apabullante, pero que también corre el riesgo de petrificarse. Y es que el director nacido en Houston sigue persiguiendo el plano perfecto. Si mi sensación trars ver La crónica francesa (2021) ya era que se podía imprimir cada fotograma para colgarlo en la pared, aquí Anderson consigue una obra preciosa, en la que todos los elementos -encuadre, la fotografía de Robert D. Yeoman, el diseño de producción, los decorados, el vestuario y hasta la fisonomía de los actores- se conjugan para que cada plano sea una fugaz delicia para los ojos. Esto, como ya he dicho, conlleva cierto estatismo narrativo, que curiosamente choca con la voluntad de Anderson de contar historias, de crear personajes, y de escribir diálogos tremendamente literarios, que incluso parecen creados para ser leídos antes que escuchados. Asteroid City es un curiosa mezcla de western y ciencia ficción, en clave de comedia, con estética de postales y carteles de los años 50, elementos del cartoon y hasta un personaje animado por stop motion, que se nos presenta como un universo completamente cerrado sobre sí mismo, que no esconde su naturaleza de cuento, mostrándonos un 'detrás de las cámaras' imposible, en formato cuadrado y en blanco y negro, narrado por un Bryan Cranston en plan Rod Serling. Como ya resulta habitual en el cine de Anderson, tenemos un amplio elenco de estrellas -fantástica Scarlett Johansson- en el que, sin embargo, brillan más los actores de menor relumbrón y, por supuesto, los niños, que aportan una muy necesaria frescura a una película en la que todo parece muy medido. Y con estos elementos, Anderson nos cuenta lo de siempre, una historia de familias rotas, de personajes marginados y excéntricos, tan inteligentes como sensibles e inseguros, que buscan afrontar la pérdida, enamorarse o encontrar nuevos amigos. Historias humanas, en definitiva, con un envoltorio de nostalgia congelada en el desierto.

BARRY -TEMPORADA FINAL -FICCIONES


Supone Barry -disponible en HBO Max- el descubrimiento de un artista interesante en Bill Hader, un carismático cómico y actor salido de las filas del mítico Saturday Night Live. En la serie creada junto a Alec Berg, Hader se ha destapado como guionista y director con una sensibilidad visual peculiar: en esta última entrega se pone tras la cámara en todos los episodios. En sus cuatro temporadas, Barry se ha caracterizado por cruzar dos géneros, el thriller criminal -el protagonista, Barry (Bill Hader) es un asesino a sueldo- convertido en comedia existencial, un poco a la manera de los hermanos Coen -ahí están Noho Hank (Anthony Carrigan) y Monroe Fuches (Stephen Root)-; y la parodia del mundo del espectáculo, comenzando desde 'abajo', con la afortunada descripción de los ambientes de los aspirantes a actores, de sus sueños de fama y de los talleres de interpretación a los que asisten -fantástico el personaje de Gene Cousineau (Henry Winkler)- cómo presunta fórmula para llegar al éxito, y hasta llegar a los despachos de Netflix, en la subtrama protagonizada por el personaje de Sally (Sarah Goldberg) con un claro arco de auge y caída. Con estas tramas y unos personajes excéntricos y divertidos, la serie nos ha regalado varios momentos de humor negrísimo, esquinado, a veces dfícil de pillar, y un argumento repleto de sorpresas que engancha. 

En esta cuarta temporada, Hader se atreve a cambiar completamente el escenario de la acción en varias ocasiones, manteniendo fresca la propuesta y pillando desprevenido al espectador. En el fondo, la mirada inteligente de Hader y Berg ha ido llevando la serie de lo convencional a la autoconciencia y la metaficción. Sin romper del todo la cuarta pared, Barry plantea una interesante reflexión sobre los mecanismos de la ficción, sobre la oposición entre lo real y lo simulado. Todos los personajes viven una vida real, y otra, de fantasía, en sus cabezas. El planteamiento original es que un asesino a sueldo se infiltra en un taller de interpretación y acaba disfrutando mucho más con la ficción, que con su vida real. Curiosamente, Barry brilla como actor cuando consigue expresar sobre el escenario las situaciones de vida o muerte -como criminal o como soldado en la guerra- que ha experimentado en la vida real. Pero estos no son los únicos 'papeles' en los que veremos a Barry, que asumirá también el rol de sicario de la mafia o de novio para Sally. En este última temporada -ojo spoiler- lejos de alejarse de ese primer planteamiento, el personaje de Barry asume otras vidas, como la de presidiario arrepentido o la de padre, como fugitivo con un nombre y una identidad nuevos, abrazando incluso la fe. Pero bajo todas esas personalidades que asume Barry se esconde siempre su lado violento. Son caminos emprendidos en busca de la redención hasta que los obstáculos lo obligan a volver a matar.

Esta idea de que la realidad y la personalidad propias no son más que construcciones, se refuerza con los otros personajes de la historia que, como Barry, se han ido transformando para enfrentar sus propios conflictos. Veamos. Sally se define primero como una aspirante a actriz -algo inocente, pero egoísta y ambiciosa- que encuentra que puede triunfar si vende su propio 'personaje' de mujer maltratada. Pero es que luego se convertirá en guionista de éxito, en víctima de la cultura de la cancelación, en novia engañada, y por último, en madre y camarera -como fugitiva de la ley- que incluso cambia su aspecto físico con una peluca. Paralelamente, Gene Cousineu, el profesor de interpretación, es presentado como un charlatán que sobrevive gracias a su personaje de 'vieja gloria' del cine y del teatro, que utiliza para convencer a jóvenes ilusos de que se apunten a su taller. La incapacidad de Cousineau para la 'vida real' queda demostrada en dos momentos de esta temporada: cuando le cuenta su experiencia con Barry -y la muerte de su pareja- a un periodista haciendo una representación teatral, y cuando intenta hacerse un sandwich pero, sorprendentemente, no sabe siquiera abrir el paquete de pan de molde. Eso por no hablar del personaje más caricaturesco de la serie, NoHo Hank, que va adoptando varios roles en cada temporada: violento mafioso, amante homosexual que persigue la paz, emprendedor visionario y, de nuevo, un desalmado criminal. Pero quizás la transformación más divertida de la serie es la de Monroe Fuches, que acaba creyéndose su personaje del 'Cuervo' y tras pasar por prisión se convierte en el líder de una peligrosa banda criminal, transformando también su aspecto físico. En el último episodio, Fuches verbaliza esta transformación asegurando que antes toda su vida era una pose, pero que, tras vivir el infierno carcelario, se ha encontrado a sí mismo, ha descubierto a su verdadero yo. Y le exige a NoHo que haga lo mismo, que reconozca sus errores, que deje de fingir. Un diálogo que resume el subtexto de toda la serie justo antes de un explosivo clímax que cambia lo dramático por lo ridículo. En el desenlace de la serie, ciertas decisiones creativas refuerzan esta idea de que Barry habla sobre la relación entre la realidad y la ficción: sobre el plano que marca el destino del protagonista, escuchamos aplausos -en off- como diciéndonos que todo, en el fondo, es representación. En el epílogo se nos muestra una película -su título es, significativamente, El coleccionista de máscarasque narra los hechos que hemos visto en la sefie: ficción dentro de una ficción, pero, además, tergiversando todo lo que hemos visto de una forma muy divertida. Y el resultado de esa 'mentira' es, para su único espectador -cuya identidad no revelaré- reconfortante. Creamos personajes para no enfrentarnos a nosotros mismos y consumimos ficción para lidiar con la realidad. ¿Quién lo puede negar?

EL MAESTRO JARDINERO -CENTAUROS DEL DESIERTO


En El maestro jardinero (2022), Paul Schrader vuelve a Centauros del desierto (1956). La obra maestra de John Ford ha obsesionado al director desde hace décadas: el guión de Taxi Driver (1976), y en menor medida, también el de Rolling Thunder (1977), nos motraban a un veterano de guerra, conservador y racista, relacionado con una mujer joven a la que debe salvar, y que acaba implicándose en una misión de venganza contra un submundo criminal que sutituía a los temibles -y odiados entonces- indios. Los personajes de Schrader en estas películas son individuos solitarios y consumidos por el odio. También es el caso del padre coraje interpretado por George C. Scott en Hardcore (1979) que intenta rescatar a su hija del mundo del porno. Décadas después, Schrader es un artista maduro que ha conseguido alcanzar la sencillez narrativa y expositiva de un maestro del cine clásico. Todo lo que nos cuenta lo hace con una calma zen, y en El maestro jardinero esa forma reposada de planificar y montar contrasta con la violencia que esconde el personaje protagonista, Narvel Roth -estupendo Joel Edgerton-, un tipo que, por fuera, es un pacífico experto en botánica, pero que oculta, bajo sus ropas, las cicatrices del odio en forma de terribles tatuajes. El jardín que ha cuidado y perfeccionado Roth es una metáfora de su dominio sobre su naturaleza violenta, sobre sus peores instintos. Como un samurái, Narvel se ha convertido en el jardinero de su propio espíritu. Como personajes anteriores de Schrader, Narvel lleva un diario íntimo de su existencia, como ya hiciera el Travis Bickle que fue Robert De Niro, o el reverendo Toller (Ethan Hawke) en la magnífica First Reformed (2017). Todos ellos remiten, claro, a Diario de un cura rural (1951) del admirado Robert Bresson. Y como el Ethan Edwards al que dio vida John Wayne, Narvel también tendrá que rescatar a una joven -Quintessa Swindell- del camino torcido. 
El maestro jardinero es la increíble constatación de que la repetición de los mismos temas, ideas y obsesiones, puede dar lugar a nuevas obras de gran calidad artística.

TRANSFORMERS: EL DESPERTAR DE LAS BESTIAS -ESTOS SON MIS TRANSFORMERS


Creo que nadie esperaba nada más de Transformers, y precisamente por eso El despertar de las bestias es una muy agradable sorpresa. Una entretenida película de ciencia ficción, en la que los protagonistas vuelven a ser los robots transformables con los que muchos niños jugamos en los años 80 y 90. Precisamente, tras el acostumbrado prólogo que sitúa la historia y presenta un nuevo McGuffin, nos trasladamos a la década de los 90 para conocer a nuevos protagonistas humanos, Noah Diaz (Anthony Ramos) y Elena (Dominique Fishback), que descubrirán la existencia de los Transformers y se verán implicados en su guerra cósmica. El principal aliciente de la película es la aparición de nuevas facciones de robots: los Maximals, liderados por un simio metálico, Optimus Primal (Ron Perlman) y los malvados Terrorcons, con Scourge (Peter Dinklage) al frente. Con estos elementos, la película reitera en los elementos básicos de la saga: un enfrentamiento entre el bien y el mal, batallas espectaculares entre los enormes robots en un despliegue de efectos digitales y una buena dosis de humor en una cinta repleta de acción y aventura para todos los públicos. ¿Se puede pedir más? Yo creo que no. Dirigida por Steven Caple Jr. -Creed II (2018)-, las principales virtudes de la película son su frescura, sobre todo teniendo en cuenta que estamos ante la séptima entrega de la franquicia; el esfuerzo argumental para desarrollar a los personajes humanos, especialmente al protagonista; su falta de pretensiones, dejando atrás la fatigosa épica de las 5 películas de Michael Bay; y que siga la línea de la estupenda Bumblebee (2018) -mi preferida-, de la que esta sería una secuela, recuperando los diseños y el espíritu de la serie de dibujos animados original -Transformers: Generación 1 (1984)-, alejándose del supuesto realismo de las ya mencionadas películas de Bay. 
Transformers: El despertar de las bestias es diversión desenfadada que consigue escapar del peso mastodóntico de las entregas anteriores con simpáticos guiños cinéfilos -a King Kong (1933), a El halcón Maltés (1941) o a las aventuras de Indiana Jones- y también nostálgicos, a la década de los 90 -la tele por cable, los videojuegos, el hip hop en la banda sonora, el chiste a costa de Mark Wahlberg-. El espectador infantil y juvenil se lo pasará pipa, pero creo que muchos de los que fueron niños en los 80 no podrán más que emocionarse con la promesa de la escena postcréditos.

SPIDER-MAN: CRUZANDO EL MULTIVERSO -CRISIS EN LAS TIERRAS INFINITAS


La continuación de la admirada Spider-Man: Un nuevo Universo (2018) no defrauda y vuelve a apoyarse en dos cualidades principales: su fantástica animación y su capacidad de captar la esencia del personaje principal. Dicho esto, Spider-Man: Cruzando el multiverso es un film con cierta capacidad de riesgo. Era fácil apostar por la espectacularidad de las batallas entre el héroe trepamuros y su interminable lista de carismáticos villanos, pero el guión de Phil Lord, Christopher Miller y Dave Callaham prefiere centrarse en la humanidad de los personajes, especialmente de Miles Morales (Shameik Moore) y Gwen Stacy (Hailee Steinfeld). Hay aparatosas escenas cataclísmicas, vertiginosas persecuciones y coreográficas peleas, pero lo importante son los problemas personales de los héroes en sus identidades secretas: el tránsito de la adolescencia a la vida adulta, las relaciones familiares y la brecha generacional, la responsabilidad de sus acciones y, claro, encontrar el amor. Si a eso añadimos supervillanos y amenazas cósmicas, tenemos una historia dramática como le gustaba a Stan Lee. Es la esencia del personaje de Peter Parker, un tipo normal con problemas con los que todos nos podemos identificar, pero que vive aventuras fantásticas con las que todos podemos soñar. Los guionistas saben muy bien cómo construir una historia clásica de Peter Parker, sin necesidad de utilizar al personaje directamente y con ello consiguen divertirnos y emocionarnos. Con un tono más oscuro que la primera parte, y un apocalipsis acercándose sin que parezca que haya posibilidad de evitarlo, la película se atreve a proponer como escenas clave las conversaciones entre los personajes, que se animan -nunca mejor dicho- con un lenguaje visual expresivo en el que se explotan todos los recursos posibles del cine. En la película, además de las referencias argumentales a todos los Spider-Man de los cómics, del cine, de los videojuegos -y alguno más que debe ser de nuevo cuño-, conviven diferentes estilos artísticos, apropiándose del lenguaje del videoclip, del graffitti, del arte moderno o de las redes sociales. Visualmente, Spider-Man: Cruzando el multiverso es apabullante y una experiencia que nadie debería perderse en cines.

ELS ENCANTATS -FINALES Y PRINCIPIOS


En la estupenda Els Encantats, la protagonista se enfrenta a esa situación antinatural de las parejas, con hijos, que se rompen: sus miembros se convierten en padres, y en solteros, a medio tiempo. Irene -una fantástica Laia Costa- afronta la primera separación temporal de su hija, que va a pasar unos días con su padre. Sin las responsabilidades de la maternidad y sin pareja, descubre que la recién adquirida 'libertad' no es precisamente sinónimo de felicidad. Comienza entonces un doble viaje. Irene se traslada al pueblo de su familia, en la montaña -escapa de lo urbano hacia lo rural- y, al mismo tiempo, debe explorar dentro de ella para reencontrarse, para afrontar un nuevo comienzo. La película de Elena Trapé me parece un certero estudio psicológico de una mujer que se siente culpable por el fracaso de su relación sentimental, que no se encuentra a sí misma cuando no ejerce de madre, y que culpa a todo el mundo de sus problemas: las continúas recriminaciones a su expareja, el sentirse agobiada por la preocupación sobreprotectora de su madre. Irene buscará respuestas recuperando su pasado, refugiándose en la paz de lo rural, intentando recuperar viejas amistades, persiguiendo la ilusión de un nuevo compañero, tratando de recuperar el deseo sexual. Trapé ofrece, como contrapunto al conflicto de Irene, a un par de personajes que, de diferentes maneras, se enfrentan a un tránsito todavía más complejo que el de ella, el de la muerte. Personajes que imprimen en Irene una sensación de urgencia y le muestran que los caminos para salir de la crisis son diversos. Els Encantats es una película naturalista, incluso costumbrista, pero también mágica, en la que asistimos al renacimiento de una mujer, que necesita un segundo 'bautizo' para comenzar de nuevo.

LAS OCHO MONTAÑAS -DOS HOMBRES Y UN DESTINO


Sobre encontrar nuestro lugar en el mundo -no solo en el sentido geográfico- versa Las ocho montañas, bonita película italiana dirigida por Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, adaptando la novela del mismo nombre de Paolo Cognetti. Lo que se nos cuenta es la historia de dos amigos, Pietro (Luca Marinelli) y Bruno (Alessandro Borghi), a través de los años y desde su infancia. El primero es el típico niño de ciudad, atrapado en un piso del que no puede salir porque "todo es peligroso" que descubre otro mundo cuando comienza a veranear en un pequeño pueblo de montaña en el que solo hay un niño, Bruno. La historia se prestaba a lo novelesco, pero evita caer en lo literario limitando la voz en off narrativa del protagonista, Pietro, y permitiendo que los tiempos muertos -de naturaleza casi documental- sean el cuerpo del film: veremos a los personajes realizando acciones físicas casi en silencio, como las labores de Bruno con el ganado, las excursiones con el padre de Pietro, la reconstrucción de una casa en la que se embarcan los amigos, las cenas a la luz de la chimenea, o los momentos contemplativos de ambos personajes en los que el paisaje, las montañas, se erigen en el tema central del relato. Puntúan la película esa narración ya mencionada y diversos temas musicales que marcan los momentos más emotivos de una obra que propone la naturaleza como vía de escape a las insatisfacciones de la vida moderna y urbana. Las ocho montañas generaliza también definiendo al género masculino como a seres soñadores e insatisfechos por naturaleza, siempre con la mente en un lugar distinto al que ocupan -vital o geográfico- y dispuestos a huir de responsabilidades o lazos familiares y sentimentales. Los dos amigos, Pietro y Bruno, y el padre del primero (Filippo Timi), comparten una insatisfacción vital y buscan su lugar en el mundo, que puede estar muy lejos o muy cerca, en el punto de origen, en el lugar en el que se nace. Una visión parcial con la que se puede comulgar, o no.