LA MANIOBRA DE LA TORTUGA -ESCONDER LA CABEZA


El director de Techo y comida (2015), Juan Miguel del Castillo, estrena su segunda película en cines adaptando para la pantalla La maniobra de la tortuga, novela de Benito Olmo. En ella encontramos un robusto thriller policíaco, seco y violento, protagonizado por Manuel Bianquetti, el clásico detective expeditivo, incómodo para sus superiores, abandonado al alcohol por un trauma del pasado. Como mandan los cánones, un nuevo caso policial, la aparición de una joven asesinada, devolverá al protagonista la sed de justicia y resucitará los fantasmas de su pasado. Nada que no hayamos visto ya. Pero dentro de lo manido del relato, Juan Miguel del Castillo demuestra brío en la narración de las escenas de violencia, las persecuciones, y en los estimulantes momentos en los que Bianquetti se enfrenta a todos con pocas posibilidades de salir victorioso. Lo que hace diferente a esta película es su escenario, una oscura y sórdida ciudad de Cádiz, de prostíbulos y trapicheos. La trama se mueve por los bajos fondos porque su mensaje tiene que ver con las desigualdades y los desfavorecidos, los inmigrantes, los que no tienen quién les defienda. Interpreta a Bianquetti Fred Tatien, actor de poderosa presencia física, cuya gran presencia nos permite hacer la vista gorda para no tener que preguntarnos qué hace un policía francés en Cádiz. El guión propone, además, una trama secundaria y paralela, la de una mujer acosada por su expareja, interpretada por una estupenda Natalia de Molina. El problema es que esta historia de apoyo nunca acaba de unirse realmente a la trama principal y, aunque tiene interés, puede llegar a estorbar. Su inclusión es temática, porque La maniobra de la tortuga habla de la imposibilidad de la justicia, de una violencia sistémica que se ceba con los débiles -los inmigrantes, las mujeres- contra la que no se puede luchar sin poner en riesgo la propia vida. Lamentablemente, el guión busca que nos olvidemos de la historia de Natalia de Molina para luego intentar sorprendernos en una jugada que puede pillar descolocado al espectador. A pesar de estos posibles defectos, y de algunos diálogos y personajes secundarios que no parecen suficientemente trabajados, hay que resaltar la labor expresiva de Juan Miguel del Castillo: cómo la cámara se eleva para revelar un pie que sobresale de un contenedor de basura; el estremecedor significado de un mensaje de voz en el que solo se escuchan los sonidos de la calle; cómo las luces azules que se reflejan en el rostro de un personaje nos revelan que está a punto de ser detenido.

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