THE BRUTALIST -CINE Y ARQUITECTURA


En el breve período de existencia de la república de Weimar, justo antes del alzamiento del nazismo, un grupo de artistas de diferentes disciplinas se dejaron llevar por el sueño de un mundo mejor. El arquitecto Walter Gropius (1883-1969) fundó la escuela Bauhaus en 1919 con la idea de que una estética modernista podía influir en el ser humano y en la sociedad para ayudar a conseguir la paz y la armonía. Pero esos sueños utópicos fueron cancelados por el Tercer Reich. 
En The Brutalist, el protagonista es un arquitecto húngaro y judío, László Tóth (Adrien Brody), egresado de la escuela Bauhaus de Dessau, que tras sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial consigue emigrar a los Estados Unidos. En el país de las oportunidades comenzará una nueva vida marcada por los obstáculos, el trauma de las heridas de la persecución de su pueblo, y el deseo de volver a reunirse con su mujer, Erzsébet (Felicity Jones). Es ese camino lo que nos cuenta realmente The Brutalist: el director, Brady Corbet, nos muestra constantemente planos subjetivos del recorrido de coches, trenes y hasta góndolas en una metáfora visual que acaba cobrando sentido al final de la cinta. El relato se divide en episodios según László se va cruzando con diferentes personajes. Primero es recibido por su primo Attila (Alessandro Nivola), pero sobre todo le cambiará la vida el empresario Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce). El guión escrito por el propio Corbet -junto a Mona Fastvold- narra la vida del protagonista durante 30 años en un marco histórico significativo que sirve como lienzo para los diferentes temas de la película, que nos lleva desde Europa a Nueva York y luego a Philadelphia, donde se desarrolla la mayor parte de la historia. The Brutalist es una ambiciosa película estadounidense realizada con el estilo expansivo del cine europeo, que puede recordar a autores como Bertolucci -o incluso Herzog- pero que también sigue la estela de maestros americanos como Coppola o Paul Thomas Anderson. Corbet parece querer recuperar la experiencia de ir al cine en los años 50: su película está rodada en formato Vistavision, tiene una obertura musical, un intermedio de 15 minutos, y una duración de tres horas y media. Pero la película parece más una consecuencia del llamado nuevo cine americano de los años 70, ese que nos presentaba grandes historias que apelaban a un público adulto y que eran exigentes con el espectador, moralmente ambiguas. Y el espectáculo es magnífico, gracias a las grandes interpretaciones de sus actores principales, pero también a la expresiva puesta en escena de Corbet, la fotografía de Lol Crawley y la magnífica y original música compuesta por Daniel Blumberg, que imprime tensión y emoción a las imágenes. Una obra que en pantalla grande resulta magnífica y completa. Una obra, también, compleja y algo hermética en sus intenciones, deslizando temas como si pueden sobrevivir los ideales utópicos tras el horror del fascismo, además del comentario sobre tragedias históricas como el holocausto y el éxodo del pueblo judío. El argumento opone el talento de un artista al pragamatismo de un hombre con dinero, enfrentando el arte y el capitalismo. En la película se habla de arquitectura y de las dificultades para levantar un proyecto imposible que tiene ese entusiasmo utópico de la Bauhaus, lo que bien podría ser una metáfora del propio cine y sus continuas tensiones entre lo artístico y lo industrial -no fueron pocos los autores europeos que escaparon del nazismo para convertirse en asalariados frustrados de los grandes estudios de Hollywood-. La envidia del hombre adinerado ante el talento artístico vertebra una buena parte de la trama, que nos dice que el dinero no puede comprarlo todo. László escapó del odio del fascismo para descubrir que en la tierra de las libertades y del sueño americano, los que mandan no son demasiado diferentes.

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