EUPHORIA -SERIE DE ADOLESCENTES


¿Qué es una serie de adolescentes? Seguramente habréis pensado ya en dos o tres títulos con varias cosas en común: personajes que van al instituto interpretados por actores y actrices muy guapos -no necesariamente tan jóvenes como sus personajes- que se enfrentan a los problemas propios de su edad como los estudios, conflictos con los padres, problemas con las drogas, el despertar sexual, embarazos prematuros, acoso escolar, violencia machista y toda la lista de temas sociales del momento actual. Si estas series aparecen una y otra vez es porque cada generación tiene la suya. Pero ya sabéis que Euphoria es completamente diferente a todo eso que ya hemos visto, a pesar de que se ajusta a todo lo dicho. El contenido es el mismo, pero lo que cambia es la forma. Detrás de esta ficción disponible en HBO Max está Sam Levinson -no dejéis de ver Assassination Nation (2018)- como autor total. El hijo de Barry Levinson -Rain Man (1988)- es la mente detrás de Euphoria, que en esta segunda temporada escribe y dirige cada capítulo. Y lo hace desde lo visual antes que desde lo narrativo. Euphoria no es una serie que desarrolle su argumento con giros y peripecias: realmente no pasan muchas cosas. Tampoco evolucionan demasiados sus personajes, que parecen anclados en sus miserias. Levinson plantea a un grupo de adolescentes -y adultos- con problemas, traumas y conflictos internos para retratarlos en la -pequeña- pantalla de una forma visual y sensorial. Quiere hacernos entender cómo se siente Rue (Zendaya) cuando intenta desengancharse de las drogas; la desesperación de Cassie (Sydney Sweeney) cuando se ve atrapada en un triángulo amoroso sin salida; la frustración de Carl (Eric Dane) al sentir que no ha vivido conforme a sus verdaderos deseos. Para conseguir esto, Levinson hace un despliegue de puesta en escena tremendo en cada capítulo: pocas series actuales son tan creativas y arriesgadas visualmente. En el primer episodio, por ejemplo, titulado Trying to Get to Heaven before They Close the Door, asistimos a un prólogo sobre la infancia del camello Fezco (Angus Cloud) que parece sacado de una película de Martin Scorsese -o quizás de Quentin Tarantino- para luego asistir a una fiesta que es un festival de planos secuencia, movimientos de cámara con grúa y decenas de figurantes. Levinson quiere meternos dentro de esa fiesta que, a su vez, más que un reflejo real de una celebración adolescente, intenta expresar un estado de ánimo. La propuesta narrativa de Levinson se vale de todos los recursos audiovisuales posibles: desde la clásica voz en off hasta la ruptura de la cuarta pared, que permite que Rue se convierta en una especie de profesora que nos guía por el documental de la vida de sus amigos -jugando a la autorreferencia con respecto a la primera temporada- o cuando Lexi (Maude Apatow) comienza a imaginar que todo lo que le ocurre es parte de una obra teatral escrita por ella misma, en el episodio Ruminations: Big and Little BullysEso por no hablar del prólogo del episodio, en el que se resume el origen de la represión sexual de Carl (Eric Dane) con una prodigiosa concreción narrativa que no tiene nada que envidiar a genialidades como el famoso inicio de Up (2009) de Pixar. Levinson es capaz de mezclar tres canciones pop en una sola secuencia -la playlist de Euphoria es tremenda y ecléctica- en un episodio, para luego eliminar prácticamente la música del siguiente capítulo, Stan Still Like the Hummingbird, donde asistimos al rotundo lucimiento de Zendaya como actriz en el descenso a los infiernos -de la droga- de su personaje. Si hay un plano que podría definir Euphoria es el cenital, una cámara que contempla a los personajes desde el techo y que puede seguirles por encima de puertas y paredes, revelando que las casas en los que viven estos adolescentes son, en realidad, decorados. Este jugar a la metaficción se hace evidente en los dos últimos episodios de la temporada, en los que Lexi lleva a cabo una imposible representación teatral escolar, en forma de musical, que recrea las situaciones y personajes de la serie, poniendo sobre el escenario lo que cada uno oculta y proponiendo que la ficción puede ser un modo válido de enfrentarse a los miedos y a los problemas existenciales que todos tenemos. La segunda temporada de Euphoria es una obra digna de estudio, para ver una y otra vez analizando sus soluciones narrativas, mucho más interesante de lo que puede parecer más allá de la fama de sus actores, de sus artificiales polémicas por sus escenas de sexo y drogas, o por la popularidad de su temática adolescente.

CAMERA CAFÉ -EL PRIMER CINE CHANANTE


Hay que reconocer que la idea de convertir en película una serie como Camera Café (2002-2009) no parecía una buena idea sobre el papel. El rasgo más distintivo de aquella tira diaria era ese plano único desde la cámara de una máquina de café delante de la cual se producían situaciones mínimas de humor costumbrista con las que cualquier currito español podía verse reflejado. ¿Cómo convertir eso en un largometraje de 90 minutos? La respuesta ha resultado ser bastante sencilla: hacer algo completamente diferente. Arturo Valls, productor de cine -la muy reivindicable Los del túnel (2016)- tuvo la mejor idea del mundo al confiarle la dirección al 'debutante' Ernesto Sevilla, que colabora en el guión con Joaquín Reyes y Miguel Esteban, los tres viejos conocidos de La Hora Chanante (2002), Muchachada Nui (2007), Museo Coconut (2010) y Capítulo 0 (2018), por lo que el resultado es tanto la versión en cine de Camera Café como la primera película Chanante. Así, aunque se conservan los personajes de indudable carisma de la serie, estamos ante un material bastante diferente gracias a un despliegue visual que me resulta fabuloso: la historia es una sucesión de sketches y en todos hay ideas, movimientos de cámara a lo Scorsese -no sorprende el oficio de Sevilla tras la cámara porque ya hizo sus pinitos en los títulos ya mencionados- efectos de sonido y músicas distintas que van creando diferentes atmósferas que juegan con los géneros cinematográficos dando como resultado una cinta única con la que es imposible aburrirse. El humor va desde el costumbrismo de la serie original, pasando por la parodia, los cameos de famosos a los Torrente, el humor cartoon de Javier Fesser y hasta llegar a los límites más absurdos del post humor chanante gracias a un mecanismo argumental -la ingesta de una tarta cuyo ingrediente principal es el LSD- que permite fugas surrealistas y psicodélicas que rozan el universo de David Lynch. Una trama subterránea, por cierto, que recorre la película y que lleva a Camera Café del humor mainstream televisivo a terrenos contraculturales casi underground. Un cóctel tan variado que hará que queramos revisar la película una y otra vez: esta es de las que hay que tener en formato físico. De hecho, Camera Café puede darse el lujo de no aprovechar del todo ideas tan bonitas como la del globo amarillo con supuestos poderes mágicos, un artefacto argumental que parece salido del Woody Allen más fantasioso. Por último quiero destacar el trabajo de los actores: Arturo Valls compone al 'cuñado' perfecto, pero también le imprime humanidad a su personaje. También están muy bien Carlos Chamarro y Esperanza Pedreño cuyos personajes adquieren algo de oscuridad, cuando eran más bien tiernos en la tele. Y soy fan de las nuevas incorporaciones como Javier Botet y Manuel Galiana -ese brote psicótico- e incluso de los personajes que se han mantenido sin cambios desde la serie, como los de Álex O'Dogherty y Ana Milán -estupendo su encuentro con los portugueses-. Camera café es una comedia fantástica, incluso si no te gustaba la serie, y una película que hay que apoyar en los cines. No esperéis a que se haga de culto.

LA ASPIRANTE -TODO POR EL ÉXITO


Que la directora debutante Lauren Hadaway haya trabajado como editora de sonido en Whiplash (2014) no parece casual: La aspirante comparte con la película de Damien Chazelle un argumento similar, cambiando las baquetas por los remos. La actriz Isabelle Fuhrman -nos sorprendió a todos en La huérfana (2009)- interpreta a Alex Dall, una hermética, intensa y obsesiva joven capaz de tirar su vida por la borda para perseguir sin descanso cualquier objetivo que se proponga, ya sea ser la mejor estudiante de su promoción o entrar en el equipo de remo universitario. Hadaway escribe, dirige y edita la lucha de Dall por conseguir su objetivo y nos muestra cómo es capaz de someterse a los peores castigos físicos y psicológicos, haciendo a un lado cualquier rasgo humano -la amistad, el amor, la familia- para dedicarse en cuerpo y alma a conseguir lo que se propone. Los motivos de la actitud de la protagonista deberán ser intuidos por el espectador, pero creo que La aspirante prefiere poner su acento menos en la cultura del éxito y el sacrificio que supone -tema presente en toda la filmografía de Chazelle, por cierto- y más en la infelicidad y la frustración social que genera la aplaudida, de cara a la galería, competitividad. Además, la idea del esfuerzo para conseguir el éxito es puesta en duda: siempre hay alguien mejor y muchas veces los logros se deben a la suerte o algún fallo del sistema que permite que se hagan trampas. La sociedad que plantea La aspirante se divide en privilegiados y desfavorecidos. Los primeros casi siempre ganan y los segundos se esfuerzan más, motivados por un rencor social que desaparecerá en cuanto consigan subir peldaños en el escalafón. Una temática interesante que quizás necesitaba un argumento más redondo. Donde La aspirante brilla realmente es en el apartado técnico: puesta en escena, fotografía, montaje, diseño de sonido, todo se conjuga para meternos de lleno en el cuerpo castigado de Dall, para que sintamos las llagas de sus manos, el peso de los botes, el frío y la lluvia que cae sobre ella de madrugada. Ganadora de tres premios en el Festival de Tribeca -mejor película, actriz y fotografía-, La aspirante está disponible en Filmin.

EL ACONTECIMIENTO -TERAPIA DE CHOQUE


El aborto en Francia fue legalizado en 1975 -en España en 1985- por lo que lo que cuenta El acontecimiento, necesariamente, debe tener lugar antes de esa fecha. Poco más de una década antes, en 1963, Anne se ha quedado embarazada y debe buscar la manera de interrumpir la gestación para no renunciar a su vida. La película ganadora del León de oro en el Festival de Venecia es un asfixiante drama en el que las semanas de embarazo transcurren como una cuenta regresiva que destruirá ese futuro que desea Anne, una joven estudiante brillante que ha tenido la mala suerte de nacer en una época equivocada. La cinta dirigida por Audrey Diwan describe una distopía en tiempo pasado: una sociedad censora que ve con malos ojos la libertad sexual -sobre todo la femenina-; en la que los médicos se niegan a ayudar a la joven protagonista; en la que sus amigas se alejan y la abandonan aunque, en el fondo, tienen los mismos miedos y las mismas ganas de libertad. El acontecimiento es una película excesivamente dura, con tres escenas descarnadas cuyo visionado resultará insoportable para ciertas sensibilidades. Pero es que el objetivo de esta adaptación de una novela autobiográfica firmada por Annie Ernaux es hacer sufrir al espectador en sus propias carnes -vaya si lo consigue- la experiencia de Anne, interpretada por una espléndida Anamaria Vartolomey. Un sufrimiento, claro, que debe llevar a una toma de conciencia sobre las libertades que tenemos en la sociedad en la que vivimos. Todavía hay países en los que el aborto es ilegal, pero incluso en los que se ha despenalizado, una mujer puede enfrentarse a complicaciones de todo tipo y a la discriminación si decide interrumpir su embarazo. El acontecimiento es una película dolorosamente sensorial, que nos mete dentro de la subjetividad de Anne, con una narrativa que deja muchas cosas fuera de campo, pero que en momentos clave nos dice las cosas directamente. "Sufro una enfermedad que solo afecta a las mujeres y que las convierte en amas de casa", dice Anne, resumiendo su situación y justificando la valiente y dolorosa decisión que ha tomado. El mensaje está claro: el aborto ilegal puede obligar a las mujeres, incluso, a arriesgar su vida. Pero la película va más allá: el problema no es solo la ilegalidad del aborto, sino los valores de la sociedad y la forma en la que se reprime la sexualidad de la mujer. Los encuentros carnales de las jóvenes que aparecen en esta historia son prácticamente clandestinos y para ellas resultan vergonzosos. Deben ocultarlos si no quieren ser señaladas y discriminadas. Los hombres, en cambio, gozan de una mayor libertad y, sobre todo, de ninguna responsabilidad. El acontecimiento es un recordatorio de los derechos alcanzados, una llamada a la vigilancia para mantenerlos y un homenaje a las que tuvieron que sufrir la represión ayer para que otras sean libres hoy.

LA HIJA OSCURA -MATERNIDAD Y CULPA


Nominada a tres premios Óscar, La hija oscura es el prometedor debut tras la cámara de una actriz espléndida, Maggie Gyllenhaal. Con un reparto fantástico, Gyllenhaal pone en pie la adaptación -nominada al Óscar y merecedora de un premio en el Festival de Venecia- de una novela de la misteriosa Elena Ferrante, en la que una mujer, Leda -interpretada por Olivia Colman, que también opta al Óscar-, disfruta de una vacaciones en Grecia cuando se fija en una joven madre, Nina (Dakota Johnson) que le hace recordar su propia experiencia con la maternidad. Esto da pie a que veamos flashbacks sobre Leda como joven madre, a la que da vida una estupenda Jessie Buckley, también nominada por la Academia de Hollywood. Sin querer desvelar mucho más sobre el argumento, La hija oscura es un drama psicológico que roza el thriller, en el que se exploran temas como el peso de la maternidad y la culpa que puede llegar a sentir una madre que decide sacrificar el tiempo con sus hijos para realizarse como persona, para -intentar- ser feliz. Poco a poco, la trama va creando un clima opresivo alrededor de la protagonista, incidiendo sobre todo en lo social. La historia convierte en una amenaza terrorífica a una familia que se comporta de forma grosera y escandalosa, interrumpiendo el descanso y la paz de Leda. Primero, son una pequeña molestia, pero poco a poco, crecen como amenaza hasta una posible confrontación. Un miedo al otro, a lo extranjero, que poco a poco se convierte en una idea más interesante, que aporta a la temática de la historia: Lena se siente amenazada por una familia, por un clan, aparentemente muy unido, que contrasta con la soledad de ella, que se encuentra lejos de sus hijas, disfrutando de cierta libertad -aunque sea para trabajar-. No es casualidad que Leda se sienta amenazada por la representación más agobiante posible de la institución familiar y que se sienta identificada con el personaje de Nina, en el que vuelca sus propios traumas y anhelos. La adaptación que hace Gyllenhaal va aumentado poco a poco la tensión en el espectador y va desvelando las verdaderas razones del comportamiento de Leda. Un relato oscuro y tenso que nos presenta personajes que primero aparecen como los típicos individuos que te encuentras durante cualquier verano -el encargado del hospedaje, un camarero- pero que poco a poco se van convirtiendo en sospechosos que podrían formar parte de la amenaza a la que supuestamente se enfrenta Leda. Personajes interpretados por actores estupendos, por cierto: a los ya mencionados hay que agregar a Ed Harris, Peter Sarsgaard o Paul Mescal. Con estos elementos, Maggie Gyllenhaal ha creado una película estupenda para su debut, que bien podría haber competido por todavía más premios en los Óscar.

EL PROYECTO ADAM - VOLVER EN EL TIEMPO


Alguien debe haber pensado que mezclar los argumentos de E.T., el extraterrestre (1982) con Regreso al futuro (1985) y Terminator (1984), añadiendo los elementos más molones de Star Wars (1977) daría como resultado algo así como la película adolescente de aventura y fantasía perfecta. Y algo de razón parecen tener los autores detrás de El proyecto Adam, estrenada en Netflix, porque el resultado, un monstruo de Frankenstein de lo ochentero, es resultón y entretenido. La clave es haber dotado de alma al producto, dándole prioridad a los personajes, a las relaciones entre ellos y a sus emociones. El protagonista es Adam (Walker Scobel), un niño de 12 años cuyo padre -como en casi todas las películas citadas como referencia- está ausente y que, además, sufre acoso escolar -otro tópico del cine ochentero adolescente-. Estos elementos hacen que Adam sea el elegido para vivir una gran aventura fantástica llena de peligros y relacionada con los viajes en el tiempo. El argumento recicla ideas sin disimulo -luego alguno se queja de que todas las películas de superhéroes son iguales- y quizás el mejor ejemplo de esto es la utilización como leitmotiv del tema Gimme Some Lovin' de The Spencer Davis Group, mil veces versionado y usado en películas, series y anuncios, que aquí puede ser una referencia concreta a Águila de Acero (1986). Aún así, funciona muy bien esta película dirigida por Shawn Levy -no por nada, productor de Stranger Things-, gracias a sus actores. La interpretación de Ryan Reynolds -al que ya dirigió Levy en Free Guy (2021) y con el que volverá a coincidir en Deadpool 3- marca la personalidad del film con su sentido del humor. La gracia de la película radica en la relación entre el joven protagonista, Scobel, y Reynolds: el primero debe clonar los gestos y la forma de hablar del segundo, y la verdad es que lo hace muy bien, dando como resultado una entrañable buddy movie que funciona de maravilla. Como ya he dicho, la parte humana de la película es su gran reclamo, con eficaces interpretaciones de Jennifer Garner, Zoe Saldaña y Mark Ruffalo, un elenco que consigue hacer latir el corazón de El proyecto Adam. Un acierto, porque las escenas de acción y los efectos especiales son más bien modestos y aunque eficaces, se diferencian poco de cientos de películas ya vistas. El principal lastre del film es que los que ya tenemos una edad no encontraremos en él nada novedoso. Yo me he acordado hasta de Starfighter: la aventura comienza (1984). El caso es que a El proyecto Adam le falta sobre todo ese sense of wonder que tenían las películas de los años 80. Adam no se sorprende al encontrarse con el personaje de Ryan Reynolds porque ya ha visto Regreso al futuro y Terminator -como los espectadores maduros- por lo que asume todo lo que le pasa de una forma automática. ¿Cómo podemos maravillarnos como espectadores si los propios personajes reaccionan rutinariamente a todo lo que ocurre? Esta falta de originalidad se compensa, eso sí, con mucho humor y con guiños que buscan la complicidad y la nostalgia. El proyecto Adam no pasará a la historia del cine, como muchas otras cintas, pero es un producto digno y entretenido, sobre todo para el público más juvenil -e infantil-. Me gusta especialmente que se empeñe en generar emociones humanas, a pesar del uso de lo digital, y que recupere la figura de ese padre ausente en los títulos mencionados como referencia, lo que me ha permitido disfrutar doblemente de esta película con mis hijos.

RED -EL PANDA ROJO EN LA HABITACIÓN


Pixar estrena Red directamente en Disney Plus, una película muy divertida en la que se aborda el complicado tránsito de la niñez a la adolescencia desde una perspectiva femenina. Dirigida por la canadiense, de origen chino, Domee Shi, la película nos cuenta la historia de Mei, una niña de 13 años que descubre una 'maldición' que 'sufren' todas las mujeres de su familia: se convierten en un gigantesco panda rojo al llegar a la pubertad. A partir de esta premisa, nos encontraremos con un argumento divertido en el que Mei debe lidiar con su metamorfosis y con la reacción de su entorno: su madre, su familia y sus amigos. Algo así como una versión animada y adaptada a los tiempos actuales de Teen Wolf (1985). Red es pura comedia: los chistes y las bromas se suceden con un ritmo que no da descanso y que, de paso, hace que los personajes sean cercanos y entrañables. Como siempre en Pixar, la animación es deslumbrante. El nivel de realismo de las texturas y la luz es tremendo, por no hablar del impresionante manejo de la 'cámara' -pienso en el plano subjetivo en el que Mei descubre su transformación- pero eso no significa que la animación pierda plasticidad e inventiva. De hecho, estamos ante una animación 3D que utiliza la expresividad del anime japonés, con resultados muy estimulantes. Otro punto fuerte de Red es el uso que hace la historia de un escenario real y concreto, local, como es la comunidad china en Canadá, en Toronto, y también resulta curioso que el argumento se desarrolle en el año 2002, lo que indica que hay una cierta voluntad autobiográfica por parte de la directora que le da mucha personalidad a la película. Pero sobre todo hay que destacar la temática de la cinta: la menstruación, un tema poco o nada tratado en la ficción -pienso en películas de terror como Carrie (1976), En compañía de lobos (1984) o Ginger Snaps (2000)- y mucho menos en la ficción dirigida a un público infantil. Como padre, no puedo más que aplaudir que aparezcan estos asuntos en una cinta animada: el difícil tránsito hacia la adolescencia, la compleja relación con la madre, la forma en que las amigas deciden apoyar a Mei contra viento y marea, la manera en que ella misma va convirtiendo a sus supuestos enemigos en aliados y sobre todo, la forma en la que aprende a lidiar con esa parte de su naturaleza, a aceptarla y a no esconderla. Pero como espectador también debo decir que la forma en la que está expuesto este necesario tema es, quizás, demasiado obvia y transparente, lo que en algunos momentos hace que la película parezca demasiado pedagógica -si es que esto puede ser negativo-. Creo que el mensaje de Red no requería de tantas explicaciones para ser transmitido, por lo que seguramente leeréis que estamos, de nuevo, ante un Pixar 'menor'. Pero es que el nivel de Pixar es muy alto.

LA PEOR PERSONA DEL MUNDO -TODOS SOMOS JULIE


¿Quién no se ha sentido alguna vez la peor persona del mundo? Algunos lo sienten constantemente, otros, están convencidos de ello. Pero los peores, creo yo, son los que se sienten las mejores personas. ¿Por qué ha titulado así su película el noruego Joachim Trier? La frase, en la cinta, se le atribuye al personaje de Eivind (Herbert Nordrum), pero parece claro que el título de este film se refiere a su protagonista, Julie, interpretada por Renate Reinsve, en un papel de los que se quedan en la memoria y que le ha valido el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes. Julie es presentada en la historia como una joven que no encuentra su camino: no sabe qué carrera universitaria estudiar, ni cuál quiere que sea su profesión y que va pasando de una pareja a la siguiente de una forma despreocupada y alegre. Quizás, todos esos caminos abandonados, esas relaciones rotas y ese no saber qué hacer con su vida, es lo que hace que Julie se sienta como la peor persona del mundo. O quizás no. La película comienza como una comedia romántica con ecos de Woody Allen, pero no habla de amor -¿O sí?- sino de una insatisfacción existencial -Julie nunca parece satisfecha del todo con nada- cuya vertiente más dramática, eso sí, es la sentimental. El guión de Trier y Eskil Vogt parece decirnos que la vida en pareja no es la respuesta a los problemas, sino uno más a resolver junto al trabajo, la familia, y las aspiraciones personales. Julie vive en una continua huida hacia adelante, casi sin mirar atrás, mientras el tiempo comienza a pasarle factura: ¿No tiene edad para tener un trabajo estable? ¿No debería haber alcanzado ya el éxito, en algo, en lo que fuera? ¿No ha llegado el momento de ser madre? Julie parece escapar de todas esas preguntas mientras intenta no perder, sin embargo, la esperanza de conseguir todas esas cosas. Como si se empeñase en seguir siendo joven, en seguir teniendo un futuro abierto a todas las posibilidades. ¿Cuántas comedias románticas os han hecho pensar en algo así? Lo que más me gusta de esta película es que no se juzga a su heroína, que sigue siendo a nuestros ojos encantadora, frágil y sobre todo valiente y muy libre. Trier incide varias veces en la juventud de Julie, buscando quizás el retrato generacional del millennial, de esos que se han quedado a medio camino entre lo analógico y lo virtual. Frente a Julie, Trier coloca a su interés romántico, a Aksel -interpretado por el actor fetiche del director, Anders Danielsen Lie- un dibujante de cómics -a lo Robert Crumb- enfrentado a los nuevos tiempos de corrección política y feminismo, cuyo discurso final, amargo y nostálgico, sobre la cultura y el formato físico, es un emocionante elogio fúnebre de la generación X (la mía). La peor persona del mundo está nominada a dos premios Óscar: mejor película extranjera y mejor guión original. Pero eso es lo de menos. Para el que esto escribe es una de esas pocas películas que llega hondo, que reconcilia con el cine y con la existencia, que instantáneamente pasa a formar parte de la lista de las mejores de toda la vida.

JACKASS FOREVER -LA ÚLTMA JUERGA


Muchas cosas han cambado desde el año 2000: cuando los móviles todavía no dominaban nuestra vida, internet apenas estaba naciendo y no existan conceptos como los vídeos o los famosos challenge virales. Y la cadena MTV todavía emitía videoclips. Entonces, un grupo de descerebrados skaters y especialistas de riesgo tomaban por asalto la televisión -sí, veíamos la tele- en un programa rompedor titulado Jackass -creado por el actor Johnny Knoxville y los directores Jeff Tremaine y nada menos que Spike Jonze- que mezclaba acrobacias absurdas, bromas de cámara oculta y humor escatológico, todo con la estética de los vídeos caseros. Justo por eso, aquel programa parecía más real que casi toda la televisión de la época, y desde el luego, era mucho más atrevido. Jackass tenía el atractivo chorra de los vídeos de primera de tortazos y caídas, pero llevados al extremo de hacernos apartar la mirada. Destilaba el espíritu de las tonterías que todos perpetrado alguna vez siendo adolescentes. Una energía rebelde mal canalizada en pegarse una leche de puro nihilismo en una especie de último verano antes de hacerse adultos. Aquel programa de televisión acabó en 2007, aunque el concepto ya había dado el salto al cine en 2002, aportando la pantalla grande a las gamberradas televisivas. Dos películas más fueron estrenadas en 2006 y en 2010. Ahora, 12 años más tarde, llega una nueva entrega de la serie, a modo de despedida, Jackass Forever

Como ya he dicho, muchas cosas han cambiado desde el año 2000. Básicamente, gran parte de lo que hacían estos descerebrados ahora es políticamente incorrecto: el que todos sean hombres y de raza blanca -la presencia femenina brilla por su ausencia-; las constantes bromas sobre penes, culos y excrementos; la participación de personas con acondroplasia -el siempre sonriente Jason 'Wee-Man' Acuña- o con sobrepeso -Preston Lacy- como recurso humorístico; el uso de animales; y la irresponsabilidad de mostrar en pantalla conductas poco ejemplares (y peligrosas). Por suerte, puedo decir que toda esta incorrección se mantiene en esta nueva película de 2022, a pesar de algunos -bienvenidos- cambios para adaptarse -mínimamente- a unos tiempos más inclusivos, como la incorporación de una mujer, Rachel Wolfson, o de afroamericanos. Pero el verdadero sentido de estas incorporaciones, hay que admitirlo, es inyectar sangre nueva al elenco, ya que los protagonistas -Johnny Knoxville, Steve-O, Chris Pontius, Dave England y Danger Ehren, entre otros- ya no son precisamente jóvenes, sino cuarentones -Knoxville ya ha cumplido 50- lo que les impide realizar las acrobacias como lo hacían hace 10 años. De hecho, hay que decir que las heridas de guerras pasadas se notan en los miembros de Jackass: les faltan dientes, están llenos de cicatrices, por no hablar de que más de uno ha tenido que superar problemas con el alcohol y las drogas. En ese sentido, se echan en falta a dos miembros del grupo original: Ryan Dunn, fallecido en accidente de coche en 2011, y su gran amigo, Bam Margera, despedido del rodaje por su incapacidad para mantenerse sobrio, lo que ha dado pie a demandas cruzadas y un auténtico culebrón. Tras hablar de estos antecedentes ¿Qué tiene que ofrecer Jackass Forever? Pues se trata de una última, divertida y provocadora gamberrada adolescente que recupera el sabor de la serie original y que nos hace recuperar sensaciones que creíamos perdidas. Tras una espectacular presentación que parodia al blockbuster de Hollywood y las películas de Godzilla -sustituyendo al monstruo por el pene de Pontius- asistimos divertidos, asqueados o en shock, a una sucesión de sketches que consiguen hacernos pensar que el tiempo no ha pasado, al menos en el espíritu de estos gamberros que, sin embargo, ya peinan canas. Una nueva generación de jackasses aparece para someterse a los castigos más sádicos: se incorporan jóvenes que hace 20 años veían el programa en televisión, pero que, como auténticos fans, decidieron repetir las hazañas de sus héroes. No fallecieron en el intento, por lo que ahora forman parte de la última película de Jackass. La cinta da exactamente lo que ofrece y no escapa a la moda nostálgica actual. El paso del tiempo introduce un nuevo e interesante elemento: experimentar la tensión de que cada peligrosa acrobacia podría ser la última. Los fans de Jackass no se la pueden perder. Para ver con amigos y atragantarse a palomitas.

FLEE -EL INCONVENIENTE DE HABER NACIDO...


Basta mencionar las tres nominaciones que tiene Flee a los premios Óscar para darse cuenta de que se trata de una obra bastante especial: mejor película de animación, mejor largometraje documental y mejor película extranjera. La primera se debe a que estamos ante la historial real de Amin, un refugiado de Afganistán que se ve obligado a huir de su país en los años 80, lo que supone separarse de sus raíces, de su familia y mantener oculto su pasado para no perder su condición de asilado político. Amin es homosexual y el descubrimiento de su orientación sexual se complica por la necesidad de emigrar y por la discriminación a la que se enfrenta en Afganistán y también en Rusia. Esto está contando con materiales de archivo reales, pero sobre todo a través de la animación -la película ha ganado premios en festivales especializados- que sirve muy bien para plasmar en la pantalla esta historia humana estremecedora. Por último, Flee compite en los Óscar por Dinamarca -aunque es una coproducción de varios países-. La película, dirigida por el danés Jonas Poher Rasmussen, es un relato emocionante que nos muestra la lucha incansable de un ser humano por conseguir algo tan básico como la felicidad. Si esta parece garantizada a ciertos niveles en países de occidente como el nuestro, esta cinta nos hace reflexionar sobre el azar de nacer en un país que parece destinado al conflicto, en una cultura castradora, en una religión retrógrada, con un color de piel que puede complicar la posibilidad de ser aceptado o con una orientación sexual que todavía, en pleno siglo XXI, sigue siendo perseguida por los que cultivan el odio irracional. El viaje de Amin hacia la libertad, la aceptación y la felicidad, que todos creemos merecer solo por haber nacido, da como resultado un film emocionante que habla de muchas cosas, todas ellas, verdaderamente importantes.

THE BATMAN -SOMETHING IN THE WAY


Con el estreno de The Batman las redes sociales se han volcado en un encendido debate: ¿Supera la nueva película del hombre murciélago a la idolatrada -por muchos- trilogía de Christopher Nolan? La primera respuesta que se me ocurre es: ¿Qué importa? Esto de poner a competir a las películas como si fueran equipos de fútbol me parece poco provechoso y en definitiva absurdo ¿Realmente alguien puede decir que Vértigo (1958) es mejor que Ciudadanos Kane (1941)? Francamente creo que no. El empeño en mantener a El caballero oscuro (2008) de Nolan en la cima del cine de superhéroes e incluso postularla como una 'obra maestra' absoluta -estuvo nominada a 8 premios Óscar- solo se puede explicar por el fanatismo que despiertan tanto Christopher Nolan como el propio personaje de Batman. Los que crecimos con la versión de Tim Burton sobre el superhéroe ya sufrimos que sus obras fueran denostadas debido al éxito de la interpretación de Nolan y es ahora esta generación la que sufre los sinsabores inevitables del paso del tiempo y de la llegada de algo nuevo. Como James Bond, Batman se ha convertido en un personaje cinematográfico con diferentes encarnaciones que se van adaptando a cada época. Es normal que este nuevo Batman esté más en sintonía con la sensibilidad actual y que el de Nolan -que reflejaba los miedos post-11S- nos parezca ahora algo superado.

Las tres películas de Christopher Nolan sobre el caballero oscuro son estupendas y las de Tim Burton tienen una personalidad y un encanto tremendos. Y ahora hay que decir que el director Matt Reeves ha hecho una versión fantástica del personaje. Hay que empezar el análisis por decir que el propio título, The Batman, se puede leer como una declaración de intenciones. Esta no es otra película de Batman. Este es EL Batman. Lo que diferencia a la visión de Reeves de todo lo que hemos visto anteriormente es que nunca se había apostado de forma tan decidida por darle protagonismo al superhéroe. Las dos entregas de Tim Burton con Michael Keaton -y las dos continuaciones dirigidas por el denostado Joel Schumacher- preferían convertir al villano de turno en la gran estrella de la función -siguiendo la línea de la serie de los sesenta protagonizada por Adam West-. La trilogía de Nolan le daba más importancia al personaje de Bruce Wayne -interpretado por un eficiente Christian Bale- reduciendo al máximo las apariciones del superhéroe, que casi siempre se reducían a las escenas de acción. Creo que esto se debía en gran parte a cierto pudor a mostrar en pantalla a un tipo disfrazado de murciélago. En 2022, el público está mas que acostumbrado a ver trajes de superhéroe de todo tipo y esto lo aprovecha Reeves para ser el primero en desarrollar a Batman como personaje y no como un simple álter ego. En The Batman, vemos al héroe (Robert Pattinson) enfundado en su traje durante casi todo el metraje, incidiendo como nunca antes se había hecho en cine en su faceta como detective y en su relación con el comisario Gordon (Jeffrey Wright). Bruce Wayne está mucho menos presente, es más joven y retraído, con una personalidad por desarrollar: su único vínculo con la humanidad es, como siempre, Alfred, bien interpretado por Andy Serkis, que aparece lo justo. Esta adaptación se parece mucho más a los cómics de Batman, sobre todo a los más realistas de los años 70.

The Batman es cine negro -como lo son muchos de los cómics sobre el personaje- con sus bajos fondos, sus criminales mafiosos -El Pingüino (Colin Farrell) y Carmine Falcone (John Turturo)-, sus policías y políticos corruptos y su femme fatale -Catwoman (Zoë Kravitz)-. En algún momento, incluso, me he acordado de Chinatown (1974). Se ha mencionado la influencia del thriller de David Fincher y es imposible no ver algunos paralelismos con Seven (1995), con Zodiac (2007) y darnos cuenta de que para el misterioso Enigma (Paul Dano), Batman era su Tyler Durden. En muchos momentos de la película no sabemos si la mirada que nos muestra Reeves es la del héroe o la del villano y sus caminos, y sus historias, corren en paralelo. Con estas ideas, Reeves crea una historia absorbente, cuyas casi tres horas no pesan y que nos lleva de la mano en este nuevo Año Uno de Batman, en un descenso a los infiernos de Gotham y de la propia génesis del personaje creado por Bill Finger y Boba Kane en 1939. Este Batman comienza siendo un vigilante violento y vengativo, pero acaba convertido en un héroe que ve la luz al final del túnel. Reeves limita su película a cuatro o cinco secuencias de acción -pero son memorables-, nos regala una presentación de Batman que vale la película, y llena su retorcido argumento de diálogos, sí, pero nos cuenta lo importante valiéndose de las imágenes. No perdáis detalle. The Batman es una película oscura, desenfocada, empañada por la lluvia constante: su diseño visual es arriesgado y estimulante. Reeves elige un look entre la fantasía gótica de Burton -la película está llena de guiños al autor de Batman Vuelve (1992), sobre todo cuando aparece Catwoman- y el frío realismo ultramoderno de Nolan y nos muestra una Gotham entre el expresionismo y el Nueva York de Taxi Driver (1976). También hay que mencionar una espectacular banda sonora de Michael Giacchino, que se queda grabada en la cabeza -y ojo al uso de Nirvana para marcar el tono del relato-. Nos encontramos por tanto ante un producto redondo que confirma a Reeves como un valor seguro a la hora de renovar conceptos asentados en la cultura popular: lo hizo con Godzilla en Monstruoso (2008); con los vampiros en el remake de Déjame entrar (2010); con la ciencia ficción de El planeta de los simios (1968) en las dos entregas de las que se hizo cargo. Ahora se supera con uno de los personajes más icónicos de la cultura popular. The Batman es probablemente el mejor blockbuster que veremos este año.

UN HÉROE -LA VERDAD Y LA MENTIRA


En mi opinión personal, el director iraní Asghar Farhadi es un maestro construyendo historias dramáticas que reflejan con precisión la indignidad que supone la vida en sociedad. Las películas de este autor -que han triunfado en Cannes, en Berlín, que han ganado dos premios Óscar y un Globo de Oro- suelen ser la radiografía de su país, pero creo que los retratos humanos que expone tienen un alcance universal. Un héroe, película también ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes, es una indagación en la naturaleza humana que habla de la complejidad de tomar decisiones morales y denuncia la presión que puede ejercer una sociedad que juzga con demasiada facilidad. Farhadi propone como protagonista a un preso desesperado por salir en libertad, tras ser encarcelado por una deuda. Entonces aparece en su vida un evento que puede ser un milagro o una prueba, como se dice varias veces durante la propia película: el hallazgo de un bolso con dinero, que podría ser utilizado para pagar la deuda y salir de prisión. Pero ¿Sería ético hacer eso? Farhadi construye su argumento a partir de ese dilema moral y ético, llevándolo hasta sus últimas consecuencias para acabar en una contundente denuncia de una sociedad tan moralista como hipócrita. Se pone en entredicho, de paso, el sistema penitenciario, los entes públicos, las organizaciones caritativas, el matrimonio y hasta la familia. La premisa es contundente: esa sociedad moralista que busca en todo momento proyectar una apariencia intachable, acaba convirtiéndose en el caldo de cultivo de la hipocresía y la desconfianza, que lleva a actitudes, más que insolidarias, despiadadas. No hay peor mal que exigir el bien sin fisuras. Un héroe se ve con el corazón en un puño, mientras asistimos a las humillaciones que sufre el protagonista -que arrastra de la mano a su hijo, lo que me hizo conectar este film con el neorrealismo de Ladrón de bicicletas (1948)-, y también nos acongoja presenciar los errores que le hundirán cada vez más en un relato que se convierte en algo muy parecido a una pesadilla sin fin. Farhadi nos muestra una sociedad de seres llenos de rencor y desconfianza, egoístas e interesados, y además introduce en la lista de los males que nos aquejan a las redes sociales y su manipulación de la verdad para influir en la opinión pública. Una visión desesperanzada que nos enseña cómo la verdad se diluye en una red de mentiras y de opiniones subjetivas que me parece curiosamente complementaria a cómo se ha aproximado Clint Eastwood, en Estados Unidos, a la figura del héroe en películas como Sully (2016) y Richard Jewell (2019). Un héroe es una de las grandes obras de lo que va de este 2022.

UNCHARTED -CINE (DIGITAL) DE AVENTURAS


Los cómics -sobre todo el tebeo de superhéroes- han nutrido en los últimos 10 o 15 años al blockbuster -el único género capaz, actualmente, de convocar masivamente a los espectadores a las salas- de temas y argumentos en su voraz necesidad de crear 'nuevas' y rentables franquicias. En cambio, el videojuego, industria que desde hace tiempo disfruta del tópico de ser más rentable que el cine, no ha conseguido del todo explotar el atractivo y la fama de sus títulos más señeros, porque también sufre por otro lugar común: que las adaptaciones del videojuego al cine nunca fueron buenas. Esto se puede deber a varias razones: la dificultad de trasladar lo que hace atractivo a un videojuego a otro medio -el componente interactivo, la mecánica jugable-, o que muchos títulos se inspiren en películas. Es el caso, por citar un ejemplo conocido, de Tomb Raider, que cuenta ya con tres títulos y cuyo referente es Indiana Jones. Lo mismo ocurre ahora con Uncharted, estupendo título de Playstation que Sony ha confiado a Tom Holland -la estrella más taquillera del momento-, protagonista del gran éxito actual de los estudios, la trilogía de Spider-Man que comparte con Marvel Studios. Acompaña a Holland el carismático Mark Wahlberg, que hace las veces de mentor/figura paterna -la película sigue las famosas etapas del viaje del héroe de Joseph Campbell- que además aporta un tono de buddy movie que puede dar mucho de sí en las secuelas que seguramente tienen en mente los productores. Uncharted tiene la dosis justa de aventura, acción y humor para ser un estupendo entretenimiento, lo que no impide que seamos conscientes de sus deudas con películas que ya hemos visto: la referencia clara a Indiana Jones, pero también encontramos elementos de la saga de James Bond, de las películas de atracos y hasta de Los Goonies (1985), lo que inevitablemente me ha hecho sentir cierta nostalgia por los tiempos en los que los especialistas se jugaban el tipo en las secuencias de acción: aquí todo es digital. 
Mencionemos también que Antonio Banderas hace de villano, creo que desperdiciado, y que hay referencias a España en la película: la vuelta al mundo de Magallanes y aparece Barcelona como escenario presentado con música de ¡Camarón!. A pesar de todo esto, como ya he dicho, Uncharted es un entretenimiento muy disfrutable. Eso sí, me perdonaréis que hable ahora como padre y me queje de que una película de aventuras cuyo público objetivo debería ser el infantil -que acabará viendo la película de todas maneras- se camufle como cine 'adulto' trufando los diálogos de tacos malsonantes y, mucho peor, exaltando de forma irresponsable el consumo de bebidas alcohólicas innecesariamente.