En un momento de Los renglones torcidos de Dios -la película- un conserje retira el retrato de Franco de la pared de una comisaría para colocar el de un joven Juan Carlos I. Fuera de los muros del manicomio -o psiquiátrico- en el que ocurre la historia, España estaba cambiando. ¿Se vive dentro una transición similar gracias a las reformas del director, Samuel Alvar (Eduard Fernández)? Este ha dejado que los enfermos mentales -los locos- circulen libremente. Pero él mismo reconoce que las cosas importantes nunca cambian verdaderamente. La verdad es que ese trasfondo político puede aportar una segunda lectura a la intriga que vemos en la película dirigida por Oriol Paulo y que adapta la conocida novela de Torcuato Luca de Tena. Pero el film es antes un trozo de pastel, como diría Hitchcock, que un trozo de vida. El guión establece desde el principio un juego con el espectador, que debe descubrir quién dice la verdad: el ya citado director del psiquiátrico, o la protagonista, Alice Gould, interpretada por una enorme Bárbara Lennie. Ambos actores se divierten de lo lindo soltando cada frase de texto con una ambigüedad tremenda, dejándonos siempre en la duda de lo que estamos viendo. Un juego muy divertido en una película algo hitchcockiana -aunque no haga uso en ningún momento del suspense-, que se recrea en el catálogo de freaks que habitan el manicomio y que parece recordar en varios momentos a El resplandor (1980) -la película de Kubrick-. Personalmente, creo que la puesta en escena de Paulo podría haber sido más juguetona y que la utilización de dos líneas temporales en el arranque del film resulta confusa e innecesaria, pero salvando estos dos escollos, estamos ante un producto de entretenimiento impecable con una Bárbara Lennie divertidísima que llena la pantalla.
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