EUPHORIA -SERIE DE ADOLESCENTES


¿Qué es una serie de adolescentes? Seguramente habréis pensado ya en dos o tres títulos con varias cosas en común: personajes que van al instituto interpretados por actores y actrices muy guapos -no necesariamente tan jóvenes como sus personajes- que se enfrentan a los problemas propios de su edad como los estudios, conflictos con los padres, problemas con las drogas, el despertar sexual, embarazos prematuros, acoso escolar, violencia machista y toda la lista de temas sociales del momento actual. Si estas series aparecen una y otra vez es porque cada generación tiene la suya. Pero ya sabéis que Euphoria es completamente diferente a todo eso que ya hemos visto, a pesar de que se ajusta a todo lo dicho. El contenido es el mismo, pero lo que cambia es la forma. Detrás de esta ficción disponible en HBO Max está Sam Levinson -no dejéis de ver Assassination Nation (2018)- como autor total. El hijo de Barry Levinson -Rain Man (1988)- es la mente detrás de Euphoria, que en esta segunda temporada escribe y dirige cada capítulo. Y lo hace desde lo visual antes que desde lo narrativo. Euphoria no es una serie que desarrolle su argumento con giros y peripecias: realmente no pasan muchas cosas. Tampoco evolucionan demasiados sus personajes, que parecen anclados en sus miserias. Levinson plantea a un grupo de adolescentes -y adultos- con problemas, traumas y conflictos internos para retratarlos en la -pequeña- pantalla de una forma visual y sensorial. Quiere hacernos entender cómo se siente Rue (Zendaya) cuando intenta desengancharse de las drogas; la desesperación de Cassie (Sydney Sweeney) cuando se ve atrapada en un triángulo amoroso sin salida; la frustración de Carl (Eric Dane) al sentir que no ha vivido conforme a sus verdaderos deseos. Para conseguir esto, Levinson hace un despliegue de puesta en escena tremendo en cada capítulo: pocas series actuales son tan creativas y arriesgadas visualmente. En el primer episodio, por ejemplo, titulado Trying to Get to Heaven before They Close the Door, asistimos a un prólogo sobre la infancia del camello Fezco (Angus Cloud) que parece sacado de una película de Martin Scorsese -o quizás de Quentin Tarantino- para luego asistir a una fiesta que es un festival de planos secuencia, movimientos de cámara con grúa y decenas de figurantes. Levinson quiere meternos dentro de esa fiesta que, a su vez, más que un reflejo real de una celebración adolescente, intenta expresar un estado de ánimo. La propuesta narrativa de Levinson se vale de todos los recursos audiovisuales posibles: desde la clásica voz en off hasta la ruptura de la cuarta pared, que permite que Rue se convierta en una especie de profesora que nos guía por el documental de la vida de sus amigos -jugando a la autorreferencia con respecto a la primera temporada- o cuando Lexi (Maude Apatow) comienza a imaginar que todo lo que le ocurre es parte de una obra teatral escrita por ella misma, en el episodio Ruminations: Big and Little BullysEso por no hablar del prólogo del episodio, en el que se resume el origen de la represión sexual de Carl (Eric Dane) con una prodigiosa concreción narrativa que no tiene nada que envidiar a genialidades como el famoso inicio de Up (2009) de Pixar. Levinson es capaz de mezclar tres canciones pop en una sola secuencia -la playlist de Euphoria es tremenda y ecléctica- en un episodio, para luego eliminar prácticamente la música del siguiente capítulo, Stan Still Like the Hummingbird, donde asistimos al rotundo lucimiento de Zendaya como actriz en el descenso a los infiernos -de la droga- de su personaje. Si hay un plano que podría definir Euphoria es el cenital, una cámara que contempla a los personajes desde el techo y que puede seguirles por encima de puertas y paredes, revelando que las casas en los que viven estos adolescentes son, en realidad, decorados. Este jugar a la metaficción se hace evidente en los dos últimos episodios de la temporada, en los que Lexi lleva a cabo una imposible representación teatral escolar, en forma de musical, que recrea las situaciones y personajes de la serie, poniendo sobre el escenario lo que cada uno oculta y proponiendo que la ficción puede ser un modo válido de enfrentarse a los miedos y a los problemas existenciales que todos tenemos. La segunda temporada de Euphoria es una obra digna de estudio, para ver una y otra vez analizando sus soluciones narrativas, mucho más interesante de lo que puede parecer más allá de la fama de sus actores, de sus artificiales polémicas por sus escenas de sexo y drogas, o por la popularidad de su temática adolescente.

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