GOD HELP THE GIRL (STUART MURDOCH, 2014)


Canciones muy bonitas. Chicas guapas vestidas "del rollo". Una fotografía cálida. Y posiblemente la voluntad de dar envidia: nuestras vidas no son así. Al menos, no la mía. Obviamente la película escrita y dirigida por Stuart Murdoch -líder del grupo Belle & Sebastian- juega a eso: a idealizar. Los protagonistas de esta historia son muy jóvenes, muy modernos -¿hipsters?- y aunque no tienen buenos trabajos, ni dinero, viven una vida estupenda sin responsabilidades. Tienen problemas, miedos y complejos, pero los justos para añadirle un punto de melancolía a las perfectas canciones pop que componen la banda sonora. No busquéis nada más, porque lo más importante en God Help the Girl es eso: la música y la estética.


Eve -una Emily Browning que poco tiene que ver aquí con la Babydoll de Sucker Punch (Zack Snyder, 2011)- es una chica sensible -y un auténtico bomboncito- con un trastorno alimenticio. Su sueño es ser cantante, pero su psicóloga le enseña una pirámide -la de Maslow- en la que en la base están las necesidades más elementales -las fisiológicas- y encima las de seguridad, afiliación y reconocimiento. En la cúspide están las necesidades de autorrealización a las que pocos acceden: la moralidad, la falta de prejuicios y el arte. La lección de esta psicóloga es que no se puede llegar a la cima de la pirámide sin haber resuelto antes las necesidades más básicas. Seguramente es cierto. Pero ¿no creéis que la mayoría, en un estado de bienestar, se conforma con quedarse en las necesidades más mundanas y no tiene ningún interés en el arte, la creatividad o incluso en la moralidad? En cambio, muchos artistas parecen extraer sus mejores obras de las necesidades no satisfechas: la soledad, el desamor o las injusticias.


God Help the Girl es una película que se puede disfrutar mucho -alguno odiará su tono naive que recuerda a la Nouvelle Vague- pero descompensada. Le habría venido bien menos canciones -parece un largo videoclip indie- y algo más de conflicto dramático. Pero esa es sólo mi opinión, la de un padre aburrido que trabaja en un lugar gris en el que las chicas visten de la manera más sosa posible ¡Para mí la protagonista de God Help the Girl va disfrazada! Y aún así, debo confesar que sentí tristeza al descubrir que dentro del caramelo que es esta película, hay un sabor amargo: el de la nostalgia de ese verano en el que ocurre todo y que ya no volverá.

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