-AVISO SPOILERS-
Los fantasmas de Guillermo del Toro no dan miedo. A pesar de que el director sabe gestionar la tensión, la tensa espera dentro del plano a la irrupción de lo terrorífico, Guillermo quiere/comprende/simpatiza con sus espíritus. Los fantasmas de Del Toro siempre son víctimas -el de El del espinazo del diablo (2001) pide justicia- productos de una fantasía escapista infantil ante una época oscura -El laberinto del Fauno (2006)- o intentan proteger al héroe, como en esta película. Los espectros del mexicano no son seres diabólicos como los de James Wan en Insidious (2010) -aunque aquí tienen algunos de sus tics- sino seres marginados. Hellboy (2004) y su celebración de lo diferente es una buena muestra del amor de Guillermo del Toro por sus monstruos.
La cumbre escarlata entra por los ojos. Un festín visual que recuerda a las películas de Hammer en la sangre, el sexo, la violencia. En el apellido, Cushing, de la protagonista. Me he acordado sobre todo de La maldición de los zombies (John Gillig, 1966). No sé por qué. También "roba" esta película del Roger Corman del ciclo de Poe. En ese rojo desatado como el de La máscara de la muerte roja (1964.) Pero también hay algo de Poe en el argumento, la decadente mansión de Sharpe es un reflejo de La caída de la casa Usher (1960). Comparte Guillermo del Toro todas estas influencias con Tim Burton -esta película haría una buena sesión doble con Sleepy Hollow (1999)- del que toma prestada a la protagonista de Alicia en el país de las maravillas (2010), Mia Wasikowska. Este popurrí de referencias hermana a La cumbre escarlata con Drácula, de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992). Si aquella intentaba sintetizar toda la tradición cinematográfica sobre el conde, aquí el mexicano hace lo propio con lo gótico. Por último, me pregunto si el creador de Hellboy, amigo de Del Toro, Mike Mignola, le ha echado una mano con los estupendos diseños.
La protagonista de este relato lo dice sobre la novela que ha escrito: no es una historia de fantasmas, sino una historia con un fantasma. Y este no es más que una metáfora del pasado. Lo curioso aquí es que esos fantasmas previenen a la protagonista sobre su futuro. La cumbre escarlata es un relato gótico en toda regla, con sus paisajes lúgubres, su caserón con sótano prohibidos, sus ruidos extraños -ya hemos hablado de sus fantasmas- y su frágil heroína en apuros y enamorada de un hombre con dos caras. Eso nos lleva a pensar en Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940), relato gótico de idéntica estructura en el que Lucille Sharpe (Jessica Chastain) hereda las llaves de la malévola Mrs. Danvers (Judith Anderson). Pero hay más de Hitchcock. Pienso en Psicosis (1960) cuando los asesinatos ocurren en baños; cuando veo cómo la sangre se escurre por el desagüe; cuando pestañeo al ver a Lucille repetir con una navaja los movimientos de Norman Bates (Anthony Perkins); cuando se evoca al fantasma de una madre represiva. Pienso en Marnie (1964) por la recurrencia del color rojo. Me viene a la mente el vaso de leche que lleva Cary Grant en Sospecha (1941) al ver los intentos de envenenar a Edith (Mia Wasikowska) -personaje que comparte nombre con Edith Head, diseñadora de vestuario de 11 películas de Hitchcock-. Pero sobre todo de Hitchcock toma Guillermo del Toro la estrategia narrativa del suspense: sabemos antes que la protagonista que su vida corre peligro. Este es, para mí, el único lastre del film, la sensación de que vamos dos pasos por delante de la historia.
Hay dos tendencias en la filmografía de Guillermo del Toro. Una apunta a Edgar Allan Poe, con historias cuyo elemento sobrenatural es un rumor en las paredes, una mirada, más que una "realidad" narrativa: véase El laberinto del Fauno. En ellas, lo fantástico es un elemento atmosférico y la verdadera maldad -el horror- reside en los personajes -muy reales- humanos. La otra vertiente me hace pensar en H.P. Lovecraft cuando veo los demonios de Hellboy, o las bestias abisales de Pacific Rim (2013). Soy consciente de que el primer Guillermo del Toro tiene más prestigio crítico. Pero a mí me gusta más el segundo. Y aunque este pueda parecer más "comercial", creo que en ambas tendencias debemos considerar al mexicano como un autor. Incluso más personal cuando trabaja sobre materiales ajenos.