DANIEL NO ES REAL -AMIGOS INVISIBLES


Daniel no es real es de esas películas, estupendas, que inexplicablemente no llegan a estrenarse en los cines de nuestro país. Y eso que ha ganado varios premios en diversos festivales de cine fantástico, incluido Sitges. Disponible en Movistar +, la película del director Adam Egypt Mortimer es un estimulante ejercicio de terror psicológico, con un primer acto ejemplar en cuanto a lo narrativo, capaz de resumir en unos pocos minutos la infancia del protagonista, Luke -excelente Miles Robbins- planteando los posibles orígenes del conflicto que vivirá en su vida adulta. Ingeniosa, elegante y efectiva, Daniel no es real se desarrolla como un drama sobre la enfermedad mental -que sufre la madre de Luke, Claire (Mary Stuart Masterson)-, que quizás ha heredado su protagonista, y también un coming of age sobre lo difícil que es integrarse en la sociedad, lo complicado que es no sucumbir a la soledad, y cómo la creación artística puede ser un desahogo para los conflictos personales -o para la neurosis-. Mortimer consigue un relato absorbente, tocando además el tema del doble y de los instintos reprimidos a través de la figura de Daniel -Patrick Schwarzenegger, hijo de Arnold- que da pie a los momentos más inquietantes del relato. La película brilla sobre todo desde el guión -firmado junto a Brian DeLeeuw-, es rica en ideas y sugerencias, pero se queda corta, quizás, en su puesta en escena cuando introduce otros temas muy interesantes como el body horror, la nueva carne y sobre todo, el horror cósmico que, aquí, parece referirse a un espacio, a una dimensión, a un infierno, interior, representado en el leitmotiv de las espirales, que apela a un terror puro que se vale de la estética de El Bosco.

ENOLA HOLMES -LA HERMANA LISTA DE SHERLOCK


Enola Holmes es la lujosa adaptación de la serie de novelas de Nancy Springer para Netflix, creo que con vocación de convertirse en un fenómeno como lo fuera Harry Potter. Dirigida por el televisivo Harry Bradbeer, que ha firmado episodios de Killing Eve y Fleabag, estamos ante un cruce entre Mujercitas y una aventura de Sherlock Holmes que resulta sorprendentemente efectivo y encantador. Los nostálgicos recordarán El secreto de la pirámide (1985), pero son otros tiempos y estamos ante una película impecable que esconde bien su naturaleza de producto cuidadosamente fabricado para agradar a todos los públicos. La popular estrella de Stranger Things, Millie Bobby Brown, está estupenda como Enola, la hermana pequeña de Sherlock (Henry Cavill) y Mycroft (Sam Claflin) que se embarca en una aventura con misterio por resolver tras la desaparición de su madre, una perfecta Helena Bonham Carter. Esta funciona como mentora de la heroína, a la que ha entrenado como si fuera un superhéroe -o un héroe de la mitología griega- y a la que sobre todo ha dado una educación feminista que será uno de los temas más importantes y agradecidos del argumento. Millie Bobby Brown sostiene sin problemas un relato de época, la Londres de finales del siglo XIX lujosamente recreada en escenarios y vestuario, pero de desarrollo moderno -en una línea similar a la de Guy Ritchie en sus películas sobre Holmes- con constantes rupturas narrativas para incluir flashbacks, imágenes gráficas o rupturas de la cuarta pared que remiten, claro, a Fleabag. Todos estos elementos funcionan francamente bien aunque el metraje me parece recargado por los dos casos que aparecen en la historia, el ya mencionado relacionado con la madre de Enola y el de un joven Lord desaparecido (Louis Partridge), obligatorio peaje romántico, que alarga el film a más de dos horas. Aún así, Enola Holmes me parece perfecta para su público objetivo.

EL PRACTICANTE -PERTURBADO


Mario Casas se somete a una impresionante transformación física para meterse en el que debe ser su papel más extremo en El practicante. Disponible en Netflix, la película de Carles Torras es un sólido thriller cuya mayor virtud es incomodar al espectador incluso antes de que la trama se desvele. Casas interpreta a Ángel -un nombre intencionadamente paradójico-, un paramédico que se dedica a salvar vidas, pero que oculta una turbia personalidad. Esto es visible en la relación con su pareja, Vane (Déborah François), que revela a Ángel como un sujeto controlador, celoso y hostil. El perfecto machista. El practicante retrata a Ángel como un individuo potencialmente peligroso, pero al plantear la historia desde su punto de vista, se nos obliga a compartir su forma de ver a los que le rodean: ese vecino entrometido cuyo perro no para de ladrar, ese compañero de ambulancia (Guillermo Pfening) que habla de más, esa señora en el autobús que le estampa una barra de pan en el rostro. En la línea de Taxi Driver (1976) o su reciente derivación, Joker (2019) -por poner solo un par de ejemplos-, esta película nos coloca en la incómoda piel de un sujeto con rasgos psicópatas. Hay en ella también algo de Scorsese: imposible no pensar en Al límite (1999) al ver al protagonista a bordo de una ambulancia llegando a la escena de un terrible accidente. Este tipo de historias permiten el lucimiento de su actor protagonista y hay que decir que Mario Casas está completamente entregado a la causa, eclipsando al resto del reparto. Torras demuestra buen pulso narrativo, su película entretiene y sobresalta, pero le falta quizás tensión en su clímax y una mirada más sucia para retratar las oscuridades del alma humana.

EL DIABLO A TODAS HORAS -EL ORIGEN DEL MAL

El diablo a todas horas, disponible en Netflix, es una historia río que dibuja como escenario unos Estados Unidos de América marcados por la violencia y la fe. Las guerras en las que se implica el país, desde la Segunda Guerra Mundial a Vietnam, marcan a los personajes de diferentes generaciones y estos acaban resolviendo sus conflictos cotidianos, siempre, por la vía violenta. Por otro lado, el fervor religioso, el fanatismo, aportan miedo y culpa, en lugar de esperanza. Estas ideas están encarnadas en personajes que parecen estar de paso por la existencia y que no pueden escapar del mal que, aunque el diablo aparezca mentado en el título, anida en el interior de todos los seres humanos, casi sin excepción. El neoyorkino Antonio Campos, adapta la novela de Donald Ray Pollock, que nos muestra una sociedad, más bien, una humanidad, compuesta en su mayoría por seres oscuros y despreciables -abusones, predicadores dementes, acosadores sexuales, pervertidos, asesinos en serie, policías corruptos- que piden ayuda a Dios a gritos... y no son escuchados. La historia comienza con el regreso de Willard Russel -inquietante y perturbador Bill Skarsgard- de la guerra a su pueblo natal, que enseguida cede el protagonismo a otros personajes, igualmente conflictivos. Ni siquiera Tom Holland y su cara de 'niño bueno' puede escapar de la violencia en una tierra marcada por el derramamiento de sangre. Completan el reparto de personajes perturbados Robert Pattinson, Sebastian Stan, Harry Melling y Jason Clarke, porque los hombres, aquí, son principalmente los que ejercen el mal. Las mujeres, de una forma u otra, acaban siendo víctimas: madres, abuelas, hermanas y novias, a las que dan vida Haley Bennett, Mia Wasikowska y Eliza Scanlen. El diablo a todas horas es un film recomendable, pero, avisamos, sórdido y truculento, que parece adscribirse a una versión oscura y maligna del género Americana.

PINOCHO -UN NIÑO DE VERDAD

Matteo Garrone firma en Pinocho uno de los films más inusuales del año. Puede decirse que la filmografía reciente del italiano gravita en sus últimas películas entre el realismo social de Gomorra (2008) y el cuento de hadas de El cuento de los cuentos (2015), si bien lograba un equilibrio entre ambos tonos en Dogman (2018), su penúltima y muy redonda película. En Pinocho, basándose en el texto original de Carlo Collodi, Garrone encuentra también elementos de ambos mundos. Está la marioneta animada protagonista, el hada y los animales que se comportan como personas, pero todo esto Garrone lo retrata de la forma más sencilla posible, evitando el sense of wonder de la maravillosa versión animada de Disney de 1940, para proponer una suerte de cotidianidad de lo fantástico. Nadie se asombra de que un muñeco de madera vaya al colegio, pero es que además, Garrone retrata a Gepetto -Roberto Benigni, que fue su propio Pinocho en 2002- como un muerto de hambre. Con esa mirada social que encontramos en sus otras películas, Garrone nos habla de los desamparados. Os dirán que este Pinocho no es para niños, que es demasiado oscuro -yo mismo tenía mis dudas- pero, tras verla creo que Garrone apunta a todos los públicos y que su mensaje tiene valor. Por otro lado, el diseño de producción es bonito, pero modesto, con animales antropomorfos que parecen salidos de una pintura del Bosco -ese atún-, pero es el realismo lo que impera, así como la ternura entre Pinocho y Gepetto. La versión de Disney, vista ahora, tampoco era demasiado luminosa y el tema central sigue siendo el mismo: si no obedeces a tus padres y estudias, acabarás siendo un burro, un mensaje casi tan problemático como el de La naranja mecánica (1971) de Kubrick. Garrone se aleja de esta visión conformista y premia a su Pinocho (Federico Ielapi) cuando, por fin, decide preocuparse por los demás.

UN EFECTO ÓPTICO -ESTO PARECE UNA PELÍCULA

Describe Albert Camus el sentido del absurdo en El mito de Sísifo como el divorcio entre los actores y su escenario. La idea se podría aplicar perfectamente a Un efecto óptico, en la que Juan Cavestany -Vergüenza, Madrid Interior- sigue cultivando eso que hemos convenido en llamar ‘post humor’, etiqueta que se queda corta para una propuesta de mucho alcance. Porque lo nuevo de Cavestany es de esas obras que al salir de la sala de cine se queda en la cabeza y va creciendo con el paso de las horas. La película propone como pareja protagonista a un matrimonio convencional que se embarca en un viaje convencional a Nueva York. Esta simple premisa argumental, que hoy en día parece poco menos que ciencia ficción, le es suficiente para construir una comedia extraña que acaba resultando inquietante y hasta terrorífica por momentos, sobre todo cuando los personajes interpretados por Carmen Machi y Pepón Nieto comienzan a darse cuenta de que algo raro ocurre. Cavestany elige bien su escenario, porque Nueva York es una ciudad de película que parece irreal cuando la visitamos y en la que hemos visto catástrofes reales que parecen ficción. Un efecto óptico nos obliga a cuestionarnos cada imagen, cada plano, mientras Cavestany juega con lo real y lo ficticio, con el sueño, con la paradoja temporal y la ruptura de la cuarta pared, en una narrativa que podemos hermanar con la de Charlie Kaufman, Quentin Dupiex y por supuesto David Lynch, en la que la emoción y la intuición son más importantes que la razón. Así ofrece Cavestany múltiples interpretaciones: puede estarnos hablando de la desintegración de la pareja, de la clase media o de la clase turista, pero sobre todo hay que decir que se estrena su película cuando salir a la calle cada día, y ver a todo el mundo con mascarilla, produce también una sensación de irrealidad, de estar en un sueño del que no sabemos despertar, de vivir ‘como en una película’ pero mal hecha.

ORÍGENES SECRETOS -ORGULLO FRIKI


Lamentablemente pocas cosas funcionan en Orígenes secretos, cuya gran virtud es que resulta simpática. No es poco. Esta película de David Galán Galindo, que adapta su propia novela, se propone como una declaración de amor a los lectores de cómics -en general- pero sobre todo a los aficionados a los superhéroes, concretamente, a los españoles. Buenas intenciones que no llegan del todo a buen puerto por un problema de tono. Estamos ante un thriller en las coordenadas de Seven (1995), film que marcó época -tras El silencio de los corderos (1991)- y que saturó las pantallas de cine con detectives atormentados pisándole los talones a asesinos en serie de retorcidos modus operandi. Si John Doe (Kevin Spacey) recreaba los siete pecados capitales en cada muerte, el misterioso criminal de Orígenes secretos se dedica a replicar los primeros números de conocidos superhéroes. El problema -para mí- es que el thriller con asesino psicópata es un subgénero desgastado y desfasado, cuyos clichés esta película repite mecánicamente, apoyándose en la novedad de la temática superheroica. Estamos ante una premisa interesante, a la que le falta frescura en la ejecución. No hay tensión en la búsqueda del asesino. Como thriller policíaco, la película no resulta sólida y como comedia, le falta chispa. Orígenes secretos quiere ser friki, pero no lo es tanto, quizás por temor a dejar fuera al público no iniciado. Y eso que los superhéroes a los que apela son de sobra conocidos ¿Quién no conoce el origen de Batman? Y hay escenas incomprensibles: que el detective que encarna Antonio Resines necesite la confirmación de su hijo, el friki Brays Efe, para confirmar que Hulk salió, por primera vez, en el cómic de Hulk, desconcierta. 
Los temas frikis se hablan entre los personajes con poca convicción, un fallo cuando varios de los implicados en la película son entendidos. Contradictoriamente, parece que el guión está más interesado en hacer referencias a los tebeos -por ejemplo, casi todos los personajes tienen los apellidos de las editoriales que han publicado cómics en España- que en contar una historia. En este contexto, resulta encomiable la labor de los actores, que verdaderamente lo dan todo: Verónica Echegui está estupenda con un personaje imposible, Antonio Resines aporta un tono naturalista y costumbrista que quizás debería haber marcado el tono del film. También están muy bien Javier Rey y Brays Efe, aunque este último, parece desaprovechado. El que peor lo tiene es Ernesto Alterio, con un rol que le exige estar en un registro diferente al resto del elenco. Mencionemos también a Leonardo Sbaraglia, que hace de Alan Moore y pone sobre la mesa uno de los temas de la película, la defensa del diferente, del friki, que habría requerido un desarrollo más profundo. Orígenes secretos parece una película española de los años 90 -La mujer más fea del mundo (1999) me parece un referente pertinente-. Es una buena producción con ideas demasiado deudoras de referentes de Hollywood. La sombra de El protegido (2000) parece evidente. Cuando el panorama cinematográfico mundial -y el catódico- ha sido invadido por los héroes de Marvel y DC, con superproducciones de efectos especiales impresionantes, Orígenes secretos debería proponer una mirada diferente, pero sobre todo, poner el acento en lo humano, en lo real y no apelar a otra irrealidad como la del thriller. Sobre todo cuando hay ya miradas transgresoras como Kick Ass (2010), la serie de Watchmen o incluso The Boys, que analizan desde nuevas perspectivas, o se ríen, del género.

UN MUNDO NORMAL -REBELDE CON CANAS


Tras 10 años sin estrenar película, Achero Mañas -El bola (2000)-, presenta Un mundo normal, en la que se adivinan apuntes autobiográficos. La historia está protagonizada por un director que debe acometer la inusual última voluntad de su madre: que tiren su cuerpo al mar. Esto mientras el protagonista lucha por mantener a flote su propia vida, personal y profesional. Su sueño de hacer un musical con su hermano (Pau Durà), frustrado por su incapacidad para sacar adelante el proyecto, y la tentación de pactar con la industria para dirigir una serie de televisión -esos "chicles que se estiran" para entretener- resume el dilema del protagonista de la cinta, Ernesto (Ernesto Alterio), y también el tema central del film: la vida es pactar con una serie de imposiciones sociales, legales, religiosas y morales que pueden anular nuestra individualidad. Ernesto demuestra una actitud rebelde que le hermana con los artistas de Noviembre (2003), jóvenes empeñados en romper moldes. Pero si en aquellos ese idealismo era comprensible por su juventud, aquí el protagonista es un hombre maduro, con responsabilidades como su hija Cloe (Gala Amyach). Mañas atenúa la personalidad quijotesca de su héroe adjudicándole defectos para hacerlo más humano: es irresponsable, bebe demasiado alcohol y es un mujeriego. Es aquí, quizás, donde patina la propuesta, ya que las actitudes de Ernesto pueden parecer un poco desfasadas para los tiempos políticamente correctos que vivimos. O quizás es esta una de las virtudes del film, que su protagonista, a pesar de un par de momentos que rozan el machismo, nos siga pareciendo simpático en sus continuos fracasos vitales. Ernesto es un existencialista que no le encuentra sentido al teatro de la vida -"Si Dios no existe todo esta permitido"- y que va despertando las conciencias de los que le rodean -excepto, quizás, la de su exmujer-. Su comportamiento 'egoísta' le traerá un montón de problemas hasta que decida arriesgarlo todo en una empresa desinteresada: cumplir esa última voluntad de su madre -estupenda Magüi Mira-. Es en el retrato de la familia donde Achero Mañas brilla especialmente, creando situaciones entrañables -la fiesta de cumpleaños de la matriarca-; pero sobre todo brilla en la dirección de actores -recordemos la experiencia de Mañas como intérprete- sacando lo mejor de un reparto solvente.

LAS NIÑAS -HUÉRFANAS

En la metáfora de la sociedad española que propone la directora debutante Pilar Palomero en Las niñas, algunas cantan y otras fingen hacerlo. Lo importante es la apariencia de armonía y orden. Palomera sitúa su historia concretamente en un colegio de monjas, a principios de los años 90, en Zaragoza, y desde la experiencia de la niña protagonista, Celia (Andrea Fandos) dibuja una sociedad hipócrita que no entiende de individualidades. Mientras Celia aprende en el colegio que el 'seso' solo puede existir en el matrimonio, en la televisión o en la portada de Interviú, ve el reflejo de una sociedad en la que el sexo es una mercancía. Una doble moral y una hipocresía que se utiliza para marginar y para mantener un orden basado en clases sociales: atención a cómo aparece la palabra 'huérfano' varias veces durante el relato y a las connotaciones que tiene dicho término. Palomero se concentra en sacar la mejor interpretación posible de las niñas de su película, haciendo un retrato naturalista de una época y del universo preadolescente de las mismas. Llama la atención el marcado contraste entre el control al que son sometidas las niñas en el colegio religioso, y la libertad de la que gozan fuera, debido a la absoluta desatención de los adultos. Los padres y los profesores, permanecen siempre en un segundo plano: la cámara de Palomero los registra en contrapicado, como figuras lejanas, inalcanzables. La madre de Celia, una efectiva Natalia de Molina, expresa esa brecha generacional, la falta de comunicación y sobre todo una inmensa ausencia de cariño. Eso deja a Celia verdaderamente huérfana, pero de humanidad. Ella es un náufrago de mirada asustada en medio de una sociedad hostil, que debe buscarse la vida para enterarse de las verdades que se le ocultan. Lo hará a través de cintas de cassette de grupos de pop español, de furtivas caladas a cigarrillos y de robar el alcohol del minibar de algún padre ausente. Con un final emocionante que marca el paso de Celia de la niñez a la adulta que podría llegar a ser, no me parece descabellado establecer conexiones entre Las niñas y Verónica, de Paco Plaza, que convierte el rumor subterráneo de esa misma España de principios de los años 90, en una posesión infernal.

ESTOY PENSANDO EN DEJARLO -MEMORIAS

Hay que alabar la política de Netflix de permitir a los mayores autores actuales -Martin Scorsese, Alfonso Cuarón, Bong Joon-ho, los hermanos Coen, o los hermanos Safdie- realizar films con lo que parece una libertad total. El resultado de esta política es un puñado de magníficas películas como Roma o El irlandés. Ahora nos encontramos con un autor peculiar como Charlie Kaufman -guionista de Cómo ser John Malkovich (1999), director de la animada Anomalisa (2015)- que entrega Estoy pensando en dejarlo, una obra que parece poco complaciente con el espectador, sobre todo en las dos largas secuencias en las que los protagonistas Jake (Jesse Plemons) y la joven -cuyo nombre parece variar durante el relato- (Jessie Buckley) mantienen sendas conversaciones mientras conducen por una carretera cada vez más nevada, de ida y de vuelta de la casa de los padres de él. Dos conversaciones en las que apenas pasa nada, pero en las que pasa de todo. Kaufman es tan atrevido como para retarnos a establecer cuál es realmente el punto de vista en este relato, en el que cada plano contiene elementos extraños, confusos, contradictorios. Tras varios saltos temporales injustificados y extrañas paradojas, entendemos que estamos ante el discurrir de la memoria, en una película que parece un cruce entre Fresas salvajes (1957) y la habitación de hotel del final de 2001: Una odisea del espacio (1968). Aquí ese lugar evocador, ese cruce en el que coexisten diferentes momentos, es la casa de los padres de Jake, interpretados por unos magníficos Toni Collette y David Thewlis. Allí pasamos de presenciar una historia romántica sobre una pareja que puede empezar o acabar una relación, a la comedia esperpéntica y desoladora de lo que significa entrar en la vida de otro, e incluso, en algunos momentos, parece que nos introducimos en una historia de terror psicológico. Kaufman se desmelena y hace que sus personajes hablen de cine -de Cassavetes y de musicales-, de feminismo, de arte y de poesía: atención a la estupenda Jessie Buckley recitando un poema de Eva H.D., en un tono que acaba siendo, más que teatral, literario: el film se basa en el libro de Iain Reid. Hay momentos de humor, pero también cosas tan inquietantes y misteriosas como cuando la joven se reconoce en una foto de Jake, de niño. ¿Qué significa todo esto? No es preocupéis, el sentido de la historia queda bastante claro al final de la misma, pero también es recomendable dejarse llevar por la libertad con la que Kaufman introduce secuencias musicales o de animación, en una historia conmovedora que habla de la soledad y de la peor nostalgia, la de una vida insatisfactoria.

LARRY DAVID -TEMPORADA 10 -CONTRA EL MUNDO

¿Hasta qué fecha, pasada nochevieja, se puede felicitar el año nuevo? Aunque no lo creáis, hace tiempo decidí que la felicitación de año nuevo caducaba en solo 24 horas, aunque más de uno extienda el molesto 'feliz año' durante todo el mes de enero. De estas pequeñas chorradas cotidianas, esas que pensaba que solo se me ocurrían a mí, se ocupa Larry David -cocreador de Seinfeld, la mejor sitcom de la historia- en su serie Curb your Enthusiasm -titulada en España, simplemente, Larry David- disponible en HBO. David se ha dedicado en 10 temporadas a pasar lista de todo lo que nos puede molestar de los otros seres humanos, pero también a poner en su personaje todo lo que puede escandalizar a lo que hoy llamamos 'ofendiditos'. Y es que, si tras 8 temporadas la serie podría parecer agotada, resulta que el clima actual de enfrentamiento, 'buenismo' y corrección política le viene de perlas a David, quien se atreve con todo. El primer episodio, Happy New Year, sorprende por todo lo que David tiene que decir: sobre Trump, sobre el Me Too y Harvey Weinstein, sobre el feminismo, pero también sobre infidelidades, mesas cojas, cafés fríos y compartir plato con un perro. Con la primera media hora, otras series harían temporadas enteras. David se convierte en un paladín del sentido común, que se atreve a decirle a una embarazada cómo debe cuidar a su feto y no le importa mostrarse ruin y egoísta, en la única serie verdaderamente adulta y atrevida que vas a poder ver en televisión estos días.

En diez capítulos de media hora, Larry David rompe palos de selfis, tira por el suelo patinetes eléctricos, se ríe de la moda de los tatuajes y se burla de las reivindicaciones feministas. En Side Sitting, David se imagina una cita en los tiempos en los que abundan las demandas por acoso sexual; en Artificial Fruit hace comedia con la forma española de pronunciar la 'z'; en The Surprise Party se aprovecha de la tarjeta de un discapacitado (Fred Armisen) para aparcar donde la de la gana; en Beep Panic critica a un transexual por haberse puesto un pene demasiado grande. Esta incorrección política que daría para varios hilos de Twitter, se mezcla con ideas de comedia blanca, casi inocente, como la rivalidad con Mocha Joe (Saverio Guerra) que parece salida de un cartoon -la escena de los carteles de oferta, rebajando sucesivamente el precio del café, por ejemplo- y con tramas muy incómodas, como la que enfrenta al protagonista con su secretaria, Alice (Megan Ferguson) que le ha demandado por acoso sexual, lo que provoca una escena de puro humor negro que escandalizaría a algunos: cuando Larry no salva la vida de Alice, que se atraganta, por temor a tocarle un pecho. Sumemos a esto una mirada de burla sobre el show business con Ted Danson haciendo de sí mismo -y quedando en mal lugar- y cameos de la altura de Clive Owen, Jon Hamm, Sean Penn y Mila Kunis. Hay mucho más en esta décima temporada de Curb Your Enthusiasm y, aunque pierde algo de fuelle hacia el final, demuestra que David no solo sigue en plena forma, sino que es un comediante más necesario que nunca, en los tiempos que corren.

LITTLE FIRES EVERYWHERE -CULEBRÓN PROGRE

Entender al otro o intentar destruirlo parece ser el dilema de nuestra época. Basta echar un vistazo a Twitter para darse cuenta de que expresar una idea de cualquier índole suele acarrear el insulto y la descalificación, sin necesidad de una argumentación previa. Esos prejuicios son los que enfrentan a dos mujeres en Little Fires Everywhere, serie basada en la novela de Celeste Ng, y llevada a la pantalla por la show runner Liz Tigelaar. Disponible en Amazon Prime Video, la miniserie es una mezcla explosiva e irresistible. Es un culebrón de emociones extremas, rencores, amores y giros inesperados, con pasados ocultos que se van desvelando capítulo a capítulo durante sus 8 entregas. Pero si el culebrón tradicional es un melodrama de poso conservador que ofrece un falso ajuste de cuentas social -la humilde heroína será premiada al final y la rica villana acabará castigada- el trasfondo de esta soap opera del siglo XXI contiene los temas sociales más polémicos en la sociedad estadounidense: empezando por la cuestión racial, el feminismo, las reivindicaciones LGTBI y hasta la gestación subrogada, sin olvidar el acoso escolar, y sobre todo, las desigualdades económicas. La historia enfrenta dos modelos familiares: el tradicional, encabezado por la repelente Elena Richardson, interpretada por Reese Witherspoon, que encarna un versión oscura de su personaje en Big Little Lies. Junto a su marido (Joshua Jackson) y sus cuatro hijos, Elena representa a los blancos, ricos y exitosos, seguramente republicanos, privilegiados que se creen con derecho a todo. En el extremo opuesto está Mia Warren (Kerry Washington), madre soltera, afroamericana, que vive en su coche, de pueblo en pueblo junto a su hija, Pearl. La clave de la serie es el enfrentamiento entre Elena y Mia, entre sus modelos de vida, entre la izquierda y la derecha -más o menos- entre los que votaron a Obama y los que ahora votan a Trump. La serie es más interesante cuando matiza los dos personajes principales y nos mantiene neutrales: Elena parece ser la madre responsable y (demasiado)  perfecta, pero es controladora e invasiva; Mia es más abierta y sensible, pero ha tomado decisiones más que cuestionables. Los conflictos de sus hijos son los clásicos: primeros amores, embarazos adolescentes, discriminación por raza, orientación sexual y clase económica, pero estas problemáticas se reducen a ser reflejos de las dos madres principales -los padres están ausentes o pintan más bien poco-. Lo mejor de Little Fires Everywhere, si queremos tomarnos en serio su mensaje, es que evita condenar a ninguno de sus dos personajes principales, intentando comprender a Elena y Mia: las dos son culpables, pero también víctimas del sistema, en resumen, las dos son humanas. Pero si queremos, simplemente, pasar un rato entretenido, la serie es puro placer culpable con revelaciones, traiciones, un juicio, y rencores que van escalando hasta un final que ofrece lo que promete su incendiario título.

UN AMIGO EXTRAORDINARIO -UN TÍO MAJO


Un amigo extraordinario me parece un clásico instantáneo. Una película diferente, atrevida, cuya sencillez esconde una complejidad sorprendente. El personaje principal es Fred Rogers, interpretado por un Tom Hanks que volvió a ser nominado al Oscar por este papel. Mr. Rogers fue el creador de un programa de televisión infantil, verdaderamente naive y peculiar, pero de un encanto irresistible. La historia de Fred Rogers, la real, se cuenta en el estupendo documental ¿Quieres ser mi vecino? y es también la inspiración de la serie Kidding, de Michel Gondry y Jim Carrey. Rogers fue un personaje tan admirado como criticado por los que no se creían lo que hoy llamaríamos su 'buenismo'. Pero su buen rollo, basado en la fe cristiana, respondía a una filosofía que me parece inapelable: entender a los demás y a nosotros mismos, aceptando los defectos y las virtudes de cada uno. Desde la televisión pública estadounidense, Rogers intentó hablar con los niños en un programa sin violencia ni enfrentamientos, pero tratándolos como seres inteligentes y capaces de abordar temas tan complicados como la enfermedad, la muerte o la guerra. Uno de los momentos importantes de la trayectoria de Rogers fue la entrevista concedida a la revista Esquire al periodista Tom Junod. Esta es la base real de la película que nos cuenta la directora Marielle Heller, estupenda realizadora de filmes que han pasado desapercibidos en nuestro país, como su ópera prima, directamente sin estrenar, The Diary of a Teenage Girl (2015), estupendo y diferente coming of age, y la magnífica ¿Podrás perdonarme algún día? (2018) que también le valió nominaciones a los Oscar a sus actores, Melissa McCarthy y Richard E. Grant. En Un amigo extraordinario, Heller vuelve a demostrar sus capacidad de crear, junto a sus actores, personajes muy humanos, tan entrañables como cargados de defectos. Aquí, el protagonista es un periodista, transformado, para efectos dramáticos, en el personaje Lloyd Vogel (Matthew Rhys). Un tipo algo amargado, escéptico, desconfiado, que arrastra traumas familiares y cuyo encuentro con el pacífico, educado y dulce Fred Rogers es el conflicto principal del film. De una sencillez pasmosa, la película contiene varios momentos mágicos: la canción en el metro, el minuto de silencio, las transiciones a través de las maquetas del programa de Fred Rogers. Heller saca de nuevo oro de sus actores: Hanks vuelve a dar vida al tipo más majo del mundo, pero también está el personaje que encarna Chris Cooper, vehículo del potente mensaje de la cinta. Cuando vivimos momentos de división, en los que saltamos a la primera oportunidad para juzgar y condenar al otro, Un amigo extraordinario nos dice que todo el mundo puede redimirse.