Llego tarde al Rey León, cuando ya es un éxito de taquilla y me sorprende que la película de Jon Favreau haya podido conectar con el espectador a tan gran escala. Como ya se sabe, estamos ante en un remake prácticamente idéntico del éxito de Disney de 1994, que fue la culminación de ese segundo período de esplendor del que gozó la productora de animación. El relato es el mismo, la historia de Simba (Donald Glover) desde su nacimiento y hasta su madurez, en la que sustituye a su padre cerrando el famoso círculo de la vida. Todo esto con un drama familiar shakespeariano de fondo, que recuerda a Hamlet, en la que el malvado Scar (Chiwetel Eijofor) se enfrenta a su hermano y rey, Mufasa -que vuelve a ser James Earl Jones-. Lo que, supuestamente, justifica contar de nuevo esta historia -¡con las mismas canciones!- es el uso de animación digital realista para recrear a los personajes, sustituyendo a la clásica animación en dos dimensiones que Disney dominó durante su larga trayectoria, iniciada con Blancanieves y los siete enanitos (1937). Estamos ante un ejercicio de nostalgia que además busca actualizar para nuevos públicos los clásicos animados en imagen real, como ha venido haciendo la compañía en los últimos años: Alicia, La cenicienta, Dumbo o Aladdin. La operación, de dudoso valor artístico, parece ser sin embargo un valor seguro en la taquilla. Pero hasta ahora, Disney no se había atrevido a convertir en imagen 'real' una historia completamente protagonizada por animales. En el remake de Dumbo, sin ir más lejos, se cambió la trama para añadir personajes humanos. Favreau, que ya había realizado El libro de la selva (2016) -que sí cuenta con un personaje humano, Mogwli- se encarga entonces de esta reimaginación, en mi opinión, absolutamente fallida. Sin entrar a analizar qué sentido puede tener rehacer una película, hay que hablar de la superioridad expresiva de la animación tradicional del original. Este nuevo Rey León digital es espectacular, sin duda, fotorrealista y visualmente deslumbrante. Pero la expresividad de los personajes/animales es completamente nula. Ver el rostro de un león, impasible, recitando sus diálogos -con las voces ya mencionadas- genera en mí una desconexión absoluta entre la imagen y el sonido, como si estuviera ante una voz en off. Un (d)efecto que se amplifica en las canciones, que parecen documentales de naturaleza musicalizados con canciones de Beyonce. Únicamente Timon (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen) salvan la película del completo desastre, gracias a unas voces algo más chispeantes y a que los animales representados son algo más expresivos por su propia fisonomía. Ante este panorama, perdida la caracterización de los personajes en favor del realismo de los animales recreados digitalmente, la temperatura de la película desciende hasta la frialdad absoluta, dejando al descubierto los saltos narrativos del original -sobre todo después del paso de Simba de cachorro a adulto- desconectándonos irremediablemente de una historia que, en realidad, conocemos de memoria.
EL REY LEÓN -NATURALEZA DIGITAL
Llego tarde al Rey León, cuando ya es un éxito de taquilla y me sorprende que la película de Jon Favreau haya podido conectar con el espectador a tan gran escala. Como ya se sabe, estamos ante en un remake prácticamente idéntico del éxito de Disney de 1994, que fue la culminación de ese segundo período de esplendor del que gozó la productora de animación. El relato es el mismo, la historia de Simba (Donald Glover) desde su nacimiento y hasta su madurez, en la que sustituye a su padre cerrando el famoso círculo de la vida. Todo esto con un drama familiar shakespeariano de fondo, que recuerda a Hamlet, en la que el malvado Scar (Chiwetel Eijofor) se enfrenta a su hermano y rey, Mufasa -que vuelve a ser James Earl Jones-. Lo que, supuestamente, justifica contar de nuevo esta historia -¡con las mismas canciones!- es el uso de animación digital realista para recrear a los personajes, sustituyendo a la clásica animación en dos dimensiones que Disney dominó durante su larga trayectoria, iniciada con Blancanieves y los siete enanitos (1937). Estamos ante un ejercicio de nostalgia que además busca actualizar para nuevos públicos los clásicos animados en imagen real, como ha venido haciendo la compañía en los últimos años: Alicia, La cenicienta, Dumbo o Aladdin. La operación, de dudoso valor artístico, parece ser sin embargo un valor seguro en la taquilla. Pero hasta ahora, Disney no se había atrevido a convertir en imagen 'real' una historia completamente protagonizada por animales. En el remake de Dumbo, sin ir más lejos, se cambió la trama para añadir personajes humanos. Favreau, que ya había realizado El libro de la selva (2016) -que sí cuenta con un personaje humano, Mogwli- se encarga entonces de esta reimaginación, en mi opinión, absolutamente fallida. Sin entrar a analizar qué sentido puede tener rehacer una película, hay que hablar de la superioridad expresiva de la animación tradicional del original. Este nuevo Rey León digital es espectacular, sin duda, fotorrealista y visualmente deslumbrante. Pero la expresividad de los personajes/animales es completamente nula. Ver el rostro de un león, impasible, recitando sus diálogos -con las voces ya mencionadas- genera en mí una desconexión absoluta entre la imagen y el sonido, como si estuviera ante una voz en off. Un (d)efecto que se amplifica en las canciones, que parecen documentales de naturaleza musicalizados con canciones de Beyonce. Únicamente Timon (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen) salvan la película del completo desastre, gracias a unas voces algo más chispeantes y a que los animales representados son algo más expresivos por su propia fisonomía. Ante este panorama, perdida la caracterización de los personajes en favor del realismo de los animales recreados digitalmente, la temperatura de la película desciende hasta la frialdad absoluta, dejando al descubierto los saltos narrativos del original -sobre todo después del paso de Simba de cachorro a adulto- desconectándonos irremediablemente de una historia que, en realidad, conocemos de memoria.
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