Probablemente ya sabéis, o sospecháis, que hay dos tipos de personas. Los mediocres y los especiales. El que escribe este blog y probablemente los que lo leéis, pertenecemos al primer grupo. Todos nos creemos especiales, pero hay que ser realistas: para serlo verdaderamente hay que tener talento, hay que currárselo mucho y hay que estar un poco loco. No sé vosotros, pero yo solo cumplo una de esas condiciones. Whiplash habla de esto.
-AVISO SPOILES-
Andrew (Miles Teller) cree que es bueno en la batería. Cree que es el mejor. O al menos que puede llegar a serlo. El problema de Andrew es que para ser el mejor no basta con creértelo. Necesitas que alguien te diga que lo eres. Algunos se pasan la vida esperando esas palabras de otra persona: de sus padres, de su pareja, de sus seguidores en Twitter. Andrew ha elegido -no sé si para bien o para mal- a uno tan loco como él, Fletcher (un odioso J.K. Simmons) para decidir si vale o no vale para tocar la batería. A Andrew le da igual lo que piense su padre (Paul Reiser) y pasa olímpicamente de la que podría ser su novia (Melissa Benoit). Andrew necesita la aprobación de un tío igual de cabrón que el sargento Hartman (R. Lee Ermey) de La Chaqueta Metálica (Stanley Kubrick, 1987). Hasta aquí, el argumento de Whiplash no parece demasiado original. Hemos visto un montón de películas en las que un maestro estricto que se enfrenta a su mejor alumno. Aunque ahora no me venga a la mente ningún ejemplo. Whiplash plantea la cuestión de hasta dónde tenemos que llegar para ser verdaderamente buenos, y si eso vale la pena. Yo creo que sí. Pero donde esta película triunfa realmente es en su forma de plasmar en la pantalla la sensación de tocar una batería -muy bien- y sufrir haciéndolo. Creo que Whiplash es un portento de planificación, de tensión y de ritmo en esas escenas. Me ha sorprendido descubrir que Damien Chazelle es el guionista de Grand Piano (2013), película que no me gustó y que siempre pensé que se salvaba mínimamente gracias a la dirección de Eugenio Mira. Por eso mismo, creo que Whiplash debería ganar un Oscar al mejor montaje. Y eso que para mí, un Oscar, no vale nada. La secuencia final es un auténtico subidón de adrenalina -si fuera pretencioso escribiría tour de force- y si no aplaudís cuando acaba es que sois unos pusilánimes. O que tenéis una edad cinéfila equivalente a la de una señora mayor. Eso sin querer ofender a las señoras mayores, claro.
Esto es Whiplash. La recomiendo. Pero también puede haber una interpretación completamente equivocada de esta película. Quizás es una metáfora muy retorcida de una relación heterosexual. Quizás Andrew representa a todos los tíos y Fletcher a las mujeres. Él se esfuerza, suda, sangra para satisfacer a una tía que le hace sentir como un inútil. Que le hace llorar porque siempre tiene la razón. El principal problema de Andrew es que no sabe lo que le pide Fletcher. Intenta tocar la batería más fuerte, en el punto exacto, más rápido... pero nada funciona. Fletcher nunca está satisfecho. Porque Andrew no pilla su "tempo". Al final la cosa acaba en desastre y hasta en un enfrentamiento físico. Todo se va a la mierda. Ambos rompen. Pero Andrew no consigue sacarse de la cabeza a Fletcher. Quiere demostrarle a su ex que sí sabía tocar la batería. Por eso, el final de Whiplash no es otra cosa que conseguir, por fin, que tu pareja alcance el orgasmo. Pero no me hagáis caso. Ya he dicho antes que estoy loco.
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