BARRY -TEMPORADA 2 -REALIDAD Y FICCIÓN


Todos somos idiotas. Esa es la premisa básica de Barry, serie creada por Bill Hader y Alec Berg para HBO y que opta a ser la mejor comedia en los premios Emmy. En su segunda temporada esta serie de humor negro tiene muy claro lo que quiere contar y en qué registro. El primer episodio es una buena muestra de ello. El guión plantea chiste tras chiste, sin pausas. Hay situaciones que son directamente humorísticas, como el relato en off del mafioso NoHo Hank -interpretado por Anthony Carrigan, nominado al Emmy- pero es que en las escenas dramáticas, como cuando Gene Cosineau -el también nominado Henry Winkler- lamenta la muerte de su pareja ¡También hay chistes! Básicamente hay dos tipos de momentos en Barry. Primero, los que describen a los personajes como muy torpes en el ejercicio de su profesión: el chapucero robo que abre el primer episodio; la investigación policial sobre quién mató a la detective Janice Moss (Paula Newsome); las obras teatrales de aficionados en las que participa Barry -Bill Hader, por supuesto, nominado al Emmy- o los negocios y las venganzas entre grupos mafiosos. Todo eso se describe como un desastre. Pero, cuando los personajes afrontan problemas personales -el policía que se separa- o se enfrentan a situaciones dramáticas... también hacen el ridículo: Gene cuenta a Barry que ha pensado en suicidarse, pero este no entiende las sutilezas del pretencioso director teatral, eliminando con sus torpes comentarios cualquier posibilidad de un tono trágico. 

Luego está el juego entre ficción y realidad que ha marcado la serie en su primera entrega y que aquí vuelve a ser importante: en el episodio The Power of No, Barry, sobre el escenario, confiesa un hecho traumático, la primera vez que mató a un hombre en la guerra. Pero la carga dramática de su relato -que vemos en flashbacks- se desactiva cuando sus compañeros estudiantes de teatro recrean su narración de una forma ridícula y apartada de la realidad. Es justo esta escena la que desencadena las tramas que se van a desarrollar en la segunda temporada. Todos los personajes deben enfrentar un conflicto personal real que deben reflejar en una simulación teatral. Barry explora su experiencia en la guerra, muy preocupado por su naturaleza violenta, que es incapaz de representar sobre el escenario. Por ello, plagia el famoso discurso de Mel Gibson en Braveheart (1995) y hace el ridículo. Barry sufre además un bloqueo en la vida real -no consigue asesinar a la líder de la mafia birmama, quienes, por cierto, simulan ser pacíficos monjes budistas-. Barry no es el único que finge. Sally (Sarah Goldberg, también opta a un Emmy) explora el trauma de haber sido maltratada por un exnovio, pero, para dramatizar lo que le pasó, acaba 'mintiendo' sobre las tablas. Sally tendrá que enfrentarse a la realidad cuando reaparece su exnovio, Sam (Joe Massingill). Curiosamente, Gene decide realizar el mismo ejercicio que sus estudiantes, enfrentándose a los aspectos oscuros de su personalidad: intenta reencontrarse con su hijo, del que nunca se ocupó, pero este siente que su padre está fingiendo. Fuera del taller de teatro, el antiguo aliado de Barry, Fuches (el igualmente candidato al Emmy, Stephen Root), es obligado a simular un acercamiento para intentar incriminarle en el crimen de la detective Moss. Detrás de esta estrategia, como un director teatral, está el detective John Loach (John Pirruccello), dictando un guión a Fuches. Por último, el mafioso Noho intenta eliminar a sus rivales birmanos, pero no lo consigue porque no ve la realidad -que sus hombres son unos inútiles-. Su mirada convierte su vida en algo muy parecido al sueño americano, a una estúpida película de Hollywood.

Durante la segunda temporada de Barry se revelan secretos sobre los personajes -la relación tóxica de Sally y su maltratador; un episodio de Barry en la guerra- que llevan la trama a oscuridades impropias de una comedia. Mención aparte merece el quinto capítulo, Ronny/Lilly, que cuenta cómo un encargo de asesinato se va torciendo hasta convertirse en un absoluto e hilarante desastre, con un humor sorprendente, absurdo -la niña experta en artes marciales- muy físico y negrísimo. El mejor episodio de la serie, justamente nominado a los Emmys por su guión y dirección. Tras ese paréntesis se puede decir que Barry vuelve a su esencia, a esa idea genial de convertir a un asesino a sueldo en un aspirante a actor, que se engancha a una compañía teatral amateur más bien cutre. En el episodio The Truth has a Ring to It, Sally y Barry se suben de nuevo al escenario para crear una ficción -una escena de violencia machista- en la que consiguen la fuerza de la verdad extrayendo emociones de experiencias personales mucho más terribles -los asesinatos de Barry- en un remake del clímax de la primera temporada. Pero este momento desencadena una serie de situaciones que reflejan la oposición realidad/ficción que plantea la serie: cuando Sally rechaza su gran oportunidad profesional porque no atiende a una "verdad" artística; cuando Barry sorprende al director Jay Roach en un casting, al no mostrar interés por el papel que le ofrecen: porque la vida de Gene está en peligro; y cómo este, profesor de actores, se deja engañar por Fuches, que interpreta el papel de detective privado, para tenderle una trampa; o cómo Noho confiesa ante sus secuaces que siempre ha interpretado el papel de 'peligroso matón', pero que, en realidad, no se siente identificado con su vida. Barry se ocupa, en gran medida, de nuestros roles vitales y de cómo, la mayoría de las veces, no encajamos en ellos. El desenlace de la temporada sigue en la misma línea con escenas emocionalmente explosivas que desnudan la verdad de los personajes: Sally cambia el guión de su obra en el último minuto con consecuencias inesperadas; Barry demuestra una vez más su destreza para matar; Gene experimenta una revelación que puede marcar la tercera temporada.

BODYGUARD -NO CONFÍES EN NADIE



La mayor virtud de Bodyguard es su extraordinaria voluntad de mantener al espectador en una tensión continua durante sus seis episodios. La ficción disponible en Netflix parece seguir la estela de un thriller político de inmenso éxito, como fue Homeland -con la que tiene puntos en común- que se aprovecha de ese gran miedo que atenaza a la sociedad occidental -Estados Unidos y Reino Unido- como es el terrorismo. Ambas series, además, llegan a idénticas conclusiones: el terrorismo, el mal, no existe como un agente exterior, sino que es el reflejo de nuestras propias debilidades, defectos y errores. Nominada a dos premios Emmys como mejor serie dramática y por el guión de su creador, Jed Mercurio (para el electrizante primer episodio) esta serie británica nos presenta a David Bud -Richard Madden, ganador de un Globo de Oro, lo recordaréis de Juego de Tronos- un veterano de la guerra en Oriente Medio, convertido en policía y con la misión de proteger a la ministra con aspiraciones Julia Montague (Keeley Hawes). A partir de este planteamiento, la estrategia narrativa es no dar tregua, pero también, distraer nuestra atención. Bodyguard alterna situaciones de máxima tensión -como un atentado suicida en un tren de pasajeros- con el drama sentimental sobre la relación entre un guardaespaldas y una mujer política que se convierte en blanco de sus numerosos enemigos. El argumento se desarrolla como una película de espías post guerra fría, en la que ya no hay un enemigo claro como fueron los soviéticos. Políticos, policías, y servicios de inteligencia aparecen representados por funcionarios sombríos, de los que no podemos fiarnos. Incluso llegamos a sospechar del propio protagonista, un individuo traumatizado por la guerra y el 'héroe' de acción que más veces he visto llorar en una película o serie de los últimos años. El nudo central argumental de Bodyguard que teje Mercurio puede llegar a desorientarnos, en una maraña de nombres, pistas y sospechas que exigen bastante atención por parte del espectador. Pero luego el argumento se va desenrollando sobre sí mismo hasta desembocar en un clímax emocionante que, sin embargo, cede a la espectacularidad Hollywoodiense. Un epílogo más largo de lo necesario se encarga de clarificar cada aspecto de la trama, algo que muchos espectadores seguramente agradecerán, pero que lima las asperezas del discurso inicial sobre la ambigüedad moral de los tiempos que corren. El último plano, en mi opinión, resulta decepcionante por conservador y forzado. 

MIDSOMMAR -EL ÁRBOL DE LA VIDA



Hay dos formas de afrontar Midsommar, que en realidad son las mismas que ante cualquier otra película. O ante cualquier experiencia de vida. Puedes dejarte llevar o mirar desde fuera con escepticismo. De hecho, ese es el conflicto inicial de los protagonistas de la película, cuatro jóvenes estadounidenses que deciden participar en una festividad folclórica de una pequeña comunidad sueca. El segundo film de Ari Aster juega con el choque cultural de forma radical, confrontando dos formas de encarar la vida y sobre todo, de encarar la muerte. Si te dejas llevar, como yo, quizás te encuentres con una película que tiene una capacidad casi mística de transportarte a otro sitio, de ocurrir dentro de la pantalla más que ser una mera proyección de imágenes. Midsommar tiene la fuerza del cine primitivo, del documental, del happening y de ciertas películas de los años setenta, que seguramente recordaréis al verla. Por otro lado, hay momentos en los que parece que vemos una versión de Hostel (Eli Roth, 2005) a la que se hubiese apuntado una novia psicológicamente dependiente. Dani -magnífica Florence Pugh- es una heroína de película de terror psicológico, que emprende un viaje desde el dolor, la frustración existencial y la búsqueda de algo más, de algo diferente a lo que ofrece nuestra sociedad occidental en el siglo XXI. No por casualidad ella es una estudiante de psicología y sus compañeros masculinos cursan estudios antropológicos, los protagonistas perfectos para un film mondo como Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980) o El infierno verde (Eli Roth, 2013). Midsommar es a Hereditary como el día a la noche, pero en un sentido estético. Las dos películas son absolutamente complementarias. Y lo que ofrece Aster ahora es una obra atípica, aunque tenga sus referentes cinéfilos y un mensaje demasiado claro. Película de terror a plena luz del día, hecha de imágenes y música hermosas, el horror que presenta es el de abrazar algo terrible que no es más que la vida misma. En la religión del cine, Midsommar es sacramento obligado, al menos en este 2019. La cuestión es ¿Tienes fe?

LOS MUERTOS NO MUEREN -PLANETA ZOMBIE


¿Qué hace Jim Jarmusch haciendo una película de zombies? El monstruo cinematográfico que mejor parece representar nuestros miedos actuales -por encima de vampiros y hombres lobo- ha contaminado películas de todo tipo más allá de su hábitat natural del cine de terror de bajo presupuesto: hemos visto comedias -incluso románticas-, superproducciones, cine de autor y películas de todos los países, por no hablar de series de éxito masivo internacional. No debe extrañarnos por tanto que un director de la importancia de Jarmusch en el cine independiente se atreva con un experimento como este. La película es claramente una comedia, con el humor esquinado de Jarmusch, con su ritmo pausado de contemplación zen, al que nos tiene acostumbrados. El argumento no difiere demasiado del de cualquier película del subgénero y sigue las reglas del padre fundador George A. Romero. Un pequeño pueblo es atacado por una horda de muertos vivientes. Jarmusch toma prestada la carga social de Romero en películas como Zombi (1978) en la que los protagonistas se refugiaban en un centro comercial al que acudían los cadáveres revividos en una repetición mecánica de lo que fueron sus rutinas en vida y en un claro comentario sobre la sociedad consumista. Jarmusch hace aquí este mensaje evidente, con escenas tan divertidas y pertinentes como la de los zombis con teléfonos móvil buscando dónde engancharse al wifi. Jarmusch, además, atribuye el Apocalipsis zombie al desastre ecológico y hace que la raza humana y su voracidad destructora del planeta sea equivalente al zombie canibal cuya hambre de carne humana es insaciable. Para interpretar esta historia, Jarmusch reúne al cast más cool posible con sus habituales: Bill Murray -Flores Rotas (2005)-, Adam Driver -Paterson (2016)-, Tilda Swinton -Jarmusch ya hizo una de vampiros con ella, Only Lovers Left Alive (2013)- y también Chlöe Sevigny, Steve Buscemi -como un radical de ultraderecha-, Danny Glover y nada menos que RZA, Iggy Pop y Tom Waits, este último bordando una narración en off que puede ser lo mejor del film. Jarmusch se permite ser 'meta' y referencial: habla directamente de Romero, pero también de sí mismo, aprovecha su interés por la filosofía oriental para emular a la Michonne de The Walking Dead, y acaba fijándose en otro tipo de zombies, en otro tipo de cine, también independiente, el de Ed Wood. 

BIG LITTLE LIES -TEMPORADA 2 -EL PESO DEL PASADO


Sin poner en duda los méritos de la exitosa y premiada primera temporada de Big Little Lies, en mi opinión, la trama de intriga sobre el supuesto asesinato me pareció lo menos interesante de esta ficción. La fortaleza de la serie era, para mí, sus personajes, sobre todo las protagonistas femeninas: complejas, contradictorias, muchas veces antipáticas, con defectos, traumas, remordimientos y, por supuesto, interpretadas por estupendas actrices como Nicole Kidman, Reese Whiterspoon, Laura Dern y Shaile Woodley. Estos magníficos personajes parecían algo limitados por una trama en clave de whodounit que llevaba a un desenlace decididamente forzado. La serie estaba pensada para acabar tras dicha primera temporada, pero los buenos resultados llevaron, al show runner David E. Kelley a plantear una segunda entrega. Según he podido leer, la autora de la novela original, Liane Moriarty puso una condición para embarcarse en la continuación de su historia: contar con Meryl Streep, para la que escribiría un personaje a su medida. Vaya si lo hizo. La segunda temporada de Big Little Lies resuelve la queja que acabo de esgrimir, y de una serie con un argumento cerrado pasa a ser una historia de personajes. No hay una trama demasiado marcada, sino que se exploran las consecuencias de los hechos ocurridos en la primera entrega. Una idea que encuentro fantástica, ya que profundiza y hace muy reales los elementos más melodramáticos de la primera entrega. ¿Cuáles son las consecuencias de la muerte de Perry Wright (Alexander Skarsgard)? ¿Cuál es el peso del secreto sobre su fallecimiento que tienen que soportar las protagonistas? La serie afronta de forma valiente las revelaciones de la primera parte: el trauma de Jane por haber sido violada, la viudez incómoda de Celeste, las fricciones en el matrimonio de Madeline por la infidelidad cometida. Resulta sobre todo dura la exploración de los conflictos  que deben sufrir los hijos de Perry, tanto los reconocidos -los gemelos- como Ziggy, tras desvelarse su verdadera paternidad. Son conflictos complejos, sin solución, que aportan mucho más drama que la intriga sobre quién mató a quién que sirvió de motor argumental a la primera temporada. En esta entrega se desarrollan ideas antes desperdiciadas, como el de la proyección de los conflictos de los adultos en el mundo de los niños, en su microcosmos escolar: aquí se habla mejor de acoso, de educación, de verdades y mentiras. Fantástico el momento en el que los padres se quejan al colegio de que sus hijos están estresados porque se les ha hablado del cambio climático. 

Y por supuesto, hay que hablar de la creación de ese personaje fantástico que interpreta Meryl Streep. Mary Louise es sorprendente, tan retorcidamente divertida como borde; auténtica cizañera que va generando fricciones con todos los personajes a su alrededor. Los guionistas y la propia actriz tienen la sabiduría necesaria para no convertirla nunca en una completa villana, dotándola siempre de motivaciones que no dejan de ser comprensibles. Mary Louise funciona, además, como la sombra del personaje de Perry, ausente pero con una presencia demoledora, que sigue siendo violenta incluso tras su muerte. Si en la primera temporada la gran duda es quién mató a quién, ahora nos preguntamos cuál de estas mujeres sucumbirá a la presión, a la culpa, a sus debilidades, que Mary Louise hace relucir.

El episodio final, I Want To Know, cede a lo espectacular apartándose del costumbrismo y el drama íntimo para proponer un juicio que resuelva el conflicto principal de la temporada. Esta concesión sirve, sin embargo para desarrollar uno de los temas principales de la serie, el de la oposición entre la esfera pública, lo que aparentamos de cara a los demás, y la privada, que suele ocultar secretos, pecados y oscuridad. Se trata de un buen clímax, que lleva a un epílogo abierto que hace pensar en una tercera temporada... o no. 
En el apartado visual, se mantiene -no sin polémica- la impronta del director Jean-Marc Vallée -Heridas abiertas- sustituido por Andrea Arnold, que ha hecho un buen trabajo. Aunque, según se cuenta, no podemos apreciar completamente su labor por varios cambios introducidos por los productores. Algunos de estos, me parecen fantásticos, como esos flashbacks mudos de la primera temporada que expresan el peso psicológico del pasado en las protagonistas.

UTOYA. 22 DE JULIO -TERROR EN PRIMERA PERSONA



La única diferencia entre una película de terror y Utoya es el conocimiento de que esta última está inspirada en hechos reales, que conmocionaron a la opinión pública hace 8 años. La cinta del noruego Erik Poppe -Mil veces buenas noches (2013)- adopta el formato del subgénero del found footage, del 'metraje encontrado', aunque sin hacer uso de su coartada argumental. Aquí, una cámara subjetiva se mueve constantemente alrededor de los personajes, que corren por sus vidas en el campamento de verano en la isla noruega, y que incluso se parapeta como ellos para cubrirse de las balas, por lo que el espectador acaba convertido en una víctima más en esta recreación del terrible atentado del 22 de julio de 2011. La joven protagonista, Kaja (Andrea Berntzen) -ganadora del premio noruego Amanda, a la mejor actriz- vive la sorpresa, la incredulidad, y el terror delante del objetivo. Kaja experimenta también el dolor, la pérdida y por supuesto, se enfrenta cara a cara con la muerte. Todo esto contado en plano secuencia, en tiempo real -72 minutos de horror- sin concesiones y sin pausas. Lo que supone el reto técnico de hacer una película en una sola toma, lo que conlleva coordinar a decenas de actores y técnicos en una auténtica coreografía del horror y la muerte. Poppe nunca menciona al asesino por su nombre -así que tampoco lo haré yo- pero establece su aterradora presencia con las sonoras detonaciones de sus armas, que nunca cesan, manteniéndonos en tensión durante todo el metraje y llevándonos al agobio y la desesperación. Lo que diferencia a Utoya de una película de terror con asesino en serie, es que sus jóvenes víctimas no se preocupan solo de divertirse, follar y emborracharse, sino que hablan de política, del dolor de sus familias y del futuro que muchos de ellos ya no conocerán. Quiere Poppe que su película sea un aviso del pensamiento cada vez más extendido de la ultraderecha en Europa: ese que solo se ocupa de crear enemigos.

GODZILLA: REY DE LOS MONSTRUOS -KAIJU EIGA DIGITAL


Seguramente habréis oído hablar estos días de lo fantástica que es la miniserie de Sky y HBO, Chernobyl. Pero quizás, a pesar de su gran calidad, su durísimo tema basado en hechos reales y su rigor empeñado en evitar excesos dramáticos, ha mantenido a muchos alejados de la ficción sobre el devastador accidente en la central nuclear soviética. Muchas veces, para abordar esas realidades que no queremos enfrentar, los autores se valen de géneros como el terror o la ciencia ficción. Es el caso de Godzilla, titulada en España Japón bajo el terror del monstruo, que en 1954 expresaba los muy presentes fantasmas de Hiroshima y Nagasaki a través de la fantasía de un dinosaurio gigante radioactivo, muy similar a la estadounidense, La bestia de los tiempos remotos (1953), pero cambiando el maravilloso stop motion de Ray Harryhausen por un actor en un traje para recrear al monstruo que caminaba, a cámara lenta, sobre cuidadas maquetas de las ciudades que destruía. Aquella película en blanco y negro tenía un ritmo de pesadilla que transmitía un mensaje muy similar al de Chernobyl. La cinta dirigida por Ishiro Honda -ayudante habitual de Akira Kurosawa- transformaba la monster movie en un nuevo subgénero japonés, el kaiju eiga. Luego vendrían una veintena de películas en las que Godzilla -Gojira en el original- pasaría de amenaza a defensor de la Tierra, amigo de los niños, y enemigo de toda clase de monstruos, incluido un enfrentamiento con un King Kong irreconocible. Con el paso de los años y de las décadas, Godzilla decayó y renació en varias series de películas en Japón, conoció el remake en Estados Unidos en 1999, simpático pero insatisfactorio, y ha vuelto recientemente a nuestras pantallas en una versión actualizada, Shin Godzilla (2016).

Pero estaba la asignatura pendiente, para Hollywood, de aprovechar el potencial del kaiju eiga para fabricar un blockbuster con la capacidad de arrasar en las taquillas como lo hacen estos monstruos gigantes en las ciudades de las pantallas. Ahí están intentos tan estimables como Monstruoso (2008) o Pacific Rim (2013) y sus secuelas. Pero la idea más ambiciosa es el proyecto de crear un universo compartido a imagen de lo que ha hecho la exitosa Marvel Studios con sus superhéroes. La primera piedra es Godzilla (2014), film tan interesante como alejado de lo que podríamos esperar del cine comercial. Su director, Gareth Edwards -Monsters (2010) y Rogue One (2016)- antepuso a la acción una especie de estética de la catástrofe y el colosalismo, con secuencias tan hermosas como el descenso de los paracaidistas arropado por el réquiem de Ligeti. En la película, los monstruos son como dioses, o como la fuerza de la naturaleza, que luchan ajenos a los humanos, que corren como hormigas para salvar la vida. Luego llegaría Kong: La isla Calavera (2017), mucho más divertida y pulp, también enmarcada en el mismo universo de ficción.

Godzilla: Rey de los Monstruos es por tanto la tercera pata de esta franquicia. Parte de una premisa ganadora, llevar al terreno de los espectaculares efectos especiales de 2019 las batallas de monstruos -actores disfrazados- de las películas japonesas de los años sesenta. Para ello se elige a las bestias más conocidas de la Toho japonesa: Rodán, Mothra y el gran villano Gidorah. Se ficha a un director de sensibilidad Amblin, como Michael Dougherty -las recomendables Truco o Trato (2007) y Krampus (2015)- por lo que el éxito parece asegurado. Error. La película vuelve a cometer el pecado que, en realidad, cometen todas las películas de Godzilla: la historia que implica a los humanos enfrentados al desastre, no funciona. La razón me parece sencilla: se prescinde de los personajes, que no son más que meros vehículos para que la trama avance. Aquí, la familia protagonista sufre una pérdida emocional al inicio del relato, que es lo que los empuja a luchar. Pero nada más. No tienen rasgos que los humanicen ni los hagan memorables. El resto de secundarios se definen por sus profesiones: científicos, militares, terroristas. Para paliar la ausencia de personajes trabajados, el casting incluye actores queridos por el fan del género fantástico: Vera Farmiga de Expediente Warren, Kyle Chandler de Súper 8, Millie Bobby Brown de Stranger Things o Charles Dance de Juego de Tronos, entre otros. Es verdad que la ausencia de personajes con chicha permite que la historia avance rápido hacia lo que queremos ver: los monstruos. Pero aunque ágil, la cosa no tiene interés y se hace lenta y, sorpresa, encima la película es larga. En dos horas y diez minutos había tiempo para crear personajes que humanicen el relato y lo hagan más emotivo. Un mensaje -conservador- que nos dice que solo la familia unida puede evitar el fin del mundo y una coartada ecológica no son suficientes para una buena historia. Además, falta humor. Así, lo mejor de la película son, claro, los monstruos. Sus apariciones, hermosas y destructivas, tienen verdadero sentido de la maravilla. Las apocalípticas luchas entre las bestias son espectaculares. Pero no hay nada más, en un film que solo sirve de preparación para la futura Godzilla vs. Kong (2020).

THE TWILIGHT ZONE -DIMENSIÓN (DES)CONOCIDA



Apostando por un talento emergente como Jordan Peele -Déjame salir (2017) y Nosotros (2019)- vuelve a la televisión una serie verdaderamente mítica y seminal como The Twiligth Zone. Creada por el guionista Rod Serling en 1955, se trata de una antología de breves relatos de ciencia ficción y fantasía, sin la que seguramente no existirían Expediente X, Perdidos o Black Mirror. La idea de Peele emulando a Serling generó unas expectativas muy altas sobre el proyecto. Lamentablemente, hay que decir que el resultado ha sido decepcionante. La razón parece ser fácil de señalar: esta nueva 'dimensión desconocida' ha sido valiente al plantear sus episodios como comentarios sociales y políticos de la realidad actual en Estados Unidos. Quizás demasiado valiente, porque las historias que sirven de vehículos para esos -importantes- mensajes no son precisamente brillantes, originales o entretenidas. Una pena. Ejerce de front runner Simon Kinberg, productor de las últimas películas y series de X-Men -acaba de dirigir X-Men: Fénix Oscura (2019)- lo que no es precisamente una garantía de calidad. Antes he mencionado Black Mirror, serie que ha recogido el espíritu -actualizado- de la creación de Rod Serling, con un tono, eso sí, mucho más descreído y renunciando al humanismo de aquella. La comparación es inevitable y desde luego no puedo decir que esta nueva The Twilight Zone esté a la altura de la pesadilla tecnófoba de Brooker, que impone una mirada muy reconocible, que no encontramos en los 10 episodios de esta reinterpretación. Pero también es verdad que, últimamente, ni siquiera Black Mirror parece estar a la altura de Black Mirror. Paso entonces a comentar episodio por episodio, con spoilers.

Nightmare At 30,000 Feet está inspirado en el episodio clásico, de 1963, Nightmare At 20,000 Feet, firmado por Richard Matheson, protagonizado por William Shatner y dirigido por Richard Donner. Mencionemos de entrada un par de guiños al original, como que aquí el capitán del vuelo se llame precisamente, Donner (Nicholas Lea) y que se puede ver a la criatura de aquella, convertida en muñeco tirado en la playa. Dicho episodio ya tuvo un remake en el largometraje En los límites de la realidad (1983) dirigido por George Miller y con John Lightgow como protagonista. En ambas versiones, un gremlin -justo antes de los Gremlins (1984) -y por cierto, Joe Dante también participó aquella película con el segmento It´s a Good Life- saboteaba el avión. Aquí, la primera decisión creativa no deja de ser una pequeña decepción, el gremlin ha sido sustituido por un MP3. La idea, sin embargo, me parece afortunada, porque permite mantener la dinámica del argumento: nadie cree al protagonista, Justin Sanderson (Adam Scott), ahora un reportero de guerra afectado por estrés, que escucha un podcast que parece haber sido grabado en el futuro y que relata el accidente sufrido por el avión en el que viaja. El argumento juega con temas como el clima de paranoia política actual. El escenario vuelve a ser un avión, medio de transporte siempre inquietante. Al miedo natural a volar, esta versión de 2019 suma la preocupación por el terrorismo, que parece implícita en el destino del viaje, Tel Aviv. Mencionemos también un tema recurrente en la ficción actual, el de las fake news ¿Se puede fiar el protagonista de una información cuyo origen desconoce? La incertidumbre crece por la presencia de un misterioso agente federal en el vuelo y de un testigo de la mafia rusa. Al final la amenaza del podcast se convierte en una profecía autocumplida, los pasos que el héroe da para evitar el destino son precisamente los que lo producen. El enemigo es el otro, pero también él mismo. 6/10

Replay habla también de un destino imposible de cambiar y utiliza un elemento tecnológico pero antiguo, una vieja cámara de vídeo -en nuestra era digital de smartphones- que al rebobinar, hace retroceder el tiempo. Esto permite a la protagonista, una abogada afroamericana, Nina Harrison (Sanaa Lathan) cambiar los acontecimientos al repetir acciones, buscando resultados diferentes. La constante es un policía racista -inquietante Glenn Fleshler- que aparece una y otra vez, sin importar las decisiones que tome Nina -que busca desesperada diferentes opciones, a la manera de Atrapado en el tiempo (1993)-. El episodio juega abiertamente con el racismo, con las noticias de policías blancos disparando contra afroamericanos inocentes, pero también apunta a los afroamericanos que, tras superar su estatus de marginados, olvidan sus orígenes. La idea de un policía racista que persigue sin cesar a los protagonistas puede parecer muy obvia, pero creo que ahí radica su atrevimiento: en decir directamente que en los EstadoUnidos actuales un afroamericano puede sentir miedo de un policía blanco, que, en teoría, debería protegerle. Hay una referencia interesante a Black Panther: Nina dice haber visto la película de Marvel dirigida por Ryan Coogler, pero el tío Neil (Steve Harris) que se ha quedado en el barrio, apela directamente al cómic, expresando, quizás, una mayor autenticidad. 6/10

A Traveler. Glen Morgan es uno de los guionistas clave de Expediente X y aquí se encarga de firmar un texto que refleja temas de aquella serie creada por Chris Carter -conspiraciones, OVNIs- que, evidentemente, estuvo muy influenciada por la ficción original de Rod Serling. Se habla aquí, entonces, de Estados Unidos, un país de mayoría blanca anglosajona que impuso su cultura, religión, idioma y tradiciones a los nativos y a otras minorías. Esto se refleja en el personaje de Yuka (Marika Sila), una inuit, y en el uso como escenario las fiestas más tradicionales posibles, las Navidades. A Yuka  se contrapone el patriotismo de bandera encarnado por un sheriff, Greg Kinear, un americano de manual en Alaska, algo así como un puesto fronterizo de cara a los rusos, siempre enemigos, aunque aparezcan aquí nuevos rivales como Corea del Sur. Este discurso sobre el tejido ideológico de América está muy bien reflejado en el microcosmos de un pueblo pequeño y todavía mejor resumido en la comisaría que sirve de escenario a casi todo el episodio. Llegaremos a sentir que conocemos ese pueblo. Sobre sus vecinos sobrevuela el tema de las fake news, como reflejo de los miedos, los prejuicios, los celos y la envidia, que, acaban enfrentando y dividiendo a cualquier sociedad. El detonante de esto es un misterioso visitante, que como La Cizaña de aquel álbum de Astérix, consigue enfrentar a los vecinos entre ellos. Este personaje está bien interpretado por Steven Yeun -The Walking Dead, Burning (2018)- con gran capacidad para la ambigüedad. La puesta en imágenes del guión de Morgan es fantástica, a cargo de Ana Lily Winpour -Una chica vuelve a casa sola de noche (2014)- cuya cámara se mueve con soltura por el reducido espacio de la comisaría, estudiando los rostros de los personajes, mostrando el aislamiento de Yuka y el misterio del viajero. Morgan se las arregla para fabricar una historia que parece inocente, con aires a ciencia ficción de los 50, con guiños a Richard Matheson y a la serie Kolchak, pero cuyos temas son absolutamente actuales. 8/10

El Niño -The Wunderkid- se plantea como una sátira política de premisa ingeniosa: ¿Y si un niño participara en las elecciones presidenciales estadounidenses? La idea remite a la inocencia de los años 50, que planea sobre todos los episodios de esta temporada, pero un giro nos lleva a pensar también en un episodio clásico de The Twiligth Zone de 1953, que tuvo remake en el largometraje de 1983: 
It's a Good Life, en el que un niño aterrador tiene poderes infinitos. El planteamiento puede parecer ridículo, pero inevitablemente te hace pensar en el ocupante actual de la Casa Blanca: nadie pensó que un personaje con semejante discurso -infantil- podría convencer a los votantes. Por lo que el mensaje resulta demoledor. El guión pone también el acento en los listos del marketing que se ponen medallas por manipular a las masas con los trucos más baratos, como si todo fuera un juego. Estos son interpretados por John Cho y la estupenda Allison Tolman. Les da la réplica nada menos que Jacob Tremblay, el niño de Room (2015), estupendo en su capacidad de cambiar de registro. Lamentablemente, la idea del episodio acaba careciendo de recorrido y termina dando vueltas sobre sí misma. 6/10

Six Degrees of Freedoom tiene un planteamiento que entusiasma: una nave espacial destinada a ser el primer paso para colonizar el planeta Marte despega justo en el momento en el que una guerra nuclear acaba con la vida en el planeta Tierra. Así, los tripulantes de la nave Bradbury -obvio homenaje al gran escritor de ciencia ficción, autor de Crónicas Marcianas- se saben los últimos representantes de la humanidad, con todo el dolor y el peso que ello conlleva. Con guión de Glen Morgan y Heather Anne Campbell, y dirigido por Jakob Verbruggen -El Alienista- el argumento que no esconde referencias a 2001: Una Odisea del espacio (1968) nos encierra en la nave espacial e intenta hacer un estudio psicológico de los personajes, sin conseguirlo del todo. El gran conflicto es aceptar el fin de la vida en la Tierra y la muerte de los seres queridos, lo que lleva a algunos a negar la realidad con elaboradas teorías de la conspiración que ponen en duda lo que es real y lo simulado, probablemente, el gran tema de esta temporada de The Twilight Zone. No revelaré el final de la historia, pero es bastante interesante y eleva el nivel tras un desarrollo algo plano. 7/10

Not All Men aborda el machismo desde una perspectiva de ciencia ficción de los años 50, cuando unos meteoritos caen en un pueblo, convirtiendo a todos los hombres en bestias. Salen a relucir los peores aspectos del género masculino, como la violencia, la rabia, la inseguridad,  los celos, el acoso y la agresión sexual. Protagonizan Tassa Farmiga y la estupenda Rhea Seehorn -Better Call Saul-. El capítulo, dirigido por Christina Cheo y escrito por Heather Anne Campbell, juega primero, de forma costumbrista, con los tópicos de las relaciones entre hombres y mujeres. Ojo porque nos dice que incluso los hombres más feministas esconden en su interior una bestia. Según avanza el argumento, este adquiere tintes apocalípticos, convertidos los hombres en infectados por el contagio de los meteoritos, representando, por qué no decirlo, el miedo que siente cualquier mujer que vuelve sola a casa de noche. La sorprendente revelación final -estáis avisados del spoiler- resulta algo obvia, pero también plantea una tesis arriesgada: los meteoritos no tienen nada que ver con lo que ha pasado en los hombres, ellos han decidido convertirse en animales. No como Cole (Percy Hynes White), para mas señas, homosexual, que 'decide' no sucumbir a sus bajos instintos. No sé si estoy del todo de acuerdo con la tesis, pero desde luego es digna de aplauso por su atrevimiento. 7/10

El miedo al otro es uno de los temas recurrentes del terror y la ciencia ficción: el extraño, el diferente, el zombie, el extraterrestre, el extranjero, y ahora, el inmigrante. Pero hay un terror todavía mayor: el de convertirnos, nosotros mismos, en el otro. Pasar al otro lado. Este capítulo, Point of Origin, funciona como una pesadilla kafkiana que se nutre de terrores tan reales como las terribles imágenes que hemos visto en los telediarios sobre la política (anti)migratoria de la administración de Donald Trump, las de familias de inmigrantes separados cruelmente. Un tema muy de actualidad que se convierte en ciencia ficción cuando una madre de familia de clase media alta -su relación con su empleada doméstica es el reverso oscuro de Roma (2018)- es detenida también por ser una supuesta inmigrante de otra dimensión -llamados 'pilgrims' en clara referencia a aquellos pioneros que han construido los EE.UU- que ha olvidado su origen, un planteamiento muy similar al de Nosotros (2019) del propio Jordan Peele. Muy de su estilo también el uso del helado como elemento siniestro, pero cotidiano. Mencionemos también guiños a Richard Matheson y a la cifra 1050, recurrente esta temporada. Un eficaz ejercicio narrativo muy en la línea de la serie clásica. 7/10

The Blurry Man es un juego de metaficción -originalmente el último de la temporada- sobre la propia serie de The Twilight Zone y sobre esta nueva recuperación de la idea de Rod Serling. Lo que se plantea es, sobre todo, la figura del autor, en este caso un guionista que sufre bloqueo creativo: primero parece tratarse de Seth Rogen, pero enseguida descubrimos -atención spoiler- que se trata del propio actor interpretando un papel en la serie. Jordan Peele se sale de su papel de narrador y se interpreta a sí mismo, descubriendo que la verdadera protagonista es la estupenda Zazie Beetz -Atlanta-. Con una clara inspiración en el capítulo clásico Time Enough at Last, este episodio propone directamente la disyuntiva que parece haber marcado esta temporada: ¿Queremos buenas y aterradoras historia de ciencia ficción escapista o reflexiones sobre nuestra sociedad? Esto que la serie clásica mezclaba muy bien, ha resultado ser el principal talón de Aquiles de The Twilight Zone en 2019, que prefiere, claramente, mandar mensajes y tocar temas sociales y políticos antes que entretener. El episodio se decanta luego por los momentos de terror, encarnados en la inquietante figura de ese 'hombre borroso' que se cuela en todos los planos, que persigue a la protagonista y hasta aparece en las hojas de una libreta. El capítulo acaba hablando de los miedos del creador, del bloqueo creativo y de su responsabilidad social. 8/10

The Blue Scorpion es otro episodio escrito por Glen Morgan y aunque no puedo decir que la historia sea satisfactoria, destaca sobre el resto de entregas de esta primera temporada de The Twiligth Zone al huir del comentario sociológico o político para plantear simplemente un relato, de intriga psicológica. El protagonista, Jeff Storck (Chris O'Dowd) hereda de su padre una pistola que parece tener vida propia. Si el episodio tiene algún mensaje, este es sin duda esquivo. La historia es interesante sobre todo cuando explora la mística de una generación anterior, la del padre de Jeff, un rockero hippie, de una época en la que existían las leyendas, la magia, lo desconocido, o incluso, en el que los objetos tenían mucho más valor y hasta vida propia. El descenso a los infiernos del protagonista -siempre psicológico- que desencadena una ruptura sentimental, parece, sin embargo, alargado. 6/10

El canal SyFy español dejó para el final el que en Estados Unidos fue el primer episodio de The Twiligth Zone de Jordan Peele. Una decisión curiosa porque es seguramente el mejor de todos. The Comedian es el único capítulo que ofrece una verdadera satisfacción al espectador. El único que parece redondo. El episodio se beneficia de una estupenda interpretación del cómico Kumail Nanjiani -La gran enfermedad del amor (2017)-, nominado a un Emmy por esta interpretación. La idea, curiosamente, reincide en la que parece ser la gran duda de los guionistas de esta temporada -aparece también en The Blurry Man- que plantea si una obra de arte debe entretener -en el caso de un cómico, hacer reír- o hacer pensar al espectador -el fallido monólogo sobre el control de armas del protagonista-. Así, la historia tiene un planteamiento original: el monologuista fracasado tiene un encuentro con un humorista famoso (Tracy Morgan), una figura mefistofélica que le ofrece una suerte de pacto. Tendrá risas garantizadas si habla de su propia vida -algo habitual en el stand up comedy- pero a cambio perderá a sus seres queridos, familiares y amigos, que mencione por su nombre sobre el escenario. Obviamente, este diabólico poder acabará tentando al protagonista. Un buen episodio que hace pensar que, si el resto de entregas hubieran estado a la altura de este, habríamos tenido una temporada de The Twilight Zone memorable. 9/10

ANNABELLE

Uno de los terrores más carismáticos de Expediente Warren: The conjuring era la muñeca Annabelle, introducida en el prólogo de la película de James Wan, para reaparecer en el tramo final de aquella. Un rápido spin of confirmó el olfato comercial de los productores -algo habitual en el cine de terror- y la intención de expandir el llamado James Wan-verso. Aquella primera entrega, era, francamente, olvidable -tampoco esperábamos mucho más- y apenas tenía el apunte interesante de inspirarse en los macabros asesinatos de la familia Manson en los años 60. Annabelle: Creation, como su nombre indica, continúa la historia retrocediendo todavía más hacia el pasado, para contar directamente el origen de la muñeca. Aunque, la verdad, la historia no me parece demasiado clara -a pesar de que se esmera por conectar en el epílogo con la película cronológicamente posterior- pero también es cierto que eso es lo de menos.
No era difícil que esta secuela/precuela fuera superior al film que la precede. Lo consigue por la vía conservadora. Creation reitera, de forma lógica, por otro lado, en el terror que James Wan ha cultivado con tanto éxito. Así, estamos ante una película de sustos, en la que la cámara y el espacio juegan un papel importante. El objetivo se mueve alrededor de los personajes, sin que nunca sepamos por dónde va a aparecer el espectro, casi siempre encarnado por un actor de carne y huesos -algo siempre de agradecer antes que los efectos digitales-. 

ANNABELLE VUELVE A CASA -¿ECHAS DE MENOS A JAMES WAN?


James Wan es para mí uno de los directores actuales a seguir, por su inmenso talento detrás de la cámara, su inventiva visual y porque con él la diversión está garantizada. El autor de Saw (2004), Silencio desde el mal (2007) y de la saga de Insidious, ha firmado en el diptíco sobre los Expedientes Warren dos artefactos imprescindibles del género del terror que ofrecen una experiencia inolvidable de sustos en una sala de cine. No se puede decir lo mismo de los derivados surgidos del ‘Warrenverso’. Las películas sobre Annabelle (2014) y La monja (2018), aunque simpáticas y con algunos aciertos, son francamente mediocres. Pero ahora llega esta Annabelle vuelve a casa. La tercera película dedicada a la muñeca poseída -inspirada en un caso real del matrimonio Warren- sorprende por estar a la misma altura que las películas de Wan. El director Gary Dauberman, guionista de las anteriores cintas mencionadas sobre la muñeca y la monja, firma aquí una ópera prima impresionante que le coloca como alumno aventajado de Wan. Hay que alabar la forma en la que Dauberman prepara los sustos en cada secuencia, desesperando al espectador haciéndole esperar hasta el último segundo, sin abusar de los jump scares y prescindiendo muchas veces de la música, utilizando el silencio de forma ejemplar y creando, además, modélicas atmósferas terroríficas. Dauberman tiene varias ideas afortunadas (cuidado spoilers) como la escena del cementerio, las monedas que caen, el juego de luces de la lámpara de colores, la pantalla que proyecta una imagen desincronizada o el apunte 'meta' del exorcismo proyectado en la pared en Super-8. Un derroche de inventiva que mantiene el interés durante todo el metraje. El guión no se queda atrás, proponiendo leyendas, demonios, espíritus y fantasmas nuevos, que amplían la mitología de la franquicia en lo que amenaza con ser una fuente inagotable de spin-offs. Dauberman consigue algo que me parecía imposible: que no eches de menos a James Wan. Ayuda sin duda que aparezcan aquí los titulares de la franquicia, los magníficos y carismáticos Vera Farmiga y Patrick Wilson, en papeles más amplios, lo que aporta la sensación de estar viendo, casi, una tercera parte de The Conjuring. A esto también ayuda la escalofriante música del compositor habitual de Wan, Joseph Bishara. La película está protagonizada por tres competentes chicas: Madison Iseman, Katie Sarife y la estupenda McKenna Grace -Un don excepcional (2017)- como la hija de los Warren. Si os gusta el terror no dejéis de ver esta película por nada del mundo.

STRANGER THINGS 3 -EL AMOR LLEGA A HAWKINS


La primera temporada de Stranger Things fue un éxito tremendo, seguramente exagerado, que llevó a muchos espectadores a llevarse una tremenda decepción con la segunda entrega. Ahora que se estrena la tercera tanda de episodios de la serie de los hermanos Duffer, podemos decir que la primera no era tan buena, la segunda no eran tan mala y esta tercera, mantiene el nivel. La divertida y nostálgica ficción anclada firmemente en los añorados años ochenta mantiene sus virtudes, su simpatía, pero también sus defectos. Esta tercera temporada, sin embargo, creo que aporta algunas pequeñas innovaciones, suficientes para que esto no parezca más de lo mismo. Al menos, no demasiado. El primer cambio es que estamos ante una historia con un tono algo menos terrorífico, sobre todo menos oscuro visualmente, con los mismos elementos de ciencia ficción, pero una carga mayor de comedia -ochentera, claro- y de mucho romance teen con sabor a chicles y piruletas. La fotografía tenebrosa de las dos primeras entregas -recordemos la imagen icónica de los niños hiriendo la penumbra con sus linternas- deja paso a un montón de colores. Los de de la ropa hortera de la época, y sobe todo, los de tres escenarios principales en los que se desarrolla casi toda la acción: una piscina pública, una feria con su atracciones, y sobre todo el típico centro comercial, Starcourt. Eso sí, visualmente, esta temporada es tan chula como una tienda de chuches. En cuanto a la realización, podemos decir que los hermanos Duffer siguen robando planos de Steven Spielberg, pero han pulido todavía más la planificación para que esta resulte todavía más atractiva. 

En cuanto al contenido, no podemos ser tan benevolentes. La sensación es que lo que se cuenta en 8 episodios, se podía haber contado en un largometraje apañado. Los hermanos Duffer y sus guionistas prescinden, una vez más, del desarrollo argumental o de los personajes. Se dedican a fabricar momentos atractivos para que la historia avance, aunque no haya una verdadera conexión entre estos. Lo que obliga a emplear constantemente recursos argumentales como sorpresas, giros y revelaciones para mantener el interés. Otro recurso habitual es el de agregar personajes nuevos -la temporada pasada fueron los hermanos, Billy (Dacre Montgomery) y Max (Sadie Sink), que básicamente no aportaron nada: de hecho, es en esta temporada cuando adquieren -por fin- un papel relevante. Ahora llega también Robin, personaje francamente atractivo, mejor construido que otros de la serie, interpretado por Maya Hawke, joven actriz con un carisma tremendo, nada menos que la hija de Uma Thurman e Ethan Hawke. Robin es probablemente lo mejor de esta tercera temporada, que, por otro lado, parece tener menos ingenio: creo que no hay momentos memorables como la escena de las luces de Navidad en la primera entrega, o los extraños dibujos de Will (Noah Schnapp) que se conectaban entre sí, de la segunda. Aquí, el argumento vuelve a girar -ojo spoiler- en torno a la otra dimensión de 'el otro lado' y el 'azotamentes'. Hay que decir que la mitología de la serie apenas se ha expandido en tres temporadas, aunque se apunten algunos elementos que despiertan el interés, como el tema del doble y de los universos paralelos. En todo caso, la clave argumental, la de emparejar a todos los personajes, me parece un error, que hace repetitivas las dinámicas entre ellos. Todos mantienen una relación sentimental, en diferentes etapas: en los inicios del enamoramiento, en la crisis de una pareja consolidada o en el fracaso absoluto por diferencias de caracteres. Temáticamente la cosa tampoco funciona. No sé si hay una intención real de hablar de política al situar la historia en plena era Reagan, con la presencia de militares soviéticos en suelo estadounidense, y sobre todo con la presencia de ese político corrupto y sin escrúpulos que interpreta Cary Elwes, cuya subtrama no lleva a ningún lado.

Por suerte, el tramo final se centra narrativamente, reúne a los personajes que habían estado desperdigados y, con bastante acción y efectos especiales, resulta bastante entretenido cuando los protagonistas se enfrentan con algún peligro. Lo mejor, como siempre en esta nostálgica serie de Netflix, es recrearse en las referencias -confesas- y guiños varios: se mantiene la inspiración en Stephen King, sobre todo en It, pero apuntemos también El día de los muertos (1985), Regreso al futuro (1985), La Cosa (1982), Amanecer Rojo (1984), El terror llama a su puerta (1986), Terminator (1984), La historia interminable (1984), Xtro (1983), la broma sobre bigotes y camisas hawaianas a costa de la serie Magnum (1980-1988), y las monster movies de los 50.

PAQUITA SALAS -TERCERA TEMPORADA- ¿LA MEJOR COMEDIA ESPAÑOLA?



Paquita Salas comenzó siendo una modesta serie que emulaba felizmente el formato y la comicidad de The Office aplicándolos al famoseo nacional. La torpe representante interpretada por el fantástico Bray Efe era la encargada de hacernos sufrir -y reír- con situaciones de vergüenza ajena que -como Extras- se aprovechaban en gran medida del cameo y la confusión entre ficción y realidad. En el primer episodio de esta esperada tercera temporada, Cadillac Solitario, sin embargo, los front runners, los 'Javis' -Javier Ambrossi Javier Calvo- continúan la tendencia ya presente en la entrega anterior: de la comedia del ridículo pasan a la comedia romántica cinematográfica, aquí con una heroína tan adecuada cómo la actriz Macarena García. De nuevo se confunde la realidad, Macarena sufre por un novio 'rockerillo', y la ficción, según Paquita, Loquillo compuso la canción Cadillac solitario pensando en ella. Los 'Javis' juegan todo el tiempo al borde de lo cursi y lo sensiblero, pero nunca caen en ello, a pesar de canciones y momentos de alta carga emocional. Lo que lo salva todo es que en esta comedia romántica no hay príncipe azul ni galán, ni Hugh Grant, sino la reivindicación de la amistad -femenina- y la reformulación del discurso de los autores sobre los sueños y el éxito. 6/10

El segundo episodio, Edwin, recupera la textura de las primeras temporadas, el falso documental de The Office, y coloca a Paquita en situaciones vergonzosas. La idea absurda de que Lidia San José interprete a un hombre transexual peruano en un cortometraje -dirigido por Julián López- genera situaciones graciosas, pero el humor resulta más cruel cuando presenciamos los intentos de Paquita de volver a una asociación de representantes -entre elloLidia Bosch- que la rechaza por no tener trabajo. Hay que alabar la capacidad del guión para hacer creíble, en unas pocas escenas, que Paquita ha mantenido relaciones durante años con esos otros representantes. Luego, todo lo cómico del cortometraje mencionado choca de una forma brutal con la reivindicación social cuando Paquita se enfrenta a un grupo que defiende al colectivo LGTBI y a una actriz transexual que nunca ha encontrado trabajo. Un apunte maravilloso: colocar a Paquita como una conservadora que vota a Ciudadanos. Pero el final vuelve a rozar lo cursi con el uso de la canción Lágrimas de mármol de Sabina. La intención es buena, pero el resultado algo obvio. 6/10

B-Fashionme hace pensar que uno de los puntos fuertes de los 'Javis’ es su capacidad para mezclar sin prejuicios todas las “Españas”. Aquí están representados la prensa rosa de Sálvame con Terelu Campos, sorprendentemente más creíble en este papel de jefa de un show room que cuando es ella misma; aparece también el nuevo y talentoso cine español (y la tele) encarnado en Úrsula Corberó; y por último la vieja guardia televisiva, el legado de las series actuales, que es Emilio Aragón. Todo esto en un episodio en el que no sale Paquita, protagonizado por Mapi: Belén Cuesta hace comedia sin esforzarse, en una trama de errores poco original, y Anna Castillo, actriz muy veraz, se enfrenta como Belén de Lucas a una prueba teatral. Aquí el guión se muestra perezoso y nos entrega una trama sobre lo importante que es ser uno mismo. Úrsula Corberó sirve como vehículo del tema que más le gusta a los 'Javis', el de la guapa heroína romántica insatisfecha con la fama y el éxito, que busca recuperar su alma en un mundo superficial. Esto, ilustrado con la canción de moda, no deja de ser el camino fácil. Pero funciona. 7/10

Viral recupera a una auténtico monstruo de la comedia, Yolanda Ramos, que acapara todo el protagonismo del episodio con su personaje de Noemí Argüelles -quizás el mejor de la serie y que seguramente merece un spin-off-. Esta esteticista oportunista estafadora aparece ahora metida a community manager -tocaba hacer burla de la tontería de las redes sociales, los followers y los influencers-. No me puedo creer que lo que dice Yolanda Ramos, en un flujo constante de verborrea divertidísima, esté escrito en un papel. El capítulo es bastante gracioso: crea un escándalo sexual en Internet con Belinda Washington haciéndose 'un dedo' y tiene, por supuesto, su moraleja, que se podría resumir en la dignidad de los perdedores -pero honestos-. Y le dan un bofetón a Terelu. 8/10

Bailes regionales puede ser el mejor episodio de Paquita SalasUn nuevo regreso al pueblo de la protagonista, Navarrete, con motivo de la muerte de su madre. El tema es manido, sí, pero sirve estupendamente para 'desnudar' a Paquita, que tiene aquí su gran momento -impresionante Brays Efe, fantástica Gracia Olayo como Charo- en una escena de altísimo voltaje emocional muy bien resuelta. Planea sobre esto la sombra de Almodóvar, en ese retrato de la relación con la madre, y de la vida complicada en un pueblo pequeño si eres diferente -gordita, homosexual, síndrome de down o trans- y sobre todo en la reivindicación de la solidaridad femenina -el momento en el que echan de casa a los hombres-. La trama recupera la historia de Clara Valle, actriz que se inventó una carrera exitosa en Hollywood para encontrar trabajo y se hundió tras ser desenmascarada. El episodio se permite criticar la voracidad de los medios, reivindica el derecho a equivocarse sin ser juzgados y tiene momentos de comedia gamberra, como el esperpéntico velatorio o la guarra descripción que hace Paquita de sus encuentros sexuales con el marido de Charo. 10/10

Hasta Navarrete II comienza coel videoclip Cinco deditos de Belinda Washington -a lo Leticia Sabater- y sigucon un triple juego de ficción dentro de la ficción, que es simplemente digno de elogio. El personaje de Anna Castillo, Belén de Lucas, decide hacer una película sobre la historia de Clara Valle. Esto da pie a todo tipo de bromas -siempre recuerdo la cuarta temporada de Seinfeld- como el casting de los actores que interpretan a los personajes de la serie. No revelaré la elección para hacer de Paquita, pero es magistral. Pero la decisión que eleva este capítulo a otra categoría, es la de hacer que Anna Allen, cuya historia real inspira el personaje de Clara, interprete su papel en la película dentro de la serie. Esto le da la oportunidad a Allen de lucirse en un monólogo que demuestra que, más allá del escándalo y la tontería mediática, es una estupenda actriz que merece todas las oportunidades del mundo. Como cualquiera. Un gesto por parte de los 'Javis' que da pistas sobre su talento y su futuro papel en la ficción nacional, como creadores a tener en cuenta, sin prejuicios, reivindicativos y con la capacidad de resucitar carreras o dar valor a los mal llamados frikis. 9/10

YESTERDAY -SHE LOVES YOU


¿Qué puede sentir alguien que escucha por primera vez Yesterday, In My Life o The Long and Winding Road? Tengo 44 años y por tanto nací en una época en la que The Beatles se daban por sentado. En la que son tan parte del mundo como el canto de un pájaro. El cartel de la película Yesterday sitúa su premisa en un lugar en el que “todo el mundo se ha olvidado de los Beatles”. Un concepto irresistible: el cantante fracasado, Jack Malik (Himesh Patel), tras un accidente digno de Un Yanqui en la corte del Rey Arturo, es el único que recuerda a la banda y decide aprovecharse presentando su repertorio de éxitos inmortales como propio. Esto da pie a todo tipo de ideas ingeniosas sobre cómo funciona este mundo divergente. La pregunta que me hago es ¿Vivimos realmente en se mundo? ¿Desconocen las nuevas generaciones las canciones de aquellos cuatro tíos de Liverpool? ¿Están escuchando los espectadores más jóvenes de esta película estos temas por primera vez, como lo hace Ellie (Lily James) con mirada conmovida y enamorada? Ahí está la magia de esta cinta dirigida por Danny Boyle, pero sobre todo escrita por Richard Curtis -autor de Cuestión de tiempo (2013), y que aparece en el documental de Ron Howard, The Beatles: Eight Days a Week (2016)-. Estamos ante un genio de las comedias románticas -Love Actually (2003) también es de él, como ya sabréis- que se vale de la estructura canónica del 'chico pierde chica' para reflexionar sobre el poder de la música en los tiempos que corren ¿Seríamos hoy capaces de reconocer el genio de los Beatles? ¿O de Mozart? -atención al estupendo  Ed Sheeran que sirve para hablar de ello- ¿O nuestra propia mediocridad nos impediría escuchar Let It Be de una sola sentada? Curtis plantea que vivimos en un mundo lleno de distracciones -redes sociales, teléfonos que suenan, pero también sueños absurdos de éxito y materialismo- que nos separan de lo verdaderamente importante -vivir, ser felices, reconocer la belleza en el arte y por supuesto, amar-. Ya hemos visto dos películas apoyadas descaradamente en el repertorio de artistas famosos como Queen y Elton John. Aquí las canciones son mucho mejores y demuestran su belleza esencial cuando comprobamos que funcionan de maravilla en las pequeñas versiones que escuchamos en la película, 'mal' cantadas por una sola persona con una guitarra como único instrumento -también hay una rabiosa y estupenda versión punk de Help! que funciona muy bien narrativamente-. Sobre todo, Yesterday no nos somete a un biopic obligado a escandalizar, humanizar, o edulcorar la vida de un artista. Estamos obviamente ante una película de amor a los Beatles. Buscad la referencia a Helter Skelter y qué papel interpreta Robert Caryle, viejo conocido de Boyle. Pero también es una película romántica: un consejo, si vais a verla, permitíos algo de romanticismo, al fin y al cabo, gran parte del repertorio de John, Paul, George y Ringo va de eso: All You Need is Love. Y otra cosa, Yesterday también es una feel good movie. Permitíos también eso. Sentirse bien no tiene nada de malo.