Pocas experiencias televisivas se pueden comparar con el episodio final de Ozark, que me parece magistral por cómo consigue someter al espectador a una tensión casi insoportable. Los guionistas de la serie creada por Bill Dubuque nos han traído de la mano hasta aquí: han conseguido comprometernos emocionalmente con los personajes principales y nos han dejado muy claro todo lo que se juegan en una escena final que los reúne a todos. La amenaza de la muerte se ha mantenido planeando sobre los protagonistas durante toda la serie y sospechamos que, en el último capítulo, necesariamente algo trágico tiene que ocurrir. Con todas las cartas sobre la mesa, el argumento se desarrolla sin que ocurra absolutamente nada que nos confirme esa terrible sospecha. Nada nos indica por dónde se va a romper una cuerda estirada hasta su máxima tensión. Y cuando por fin ocurre, la serie apela a una suerte de destino ineludible, pero también a un precio moral, por encontrar la felicidad. Y de paso nos lanza a la cara un amargo mensaje sobre quiénes tienen derecho al triunfo quiénes no. Luego, para rizar el rizo, un epílogo sorprendente nos hace replantearnos todo lo que acabamos de ver. Como la obra maestra de Los Soprano, Ozark acaba en un plano en negro, que lo deja todo en el aire. Sabemos lo que ha ocurrido, pero es tarea del espectador decidir cuáles son las consecuencias y, sobre todo, si el fin justifica los medios.
Ozark es una estupenda serie dramática, con guiones sólidos y trabajados, interpretaciones de primera -mencionemos especialmente a Julia Garner y Laura Linney- y una dirección eficiente, de cine negro -Jason Bateman se ha revelado como un realizador con ideas-; pero además plantea la enésima metáfora sobre el capitalismo. Ya vimos en The Wire como David Simon interpretaba el narcotráfico como una versión -¿Perfeccionada?- del capitalismo, como la metáfora perfecta de sus peores consecuencias. Luego, Breaking Bad hurgaba en el lado oscuro del americano medio y en que si se lleva al extremo la mentalidad capitalista acaba uno convertido en un monstruo, en un lobo rodeado de borregos. En Ozark este concepto se traslada del individuo al matrimonio y a la familia, entendida como pilar de la sociedad. La serie de Netflix es una metáfora de las tensiones de pareja y de la paternidad, exacerbadas hasta situaciones de vida o muerte. Pero también hay que añadir un comentario demoledor sobre el clasismo. La muerte más importante del capítulo final -cuidado, esto puede ser spoiler- traslada un mensaje amargo, muy amargo, sobre la lucha de clases. Los privilegiados, incluso los que hayan desarrollado una conciencia social, siempre seguirán disfrutando de su posición -heredada- mientras que las clases menos favorecidas, a pesar de sus esfuerzos por mejorar su situación, nunca podrán subir en la escala social. El sueño americano desmentido en una serie que es un gran entretenimiento.
Ozark convierte en leitmotiv otro concepto muy querido por la cultura estadounidense: todo el mundo merece una segunda oportunidad. La idea de la redención está presente en esta última tanda de capítulos en prácticamente todos los personajes. Quiero resaltar únicamente, haciendo un spoiler menor, el bautismo al que se somete el personaje de Sam Dermody (Kevin L. Johnson). Sam 'vuelve a nacer' como cristiano en un giro que define perfectamente a su personaje un tipo débil, enmadrado, que ha sido utilizado por varios personajes durante la serie y que ahora se une a una secta. Pero, si repasáis la trayectoria de cada personaje en estos últimos episodios, casi todos viven una experiencia de vida o muerte, o su situación vital se transforma radicalmente por una decisión personal, una oportunidad que se presenta o una influencia externa. Lo más interesante de esto es cómo cada personaje reacciona de una manera diferente a esa segunda oportunidad, según la naturaleza de cada uno, según decisiones morales que los llevan a abrazar el cambio para escapar a otra vida o a rechazar lo que se les ofrece, abocados al desastre como impulsados, otra vez, por un destino trágico ineludible.
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