CRUELLA -REBELDE SIN CAUSA


Lo más interesante de Cruella es que es una rareza, aunque sea probablemente de forma involuntaria, aunque se deba a que es un film relativamente fallido. No sé muy bien a quién va dirigida esta película ni cuáles son sus intenciones. ¿Es un film adulto sobre un personaje de dibujos animados? Dirigida por Craig Gillespie, quien ya hiciera un interesante trabajo con una 'villana' de la vida real en Yo, Tonya (2017), esta película es muchas cosas al mismo tiempo: una precuela, claro, de 101 dálmatas (1961), un vehículo para el lucimiento de la estupenda Emma Stone, un film de atracos, un melodrama, el relato del origen de un supervillano -sí, en algunos momentos pensé que estaba viendo la versión Disney de Joker (2019)- y sobre todo el reverso oscuro del típico argumento de superación para lograr el sueño americano. Todo esto aparece en Cruella en diversos momentos y todavía podemos citar alguna referencia más, como El diablo viste de Prada (2006). Emma Thompson es la Baronesa, un personaje en el que se adivinan los rasgos de la Cruella de Vil que conocemos de los dibujos, y que será la antagonista de Estella (Emma Stone). El conflicto entre ambas marca el desarrollo dramático del relato y lamentablemente es lo más endeble de la propuesta. La protagonista se dedicará a sabotear la vida de la Baronesa, comportándose como si fuera un villano de Batman de la serie de los años 60. Un enfrentamiento que remite además a los inicios del punk en el Reino Unido en los años 70: la estética de Cruella, la moda que crea, su actitud -y la música de la película- remiten a la provocación punk y glam -con más de un guiño queer- contra una sociedad rígida y conservadora. Pero no hay progresión en el conflicto y el interés en el relato se estanca hacia la mitad de la historia. Y a pesar de estos defectos, Cruella resulta mucho más interesante que las aburridas últimas versiones en imagen real de Disney que calcan milimétricamente clásicos animados del estudio. Es verdad que Cruella naufraga argumentalmente pero visualmente es una pasada: la secuencia inicial sobre la infancia de la protagonista muestra una estupenda economía dramática para ponernos en antecedentes de una forma efectiva haciendo un excelente uso del montaje y la planificación; la cámara de Gillespie parece flotar alrededor de los personajes en varios momentos, recorriendo decorados magníficos y deteniéndose en el fantástico vestuario. Como buen producto Disney, el diseño de producción en Cruella es soberbio, además de contar con una buena fotografía y una excelente banda sonora. Hay sin embargo un exceso de canciones, creo que mal utilizadas, que intentan animar -nunca mejor dicho- algunas secuencias, que no acaban de funcionar del todo bien. En definitiva, Cruella es una película desequilibrada, con momentos brillantes, pero que se habría beneficiado de una visión más clara sobre lo que pretendía ser.

SPIRAL: SAW -MÁS DE LO MISMO

 

La saga Saw nació en el año 2004 con una rompedora película -antes fue un cortometraje- firmado por James Wan -uno de los directores más potentes del terror actual- y Leigh Whannell -guionista y director a tener en cuenta tras El hombre invisible (2020)-. El éxito llevó a la sobreexplotación del concepto original, con Darren Lynn Bousman como encargado de dirigir tres secuelas inmediatas -dos de ellas todavía con guiones de Whannell-. Luego llegarían cuatro películas más, realizadas por diferentes directores, en las que, como es habitual en cualquier serie de ficción, el argumento acabó agotándose. A través de ocho películas, Saw ha repetido su esquema argumental, con variaciones, ofreciendo casi siempre lo mismo: un asesino psicópata cree hacer justicia -en la línea de Seven (1995)- sometiendo a sus víctimas pecadoras a trampas mortales que tienen un componente de decisión moral. Paulatinamente, el atractivo de estas películas, de argumentos y personajes clonados y difíciles de distinguir -al menos para mí- se decantó hacia las trampas, cada vez más complejas y sangrientas. Tras un intento de reboot en 2017, la saga se reactiva ahora en 2021 con un rostro inesperado, el del cómico Chris Rock. Lamentable o afortunadamente -según cómo se mire- esa es la única novedad de una cinta que viene firmada, otra vez, por Darren Lynn Bousman y por los guionistas de la octava entrega, Pete Goldfinger y Josh Stolberg. En ella nos encontramos, cómo no, con una nueva serie de asesinatos, de alguna manera, relacionados con el detective Zeke Banks que encarna Rock. La historia se desarrolla con los giros sorprendentes -es un whodounit- a los que nos tiene acostumbrados la franquicia. Hay una ración razonable de gore, que en algunos momentos resulta verdaderamente incómodo. Y en general todo funciona en una película, que sin embargo decepcionará a los que busquen algo nuevo o diferente. Estamos ante una entrega más de Saw, que a pesar de un intento de dotar de vida a la historia introduciendo el tema de la corrupción policial, funciona como una máquina sin alma. Me parece destacable el ritmo que adquiere la historia en algunos momentos, sobre todo en su desenlace que llega a ser trepidante. La presencia de actores de renombre va desde el acierto -Max Minghella- a lo desafortunado: Samuel L. Jackson distrae más que otra cosa. Creo que Chris Rock cumple, pero no he podido evitar imaginarme al cómico haciendo uno de sus irónicos monólogos mofándose de los clichés de esta película.

LA MUJER EN LA VENTANA -REALIDAD Y FICCIÓN


Dirigida por Joe Wright -Orgullo y prejuicio (2005)- y escrita por Tracy Letts -Agosto (2013)- adaptando la novela de A.J. Finn, La mujer en la ventana nos presenta a Anna Fox -siempre estupenda Amy Adams- como una mujer que sufre agorafobia y que permanece encerrada, espiando a sus vecinos, hasta que un hecho violento ocurre. Esta premisa recordará al lector, seguramente, un clásico como La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock y el film del que hablo, disponible en Netflix, no esconde esta referencia: veremos un fotograma de dicha película en los primeros instantes de la historia, y luego, otros guiños al cine del maestro del suspense. De hecho, el punto de vista de la protagonista se parece mucho en cuando a la puesta en escena, decorados y fotografía, a lo que veía James Stewart con su cámara fotográfica. Pero no estamos ante un remake ni ante un homenaje -creo yo- ya que la historia pronto deriva hacia conceptos que tienen más que ver con los descendientes del autor de Psicosis (1960), como pueden ser los directores italianos que explotaron la fórmula del giallo: argumentos criminales, violencia gráfica y la incógnita sobre quién es el asesino; o el Brian de Palma que muchas veces no hizo más que recrear argumentos hitchcockianos desplegando una exuberante puesta en escena; y sobre todo Roman Polanski, que en Repulsión (1965) y El quimérico inquilino (1976) planteó argumentos desde el llamado terror psicológico. Así, en La mujer en la ventana, no sabemos si lo que ocurre es producto de la imaginación de Anna, si es real o una mezcla de ambas cosas. La mujer será puesta en duda por los que la rodean. Precisamente, se apela al cine de Hitchcock con la intención de plasmar lo que ve Anna de una forma poco realista, como una ficción estilizada en la línea del cine clásico de Hollywood, para que nosotros, también, desconfiemos de su percepción. Esta idea podría justificarse en un rasgo del personaje: su cinefilia. 

Una mujer en la ventana es una estupenda película, brillante sobre todo en la puesta en escena de Wrigth, bien apoyado por un fantástico diseño de producción que logra convertir la casa en la que ocurren los hechos en más que un escenario, en un elemento clave de la historia. El argumento es retorcido -aunque no precisamente original- y tiene una forma interesante de internarse en la psique de la protagonista que roza la abstracción, trayendo a mi memoria, por ejemplo, una película tan libre como Estoy pensando en dejarlo (2020) de Charlie Kaufman. Y sobre todo, estamos ante una película muy bien interpretada: no hace falta alabar a Amy Adams, pero es que está rodead de actores magníficos, que en sus breves escenas consiguen aportar mucho a la historia y al clima de incertidumbre y desazón que genera la película. Mencionemos a Julianne Moore, magnífica y ambigua; a un violento y aterrador Gary Oldman; también a Wyat Russell, Jennifer Jason Leigh, Brian Tyree Henry y hasta un sorprendente Anthony Mackie; también al propio Tracy Letts y sobre todo a un joven Fred Hechinger que parece la reencarnación de Joaquin Phoenix. Cada uno de ellos tiene un papel limitado que debe encajar a la perfección en un argumento que intenta funcionar como un reloj. Quizás este mecanicismo argumental es el peor defecto de la película. Pero sí quiero destacar cómo Una mujer en la ventana se las arregla para hablar de los miedos e inseguridades durante la pandemia: el encierro, el no querer salir de nuevo a la calle, la desconfianza en el vecino, la confusión sobre nuestra propia identidad. Y cómo podemos construir ficciones -hitchcockianas, conspiranoicas o negacionistas- para sobrellevar la pérdida.

JUPITER´S LEGACY -EL OLIMPO DE LOS SUPERHÉROES


En la mejor escena de la primera temporada de Jupiter´s Legacy, The Utopian (Josh Duhamel) hace el amor con su mujer, Lady Liberty (Leslie Bibb), pero interrumpe el coito al escuchar -con su súper oído- que un meteorito se ha desviado de su trayectoria y podría chocar con la Tierra. The Utopian se enfunda en su traje y sale disparado al espacio. La escena es un intento de llevar el concepto de Superman -padre de los superhéroes, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938- al mundo real, con algo de sentido del humor. ¿Podría follar tranquilo Clark Kent o estaría acudiendo constantemente a resolver alguna catástrofe mundial? Lamentablemente la idea no es nueva -no dejéis de leer el estupendo primer número del cómic Astro City (1995) de Kurt Busiek, que bautizó a su propio trasunto del kriptoniano como Samaritan- y además, el resto de la serie no está a la altura de este momento que reflexiona sobre el mito superheroico para confirmar su irrealidad.

Jupiter´s Legacy adapta el cómic homónimo de Mark Millar, guionista británico conocido por su capacidad para dar con conceptos brillantes que retuercen las claves del género de los superhéroes. En Marvel Comics, Millar se puede considerar el artífice de relatos importantes que han servido de base al Universo Cinemático de Marvel, que actualmente domina el cine comercial. Suyos son Los Ultimates -junto al dibujante Bryan Hitch- la versión actualizada y realista de Los Vengadores a la que debemos el haber visto en el cine al Capitán América con un casco de soldado o a Nick Fury adoptando los rasgos de Samuel L. Jackson. Millar también es responsable de ideas como Civil War, en la que los héroes acaban siendo sus propios enemigos en un escenario político que reflejaba la guerra contra el terrorismo y la pérdida de derechos civiles del mandato de George W. Bush; o relatos crepusculares como Old Man Logan. Millar se desentendió de Marvel para emprender sus propios proyectos, el llamado Millarverso, con creaciones que han sido llevadas al cine como Wanted (2008), Kick Ass (2010) -algo así como un cruce realista entre Spider-Man y Don Quijote- o Kingsman (2014) -que curiosamente devuelve el cine de espías tipo James Bond a su vertiente más fantasiosa-. Con estas credenciales era lógico que un proyecto como Jupiter´s Legacy generase expectativas, que, lamentablemente en mi opinión, no satisface.

La serie presenta a un grupo de superhéroes, equiparables a la Liga de la Justicia, en dos líneas temporales diferentes. Por un lado, un presente de ambigüedad moral y héroes envejecidos, y por otro, unos años 40 en los que esperamos encontrar inocencia e idealismo. Estas dos líneas se irán desarrollando paralelamente para narrar el origen del grupo de superhéroes y en la actualidad, las consecuencias de que uno de los jóvenes heroicos haya acabado con la vida de un peligroso supervillano. El protagonista es The Utopian, Sheldon Sampson (Josh Duhamel) un trasunto de Superman que encarna el máximo poder y también los mayores valores morales. Una actitud de rectitud absoluta que provocará conflictos en su familia, con su mujer, Lady Liberty, Grace Kennedy-Sampson (Leslie Bibb); su hija, Chloe Sampson (Elena Kampouris), su hijo, The Paragon, Brandon Sampson (Andrew Horton) y su hermano, Brainwave, Walter Sampson (Ben Daniels). Así, este supergrupo funciona como una familia disfuncional -solo que con superpoderes-. El problema de la adaptación que hace Steven S. DeKnight -Spartacus: Sangre y Arena (2010-2013)- es que llega tarde. La idea de una aproximación 'adulta' al género de los superhéroes no es nueva, ni mucho menos: en 1986 Alan Moore y Alan Gibbons firmaban Watchmen, a la que Jupiter´s Legacy debe mucho. Desde entonces, además de una adaptación cinematográfica de Zack Snyder -Watchmen (2009)- y una estupenda serie de televisión firmada por Damon Lindelof, ya hemos visto otras derivaciones de la creación de Moore, incluyendo macarradas como The Boys o The Umbrella Academy. Así, sabiendo que Jupiter´s Legacy -publicada originalmente en 2013- no propone nada nuevo, se podría haber intentado ir un poco más allá. Pero el supuesto comentario 'adulto' sobre los superhéroes que hace esta serie se queda en clichés muy gastados, como un alto nivel de violencia, el consumo de alcohol y drogas, o escenas de sexo gratuitas. Por ejemplo, toda la subtrama protagonizada por el personaje de Chloe me parece francamente aburrida. Lo peor es que todo eso lo hemos visto ya incluso en series Marvel como Jessica Jones, y con mejores ideas y personajes. Incluso series recientes de Marvel Studios como Bruja Escarlata y Visión resultan, al menos, más originales.

No se trata solo de comparar, sino de establecer que Jupiter´s Legacy no aporta nada nuevo. Aún así, el gran defecto de la serie es su pobreza dramática. El diseño de los personajes resulta muy poco interesante y solo funciona como reflejo de los superhéroes tradicionales: las referencias a Superman son constantes, incluyendo los flashbacks ubicados a finales de los años 30, en la gran depresión, precisamente cuando el personaje fue creado por Siegel y Shuster. Por si fuera poco, la dos líneas temporales en las que avanza la trama no tienen suficientes puntos de conexión para que resulten interesantes: lo que ocurre en el pasado no se refleja realmente en el presente hasta muy avanzada la temporada, por lo que las dos historias parecen desconectadas. Además, el relato del origen de los héroes se alarga tanto que resulta frustrante. En definitiva, mucho tendrá que cambiar esta serie para que su segunda temporada remonte mi interés y eso que el concepto de convertir a Superman en una suerte de Zeus, en el padre de un grupo de díscolos dioses griegos, era un referente de lo más atractivo.

OXÍGENO -EN PRIMER PLANO


Estrenada en Netflix, Oxígeno se puede resumir fácilmente como una variación de Buried (2010) de Rodrigo Cortés. La premisa es prácticamente la misma: en este caso, una mujer despierta encerrada en una cámara, aparentemente en un hospital, y pronto descubre que se le acaba el oxígeno necesario para respirar. A partir de este momento es complicado hablar de la película dirigida por el francés Alexandre Aja -Alta tensión (2003) o la reciente Infierno bajo el agua (2019)- sin desvelar detalles de su argumento, que el espectador debería ir descubriendo poco a poco. Sí puedo decir que me parece una decisión afortunada darle el protagonismo a la actriz Mélanie Laurent, que en mi opinión posee un rostro que merece permanecer en primer plano durante los 100 minutos del metraje de esta película. Laurent es una actriz capaz de expresar la vulnerabilidad necesaria para emocionar al público ante semejante situación de desesperación y también de hacer creíble la inteligencia que necesita la heroína de este relato para intentar escapar del encierro. Aja utiliza sus limitados recursos de escenografía para mantenernos en tensión y sale airoso -perdonen el chiste- del reto. La investigación que emprende la protagonista sobre su situación y sobre cómo eludir su destino resulta absorbente y bien urdida. Eso sí, el espectador curtido en el género -ojo spoiler- de la ciencia ficción será capaz de adivinar los giros del argumento escrito por Christie LeBlanc. Puede que Oxígeno no sea una película memorable, pero desde luego es efectiva y, además, de forma intencionada o no, refleja los miedos actuales que estamos viviendo en pandemia: la sensación de encierro, la necesidad de escapar, el miedo a la muerte y la idea de que nos falta aire para respirar. Miedos primarios a los que hay que añadir ideas más abstractas, como la desorientación ante un mundo que parece haber cambiado de la noche a la mañana y una tremenda crisis de identidad ante una nueva situación que nos hace pensar en el apocalipsis. Miedos que, curiosamente, aparecen también en otra película estrenada en Netflix estos días, La mujer en la ventana. No debe ser casualidad, sino el signo de los tiempos.

AQUELLOS QUE DESEAN MI MUERTE -LLAMARADAS


Aquellos que desean mi muerte es la tercera película como director del actor y guionista nominado al Oscar -Comanchería (2016)- Taylor Sheridan, un sólido narrador con una capacidad especial para humanizar a sus personajes y para colocarlos en escenarios que reflejan los conflictos económicos, sociales y políticos actuales. Dicho esto, esta película protagonizada por Angelina Jolie parece una aproximación más convencional al thriller de Hollywood de lo que es habitual en Sheridan. Así, Jolie es una veterana de un cuerpo de bomberos forestales, que tras sufrir una tragedia que le ha marcado emocionalmente, se enfrenta a un nuevo reto que le permitirá redimirse, eso sí, poniendo en peligro su vida. Debo decir que Angelina Jolie me parece una estupenda actriz, pero con un físico que limita su credibilidad en determinados papeles, asunto sorprendentemente puesto en evidencia en la propia película. El contraste de Jolie con sus compañeros bomberos, todos hombres curtidos, duros y más bien gañanes, pone en peligro la credibilidad de un papel protagonista que no cae en el ridículo solo por las dotes interpretativas de la actriz. Esto y la forma forzada en la que se unen las dos líneas principales del relato -el cómo se cruzan los caminos de los personajes principales- son las principales debilidades de una película, por otro lado, muy efectiva. Narrada de una forma directa, Aquellos que desean mi muerte nos mantiene en tensión planteando la persecución de un padre y su hijo ante unos enemigos poderosos, pero desconocidos, detrás de los que adivinamos una gran conspiración. Estupendos actores completan el reparto, como Aidan Gillen -especializado en papeles de villano-, Jon Bernthal, Nicholas Hoult y Jake Weber. Y un papel clave: el del niño interpretado por Finn Little, estupendo y con el peso de tener que sostener la parte emocional de una película violenta, sin concesiones, que a pesar de transitar por caminos ya vistos consigue sorprender y emocionar gracias al ya mencionado talento de Sheridan para el dibujo de personajes y que tiene, además, un clímax espectacular.

ESTE CUERPO ME SIENTA DE MUERTE -PONTE EN MI LUGAR


El guionista y director Christopher Landon vuelve a hacer chocar un subgénero de la comedia con el slasher de terror en Este cuerpo me sienta de muerte, con resultados muy estimulantes. Sí en su anterior película Feliz día de tu muerte (2017) mezclaba una comedia romántica fantástica como Atrapado en el tiempo (1993) de Harold Ramis con una cinta de psycho killers en el molde de Halloween, Viernes 13 o Scream, aquí el referente prestado es la comedia adolescente de Freaky Friday (2003) en la que el motor argumental es el cambio de cuerpos y por tanto de perspectiva, de edad y de momento vital. Una idea estupenda aplicada al cine de terror, y en mi opinión bien aprovechada por un guion inteligente. El espectador casual encontrará aquí un film muy entretenido que no pretende ser trascendente, con mucho humor, razonablemente atrevido en algunos momentos y con algo de gore. El fan del cine de terror encontrará guiños a las cintas mencionadas protagonizadas por Jason Voorhees, sobre todo, pero también las de Michael Myers -¡La máscara de Aaron Rodgers!- o incluso Chucky y El resplandor (1980). Además, Landon explora de forma genial las constantes del cine de asesinos y de la comedia adolescente. Así, veremos a Millie (Kathryn Newton) imitando el pesado caminar de estos famosos asesinos, mientras que el carnicero (Vince Vaughn) realmente parece estar habitado por una personas habituada a un cuerpo más pequeño. Pura comedia física. Además, es muy interesante cómo se juega con la habitual transformación que suelen experimentar los protagonistas de la comedia de institutos, que pasan de 'patitos feos' a jóvenes atractivos y populares; y también la reflexión de cómo el físico marca al asesino en serie: un tipo grande y fuerte resulta aterrador aunque en su interior haya una tímida chavala. Por si fuera poco, estos contrastes dan pie a la película a tocar temas de calado, como el acoso escolar, la homofobia, el machismo y hasta las 'manadas' de agresores sexuales, haciendo de lo que es un mero divertimento, un producto mucho más interesante.

EJÉRCITO DE LOS MUERTOS -AMÉRICA


Zack Snyder vuelve al cine con Ejército de los muertos, un film en el que el director de Sucker Punch (2011) hace una suerte de resumen de su filmografía anterior. Así, Snyder vuelve a la temática de su debut, Amanecer de los muertos (2004), pero también incluye guiños a sus obras más conocidas, como 300 (2007) o La Liga de la Justicia (2020). El argumento plantea una epidemia zombie en Estados Unidos, que ha sido contenida en la ciudad de Las Vegas. Un grupo de exmilitares aceptará la misión de regresar allí para recuperar 200 millones de dólares, pero, claro, tendrá que enfrentarse a los muertos vivientes. Un planteamiento sencillo, que curiosamente es idéntico al de la película surcoreana Península (2020), estrenada recientemente -y comentada en Indienauta-. A estas alturas, ya sabemos qué esperar de Zack Snyder: El ejército de los muertos brilla en su planteamiento visual, con secuencias de acción trepidantes y espectaculares de videojuego. Volvemos a comprobar la capacidad de Snyder para fabricar imágenes potentes, de mucha violencia y 'más grandes que la vida'. Pero además, aquí el director parece relajarse en una cinta divertida, muy colorida gracias a lo hortera de su escenario y con un sentido del humor que se agradece -aunque no funcione del todo-. Snyder divierte cuando se pone 'videoclipero', en la mezcla de imágenes espectaculares y temas pop que usa como contrapunto, que se ha convertido en una de sus señas de estilo. Pero quizás, solo quizás, Snyder se cree un mejor 'Dj' de lo que es, y se pueden cuestionar temas musicales tan obvios como Viva las Vegas o el Zombie, de Cranberries. Donde creo que falla claramente Snyder es en el desarrollo dramático de las situaciones y sobre todo de sus personajes -el ya manido grupo de expertos en diferentes especialidades, con atributos y estéticas que los distinguen a unos de otros-. El metraje de los films de Snyder suele ser abultado por su estilo de puesta en escena, en la que se recrea sobre todo en la acción física, con un uso tan virtuoso como excesivo del ralentizado. Pero aquí no ocurre exactamente eso: si Ejército de los muertos dura dos horas y cuarenta y ocho minutos es por un torpe desarrollo de los personajes, en un claro esfuerzo por insuflar sentimientos y emociones a una trama que no los requiere. Hay largas escenas en las que la acción se detiene completamente para que el protagonista, el mercenario Scott Ward (Dave Bautista) exprese sus sentimientos hacia su hija Kate (Ella Purnell) o hacia su compañera María Cruz (Ana de la Reguera). Hay en esta cinta secuencias demasiado largas, predecibles y torpes, como las que componen la subtrama protagonizada por el guardia de seguridad abusivo Burt Cummings (Theo Rossi).

A pesar de estos defectos, en Ejército de los muertos se nota el esfuerzo de Snyder por dotar a su película de temas de mayor calado en lo que es un puro divertimento, aunque sea de forma superficial. Hay un claro comentario sobre la realidad política de su país. El grupo de excombatientes que salvaron el mundo -Estados Unidos- han sido abandonados por las autoridades y forman parte de una precaria clase obrera que verá una oportunidad para saldar cuentas en la recuperación del sustancioso botín. No puede haber una ciudad en el mundo que represente mejor el capitalismo y la falsa felicidad que promete, que Las Vegas. Los villanos de la función no son precisamente los zombies, sino millonarios globales -como Bly Tanaka (Hiroyuki Sanada)-, el ejército y los políticos: se nota la sombra de Donald Trump, en ese presidente sin identificar que piensa que lanzar una bomba nuclear sobre Las Vegas un 4 de julio es lo más patriótico que puede haber. Snyder también convierte a los refugiados alrededor de la ciudad infestada en sinónimo de los inmigrantes mexicanos y hasta de los contagiados por el covid: a los que unas décimas de fiebre les puede costar la libertad. Por último, Snyder refleja en su film la posible lectura que debe haber hecho de la obra del conocido mitógrafo Joseph Campbell al que cita textualmente, por no hablar de que los protagonistas deben infiltrarse en un lujoso hotel llamado Olimpo. Igualmente, el reducido grupo de (anti)héroes puede recordar a los espartanos enfrentados a un inmenso ejército de la mencionada 300. Snyder propone además ideas muy divertidas sobre sus zombies -siguiendo un poco la estela de George A. Romero, cuyos muertos vivientes iban evolucionando en inteligencia- y propone un auténtico -cuidado spoiler- súper zombie, con capa y máscara, en un claro guiño a sus experiencias con Watchmen (2009) o los personajes de DC Comics. ¿Y qué son los superhéroes sino mitos modernos equiparables a los héroes y dioses griegos antiguos? En esta película Snyder embarca a sus personajes en el clásico viaje del héroe propuesto por Campbell y los hace salir de su entorno cotidiano a un lugar fantástico en el que se enfrentarán a obstáculos y tendrán que sacrificarse para conseguir una suerte de resurrección, en más de un sentido.

GHOSTS - LAS RUINAS


La  cámara de la debutante Azra Deniz Okyay se mueve constantemente en busca de los retratos humanos que formarán el mosaico del estado de las cosas en su país, Turquía. Una nación de edificios a punto de derrumbarse que replican los problemas políticos, morales y económicos a los que se enfrenta su población. Todos los personajes de Ghosts son precisamente eso, fantasmas que deambulan sin rumbo, buscando desesperadamente una forma de sobrevivir a cierta desesperación existencial. Sin dinero, sin trabajo y sin libertad, bajo la amenaza constante de la moral musulmana, machista y conservadora, la directora dibuja algo muy parecido a una dictadura. Presos políticos, especulación inmobiliaria, una policía temible, corrupción política, extremismo religioso, racismo y homofobia, venta de drogas y peleas de perros, explotación laboral y sobre todo miseria, son los elementos que Okyay denuncia a través del retrato naturalista de sus personajes. Y en medio de todo esto, un sueño, una escapatoria fantasiosa, la de bailar, quizás el único momento de libertad que se puede permitir la protagonista, Dilem, interpretada por una estupenda Dilayda Günes. La película ganadora del Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Venecia llega por fin a nuestros cines y recomiendo no perdérsela.

VALHALLA RISING -EL SALÓN DE LOS CAÍDOS


De las pocas cosas buenas que ha tenido la pandemia para los amantes del cine es el regreso de las reposiciones: la oportunidad de ver en pantalla grande películas antiguas o que no se habían estrenado en nuestro país. Es el caso de Valhalla Rising, película de 2009 del director danés Nicolas Winding Refn, cuyos trabajos posteriores sí han gozado de distribución en nuestro país tras el éxito de Drive (2011), cinta que le permitió acceder a un público más amplio. Winding Refn es un autor peculiar, cinéfilo y algo friki, cuyas obras parten de una propuesta de género -el thriller, la acción, el terror- para luego cobrar forma bajo una mirada de autor en la que se le da prioridad a una estética muy potente. Es el caso de Valhalla Rising, que podríamos encuadrar en una película de 'vikingos' o de aventuras medievales -el director dice haber concebido la idea cuando tenía 17 años- en la que un violento guerrero mudo y tuerto -encarnado por el actor de moda, Mads Mikkelsen- se enfrenta a un mundo desolado, de fríos paisajes inabarcables en los que viven hombres casi salvajes, bárbaros sin rumbo que siempre recurren a las armas para resolver sus conflictos. Esto en cuanto a la idea de base, porque la narración adopta una forma casi contemplativa, con largos planos en los que Winding Refn se recrea en los paisajes de montañas, lagos y ríos -la película fue rodada en Escocia- y en los rostros de sus actores, convertidos también en terrenos a explorar. Más que narrar, Winding Refn plasma 'cuadros' que, la verdad, merecen una pantalla grande. Eso sí, la película tiene un desarrollo más bien reposado, a pesar de un itinerario ágil en el que los personajes se mueven constantemente y de las cruentas batallas que se producen. Por cierto, no se escatima en detalles gore cuando se producen las muertes de los combatientes, que caen degollados, destripados o con la cabeza abierta. Siguiendo los pasos de Sergio Leone en sus western o de George Miller en la saga de Mad Max, Winding Refn nos presenta a un hombre sin nombre cuyo único rasgo humano es perdonarle la vida a un niño. El director menciona también referentes como Andréi Tarkovski y Alejandro Jodorowsky -El topo (1970)- porque define su película como un film de ciencia ficción sin ciencia, existencialista, que permite a los protagonistas un viaje imposible que provoca el choque total de culturas y religiones: la cruz de los cristianos contra el deseo de morir luchando de los paganos. Solo así se accede al salón del Valhalla.

LA MUJER DEL INFIERNO -PECADO ORIGINAL


Dice el mitógrafo Joseph Campbell en el estupendo libro/entrevista El poder del mito que la única religión que culpa a la mujer de todos los males del mundo es la judeocristiana, que responsabiliza a Eva de la expulsión del paraíso tras la ingesta del fruto prohibido. El propio Campbell recuerda también a Pandora, otra mujer creada por los dioses -o titanes- para liberar los problemas del mundo al abrir la famosa 'caja' o recipiente. En la película de terror indonesia La mujer del infierno, se plantea también a una mujer como la gran responsable de una macabra maldición que ha caído sobre un pueblo habitado por vecinos más bien inquietantes. Escrita y dirigida por Joko Anwar, experimentado realizador curtido en varios géneros, el film nos presenta a dos amigas, Maya (Tara Basro) y Dini (Marissa Anita) que viajan al pueblo de una de ellas para reclamar una herencia. La historia se va desenrollando poco a poco, siempre en tono terrorífico, mientras se va desvelando el pasado de las jóvenes y del propio pueblo. Un pasado oscuro y sobrenatural, contado en clave de cuento, que vuelve para cobrarse una macabra venganza. Tras un prólogo que es un estupendo ejercicio de tensión, la película se desarrolla en el mencionado pueblo, desplegando una interesante imaginería de apariciones, torturas, asesinatos y extrañas tradiciones. Referentes sorprendentes para el espectador occidental -al menos para mí- que nos sumergen en un exótico folclore terrorífico de brujas, hombres corruptos y amores prohibidos. Me resulta llamativo que la película haya sido seleccionada por Indonesia para competir en los Oscar a la mejor película extranjera, no por la calidad de la cinta, sino porque el terror no suele ser un género apreciado en estos premios. Está disponible en Amazon Prime Video.

SIN REMORDIMIENTOS -EN BUSCA DEL ENEMIGO


Cualquier cosa que firme Taylor Sheridan merece mi atención: su nombre aparece como guionista de la adaptación de Tom Clancy, Sin remordimiento, que ha estrenado Amazon Prime Video
. Sheridan es el guionista de la estupenda Comanchería (2016) -por la que fue nominado al Oscar- y también de los estupendos films de acción Sicario (2015) y Sicario: El día del soldado (2018) -y acaba de estrenar en cines Aquellos que desean mi muerte-. Películas muy sólidas, que desde los géneros -el thriller, el western, la acción- abordan temas como la crisis económica, la desigualdad, o los conflictos políticos internacionales. Una combinación de máximo interés, que encontramos de nuevo en Sin remordimiento, otro estupendo ejercicio de género, con elementos del cine de espías. Sheridan colabora de nuevo con el director italiano Stefano Sollima -Gomorra: La serie- para contarnos la historia de un Navy Seal, John Kelly (Michael B. Jordan), experimentado en misiones militares en zonas de conflicto, que debe vengar la muerte de su pareja y compañeros, lo que le lleva, claro, a descubrir una conspiración a escala global. Con una narrativa eficaz, sorprende la planificación de Sollima, que evita los tics del cine de acción reciente prescindiendo de la espectacularidad, del esteticismo, de los ralentizados, de la cámara en mano o el montaje abrupto, para plasmar la violencia -y la muerte- de una forma seca, rápida, sin recrearse en ella. El protagonista es una máquina de matar -me creo completamente a Jordan en el papel- acostumbrado a las situaciones de riesgo, que no realiza ningún movimiento superfluo. Como los personajes de Sicario, es un profesional de la muerte, que apunta, dispara, mata y sigue su camino en busca de un nuevo enemigo. Eso sí, hay que reconocer que aquí encontramos al héroe más hiperbólico del cine de Sheridan -supongo que una característica heredada de Clancy- ya que Kelly es un auténtico superhombre indetenible. Con clara vocación de convertirse en una nueva franquicia -hay más de una basada en la obra de Clancy en cine y videojuegos- estamos también ante la propuesta más comercial y convencional de Sheridan, lo que no resta su calidad. Pero sí es cierto que la resolución de la trama, la revelación del enemigo oculto de Kelly, nos lleva a terrenos ya conocidos y a temas ya tratados en el cine de acción reciente, lo que me impide entusiasmarme del todo con esta película.

QUO VADIS, AIDA? -LA GUERRA


Quo Vadis, Aida? es un poderoso retrato del ser humano en una situación desesperada. La guerra en Bosnia en 1995 es el escenario que permite contemplar el horror de la completa deshumanización de tres grupos de personas. Por un lado, los bosnios, convertidos en víctimas del conflicto, desterrados en un campo de concentración y despojados de su dignidad y de los derechos humanos más esenciales. Luego están los militares serbios, convertidos en bestias violentas, la cara más salvaje de los que detentan el poder por la vía de las armas. Por último, no menos culpables, los inoperantes cascos azules de la ONU, convertidos en esclavos de los reglamentos, de la burocracia, de la lógica de los números en la que una sola vida pierde todo su valor. Atrapada entre estos tres grupos, la historia (real) se individualiza en Aida -magnifica Jasna Djuricic- quien hará todo lo posible por sobrevivir junto a su familia. Escrita y dirigida por Jasmila Zbanic, la película tiene una narración sencilla y tremendamente eficaz: sabe que lo que cuenta es poderoso y no se desvía en florituras estéticas ni enredos argumentales. Las situaciones que plantea con una envidiable economía dramática mantienen al espectador en tensión, temiendo por el destino de los personajes, con el corazón encogido al recordar los titulares en los medios sobre aquella guerra que parecía tan lejana. Una escena final estremecedora que confía en la inteligencia del público corona esta película presentada en el festival de Venecia y nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero lo más sobrecogedor del film lo encuentro en su prólogo y en su epílogo, que nos muestra primero a los personajes huyendo de sus hogares y luego, tiempo después, volviendo a sus vidas normales tras la guerra. Ese tránsito abrupto de lo cotidiano al horror y viceversa nos hace pensar en lo frágil que es la vida. Y la supuesta vuelta a la normalidad refleja de forma contundente que las heridas de una guerra tardarán muchos años en cicatrizar.

THEM -TERROR Y RACISMO


No sorprende a nadie que el director, guionista y productor, Jordan Peele, reconozca haberse inspirado en una obra seminal del cine de terror como La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero. Aquella ofrecía una experiencia de terror puro, creaba el mito moderno del zombie, pero además poseía una gran capacidad perturbadora, permitiendo lecturas sociológicas e incluso políticas. Para Peele, el que el protagonista fuera un afroamericano -y su sorprendente final- debió sembrar la semilla de su estupenda Déjame salir (2017), en la que la lectura en clave del conflicto racial en Estados Unidos es inevitable. Peele ha seguido cultivando esa vía de mezclar géneros como el terror y la ciencia ficción con un comentario social en películas como Nosotros (2019), en el remake de la serie Dimensión desconocida -especialmente en episodios como Replay o Point of Origin- y en la serie Territorio Lovecraft. En esa misma corriente se inscribe la potente Them -inevitable relacionar su título con el Nosotros de Peele- creada por el guionista Little Marvin. En ella se mezcla el racismo de los años 50 en Estados Unidos con el terror sobrenatural de una casa encantada -algo que también hace pensar en la reciente Casa ajena (2020)-. Una mezcla explosiva porque está realmente bien planteada. Los protagonistas son una familia afroamericana, los Emory -interpretados por Deborah Ayorinde, Ashley Thomas, Shahadi Wright Joseph y Melody Hurd- que tras un hecho traumático se enfrenta a una nueva vida en un vecindario de raza blanca, donde son recibidos por los vecinos -sobre todo Alison Pill, y también Liam McIntyre, Pat Healy y John Patrick Jordan- de una forma terrorífica. La serie expone así dos tipos de miedo: uno muy real, al racismo, a la violencia, a la marginación y a la humillación que proviene de un poder externo opresor; y el miedo a lo sobrenatural y a la muerte. La serie juega en cada capítulo con los dos tipos de terror: la familia protagonista no solo sufre una discriminación brutal, sino que además, cada miembro tiene que lidiar con apariciones que no sabes si existen realmente o son el producto del miedo: puro terror psicológico. Los momentos de discriminación y violencia racista son extremos y probablemente no son aptos para todos los espectadores. Por otro lado, las terroríficas apariciones están entre la efectividad y lo inquietante del cine de James Wan y un terror más estético, al parecer deudor de David Lynch -como confiesa el propio show runner, Little Marvin-. Si bien estos dos mundos conviven dentro del argumento y están muy conseguidos, la verdad es que el terror real acaba por eclipsar a los horrores fantásticos. La serie no solo habla de racismo, sino que contiene un comentario más amplio sobre el uso y el abuso del poder: en la sociedad, en el ambiente laboral, en las relaciones de pareja, además de denunciar también el machismo y la homofobia.

Gran parte del mérito de la efectividad de la serie se debe a un cuidado diseño de producción, que convierte en terrorífica la idílica imagen que tenemos de los Estados Unidos de los años 50 -de nuevo, una de las obsesiones de David Lynch-, utilizando referentes que todos tenemos en mente, como la obra pictórica de Edward Hoper. También hay que destacar una interesante banda sonora, compuesta por temas anacrónicos que complementan muy bien los temas y las situaciones de la serie. Y hablemos también del excelente equipo de realizadores, bastante capaces de generar tensión, inquietud y miedo: me gustaron especialmente los episodios dirigidos por Nelson Cragg y mencionemos también a un talento del cine de terror como Ti West -The House of the Devil (2009) y The Inkeepers (2011), - que dirige un par de capítulos. Them es un sólido producto televisivo, terrorífico y con una rabiosa denuncia social, que no teme traspasar ciertas líneas en cuanto a la violencia y a cierta agresividad contra el espectador -los niños son en esta ficción las principales víctimas-, y que acaba con una idea escalofriante: se puede combatir el mal sobrenatural -el de la fantasía- pero el real -el racismo- seguirá estando allí cuando apaguemos el televisor.

LOS MITCHELL CONTRA LAS MÁQUINAS -BRECHA GENERACIONAL


Detrás de Los Mitchell contra las máquinas está la varita mágica de los productores Phil Lord y Christopher Miller, responsables de maravillas como La Lego película (2014) y Spider-Man: un nuevo universo (2018). Aquí imprimen su particular sentido de la comedia como productores en una cinta animada que es una maravilla: divertidísima, visualmente chulísima y con corazón. Dirigida por Michael Rianda y Jeff Rowe, la película presenta una animación 3D espectacular que sin embargo se presta a la plasticidad e ingenio del cartoon en dos dimensiones, alejándose del realismo de Pixar para acercarse a la caricatura. El apartado visual es colorido y luminoso y está plagado de intrusiones gráficas que vienen directamente de las redes sociales: emoticonos, filtros y todo tipo de efectos de Instagram y Youtube. Una estética que aporta otro nivel de lectura y apoya de forma perfecta un guión -firmado por los propios Rianda y Rowe- que satura de chistes y bromas a ritmo de 'meme', y que hace parecer lentos a los episodios más frenéticos de Los Simpson, Futurama o Padre de Familia. Esta ametralladora de gags no evita un certero diseño de personajes: la familia protagonista, los Mitchell son absolutamente entrañables. La historia nos presenta a una millennial, Katie (Abbi Jacobson) que sueña con estudiar cine, en contraposición a su padre, Rick (Danny McBride), un tipo maduro, analógico y amante de la naturaleza, más bien torpe y con sus propios problemas de madurez. Ese conflicto central entre padre e hija es básicamente la brecha entre la generación pre Internet y los nacidos en la era del smartphone. Sin darle la razón a ninguna de las dos partes, el guión se dedica inteligentemente a reírse de ambos mundos, en lo que puede ser la historia definitiva sobre el asunto. Porque de fondo, la familia Mitchell se enfrenta nada menos que al fin del mundo, cuando la tecnología creada por el enésimo trasunto de Steve Jobs (Eric André) se rebela contra la raza humana e intenta dominarla en una mezcla de Terminator y Matrix.