VIDA PERFECTA -DESORIENTADOS


La segunda temporada de Vida perfecta, serie creada por Leticia Dolera, es una continuación directa de la primera entrega, que hace evolucionar los conflictos de los personajes que conocimos en aquella: María (Leticia Dolera) se enfrenta a su maternidad y Gari (Enric Auquer) tiene también el reto de una paternidad marcada, claro, por su discapacidad. También están Cristina (Celia Freijeiro) y Esther (Aixa Villagrán) completando el trío de amigas protagónico: la primera sigue atravesando problemas en su matrimonio con Pablo (Font García) y la segunda ha iniciado una nueva vida en la que, quizás, ha dejado de lado su identidad -como artista- con una nueva pareja, Julia (Míriam Iscla), algo mayor que ella y en otro momento de su vida. Con estas tramas, el argumento de la temporada va cruzando las historias de cada personaje, lo que garantiza un buen ritmo narrativo: son seis episodios de apenas 30 minutos que nos dejan con ganas de más. Pero también parece inevitable la irregularidad: no todas las historias son igual de interesantes. María se enfrenta a la depresión post parto, interesante asunto, poco frecuentado en la ficción, que seguramente merecía más desarrollo. En cambio, los problemas de pareja de Cristina resultan algo manidos: no nos sorprenden las infidelidades, la culpa y los celos que experimenta con su marido. Hay un tema común a todas las tramas: estos treintañeros se enfrentan a nuevas responsabilidades -la paternidad, el compromiso de Esther- o se sienten ahogados por sus vidas -caso de Cristina- y ante esos problemas se ven obligados a madurar mediante un proceso traumático y doloroso. Todos tendrán que tocar fondo. En este sentido, el desarrollo de cada personaje está bastante cuidado y cada uno vive un arco satisfactorio. El guión de Dolera y Manuel Burque se mueve entre el melodrama y la comedia, pero creo que renuncia a desarrollar las situaciones hasta su verdadero límite, conformándose con esbozar los momentos que hacen avanzar a los personajes. Las situaciones en sí de Vida perfecta tienen chispa, los actores están estupendos y se los ve entregados, pero los cambios que se producen en los personajes me parecen esbozos, piezas sueltas que el espectador debe completar. Tengo problemas personales con dos secuencias concretas: primero, cuando las tres amigas cantan mientras viajan en furgoneta por carretera ¿Cuántas veces hemos visto momentos parecidos? Y la segunda secuencia, la de ese lobo que se encuentra María en el bosque, una ambiciosa digresión de textura casi fantástica que no me acaba de convencer. Por último, el mayor acierto de la serie es quizás también su gran defecto: Vida perfecta se esmera mucho en dar mensajes sobre las relaciones, sobre las mujeres, sobre las personas con discapacidad. Mensajes positivos y necesarios, pero que, quizás, obstaculizan el que la trama alcance todo su potencial dramático. ¿Lo habría conseguido en una tercera temporada?

MÁS ALLÁ DE LOS DOS MINUTOS INFINITOS -ONE CUT OF THE TIME


Tras su paso por el festival de Sitges y la Muestra SyFy de Madrid, se puede ver en Movistar + la película japonesa Más allá de los dos minutos infinitos, una pequeña maravilla que demuestra que el ingenio es más importante que el presupuesto. Junta Yamaguchi dirige una historia con un planteamiento tan sencillo como original: el protagonista Kato, dueño de una cafetería, recibe un videomensaje de su yo del futuro. De dos minutos en el futuro. Sin forzar la trama, el argumento juega alegre y ligeramente con este concepto de ciencia ficción, explorando sus posibilidades sin alejarse de los cotidiano. Kato, simplemente, le contará a algunos amigos lo que ocurre y entre todos jugarán a explorar las posibilidades de ese poder recién adquirido, siendo su piso y su cafetería los escenarios principales, y casi únicos, de la trama. Porque el auténtico juego de esta película es cinematográfico, al estar planteada en plano secuencia, lo que obliga a la cámara a registrar lo que pasa siempre en presente, incluso, los mensajes que llegan del futuro y del pasado. Hay un estimulante y virtuoso juego de sincronización entre los personajes y los mensajes que reciben en las pantallas de sí mismos, cada dos minutos, que se van repitiendo en bucles temporales cada vez más enrevesados. La película despliega un humor completamente blanco y sus intenciones y tono se revelan en un diálogo en el que los protagonistas manifiestan lo mucho que les gusta Doraemon, serie que en cada capítulo despliegue ideas de ciencia ficción y fantasía bastante ingeniosas, siempre desde el costumbrismo, un tono que también encontramos en Más allá de los dos minutos infinitos.

ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO -CIUDAD DE FANTASMAS


Hay dos elementos que valoro especialmente en el cine de Edgar Wright: su esfuerzo y su amor por el cine. Las películas de Wright -desde Zombies Party (2004) hasta Baby Driver (2017)- están cuidadosamente construidas desde el guión, meticulosamente planificadas y cuidadas en cada detalle. Y cada película del director británico demuestra su amor por el cine: prácticamente ha dedicado cada una de sus obras a un (sub)género cinematográfico diferente: los zombies, las buddy movies, las películas de invasiones, de atracos o las adaptaciones de cómics, como quien va seleccionando golosamente diferentes sabores de una caja de bombones. Las películas de Wright son pequeñas obras perfectas, aunque hasta ahora ninguna de sus películas sea considerada una obra maestra. Ni falta que hace. Digo esto porque Última noche en el Soho tampoco decepciona, de hecho, demuestra que el director está en lo más alto de su oficio. Estamos ante una de las películas del año. Una muy original y fresca aproximación hacia una historia de fantasmas, aunque las referencias de Wright se puedan intuir: la fotografía teñida de rojos y azules de Mario Bava o que sea la protagonista la que se sumerja en un mundo fantasmal que se confunde con la realidad, como en El resplandor (1980), y hay guiños claros a Repulsión (1965). En prácticamente todas sus películas, Wrigth presenta a un protagonista enfrentado al tránsito hacia la madurez: en este caso, por primera vez, una joven será la heroína, Eloise -estupenda Thomasin McKenzie-, una chica que sueña con ser diseñadora y se muda a Londres para comenzar sus estudios. Una ciudad hostil -la de Jack el destripador- que llevará a la soñadora -y algo más- Eloise a viajar en el tiempo, a los años 60, década a la que Wright rinde un nostálgico homenaje: a su cine -ahí está el cartel de Operación Trueno (1965)- a su moda, y sobre todo, a su música. La película está atiborrada de temas pop interpretados por artistas como The Who, The Kinks, la John Barry Orchestra y muchos otros, por no mencionar lo bien que canta la propia Anya Taylor-Joy. Esta última encarna un personaje misterioso en una interpretación deslumbrante en la que utiliza sobre todo sus enormes ojos para hipnotizarnos. La acompaña otro rostro peculiar, el de Matt Smith, capaz de ser un príncipe seductor y un verdadero monstruo en la misma película. Mencionemos también a los míticos Terence Stamp y Diana Riggs -a ella está dedicada la cinta- que conectan el film directamente con ese cine pop de los 60. Última noche en el Soho es un prodigioso relato audiovisual que nos transporta hacia otro mundo, guiados por la mano maestra de Wright, algo completamente esperado. Pero además sorprende que el guión que firman Wright y Krysty Wilson-Cairns se sirva de un tema muy presente en los tiempos que corren: el de los miedos femeninos. Eloise mira con desconfianza a todos los hombres que se cruzan en su camino en la imponente ciudad de Londres -la de Jack el destripador- y (casi) todos los varones que aparecen en la película parecen depredadores dispuestos a aprovecharse de ella. La película tiene momentos terroríficos y estupendas ideas para representar esos miedos (y también otros). El giro final parece pensado para buscar la reflexión sobre la violencia masculina ejercida sobre la mujer conectando con la revenge movie. Última noche en el Soho haría una estupenda doble sesión con la estimable Promising Young Woman (2020).

NI UN PASO EN FALSO -EL SUEÑO AMERICANO


Steven Soderbergh es ese director que desde que anunció que se retiraba del cine, no ha dejado de hacer películas (aunque sean para televisión). Una buena noticia porque, Ni un paso en falso, estrenada en HBO Max, en una estupenda cinta de cine negro clásico. Soderbergh rueda con eficacia y sobriedad el guión de Ed Solomon, protagonizado por dos perdedores del submundo criminal: Ronald Russo y Curt Goynes. Dos pistoleros contratados para un trabajo 'sencillo', que, como suele ocurrir en el cine negro, se tuerce rápidamente hacia la fatalidad. Gradualmente, se va descubriendo la verdadera naturaleza de ese trabajo según se van complicando las cosas para los protagonistas, y ese desarrollo nos va presentando los diferentes elementos que conforman la sociedad: la familia tradicional, la policía, la mafia, la minoría afroamericana y la clase empresarial. El mensaje está claro: el sistema entero está podrido: el capitalismo y el libre mercado han sido amañados para que siempre ganen los mismos, y nuestros protagonistas son simples títeres en manos de fuerzas que no pueden controlar. Para contar esto, Soderbergh utiliza una lente gran angular que deforma los contornos del plano, una estupenda ambientación de los años 50 y, sobre todo, un reparto impresionante: Benicio del Toro, Don Cheadle, Kieran Culkin, David Harbour, Jon Hamm, un recuperado Brendan Fraser, nada menos que Ray Liotta, Fred Dukes y hasta Matt Damon. Ni un paso en falso tiene una trama absorbente en la que cada giro de guión aporta sorpresas y nuevos significados a la historia, atrapando poco a poco a los protagonistas en una emboscada existencial de aliento pesimista. Muy recomendable.

HISTORIAS PARA NO DORMIR -EL ESPÍRITU DE CHICHO


En Amazon Prime Video está disponible la nueva versión de las míticas Historias para no dormir, serie de televisión de 1966 dirigida por Chicho Ibáñez Serrador -hoy le llamaríamos Front Runner- en la que cada capítulo contaba una historia de misterio, suspense o terror -en el año 2007 ya hubo un remake con directores como Álex de la Iglesia o el propio Paco Plaza-. Ahora, cuatro directores relevantes del cine español se encargan de proponer cuatro nuevas historias con resultados que me parecen estimables. Queremos más.

El primero de los capítulos es La broma, que corre a cargo de Rodrigo Cortés. Estamos ante un remake de un episodio de la serie de 1966 que presenta a un personaje detestable al que le gusta tomarle el pelo a los que lo rodean, pero que será víctima, a su vez, de una macabra 'broma' pesada. Todos los personajes del relato son antipáticos y el argumento juega a sorprendernos con giros que cambian sus roles: de víctimas a verdugos y viceversa. El episodio se apoya en tres actores estupendos: Eduard Fernández, Nathalie Poza y Raúl Arévalo. Sobre todo el primero está especialmente afortunado y compone un personaje tan divertido como desagradable. Pero lo mejor de La broma es la puesta en escena de Cortés y sobre todo el montaje, del que también se hace cargo, ofreciendo una narrativa trepidante y visualmente espectacular, que vuela mucho más alto que lo que ofrece su propio guión.

El segundo episodio es quizás el más divertido para el fan del género. Paco Plaza firma en Freddy un homenaje a la serie original y a Chicho Ibañez Serrador, al que da vida Carlos Santos. Mencionemos también la presencia del hijo de Chicho, el director y productor Alejandro Ibáñez, en un cameo. El episodio se inscribe en el delicioso subgénero de los muñecos diabólicos, con Miki Esparbé interpretando a un actor que encarna al ventrílocuo de la historia original, en un ejercicio de metaficción que nos introduce en la grabación de la mítica serie en los años sesenta. El capítulo es muy divertido, estéticamente chulo, con momentos gore muy de agradecer y guiños a Dario Argento.

Por el contrario, El asfalto me parece una entrega fallida de esta nueva versión de Historias para no dormir. Narra la historia de un repartidor de comida a domicilio -un rider, con todo lo que eso conlleva como comentario sobre la precariedad laboral- que se queda pegado en el asfalto, sin ninguna explicación. La realización de Paula Ortiz me parece estupenda, sobre todo por el juego que establece con el paisaje urbano, y la interpretación de Dani Rovira, como el españolito de a pie, que vive aplastado por el sistema, pero sortea sus desgracias con sentido del humor, es perfecta. El problema de El asfalto es el guión que firman Rodrigo Cortés y Manuel Jabois que intenta hacer una sátira social a partir de los personajes que se van cruzando con el protagonista atrapado. Pero las situaciones que se van sucediendo resultan manidas y el blanco de los dardos es demasiado obvio: los millennials, los influencers, o los medios de comunicación son caricaturizados tirando de lugares comunes.

Por último, el episodio más interesante, arriesgado -y exigente para el espectador- es El doble, de Rodrigo Sorogoyen. La propuesta es algo así como mezclar Secretos de un matrimonio con una entrega de Black Mirror. Sorogoyen nos lleva a un aterrador futuro inmediato en el que el covid sigue marcando nuestras vidas, para presentarnos a una pareja con problemas en su relación. Entra entonces en juego un elemento de ciencia ficción: el de los dobles -o replicantes- que sustituyen a los humanos para determinadas tareas o compromisos sociales. Con una intensa interpretación de Vicky Luengo y David Verdaguer, El doble es un relato oscuro con momentos terroríficos, que se mantiene siempre en la ambigüedad, dejando que el espectador haga el trabajo de armar el puzle argumental que se le presenta. Aquí encontramos a un Sorogoyen más cercano a Madre (2019) que a El reino (2018) o Antidisturbios (2020).

DOCTOR PORTUONDO -¿PERO QUÉ ME PASA DOCTOR?


Filmin estrena su primera serie original de la mejor forma posible con Doctor Portuondo. El director Carlo Padial adapta su propio libro sobre un psicoanalista cubano, exiliado en Barcelona, de métodos más bien ortordoxos. Para ello, Padial vuelca sus neuras en el personaje protagonista, interpretado por Nacho Sánchez -de gran parecido al propio Padial- que se presenta como un joven treintañero completamente extraviado existencialmente. Su vida cambia cuando comienza la terapia con el doctor Portuondo, un personaje más grande que la vida, al que encarna un inmenso Jorge Perugorría, que compone a un terapeuta excesivo, temible, divertidísimo y sobre todo, memorable. Un personaje que vale una serie. Esta ficción está compuesta por seis episodios de 25 minutos -se hace corta- que componen un argumento cerrado. Es el último episodio el que redondea y catapulta el alcance de la propuesta. Con un sentido del humor peculiar, Doctor Portuondo nos plantea premisas extravagantes, que nos descolocan, para luego pillarnos soltando una carcajada inesperada durante el desarrollo de cada argumento. Con el psicoanálisis y Freud como principales referentes, poco a poco nos iremos sumergiendo en el ambiente de la consulta de Portuondo, con sus peculiares pacientes, interpretados por Berto Romero, David Pareja y Elisabeth Casanovas, entre otros. Un grupo de personajes delirante que nos habría gustado conocer más. Doctor Portuondo funciona como una estupenda comedia con puntos surrealistas, pero además, acaba siendo un honesto comentario sobre la relatividad de conceptos como normalidad o cordura. Padial nos habla de las inseguridades que todos tenemos, del miedo al fracaso vital y el doctor Portuondo, con su acento cubano y sus ganas de bailar, sirve como el contrapunto vitalista que, sin despreciar esas preocupaciones, nos dice que nadie tiene respuestas claras. La serie sorpresa del año.

LA FORTUNA -AVENTURA Y BUROCRACIA


La primera serie de televisión que firma Alejandro Amenábar es La Fortuna -disponible en Movistar Plus-. Se trata de la adaptación del estupendo y muy recomendable cómic El tesoro del Cisne Negro, de Paco Roca y Guillermo Corral. Se trata de la historia, basada en hechos reales -el caso Odissey-, de la lucha de unos funcionarios del Gobierno español -del Ministerio de Cultura- por evitar que una empresa de cazatesoros se apropie de un pecio español del siglo XIX, un inmenso tesoro tanto histórico como monetario. El cómic narra de forma ejemplar los esfuerzos de un joven diplomático y una funcionaria de Patrimonio por evitar que un moderno 'pirata' -un empresario aventurero y romántico, pero sin escrúpulos- se quede con el mencionado botín. El dibujante Paco Roca consigue que una historia que ocurre en despachos, salas de archivo, oficinas y juzgados, tenga el ritmo y el entusiasmo de una aventura naval. De fondo, los hechos históricos evocan batallas a cañonazos con la literatura y el cine de aventuras clásicos como grandes referentes. Todo un logro en una obra de lectura adictiva y trepidante, con un realismo envidiable. ¿Cómo adapta Alejandro Amenábar este cómic? La elección de un actor como Clarke Peters, inolvidable en la serie The Wire, podría hacer pensar en una apuesta del director por emular el registro realista de la obra original. No es así. Amenábar adapta la historia a las coordenadas de su cine y de su estilo de puesta en escena: planos largos y elegantes movimientos de cámara, que en algunos momentos ralentizan el ritmo. Así, la serie de Amenábar es diferente al cómic, como debe ser, y transita por caminos diferentes, alejándose de los hechos reales. La serie de Movistar Plus desarrolla mucho más la relación de la pareja protagonista, Álex Ventura (Álvaro Mel) y Lucía (Ana Polvorosa), a los que transforma en representantes de las 'dos Españas', de la izquierda y la derecha, de los 'progres' y los 'fachas', extendiendo el discurso político de Mientras dure la guerra (2019). Una decisión que puede gustar o no, pero que desde luego aporta interés y densidad a los personajes, sin caer, del todo, en el tópico. Por otro lado, Amenábar no resiste la tentación de recrear los hechos históricos que acabaron con el naufragio del buque y tiene presupuesto suficiente para hacerlo. Si la evocación fuera de campo del naufragio en la novela gráfica funcionaba de maravilla y aportaba rigor a la narración, la decisión de Amenábar de contarlo en pantalla -y a lo grande- proporciona espectacularidad y variedad a la serie. Menos afortunada me parece la inclusión del personaje de Horacio Valverde -interpretado por el estupendo Manolo Solo- una especie de conspiranoico patriotero y españolista que me resulta poco creíble y algo manido. Otra adición discutible a la serie es el personaje de la transportista latina en el último episodio: un alivio cómico que puede chirriar a algunos espectadores. Pero en general, la serie consigue hacer atractivos y humanos a los tres personajes principales. Mención aparte merece la interpretación de Karra Elejalde como el ministro de cultura, al que proporciona humanidad y matices hasta convertirlo en un gran personaje. Por último, el mayor logro de la adaptación de Amenábar es para mí el desarrollo del antagonista, el aventurero cazatesoros Frank Wild, interpretado por Stanley Tucci, que deviene un personaje interesante al que nos quedamos con ganas de conocer mejor.

QUIÉN LO IMPIDE -REALIDAD Y FICCIÓN


Durante las tres horas y media de duración de Quién lo impide hay dos pausas que permiten el descanso del espectador. En uno de estos intermedios de 5 minutos hice una foto de la pantalla con el cartel que indicaba el tiempo que restaba para la reanudación de la película y colgué dicha imagen en mis redes sociales. Sorprendentemente, casi enseguida tuve una interacción con uno de los jóvenes que aparece en la película y pude comprobar en ese mismo momento que su perfil en Instagram era exactamente igual que el que acababa de ver en la cinta de Jonás Trueba. Aquella casualidad me pareció el resumen perfecto de un film que borra la frontera entre la realidad y la ficción. En este documental, grabado durante 5 años, un grupo de jóvenes se 'interpretan' a sí mismos. Las situaciones en las que aparecen se recrean delante de la cámara y ante la presencia del director, por lo que se introduce inevitablemente un pequeño elemento de ficción. En este experimento, que a veces parece un intento de 'reality', pero sin sensacionalismo ni morbo, Jonás Trueba deja que estos adolescentes -entre 15 y 20 años tienen- se expresen como quieren, y como pueden, y que manifiesten sus dudas existenciales, sus miedos y sobre todo la incertidumbre ante su futuro. Los chavales hablan a cámara demostrando lo inexpertos e inocentes que son, pero también denotando una ilusión -más de una vez se habla de 'cambiar el mundo'- que los que tenemos ya una edad, hemos perdido. Es fácil no tomarse en serio a estos chicos, pero Trueba se encarga de dejarnos clara su importancia al mostrar cómo votan por primera vez en unas elecciones, tras cumplir los 18 años que marcan la supuesta mayoría de edad. El retrato de una generación que aborda Trueba abarca varios aspectos de su vida: sus estudios, sus perspectivas laborales, la forma que tienen de relacionarse entre ellos y sus inquietudes artísticas -faltaría, quizás, explorar su relación con la generación anterior, con sus padres-. Cada espectador tendrá que sacar sus propias conclusiones sobre por dónde viene esa generación futura que ha tenido que enfrentarse a no pocos obstáculos -como la pandemia- ya desde el principio. Pero en mi opinión lo mejor de Quién lo impide son las dos fugas que emprende Jonás Trueba para contarnos, en términos ya decididamente de ficción, dos preciosas historias sobre los primeros amores, protagonizadas por cuatro de los jóvenes que hemos conocido a través del documental. Es entonces cuando, al menos a mí, verdaderamente me emociona esta película.

ETERNALS -DIOSES, HÉROES Y MONSTRUOS


En la elipsis más larga de la historia del cine, Stanley Kubrick utilizaba un corte para transformar un hueso lanzado al aire por un homínido prehistórico 
en una nave espacial futurista. Antes, aquel homínido había aprendido a utilizar dicho hueso como arma tras entrar en contacto con un misterioso monolito. En Eternals, película dirigida por la oscarizada Chloé Zhao -Nomadland (2020)-, el arma de cobre entregada por Thena (Angelina Jolie) a un sumerio hace seis mil años aparece luego en una pantalla en Piccadilly Circus en el Londres del siglo XXI. Una transición igual de atrevida, aunque mucho menos pretenciosa, que la magistral idea de Kubrick. Precisamente, fue Jack Kirby, uno de los artistas más importantes del siglo XX, el encargado de hacer la adaptación de 2001: Una odisea del espacio (1968) para Marvel Comics en 1976: el mismo año en el que se editaban sus Eternos, creados en solitario y sin la colaboración de Stan Lee. En aquella serie también se apuntaba que la intervención de una inteligencia extraterrestre había catapultado la evolución y el progreso de la vida humana en la Tierra. Aquellos superhéroes creados por Kirby eran muy diferentes del resto de personajes de la Casa de la Ideas: no estaban integrados en el Universo Marvel. No entraba en los planes del creador del Capitán América, los Cuatro Fantásticos o Hulk que sus caminos se cruzaran. Pero tiempo después, con la colección ya cancelada, el editor y guionista Roy Thomas decidió introducir a los Eternos en la serie protagonizada por Thor para darle un cierre al argumento iniciado por Kirby. Los Eternos que llegan ahora a los cines, tampoco encajan del todo en lo visto en las películas del Universo Marvel Cinematográfico. Tienen un sabor muy diferente. Estamos ante una película de personajes, que abarca miles de años de historia terrestre. El guión es bastante lineal y sencillo, a pesar de sus continuos e interesantes viajes al pasado histórico por la vía del flashback. Pero aunque estos héroes se enfrentan al fin del mundo, Zhao no coloca ante ellos una amenaza clara ni personificada en un villano como Thanos o Loki. Aquí son los conflictos internos de los personajes y su interacción como grupo/familia lo que impulsa la trama. Es verdad que, como en toda película de Marvel Studios, hay mucha acción, efectos especiales -los poderes de Sersi son muy originales y chulos- y bastante humor. Pero Eternals es una película más grave, más seria. Sus superhéroes son mucho menos cotidianos de lo acostumbrado en Marvel, más distantes, quizás como los de DC Comics -a los que curiosamente se hacen referencias explícitas y es que entre los Eternos hay un Superman, una Wonder Woman y hasta un Alfred-. Sus antagonistas, los Desviantes -muy interesante su diseño, como formado por cuerdas- funcionan como monstruos sin demasiada entidad y, aunque comienzan a evolucionar de manera interesante, no acaban de desarrollarse. Eternals es una película diferente porque prefiere centrarse en ideas temáticas antes que en sus giros argumentales. Brilla, por ejemplo, en su planteamiento -fiel a la idea original de Kirby- de buscar las equivalencias entre los superhéroes de tebeo y los mitos de diferentes culturas: la sumeria, la egipcia, la griega, la romana y hasta la inca o la azteca. Hay también cierto tono del antiguo testamento, con los inmensos Celestiales ejerciendo de dioses distantes, vengativos, que piden ser obedecidos aunque sus decisiones no sean justas. Son dioses que representan antes a la naturaleza que a una moral maniquea. Los héroes interpretados por Salma Hayek, Angelina Jolie, Richard Madden, y Gemma Chan -entre otros- vienen de otro mundo, pero se descubren humanos en sus dudas sobre su papel en el mundo. Y esta es una metáfora de una idea presente en la breve filmografía de Zhao, la de la relación entre el ser humano y su entorno: la familia, la sociedad, los medios de producción -la intención frustrada de Phastos (Brian Tyree Henry) de intentar facilitarle el trabajo a los humanos-  y sobre todo con el planeta mismo -el empeño de Zhao de colocar a sus héroes en hermosos paisajes naturales-. De marcado acento ecologista, Eternals es probablemente una película de Zhao antes que de Marvel -ahí este ese plano de una silla de montar que remite seguramente a The Rider (2017)-. Toda una sorpresa en unos estudios que habían marcado férreamente las líneas a seguir a sus directores y que aquí se permiten el lujo de un producto atípico pero interesante que reflexiona sobre la figura del superhéroe como lo hizo el Watchmen de Alan Moore. ¿Merecemos ser salvados?

LA CASA DE LAS PROFUNDIDADES -TERROR BAJO EL AGUA


En ocasiones, una idea afortunada puede valer una película. Creo que es el caso de La casa de las profundidades, en la que los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury -À l'intérieur (2007)- proponen algo tan sencillo como un relato con casa encantada -nada que no hayamos visto antes- solo que aquí, el siniestro edificio se encuentra bajo el agua. La idea es sobre todo estética: resulta muy original -e inquietante- recorrer las siniestras habitaciones de una casa abandonada mientras un candelabro flota suavemente sin necesidad de ser sujetado por ningún fantasma, como en los clásicos relatos góticos. La historia está planteada, además, como un found footage: una pareja de jóvenes youtubers se dedica a grabar vídeos en lugares misteriosos para conseguir seguidores y likes. Para ello, viajarán a una región rural en Francia en la que un pueblo fue completamente inundado. El desconocimiento de los protagonistas sobre la historia local los llevará a meterse donde no deben. La casa de las profundidades es un efectivo relato de terror, con varios sustos muy divertidos y algunos momentos genuinamente escalofriantes. Con unos ajustados 85 minutos de duración, el film no parece tener mayor pretensión que entretener: sus personajes están dibujados con los trazos justos para que nos importe su destino. La historia de fondo, sin embargo, resulta evocadora y bien podría desarrollarse en una secuela. Pero sobre todo, esta película es una idea divertida y original, aunque se pueda rastrear algún antecedente argumental, como Bajo aguas tranquilas (2005) de Brian Yuzna; o estético, como los fantasmas sumergidos de El espinazo del Diablo (2001) de Guillermo del Toro.

THE NIGHT HOUSE -MASCULINIDAD TÓXICA


El relato de fantasmas más clásico suele relacionar al espíritu del aparecido con una cuenta pendiente, un agravio o una injusticia del pasado cuyo misterio debe resolver el protagonista. En The Night House, estrenada en Disney Plus, una mujer se enfrenta a un hecho trágico, el suicidio de su marido. Beth (Rebecca Hall) se encuentra, de un día para otro, abandonada por su pareja en la casa que él diseño -es arquitecto- rodeada de recuerdos y con la gran interrogante de por qué Owen (Evan Jonigkeit), que parecía el marido perfecto, tomó una decisión tan drástica. En ese estado de fragilidad emocional, Beth comenzará a experimentar sucesos extraños e inexplicables. The Night House es una historia de fantasmas que se desarrolla explorando el drama de la pérdida de Beth y también siguiendo los pasos de la investigación que emprende para descubrir la verdad. ¿Tenía su marido una doble vida? El director David Bruckner demuestra su eficacia generando un atmósfera inquietante, sobrenatural y sobre todo misteriosa. La parte dramática se sostiene sobre los hombros de la actriz Rebecca Hall: ella es la película y demuestra ser muy capaz de expresar la fragilidad emocional de su personaje. El misterio que plantea el argumento engancha y mantiene la atención. Pero lo más interesante es como el director de The Ritual presenta aquí, de nuevo, un estudio sobre la masculinidad en los tiempos que vivimos. La protagonista del relato acabará indagando en el lado más oscuro de la personalidad masculina: la infidelidad, la promiscuidad, la violencia y el deseo de posesión, redondeando un film muy efectivo cuyo planteamiento parece afín a los de la reciente El hombre invisible (2020) de Leigh Whannell.

PRISONERS OF THE GHOSTLAND -EL LOCO VIAJE DEL HÉROE


Hay veces que menos, es más. El argumento de la película Prisoners of The Ghostland no parece demasiado original: un atracador de bancos es reclutado para rescatar a la hija de un señor de la guerra. Podría ser la historia de muchas películas de acción. Pero si el protagonista es Nicolas Cage, sabemos que el tono del film va a ser, como poco, peculiar, ya que el actor nos tiene acostumbrados a sus excéntricos excesos interpretativos. Pero es que además, el director de esta cinta es el japonés Sion Sono, cuya visión artística es todo menos convencional. La conjunción de ambas sensibilidades, la de Cage y la de Sono, dan como resultado un film visualmente estimulante y divertido, pero, en mi opinión, insatisfactorio. La historia es una mezcla argumental y estilística de muchos elementos: el western, las películas de samuráis y el cine de acción, todo enmarcado en una especie de distopía a lo Mad Max. Esto lo filma Sono casi como si fuera un musical, con decorados enormes, repletos de figurantes y utilizando a grupos de personajes a modo de coro, que acompañan la acción con réplicas, bailes y canciones. A esto hay que sumar ideas descabelladas como el traje que lleva el personaje de Cage, que lleva incorporados explosivos listos para detonar si el antihéroe se desvía de su misión, incluyendo un par de cargas en los testículos. Todas estas ideas pueden parecer simpáticas, y de hecho, lo son, pero juntas acaban estorbándose en una propuesta demasiado barroca. Acompañan a Cage actores como el estupendo Bill Moseley y la carismática Sofia Boutella -que podría haber dado más de sí con más escenas de acción- entre un amplio reparto que incluye intérpretes estadounidenses y japoneses, hablando, cada uno, en su idioma. El resultado, como ya he dicho, es una película inclasificable, que se acaba perdiendo en una estimable libertad creativa. Menos es
 más.

THE MEDIUM -TERROR PURO


The Medium
 es una de las películas más aterradoras que he visto en 2021. Se trata de una cinta tailandesa que se inscribe en el desgastado género del found footage y que, sin ser nada original, consigue ser muy efectiva gracias a su convicción y a su voluntad de tomarse muy en serio todo lo que cuenta. Dirigida por Banjong Pisanthanakun -Shutter (2004)- la película comienza como un falso documental sobre una familia de chamanes, mujeres que se convierten en una suerte de sacerdotisas y curanderas espirituales al servicio de una diosa. La relación con esta deidad es hereditaria y en el caso de esta familia, va pasando de madres a hijas y hermanas. La historia se toma su tiempo en desarrollarse -The Medium tiene una duración de 131 minutos- introduciéndonos lentamente en las costumbres y creencias tailandesas hasta absorbernos completamente. Entonces, paulatinamente, extraños fenómenos comienzan a ocurrir, en un crescendo de pequeños sustos que se van transformando en momentos escalofriantes hasta llegar a un final de terror extremo, un descenso a los infiernos en toda regla. Todo esto se nos muestra a través de todo tipo de imágenes de metraje encontrado: la cámara de un taxi, cámaras de vigilancia, y las de los propios documentalistas. Lo más refrescante de The Medium es que no busca ninguna coartada: es terror puro. Aunque hay una mínima historia familiar de fondo, no estamos ante un melodrama con elementos de terror, ni ante un relato con segundas lecturas políticas o sociales. Ni siquiera hay el más mínimo alivio cómico. Esta película se toma a sí misma mortalmente en serio y su único objetivo es provocar miedo. Y vaya si lo consigue en varios momentos, utilizando todo tipo de recursos: el realismo de las imágenes supuestamente documentales o con el grano de formatos domésticos, mucho gore y sobre todo, ideas realmente macabras para provocar varios golpes de efecto. Si queréis ver una película de terror en toda regla, The Medium es la mejor opción en mucho tiempo.