EL MONSTRUO MARINO -EN DEFENSA DE LOS MONSTRUOS


Recuerdo cuando en el cine existían los monstruos. Desde #KingKong a #MobyDick, pasando por #Godzilla y el bestiario galáctico de #StarWars, la pantalla estaba llena de criaturas aterradoras. Incluso cuando #StevenSpielberg decidió que los dinosaurios de #ParqueJurásico (1993) eran animales y no monstruos, estos seguían dando miedo. Hago esta reflexión a propósito de la estupenda -estuvo nominada al Óscar- El monstruo marino, cuyo nombre en castellano invita al error. Mucho más ajustado es el original, #TheSeaBeast. Dirigida por Chris Williams, la película tiene un inicio prometedor: un barco de cazadores de monstruos le sigue la pista a una legendaria criatura. La referencia clara es Moby Dick de Melville -y por extensión Tiburón (1975)-; pero se fija también en películas de piratas para el retrato de la tripulación y recuerda al kaiju eiga en su catálogo de criaturas colosales como Godzilla y compañía. Hay elementos que parecen inspirados en las cintas dirigidas por Jun Fukuda -Los monstruos del mar (1966) y El hijo de Godzilla (1967)- o, más bien, en el Julio Verne de La isla misteriosa y en su adaptación de 1961, con ese cangrejo gigante animado por Ray Harryhausen, autor para el que también hay otro guiño: la morsa gigante de Simbad y el ojo del tigre (1977). Con este cóctel es imposible que la película no resulte simpática. Lamentablemente, la mayor influencia es la reciente trilogía de Cómo entrenar a tu dragón (2010) de la que El monstruo marino copia la idea central sin pudor. Atención porque viene spoiler: convertir al monstruo en una bestia pacífica resulta decepcionante. Es el signo de los tiempos: los niños de hoy no pueden ver cómo destruyen a la criatura ya que eso, supongo, transmite un mensaje contrario al animalismo al que deberíamos aspirar. Pero no puedo dejar de pensar que, en un clásico como King Kong (1933), era mucho más efectivo ver cómo sucumbía la bestia -que no representaba al reino animal, sino a la naturaleza bestial del ser humano- ya que de niños entendíamos perfectamente que fuera aniquilado dentro del contexto de la película. Lo que no impedía que sintiéramos pena por el simio gigante. Pena ante su captura, su cautiverio, y su explotación como espectáculo. Pena y vergüenza por el comportamiento de la raza humana.

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