El director James Gray convierte el viaje espacial en el marco infinito de una terapia psicológica en Ad Astra. Si la ciencia ficción clásica se planteaba siempre ‘qué pasaría si...’, el cine fantástico reciente ha tendido a utilizar un conflicto personal y emocional como motor de la historia -desde Interstellar (Christopher Nolan, 2014) a La llegada (Denis Villenueve, 2016)-. A Gray siempre le han interesado las relaciones familiares conflictivas -los hermanos enfrentados de La noche es nuestra (2007) y El sueño de Ellis (2013)- pero sobre todo en la maravillosa Z, la ciudad perdida (2016) proponía a un aventurero insaciable, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), en la inexplorada selva amazónica de principios del siglo XX, que era finalmente seguido por su hijo -Jack (Tom Holland)- en una búsqueda que podría ser, más bien, una fuga. En Ad Astra, el astronauta que interpreta Brad Pitt, Roy McBride, viaja al espacio, esa última frontera, tras seguir durante toda su vida los pasos de su padre, H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones). Pero quizás lo que busca el héroe de Gray al salir de la atmósfera terrestre es escapar de la gravedad y del peso de su apellido. Estamos ante una reflexión sobre el sentido de la vida que parece encontrar respuestas no en la religión, ni en la ciencia, sino en el relevo generacional. Una idea que quizás esté también en otra aventura espacial reciente, High Life (Claire Denis, 2018). Aquí, un Brad Pitt que suena a Oscar, se autoanaliza constantemente, interpelado por voces robóticas o autoritarias, en lo que podría ser una denuncia de la pérdida de humanidad que conlleva el progreso; en el coste que puede tener mostrar nuestras emociones. No solo nos dice Gray que da igual que viajemos al espacio, porque nos llevaremos nuestro problemas con nosotros, sino que esos conflictos son, de hecho, lo que nos empujará a superar todos los obstáculos. Progresivamente intimista e introspectiva, Ad Astra se puede ver también como una variación del viaje al corazón de las tinieblas de Willard (Martin Sheen) tras la pista del coronel Kurtz que inmortalizó Marlon Brando. James Gray marca las etapas del viaje de McBride con trepidantes escenas de acción, hermosas visualmente -magnífica la banda sonora de Max Richter- y con aires de sci-fi retro: el vértigo de una estación orbital; la persecución en la superficie de la Luna; la terrorífica sorpresa en una estación abandonaba. Por último, la inevitable sombra de 2001:Una odisea del espacio (1968), planea sobre la película aunque Gray se esfuerce por evitar la fría simetría de los planos perfectos de Kubrick. Creo que Ad Astra se une a una lista de recientes obras mayores sobre el viaje espacial -First Man (Damien Chazele, 2018), Gravity (Alfonso Cuarón, 2013)- y es una de las mejores películas que veremos este año.
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