Mario Casas se somete a una impresionante transformación física para meterse en el que debe ser su papel más extremo en El practicante. Disponible en Netflix, la película de Carles Torras es un sólido thriller cuya mayor virtud es incomodar al espectador incluso antes de que la trama se desvele. Casas interpreta a Ángel -un nombre intencionadamente paradójico-, un paramédico que se dedica a salvar vidas, pero que oculta una turbia personalidad. Esto es visible en la relación con su pareja, Vane (Déborah François), que revela a Ángel como un sujeto controlador, celoso y hostil. El perfecto machista. El practicante retrata a Ángel como un individuo potencialmente peligroso, pero al plantear la historia desde su punto de vista, se nos obliga a compartir su forma de ver a los que le rodean: ese vecino entrometido cuyo perro no para de ladrar, ese compañero de ambulancia (Guillermo Pfening) que habla de más, esa señora en el autobús que le estampa una barra de pan en el rostro. En la línea de Taxi Driver (1976) o su reciente derivación, Joker (2019) -por poner solo un par de ejemplos-, esta película nos coloca en la incómoda piel de un sujeto con rasgos psicópatas. Hay en ella también algo de Scorsese: imposible no pensar en Al límite (1999) al ver al protagonista a bordo de una ambulancia llegando a la escena de un terrible accidente. Este tipo de historias permiten el lucimiento de su actor protagonista y hay que decir que Mario Casas está completamente entregado a la causa, eclipsando al resto del reparto. Torras demuestra buen pulso narrativo, su película entretiene y sobresalta, pero le falta quizás tensión en su clímax y una mirada más sucia para retratar las oscuridades del alma humana.
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