LA QUIMERA -EL HILO INVISIBLE

 

Una de las imágenes más hermosas de la filmografía de Federico Fellini está en Roma (1971), cuando se nos muestran las obras del metro bajo la ciudad eterna y se descubre una antigua casa romana, con frescos en sus paredes, que, al romperse los muros que los resguardaban y entrar en contacto con el aire exterior, se borran como un recuerdo difuminado. La directora Alice Rohrwacher dedica una cinta entera a esta idea en la bellísima La quimera (2024), un prodigio de hallazgos visuales que es un puro deleite para los ojos -gracias también a la compañera habitual de Rohrwacher en la fotografía, Hélène Louvart-. Esta obra también transmite esa nostálgica sensación de que el presente sepulta al pasado -un concepto ya presente en El país de las maravillas (2014)- y de hecho contiene un claro guiño, también hermoso, a la escena que he mencionado al principio. El protagonista, el británico Josh O´Connor, es Arthur, un hombre extraviado, cuya problemática iremos conociendo según se va desarrollando la película: se trata de un saqueador de tumbas que se gana la vida vendiendo objetos que, como diría Indiana Jones, pertenecen a un museo. Las películas de Rohrwacher están ancladas en el realismo, lo que no impide que su historias tengan fugas de fantasía, momentos mágicos y de poesía que hacen pensar, de nuevo, en Fellini. Así, Arthur no es precisamente un arqueólogo, sino un ser especial, capaz de descubrir la localización de las viejas tumbas etruscas gracias a un hilo que le conecta con el mundo de los muertos -una idea expresada visualmente, de nuevo, de una forma preciosa, por la cámara de Rohrwacher-. Como todas las películas de la directora italiana, sus personajes, algo peculiares, se mueven en escenarios en ruinas, en los márgenes de la modernidad. Viven en casas casi en ruinas, recogiendo objetos desechados, olvidados, dejados atrás por el futuro. O´Coonor es un Orfeo que no puede olvidar a Eurídice y que vive en un patriarcado, en un sistema -capitalista- que ha decidido que el pasado solo tiene valor si se puede sacar dinero con él -y ahí está el personaje que interpreta Isabella Rosellini, para mostrar otra cara, más familiar, de la misma idea, sobre el presente que depreda el pasado sin ningún remordimiento-. Y como todas las películas de Rohrwacher, su historia se escurre ante nuestros ojos, apuntando en mil direcciones, llevándonos de la mano sin saber a dónde vamos hasta que, poco a poco, vamos asimilando las intenciones de su autora. Mientras tanto, imágenes subyugantes, sorprendentes, mucho humor, canciones, y una carga humanista que hace de esta directora una imprescindible del cine actual.

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