Describe Albert Camus el sentido del absurdo en El mito de Sísifo como el divorcio entre los actores y su escenario. La idea se podría aplicar perfectamente a Un efecto óptico, en la que Juan Cavestany -Vergüenza, Madrid Interior- sigue cultivando eso que hemos convenido en llamar ‘post humor’, etiqueta que se queda corta para una propuesta de mucho alcance. Porque lo nuevo de Cavestany es de esas obras que al salir de la sala de cine se queda en la cabeza y va creciendo con el paso de las horas. La película propone como pareja protagonista a un matrimonio convencional que se embarca en un viaje convencional a Nueva York. Esta simple premisa argumental, que hoy en día parece poco menos que ciencia ficción, le es suficiente para construir una comedia extraña que acaba resultando inquietante y hasta terrorífica por momentos, sobre todo cuando los personajes interpretados por Carmen Machi y Pepón Nieto comienzan a darse cuenta de que algo raro ocurre. Cavestany elige bien su escenario, porque Nueva York es una ciudad de película que parece irreal cuando la visitamos y en la que hemos visto catástrofes reales que parecen ficción. Un efecto óptico nos obliga a cuestionarnos cada imagen, cada plano, mientras Cavestany juega con lo real y lo ficticio, con el sueño, con la paradoja temporal y la ruptura de la cuarta pared, en una narrativa que podemos hermanar con la de Charlie Kaufman, Quentin Dupiex y por supuesto David Lynch, en la que la emoción y la intuición son más importantes que la razón. Así ofrece Cavestany múltiples interpretaciones: puede estarnos hablando de la desintegración de la pareja, de la clase media o de la clase turista, pero sobre todo hay que decir que se estrena su película cuando salir a la calle cada día, y ver a todo el mundo con mascarilla, produce también una sensación de irrealidad, de estar en un sueño del que no sabemos despertar, de vivir ‘como en una película’ pero mal hecha.
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