El gran problema de la ficción en serie son las expectativas. Cuando se plantea una historia, el espectador se anticipa a lo que va a ver, a cuál puede ser el final del relato y a lo que puede pasar con los personajes. En una película, un relato concentrado que dura entre 90 y 120 minutos de media, el argumento se mantiene más o menos compacto y el desenlace suele responder a lo planteado al inicio. En una serie, la distancia entre planteamiento y desenlace es mayor y por el camino se pueden desdibujar esos primeros planteamientos. Cada temporada debe introducir giros y sorpresas, lo que puede suponer que se desvirtúe la naturaleza de la historia. En la ficción actual post Perdidos (2004-2010), la tendencia es, precisamente, intentar sorprender a un espectador que se aburre fácilmente, cambiando completamente las reglas de juego en cada temporada, eliminando personajes que parecían importantes, haciendo elipsis narrativas que nos llevan a un punto argumental que lo cambia todo. Pero todo eso que en Perdidos funcionaba estupendamente al espectador avisado, no siempre da buenos resultados. Un poco de todo esto nos ha tocado sufrir en la última temporada de Killing Eve. La estupenda premisa inicial de la serie nos contaba la vida de Eve -Sandra Oh- una mujer casada, empleada del MI6, pero completamente alejada del glamur de las aventuras de James Bond. Eve tiene una vida feliz, pero gris y aburrida -como la de todos nosotros- hasta que entra en su vida Villanelle (Jodie Comer) una asesina en la línea de Viuda Negra o La Femme Nikita (1990) que personifica, veladamente, la fantasía de poder que podría tener cualquier persona corriente como Eve. Lo más interesante de Killing Eve -es mi opinión- es cómo estos dos personajes se relacionan en un juego del gato y el ratón, acercándose y alejándose, aumentando la tensión hasta explotar en un fascinante juego erótico que acaba convirtiéndose en una historia de amor. El problema de la serie es que, una vez que Eve y Villanelle se encuentran, esa energía se disipa, por lo que el argumento se ve en la necesidad de separar de nuevo a las protagonistas para reiniciar de nuevo dicho juego, eso sí, sin la frescura inicial. En esta última temporada, de hecho, nos encontramos con una inversión de roles que no acaba de funcionar: Eve actúa como una asesina profesional y Villanelle intenta reformarse, dejar de matar, dejar de ser una psicópata abrazando la fe en una especie de secta. Ese cambio de papeles responde, de hecho, a los planteamientos iniciales de cada personaje: es lo que deseaba cada una desde el principio. Pero quizás no es lo que esperaba el espectador, que ha disfrutado hasta ahora de la dinámica entre ambos personajes y que al verlas separadas, sin relacionarse entre sí, espera impaciente el reencuentro. Los guionistas, claro, saben esto y enseguida ambos personajes volverán a sus orígenes, aunque Eve ya no pueda volver atrás: ya no es esa mujer común que soñaba con un mundo de peligro y acción. Ahora vive en ese mundo, que ha convertido en su realidad habitual. Y el problema es que la serie no parece tener nada mucho más qué decir sobre ella. De hecho, la trama prefiere compensar esto dándole más importancia a personajes secundarios -aunque maravillosos- como Konstantin (Kim Bodnia) y Carolyn (Fiona Shaw), por lo que durante varios episodios vamos saltando de uno a otro: se puede tener la sensación de que el argumento se dispersa y no avanza. Otro problema -en mi opinión- de esta última temporada es la introducción de nuevos personajes -Yusuf (Robert Gilbert), Pam (Anjana Vasan) o Gunn (Marie-Sophie Fedane)- que, lógicamente, no tendrán más espacio para su desarrollo que esta cuarta tanda de capítulos, lo que los convierte en piezas que parecen colocadas para cumplir una función muy concreta en el argumento y luego desaparecer: no tienen verdadera vida y aunque podrían ser potencialmente interesantes, habrían necesitado más tiempo para crecer. Resumiendo, Killing Eve, en su cuarta temporada, sigue manteniendo las señas de calidad que le han valido el éxito: personajes bien construidos, mucho humor, un apartado visual muy atractivo en cuanto a la fotografía, la elección de las localizaciones que casi parecen decorados construidos expresamente, además de una utilización lúdica de la banda sonora y de temas musicales populares; y esto sigue siendo un envoltorio irresistible para la historia de dos mujeres enfrentadas que se atraen porque cada una desea lo que tiene la otra -aventura vs. normalidad-. Lamentablemente, como ya he expuesto, esto último acaba desdibujándose en esta temporada final que se cierra con un desenlace que, aunque coherente -y quizás incluso anticipable- puede resultar poco satisfactorio en su ejecución.
KILLING EVE -DECEPCIONANTE DESPEDIDA
El gran problema de la ficción en serie son las expectativas. Cuando se plantea una historia, el espectador se anticipa a lo que va a ver, a cuál puede ser el final del relato y a lo que puede pasar con los personajes. En una película, un relato concentrado que dura entre 90 y 120 minutos de media, el argumento se mantiene más o menos compacto y el desenlace suele responder a lo planteado al inicio. En una serie, la distancia entre planteamiento y desenlace es mayor y por el camino se pueden desdibujar esos primeros planteamientos. Cada temporada debe introducir giros y sorpresas, lo que puede suponer que se desvirtúe la naturaleza de la historia. En la ficción actual post Perdidos (2004-2010), la tendencia es, precisamente, intentar sorprender a un espectador que se aburre fácilmente, cambiando completamente las reglas de juego en cada temporada, eliminando personajes que parecían importantes, haciendo elipsis narrativas que nos llevan a un punto argumental que lo cambia todo. Pero todo eso que en Perdidos funcionaba estupendamente al espectador avisado, no siempre da buenos resultados. Un poco de todo esto nos ha tocado sufrir en la última temporada de Killing Eve. La estupenda premisa inicial de la serie nos contaba la vida de Eve -Sandra Oh- una mujer casada, empleada del MI6, pero completamente alejada del glamur de las aventuras de James Bond. Eve tiene una vida feliz, pero gris y aburrida -como la de todos nosotros- hasta que entra en su vida Villanelle (Jodie Comer) una asesina en la línea de Viuda Negra o La Femme Nikita (1990) que personifica, veladamente, la fantasía de poder que podría tener cualquier persona corriente como Eve. Lo más interesante de Killing Eve -es mi opinión- es cómo estos dos personajes se relacionan en un juego del gato y el ratón, acercándose y alejándose, aumentando la tensión hasta explotar en un fascinante juego erótico que acaba convirtiéndose en una historia de amor. El problema de la serie es que, una vez que Eve y Villanelle se encuentran, esa energía se disipa, por lo que el argumento se ve en la necesidad de separar de nuevo a las protagonistas para reiniciar de nuevo dicho juego, eso sí, sin la frescura inicial. En esta última temporada, de hecho, nos encontramos con una inversión de roles que no acaba de funcionar: Eve actúa como una asesina profesional y Villanelle intenta reformarse, dejar de matar, dejar de ser una psicópata abrazando la fe en una especie de secta. Ese cambio de papeles responde, de hecho, a los planteamientos iniciales de cada personaje: es lo que deseaba cada una desde el principio. Pero quizás no es lo que esperaba el espectador, que ha disfrutado hasta ahora de la dinámica entre ambos personajes y que al verlas separadas, sin relacionarse entre sí, espera impaciente el reencuentro. Los guionistas, claro, saben esto y enseguida ambos personajes volverán a sus orígenes, aunque Eve ya no pueda volver atrás: ya no es esa mujer común que soñaba con un mundo de peligro y acción. Ahora vive en ese mundo, que ha convertido en su realidad habitual. Y el problema es que la serie no parece tener nada mucho más qué decir sobre ella. De hecho, la trama prefiere compensar esto dándole más importancia a personajes secundarios -aunque maravillosos- como Konstantin (Kim Bodnia) y Carolyn (Fiona Shaw), por lo que durante varios episodios vamos saltando de uno a otro: se puede tener la sensación de que el argumento se dispersa y no avanza. Otro problema -en mi opinión- de esta última temporada es la introducción de nuevos personajes -Yusuf (Robert Gilbert), Pam (Anjana Vasan) o Gunn (Marie-Sophie Fedane)- que, lógicamente, no tendrán más espacio para su desarrollo que esta cuarta tanda de capítulos, lo que los convierte en piezas que parecen colocadas para cumplir una función muy concreta en el argumento y luego desaparecer: no tienen verdadera vida y aunque podrían ser potencialmente interesantes, habrían necesitado más tiempo para crecer. Resumiendo, Killing Eve, en su cuarta temporada, sigue manteniendo las señas de calidad que le han valido el éxito: personajes bien construidos, mucho humor, un apartado visual muy atractivo en cuanto a la fotografía, la elección de las localizaciones que casi parecen decorados construidos expresamente, además de una utilización lúdica de la banda sonora y de temas musicales populares; y esto sigue siendo un envoltorio irresistible para la historia de dos mujeres enfrentadas que se atraen porque cada una desea lo que tiene la otra -aventura vs. normalidad-. Lamentablemente, como ya he expuesto, esto último acaba desdibujándose en esta temporada final que se cierra con un desenlace que, aunque coherente -y quizás incluso anticipable- puede resultar poco satisfactorio en su ejecución.
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