Tras la provocadora Crudo (2016) y la inclasificable Titane (2021), la directora francesa Julia Ducournau dirige Alpha (2025) una hermosa historia que utiliza el cine fantástico para hablar de un intenso drama familiar. Una niña, Alpha (Mélissa Boros), despierta en mitad de una fiesta en la que le han hecho un rudimentario tatuaje, lo que lleva a su madre (Golshifteh Farahani) a sospechar que se puede haber contagiado de un extraño virus. La aparición de su hermano Amin (Tahar Rahim), el tío de la pequeña, complicará todavía más las cosas. Y eso es prácticamente todo. Con este sencillo hilo argumental, Ducournau explora la vida de sus personajes. Alpha es el coming of age de una adolescente que se abre a las primeras relaciones sentimentales y sexuales, que busca su propia identidad coqueteando con el alcohol, las drogas y los cigarrillos, que acaba sufriendo acoso escolar y discriminación. La película imagina una enfermedad epidémica surrealista en las que los enfermos se van petrificando, pero que se contagia y provoca los mismos prejuicios y miedos que el SIDA. Ducournau aborda también otra plaga, la de la adicción a las drogas, a través del personaje de Amin, un esforzado Rahim que prácticamente hace body horror con su propio cuerpo, en una interpretación impresionante y muy emotiva. Ducournau explora las relaciones filiales, el amor y la lealtad entre hermanos, el papel de cuidadoras -no solo de sus hijos- de la madre -no por casualidad, médica de profesión- y las herencias familiares de los migrantes con sus tradiciones, sus mitos y su naturaleza de sociedad dentro de la sociedad. Pero sobre todo, Ducornau fabrica imágenes preciosas: el rotulador que traza una línea entre las cicatrices en las venas de Amin; la aguja que se hunde en la piel de Alpha para dibujar un tatuaje que la dejará marcada en más de un sentido; los vientos huracanados que azotan a los protagonistas cada vez que intentan abandonar la seguridad del hogar; la terrorífica imagen de cómo se desmoronan los aquejados por la fantástica enfermedad, perfecta y hermosa metáfora de la decadencia física y la muerte. Sin perder su voz y sus señas como autora, Ducournau firma una tercera película diferente pero coherente, en la que su cine extraño y onírico gana enteros gracias a la humanidad de sus personajes y a una aproximación más emotiva y cálida hacia lo que cuenta, dejando de lado algunos rasgos de sus obras anteriores, como la frialdad, la voluntad de chocar al espectador, y limando una ambición artística desmedida en favor de la honestidad.
ALPHA -FAMILIA
Tras la provocadora Crudo (2016) y la inclasificable Titane (2021), la directora francesa Julia Ducournau dirige Alpha (2025) una hermosa historia que utiliza el cine fantástico para hablar de un intenso drama familiar. Una niña, Alpha (Mélissa Boros), despierta en mitad de una fiesta en la que le han hecho un rudimentario tatuaje, lo que lleva a su madre (Golshifteh Farahani) a sospechar que se puede haber contagiado de un extraño virus. La aparición de su hermano Amin (Tahar Rahim), el tío de la pequeña, complicará todavía más las cosas. Y eso es prácticamente todo. Con este sencillo hilo argumental, Ducournau explora la vida de sus personajes. Alpha es el coming of age de una adolescente que se abre a las primeras relaciones sentimentales y sexuales, que busca su propia identidad coqueteando con el alcohol, las drogas y los cigarrillos, que acaba sufriendo acoso escolar y discriminación. La película imagina una enfermedad epidémica surrealista en las que los enfermos se van petrificando, pero que se contagia y provoca los mismos prejuicios y miedos que el SIDA. Ducournau aborda también otra plaga, la de la adicción a las drogas, a través del personaje de Amin, un esforzado Rahim que prácticamente hace body horror con su propio cuerpo, en una interpretación impresionante y muy emotiva. Ducournau explora las relaciones filiales, el amor y la lealtad entre hermanos, el papel de cuidadoras -no solo de sus hijos- de la madre -no por casualidad, médica de profesión- y las herencias familiares de los migrantes con sus tradiciones, sus mitos y su naturaleza de sociedad dentro de la sociedad. Pero sobre todo, Ducornau fabrica imágenes preciosas: el rotulador que traza una línea entre las cicatrices en las venas de Amin; la aguja que se hunde en la piel de Alpha para dibujar un tatuaje que la dejará marcada en más de un sentido; los vientos huracanados que azotan a los protagonistas cada vez que intentan abandonar la seguridad del hogar; la terrorífica imagen de cómo se desmoronan los aquejados por la fantástica enfermedad, perfecta y hermosa metáfora de la decadencia física y la muerte. Sin perder su voz y sus señas como autora, Ducournau firma una tercera película diferente pero coherente, en la que su cine extraño y onírico gana enteros gracias a la humanidad de sus personajes y a una aproximación más emotiva y cálida hacia lo que cuenta, dejando de lado algunos rasgos de sus obras anteriores, como la frialdad, la voluntad de chocar al espectador, y limando una ambición artística desmedida en favor de la honestidad.
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