La diferencia entre ser padres con hijos y formar una familia parece ser la tesis que expone Jaime Rosales en su película Girasoles silvestres. Para exponer sus ideas, Rosales se sirve del personaje de Julia, una joven madre soltera que lucha por sacar adelante a sus hijos, pero que también busca la felicidad y el amor en una pareja. La película se divide entonces en tres partes o capítulos centrados en tres jóvenes que mantienen una relación sentimental con Julia. Girasoles silvestres afronta el que parece ser el gran problema de la generación millennial: la paternidad, ese paso hacia la madurez y las responsabilidades presentado como el máximo sacrificio, el fin de las aspiraciones vitales, la última renuncia. Un tema abordado en la reciente -y estupenda- Cinco lobitos, aunque allí el asunto aparece desde la perspectiva del humor y el costumbrismo, cuando Rosales prefiere el rigor de una puesta en escena quirúrgica y una distancia de entomólogo. La frialdad con la que está contada Girasoles silvestres, sin embargo, provoca una emoción mayor, casi abrumadora, cuando presenciamos lo que le pasa a Julia. A ello contribuye la siempre estupenda Anna Castillo, una actriz que siempre resulta creíble y que aquí soporta el peso de toda la película, componiendo un personaje fuerte pero frágil, vulnerable sobre todo en su inexperiencia. Rosales ya habló sobre los jóvenes y su precaria situación en España en Hermosa juventud (2014), donde la pareja protagonista también debía enfrentarse al peso de la paternidad. Y si en algo coincide Rosales con Cinco Lobitos es en señalar al hombre, a las parejas masculinas de Julia, como menos capacitados, menos maduros, para asumir el papel de padre. Recordemos también que Petra (Bárbara Lennie) le pedía cuentas a su progenitor en la película de 2018 firmada por Rosales. Aquí, Julia no encuentra a ningún hombre que quiera comprometerse con la idea de un proyecto familiar, asustados ante la carga de los hijos, contaminados por una idea tóxica de lo masculino -el personaje de Oriol Pla-, incapaces de asumir el rol de padres y de comunicarse con los niños -el personaje de Quim Ávila-, prefiriendo incluso su vida profesional a la convivencia doméstica -caso de Lluís Marqués-. Un retrato del género masculino en el que también se incide en la ya mencionada Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa. ¿Y quién puede negar que, la mayoría de las veces, es la madre la obligada a apechugar? Rosales no nos dice que Julia es la madre perfecta, y retrata a unos jóvenes inmaduros, desorientados, dependientes de los smartphones y las redes sociales, explotados en trabajos mal pagados que no permiten la conciliación y propone, quizás -es mi interpretación- que la familia es la única forma de resistencia.
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