No sé qué edad tiene la persona que lee estas líneas, pero quizás no sabe, o no recuerda, que antes las series de televisión eran diferentes. Ni mejores ni peores, simplemente, se consumían de otra forma. Solían contarse en episodios autoconclusivos, pocas veces había continuidad argumental, y sobre todo, las veíamos una y otra vez. Porque las cadenas repetían y repetían los episodios hasta que aparecía una nueva temporada, que solía emitirse de forma desordenada y despreocupada. Esto tenía un efecto curioso: aquellas series nos las sabíamos de memoria. Desde El príncipe de Bel-Air a Friends, cada capítulo lo teníamos muy machacado. Ahora todo es diferente. Hay muchas más series, muchas de calidad, y las tenemos disponibles a nuestro antojo. ¿Quién vuelve a ver hoy una serie, por buena que sea, cuando quedan tantas y tantas por descubrir? Antes las series y sus repeticiones nos acompañaban durante "toda la vida". Ahora, marcan épocas cada vez más concretas. He pensado en esto porque ver El camino: Una película de Breaking Bad trajo a mi memoria aquella ficción que comenzó hace ya 11 años. Me hizo recordar dónde estaba en aquella época, a los que me rodeaban, dónde vivía, y resumiendo, qué vida tenía entonces. Esto pasaba antes con las canciones: ese disco que relacionas con tu etapa universitaria, o ese álbum de Radiohead que se quedó una ex. Con las series convertidas en eventos de alcance mundial, ahora posiblemente recordemos con quién vimos el episodio final de Perdidos o de Juego de Tronos. O quién era nuestra pareja cuando comenzó Anatomía de Grey y quién lo es ahora, 16 temporadas después. El último -y magnífico- episodio de Breaking Bad fue hace apenas 6 años, pero esta "película" es en parte una operación de nostalgia. ¿No es demasiado pronto? Eso a pesar de que esa necesidad la deberíamos tener más que satisfecha gracias a la gran calidad de Better Call Saul. En todo caso, aquí volvemos a ver a Mike (Jonathan Banks), a Badger (Matt Jones), a Skinny Pete (Charles Baker) y a varios otros que no revelaré. Y eso es sin duda gran parte del atractivo de este prematuro revival. Pero lo principal es el reencuentro con Jesse (Aaron Paul), personaje que se había quedado un poco colgado tras el desenlace de la serie original. Es mi opinión que Jesse es de los personajes menos interesantes de BB: un poco payaso, un poco víctima y sobre todo, antipático contrapunto moral de Walter White (Bryan Cranston) que solo despuntó durante el tiempo que mantuvo una relación -trágica- con Jane (Krysten Ritter). Jesse no era un personaje "de verdad" si no una herramienta argumental necesaria para la fascinante evolución del protagonista. Aún así, es comprensible que el show runner Vince Gilligan se haya quedado con ganas de contar algunas cosas más. Aquí escribe y dirige una historia que, en realidad, no aclara mucho más el futuro de Jesse. Pero sí que se cierran tramas personales y, sobre todo, se hace balance de cómo ha madurado el personaje: ya no es el casi adolescente descerebrado y drogadicto que vimos al inicio de la primera temporada.
Breaking Bad es una de las mejores ficciones que he visto por dos razones. Primero, por el énfasis en la evolución moral de su protagonista. Presenciar cómo Walter White se convierte en un tipo sin escrúpulos, a riesgo de provocar el rechazo del espectador, fue magnífico. La segunda razón es la vocación cinematográfica de su narrativa. Esto se plantea desde el guión, que nos cuenta la historia con imágenes, con ideas visuales, antes que con diálogos -como suele ocurrir en la ficción catódica-. En Breaking Bad -y en Better Call Saul- hay largas secuencias sin parlamentos, que nos mantienen pegados a la pantalla -también son series que requieren más atención y que no se pueden ver en el móvil mientras viajamos en metro-. La planificación y la fotografía -además de la banda sonora de Dave Porter- le daban un acabado que la distanciaba de otras producciones de look más impersonal. La buena noticia es que todo eso está en esta "película" de dos horas. El problema, para mí, es precisamente, que no estamos ante un verdadero film. El camino es más bien un epílogo de Breaking Bad: alargar la historia dos o tres capítulos para despedir a Jesse como se merece, sobre todo de cara a los fans. En ese sentido, la narrativa pausada, casi en tiempo real, basada en la brillantez de pequeños detalles en la acción que nos hacen preguntarnos a cada momento qué va a ocurrir a continuación, juega en contra del concepto de un largometraje. El camino acaba siendo, justamente, episódica, cuando debería ser redonda. Solo la alta calidad de sus ideas de guión, de su puesta en escena -señalemos la secuencia en la casa del narco Todd (Jesse Plemons)- y de sus interpretaciones, evitan la decepción que supone estar ante un estiramiento relativamente innecesario de la historia de Jesse. Me encantaría, eso sí, que esto fuera el prólogo de una nueva serie.
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