"La diferencia entre nada y una vez es todo". La frase resume el núcleo dramático de Locke, una película que ocurre íntegramente sobre el rostro de Tom Hardy mientras este conduce su coche hacia su destino. Lo que plantea esta pequeña obra cinematográfica tiene para mí un gran interés ¿quiénes somos? La película de Steven Knight parece querer decir que somos la suma de nuestros actos -morales- pero también que un solo error puede cambiar completamente la percepción que los demás tienen de nosotros. Un tema que se desarrolla de una forma original -el protagonista conduce durante toda la película y va recibiendo llamadas telefónicas de los otros personajes- pero que quizás no resulte del todo satisfactoria.
-AVISO SPOILERS-
No deja de ser injusto que Ivan Locke (Tom Hardy) tras 15 años de matrimonio en los que ha sido un marido y padre ideal, se convierta en otra persona a los ojos de su mujer por un solo acto irresponsable ¿o sí? Locke da la cara ante su "gran cagada" -cuya naturaleza es mejor no desvelar- para evitar seguir los pasos de su padre, un alcohólico que le abandonó siendo un niño. Locke no ha perdonado a su padre y su mayor miedo es parecerse a él. Condena duramente que sus compañeros de trabajo beban alcohol, pero fue precisamente una noche de copas la que le ha metido a él en problemas. Ahora Locke tampoco conseguirá ser perdonado. No hay segundas oportunidades para nadie.
Paralelamente, la vida personal de Locke se refleja en su trabajo. Si esta se desmorona, también un solo fallo en el hormigón de "su edificio" puede tirarlo todo abajo. Locke no había cometido ningún error en sus 10 años -perdón, 9 años- de profesión, pero, su "gran cagada" le valdrá el despido fulminante. Locke, lejos de huir, conduce para enfrentarse a las consecuencias de sus actos en una historia que es sin duda una tragedia: una forma dramática que acaba generalmente en la muerte o en la destrucción física, moral y económica del personaje principal.
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