Loch Henry es un absorbente episodio sobre una pareja de jóvenes estudiantes de cine que pasan una noche en el pueblo de uno de ellos, en casa de su madre, de camino a realizar un documental de corte ecologista. El pueblo está casi completamente vacío y sorprendentemente ignorado por los turistas, una situación que se explica al desvelarse unos terribles asesinatos ocurridos hace décadas. Esto da pie a Charlie Brooker a utilizar registros del cine de terror y concretamente del found footage -se menciona explícitamente El proyecto de la bruja de Blair (1999)-, además de introducir la temática de los asesinos en serie y, sobre todo, del true crime. Y es que Loch Henry es, en realidad, una reflexión sobre el espectador y su relación con la realidad y la ficción. Y como en Joan is Awful, Brooker se atreve a reflexionar sobre ese espectador que ya no va al cine, ya no ve la televisión, pero consume 'contenidos' de Netflix y ha perdido contacto con la realidad. Todo le parece una ficción. La generación anterior, la del VHS, no se salva: debajo de las grabaciones de una pulcra serie policiaca se esconde el horror de una película snuff. Brooker cierra el capítulo señalando la hipocresía de la industria audiovisual, nada menos que en la ceremonia de los Bafta.
Beyond the Sea parte de una idea poderosa: en un 1969 alternativo, los astronautas que realicen largos viajes estelares contarán con réplicas robóticas que les permitirán seguir estando presentes en la Tierra y junto a sus familias. El argumento plantea como protagonistas a una pareja de pilotos -un estupendo Aaron Paul y Josh Harnett- que viajan por el espacio mientras sus réplicas viven una existencia idílica con sus familias. Pero Charlie Brooker introduce entonces una referencia a otro suceso histórico ocurrido en 1969: el asesinato de Sharon Tate por parte de la 'familia' de Charles Manson. Esto provoca una situación interesante que lleva a que los dos astronautas, de personalidades muy diferentes, acaben habitando la misma réplica y relacionándose con la mujer de uno de ellos (Kate Mara). Brooker explora, de una forma muy original, el tema del doble y del lado oscuro de cualquier ser humano, una idea presente en todos los episodios. En esta temporada de Black Mirror, Brooker ha decidido cambiar el foco argumental de la tecnología a la naturaleza humana. En este episodio, el conflicto no está en las réplicas de los astronautas -que solo son malignas para un grupo de hippies alucinados- sino en el lado violento de los dos hombres que protagonizan el relato. Es interesante pensar que este capítulo recuerda vivamente a un clásico de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (1968), influencia obvia y lógica en todo relato sobre el viaje espacial. Pero ¿Qué elemento de la obra maestra de Stanley Kubrick ha sido eliminado por Brooker? La Inteligencia Artificial. Aquí no hace falta un demente HAL 9000 para desencadenar la tragedia. La raza humana se basta por sí sola.
Mazey Day es el episodio más sorprendente de Black Mirror, proponiéndose como un salto de la ciencia ficción distópica habitual de la serie, a otro subgénero del fantástico que no desvelaré para evitar el temido spoiler. Quizás por ello, el guión de Brooker nos lleva al pasado reciente, cuando todavía las redes sociales y los smartphones no dominaban nuestras vidas. La historia nos presenta a dos mujeres en lugares opuestos del mundo del espectáculo: una paparazzi, Bo (Zazie Beetz), que persigue a los famosos para ganar dinero desvelando sus secretos; y Mazey Day (Clara Rugaard), una estrella de cine que se ve envuelta en un oscuro incidente que no quiere hacer público y que la convierte en el objetivo de la prensa del corazón más despiadada. Brooker explora de nuevo temas sociológicos como el derecho a la intimidad y a la 'información', la hipocresía y el morbo con el que funcionan los tabloides, las webs de cotilleos y la televisión, y cómo todo se justifica por una mentalidad de mercado. Vender tu alma para dar el pelotazo. El episodio es eficaz, muy breve, y su final es absolutamente sorprendente. Para mí es un sí.
Todo lo visto en los episodios anteriores de la sexta temporada de Black Mirror, cristaliza en Demon 79, una comedia de terror de corte moral, en la que una dependienta de una zapatería, Nida (Anjana Vasan), encuentra un pequeño amuleto con el que convoca accidentalmente a un demonio que la pone a prueba: debe asesinar a tres personas para evitar el apocalipsis. Charlie Brooker se introduce así en el género de terror fantástico, bajo el título de Red Mirror, aunque no se puede decir que sus intenciones temáticas cambien demasiado. Una vez más, descubriremos que la protagonista y todos los que la rodean, esconden un lado oculto y son capaces de perpetrar los peores crímenes -asesinatos, abusos sexuales, desencadenar guerras-. Pero el verosímil para descubrir las sombras de la naturaleza humana ya no es una nueva tecnología, sino un elemento mágico, en este caso, un amuleto o la capacidad de un demonio (Paapa Essiedu) para conocer toda la historia -e incluso el futuro- de los que lo rodean. Brooker adereza su argumento, como siempre, con elementos de crítica social, y nos habla de racismo y machismo situando la historia justo en el comienzo del período de Margaret Thatcher como Primer Ministro, y con la Guerra Fría y el pánico nuclear como trasfondo. Un episodio bastante redondo que, por su duración, es prácticamente una película en sí misma.
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