Las chicas están bien es el sorprendente primer trabajo como directora de la actriz Itsaso Arana, un ensayo cinematográfico -como se anuncia al principio de la cinta- en el que un grupo de actrices, Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro, interpretándose -más o menos- a ellas mismas, se reúne para ensayar una obra de teatro en una casa en el campo. Con esta excusa asistiremos, ni más ni menos, a cómo se desarrollan las relaciones entre estas cinco mujeres -a las que hay que añadir a Mercedes Unzeta -estupenda- y a la niña Julia León -qué voz más graciosa-, quienes completan el cuadro generacional femenino-, cada una en un momento existencial diferente. Entre todas hablan de la maternidad, de la muerte y sobre todo del amor, de los cuentos de sapos y princesas, que quedan, más o menos, desmentidos. La película es fresca en su espontaneidad, agradable y despreocupada como el verano. Se esfuerza en borrar las fronteras entre la ficción y el documental -para dar la impresión de naturalidad- y recuerda a los experimentos formales más divertidos de la Nouvelle Vague de Rohmer y Godard -Jonás Trueba aparece como productor-. También se hablar de ficción y de realidad, de cine y sobre todo de teatro, de la profesión de actriz, dejando que los textos de la obra que ensayan los personajes acerquen la película a los temas más profundos. Pero los momentos más emotivos de Las chicas están bien parecen confesiones espontáneas, y ese es el gran logro de la película. A mí me parece una propuesta irresistible que, espero, tenga una continuidad. Que se convierta en el principio de una búsqueda que me parece necesaria en el cine español -y mundial-.
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