UNA CHICA VUELVE A CASA SOLA DE NOCHE (ANA LILY AMIRPOUR, 2014)


El arquetipo más conocido del vampiro es sin duda Drácula, que en la mayoría de las versiones cinematográficas relevantes ha sido presentado como un conquistador. Ahí está la mirada hipnótica de Bela Lugosi en el clásico Drácula (Tod Browning, 1931), o el romanticismo desbocado de Gary Oldman en Drácula, de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992). Pero también está Christopher Lee, que ha encarnado al personaje en numerosas ocasiones. El vampiro de Lee, mucho más violento y sangriento que Lugosi, era prácticamente un depredador sexual. Sobre todo en las películas del director británico Terence Fisher -empezando por Horror of Dracula (1958)- la mordida del conde convertía a sus víctimas femeninas en feroces vampiresas -de sexualidad desatada- que transgredían su rol de mujer sumisa en la sociedad inglesa victoriana. O así lo he visto siempre yo.



El título de la ópera prima de la directora -estadounidense de origen iraní- Ana Lily Amirpour, Una chica vuelve a casa sola de noche, engaña porque evoca la figura de una víctima indefensa. Juega con nuestro machismo. De hecho, podría ser el título de un slasher: un psicópata espera en las sombras para atacar a esa chica sola. Pero en esta película encontramos justo lo contrario. Descubrimos que la chica camina sola porque es ella la que persigue a sus víctimas, en escenas que parecen ecos de La Mujer Pantera (Jacques Tourneur, 1942). Y camina de noche porque se trata de una mujer vampiro. La Chica (Sheila Vand) ha decidido convertirse en la sombra protectora de una prostituta, Atti (Mozhan Marnò), que sufre todo tipo de abusos por parte de los hombres que son sus clientes. El mensaje está claro. La Chica no convierte a sus víctimas en vampiros: les mata. En una escena, se encarga de amedrentar a un niño para que no se convierta en otro hombre como los que ha decidido asesinar. Por si acaso.



Rodada en Los Angeles, pero ambientada en Irán y hablada en farsí, A Girl Walks Home Alone At Night es una primera película sugerente, rodada en una estupenda fotografía en blanco y negro, que utiliza la música -adivinamos el gusto ochentero y occidental de la protagonista- para sustentar los momentos más importantes. El mejor ejemplo de esto último es la escena que se vale de la canción Dead del grupo White Lies para hablar del encuentro amoroso... y del miedo a la muerte.

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