La segunda película de la británica Rose Glass es un ejercicio de estilo con alma, titulado Sangre en los labios (2024). Un neo-thriller de estética ochentena que podría haber firmado Nicolas Winding-Rfn; iluminado con neones de haces refractados por el humo de los cigarrillos. Glass hace cine de género evitando todo lo posible el realismo -la fotografía de Ben Fordesman y la música de Clint Mansell imprimen un tono alucinado- pero evitando que el argumento sea demasiado predecible sirviéndose de imágenes lisérgicas, insertos misteriosos, lyncheanos, casi subliminales, que nos dicen que estamos ante una autora cinematográfica en busca de su propia -e interesante- voz. Glass nos introduce en un universo de fetiches por el músculo ciclado, las armas, los cigarrillos y la comida rápida, como haciendo un retrato estereotipado -y crítico- de la cultura -consumista- estadounidense- fundada sobre el pecado original de la violencia y con fantasmas enterrados en un barranco sin fondo. Sangre en los labios es un caramelo para la vista -y los oídos- y con eso sería suficiente. Pero el gran atractivo de la función es la pareja protagonista, la química que hay entre la estupenda Kristen Stewart y una Katy O’Brien que es pura dinamita. Dos protagonistas para el recuerdo enfrentadas a tipos despreciables interpretados por Dave Franco y sobre todo un Ed Harris aterrador, incluso con esa melena tan loca. Como trasfondo, temas de actualidad como la violencia machista -Jena Malone está irreconocible y fantástica- y el bullying, en una revenge movie con vocación de película de culto. Mola.
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