El argumento de Ahora sí, antes no es muy sencillo: un director de cine conoce a una joven pintora y se enamora de ella. El chico-conoce-chica habitual. Solo que al final de la historia aparece de nuevo el título de la película y todo comienza otra vez. Como si volviéramos a entrar en la sala a ver la misma película, pero en una dimensión paralela. Probablemente no es habitual analizar un film de autor utilizando como referencia el cine de género, pero me ha llamado la atención la forma en la que el director surcoreano, Hong Sang-soo, propone contar lo mismo dos veces -con pequeñas variaciones- sin utilizar ninguna coartada. Esto me hizo pensar en los mundos paralelos de la serie de ciencia ficción, Fringe (2008), que nos mostraba una tierra alternativa en la que las Torres Gemelas seguían en pie. No estoy diciendo que Hong Sang-soo haya visto dicha serie, pero sí que hay algo en el espíritu de nuestro tiempo -el Zeitgest- que hace que autores y espectadores estén interesados en historias que se multiplican y se reflejan en infinitas posibilidades antes que en el relato lineal, cerrado y circular clásico.
Se podría decir que ya estamos acostumbrados a la coexistencia de varias versiones de una misma historia. El protagonista de Ahora sí, antes no, interpretado por Jeong Jae-yeong, es diferente en cada variación del mismo relato, o al menos toma decisiones distintas que producen resultados divergentes. Pienso por ello en un precedente español: La vida en un hilo (Edgar Neville, 1945) en la que una vidente hace soñar a Mercedes (Conchita Montes) con la vida alternativa que podría haber tenido. Es la vida no vivida con la que también sueña el personaje de Ahora sí, antes no. Es el mismo tema de una de las mejores películas de los últimos años, Coherence (2013), que utiliza una sugerente coartada de ciencia ficción low cost para enfrentar a sus protagonistas con sus dobles de otras realidades que han tomado otras decisiones. En un registro diferente, la segunda temporada de The Flash se ocupa exactamente de esto, cuando el velocista descubre una Tierra-2. El concepto está basado nada menos que en un tebeo del año 1961 -El Flash de dos mundos- que dio origen al Multiverso de DC Comics, una idea capital en esta editorial, que ha explotado diferentes versiones de cada uno sus superhéroes a través de los años, como un Superman soviético o un Batman judío que vivió en la Alemania pre-nazi. La idea eclosionó en la monumental Crisis en las Tierras Infinitas (1986) que los reunió a todos para enfrentarlos al fin del universo. Nunca llegamos a aceptar que Gus Van Sant hiciera un remake de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), pero se han estrenado ya cuatro temporadas de Bates Motel (2013). Tampoco tenemos problemas en que una obra literaria conviva con su adaptación televisiva, me refiero a Juego de Tronos. Dos obras inconclusas todavía, que se desarrollan al mismo tiempo y que han tomado ya caminos separados. Aceptamos sin problemas que sus personajes tengan destinos diferentes, algo que ocurre también en The Walking Dead (2010) con respecto al cómic original. Lo mismo sucede con un personaje clásico como Sherlock Holmes, que vive al mismo tiempo en una estupenda serie ambientada en la actualidad, Sherlock (2010), en una que convierte a Watson en mujer, Elementary (2012), y en una trilogía cinematográfica por concluir, Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009) con vocación de blockbuster en un siglo XIX steampunk.
No digo que Sang-soo pensara en nada de esto, pero seguramente sí habrá intuido que el público está preparado para ver dos veces lo mismo sin ningún tipo de explicación argumental. Sus historias paralelas no tienen una justificación de ciencia ficción, sino más bien moral. Sang-soo parece decirnos que comportarse de cierta manera puede ser moralmente mejor y más beneficioso en términos prácticos. Y esto me hace pensar en Éric Rohmer, director de la nouvelle vague que utilizaba planteamientos similares. No solo formales, como el rigor del tratamiento visual; los largos planos fijos en los que los actores "se buscan la vida" dentro del encuadre; el ritmo pausado de una historia cotidiana; los personajes intelectuales que se enfrascan en discusiones artísticas y filosóficas. Pero además, lo que relata el surcoreano en esta obra es similar a lo narrado por el francés en sus famosos cuentos morales: un hombre es tentado por una mujer y, al final, resiste. Rohmer utilizó ese mismo planteamiento en dos cortometrajes y cuatro películas, como Mi noche con Maud (1969) o La rodilla de Claire (1970). Es decir, Éric Rohmer contó seis veces lo mismo.
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