SILENCIO -VAMPIRAS LESBOS


En una intersección desconocida hasta ahora entre el cine de Pedro Almodóvar y las películas de vampiros de la Hammer se encuentra la miniserie Silencio (2025) de Eduardo Casanova, uno de los autores más personales del audiovisual español. Las protagonistas son unas vampiras -y hermanas- interpretadas por Ana Polvorosa, Mariola Fuentes, Carolina Rubio, Lucía Díez o Leticia Dolera, a las que veremos en diferentes momentos históricos: en una Edad Media asolada por la peste negra y en los años 80 de la epidemia del SIDA. No es, desde luego, la primera vez que el vampirismo sirve como metáfora de un tema social o político: Silencio es diáfana cuando establece relaciones entre los no-muertos y colectivos marginados como el LGTBIQ+, los enfermos de SIDA o incluso los artistas y bohemios del underground. El talento de Casanova, me parece a mí, reside en su capacidad para mostrarnos todo esto de una forma tan sencilla como visualmente impactante. El look de esta miniserie, su estética, es personal y distintiva: Casanova tiene ya un estilo reconocible con el que consigue que un presupuesto mínimo luzca como una superproducción. El diseño está cuidado al máximo: el vestuario, los decorados y sobre todo, los fantásticos maquillajes, entre el clásico vampiro de Nosferatu (1922) y la imaginación desatada del Drácula, de Bram Stoker (1992) que firmó Coppola. Maquillajes, además, que confirman la querencia de Casanova por el látex, no solo como recurso estético, sino como máscara para la galería de personajes marginados, discriminados e inadaptados que pueblan su filmografía, desde Pieles (2017) hasta Al margen (2024). Silencio tiene una trama muy sencilla que se desarrolla a través de conflictos entre personajes, que se repiten cíclicamente a través de la historia, utilizando sorprendentes diálogos coloquiales y costumbristas que aportan humor, pero que el director sabe también romper para llevar a sus actrices hasta la máxima intensidad dramática, de aliento casi teatral, como canalizando al inmenso Bergman de Gritos y susurros (1972). En el tercer capítulo, Casanova nos muestra una intensa relación entre los personajes de Lucía Díez y una estupenda María León, que nos habla de temas como el amor, el sexo, la angustia existencial, la salud mental, las adicciones y las inclinaciones artísticas, todo muy bien contado e interpretado con un solo defecto: su escasa duración. Los tres episodios de Silencio suman apenas 70 minutos en total y aunque nos quedamos con ganas de más, hay que decir que series mucho más largas cuentan mucho menos. Eduardo Casanova es único en su forma de sustituir lo narrativo por la pura imagen, creando escenas que prácticamente son instalaciones artísticas y atreviéndose con todo y sin miedo a caer en el ridículo, con un sano espíritu de provocación a lo John Waters. Muchas veces se critica que un creador sea pretencioso, pero la ambición artística -incluso fallida- nunca debería ser un defecto.

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