La crisis inmobiliaria no es más que una excusa para que dos mujeres se encuentren en El inconveniente, primera película de Bernabé Rico, nominado al Goya como director novel. En la historia, adaptada de una obra teatral de Juan Carlos Rubio, una mujer exitosa, Sara, compra un piso en Sevilla a precio de chollo. La razón, que dentro de la vivienda sigue viviendo la dueña, Lola, a cuya muerte tendrá que esperar Sara para tomar posesión del piso. Esta situación, tan real como esperpéntica, es solo el pretexto para descubrir la vida de ambas y cómo se establece una curiosa relación entre ellas. La película descansa sobre los hombros de dos estupendas actrices que aquí están especialmente afortunadas: Kiti Mánver y Juana Acosta, ambas nominadas justamente al Goya como actriz protagonista y de reparto -categorías, por otro lado, discutibles-. Poco a poco, y a través de los encuentros y las conversaciones entre ambas, iremos conociéndolas e inevitablemente, queriéndolas. La película habla de la vida -y de la muerte-, de las relaciones de pareja, de los errores y de cómo todos los planes y las expectativas se pueden ir al traste cuando ocurre lo inesperado. Hay humanidad en los dos personajes, cercanos y reconocibles, que se expresan a través de diálogos divertidos, que no esconden su origen teatral, aunque algunas frases, repetidas para marcar a los personajes -"eso tiene su gracia"- pueden llegar a chirriar por no ser demasiado naturales. Lo mismo puede ocurrir con el running gag que protagoniza el pluriempleado personaje que encarna el divertido Carlos Areces, cuyas recurrentes apariciones huyen del naturalismo y de lo cotidiano. Pero Areces cae tan bien, que es perdonable. El inconveniente funciona estupendamente por sus actores -y porque Rico sabe ponerlos en escena- y yo me quedo con la mirada de José Sacristán, que en una breve aparición consigue contar toda una historia.
EL INCONVENIENTE -DOS MUJERES
La crisis inmobiliaria no es más que una excusa para que dos mujeres se encuentren en El inconveniente, primera película de Bernabé Rico, nominado al Goya como director novel. En la historia, adaptada de una obra teatral de Juan Carlos Rubio, una mujer exitosa, Sara, compra un piso en Sevilla a precio de chollo. La razón, que dentro de la vivienda sigue viviendo la dueña, Lola, a cuya muerte tendrá que esperar Sara para tomar posesión del piso. Esta situación, tan real como esperpéntica, es solo el pretexto para descubrir la vida de ambas y cómo se establece una curiosa relación entre ellas. La película descansa sobre los hombros de dos estupendas actrices que aquí están especialmente afortunadas: Kiti Mánver y Juana Acosta, ambas nominadas justamente al Goya como actriz protagonista y de reparto -categorías, por otro lado, discutibles-. Poco a poco, y a través de los encuentros y las conversaciones entre ambas, iremos conociéndolas e inevitablemente, queriéndolas. La película habla de la vida -y de la muerte-, de las relaciones de pareja, de los errores y de cómo todos los planes y las expectativas se pueden ir al traste cuando ocurre lo inesperado. Hay humanidad en los dos personajes, cercanos y reconocibles, que se expresan a través de diálogos divertidos, que no esconden su origen teatral, aunque algunas frases, repetidas para marcar a los personajes -"eso tiene su gracia"- pueden llegar a chirriar por no ser demasiado naturales. Lo mismo puede ocurrir con el running gag que protagoniza el pluriempleado personaje que encarna el divertido Carlos Areces, cuyas recurrentes apariciones huyen del naturalismo y de lo cotidiano. Pero Areces cae tan bien, que es perdonable. El inconveniente funciona estupendamente por sus actores -y porque Rico sabe ponerlos en escena- y yo me quedo con la mirada de José Sacristán, que en una breve aparición consigue contar toda una historia.
ADÚ -LA FAVORITA DE LOS GOYA
Las 13 nominaciones de Adú en los Goya 2021 son seguramente merecidas. La película dirigida por Salvador Calvo -Los últimos de Filipinas (2016)- es una superproducción que impresiona en todos sus apartados, con un despliegue de localizaciones que encandila y un argumento sumamente ambicioso, que aspira a retratar las relaciones entre España y África, que son, claramente, las que existen entre el primer y el tercer mundo, el de los privilegiados y los marginados. Adú es un retrato de la desigualdad en todas consecuencias: la primera, claro, la pobreza, la inmigración, pero también la ecología -la incapacidad de los países pobres de proteger la naturaleza porque tienen otras necesidades más acuciantes- por no hablar de la infancia abandonada, las enfermedades que sufren los desfavorecidos, y, por otro lado, la falta de credibilidad de los que luchan desde el primer mundo por ayudar -el personaje de Luis Tosar- y el cuestionamiento de los problemas de los privilegiados -el personaje de Anna Castillo-. Hay un plano, casi poético, que pone en relación las dos realidades que retrata este film: vemos al pequeño Adú (Moustapha Oumarou), luchando por sobrevivir, mirando al cielo desde una playa y pasa un avión, donde la 'niña rica' que interpreta Ana Castillo viaja cómodamente con unos auriculares de marca. Decía que Adú se merece sus nominaciones porque brilla en la dirección de Javier Calvo -impecable y con buenas soluciones visuales-, tiene un sólido guión de Alejandro Hernández -aunque pienso que las tres tramas que conviven en la historia, se estorban-; una excelente fotografía de Sergi Vilanova Claudín que saca partido de los escenarios y paisajes africanos; además de la música de un contrastado Roque Baños, un lujoso diseño de producción, la dirección artística, el sonido, el montaje y el maquillaje y la peluquería. También están nominados los actores, Álvaro Cervantes y el joven Adam Nourou, que hace milagros con un personaje que llega tarde a la trama. No están nominados Luis Tosar y Anna Castillo, pero sabemos que son intérpretes contrastados, por lo que resulta difícil encontrarle defectos a una cinta que ha sido además la quinta más taquillera en un año complicado por el covid. A pesar de todas estas virtudes, me atrevo a cuestionar una sola de esas 13 nominaciones a los Goya: la de mejor película. ¿Por qué ? La razón es personal, claro, y es difícil de definir: todo está bien en esta gran producción española, pero el conjunto no me convence, quizás, porque parece demasiado medido, la pobreza y la miseria resultan demasiado estéticas y el tema abordado es amplio, complejo, e inabarcable. Creo que Adú se pierde en demasiadas historias: la subtrama de los guardias civiles investigados por la muerte de un inmigrante -que se anticipa a Antidisturbios- se queda en la superficie al ser un apéndice de las dos tramas principales, la del niño protagonista y la de Luis Tosar. A la primera le sobran peripecias -solo el viaje en avión habría sido una película entera- y la segunda nos deja con ganas de ver más sobre la relación entre padre e hija.
ENORME -PADRE Y MADRE
UNO PARA TODOS -PEDAGOGÍA
Ganadora del premio José María Forqué en la categoría de Cine y Educación en Valores, Uno para todos reincide en un esquema que resulta familiar, el de un docente poco ortodoxo, enfrentado a una clase con alumnos problemáticos, cuyos conflictos nadie más había podido resolver. El héroe llega de fuera, arregla el entuerto y, en el más puro estilo del western, sigue su camino, tan solitario como antes. Uno para todos, dirigida por David Ilundain -B, la película (2015)-, descansa sobre los hombros del nominado al Goya David Verdaguer, excelente en su papel de profesor suplente, hastiado del sistema educativo y de sus funcionarios con plaza, pero dispuesto a llegar más lejos que nadie para ayudar a sus alumnos. La película toca varios de los problemas que pueden vivir los adolescentes: cáncer, acoso escolar, la integración de los inmigrantes, pero sobre todo pone el acento en cómo un profesor con mano izquierda, interés y algo de imaginación puede motivar a los jóvenes más allá de los planes educativos. Creo, sin embargo, que la película no encuentra el equilibrio adecuado entre ser un drama social sobre las deficiencias del sistema educativo público -subgénero cinematográfico en el que se han especializado los franceses tras La clase (2008) de Laurent Cantet- y un estudio del personaje principal, opción que creo más interesante y novedosa, que hubiera aprovechado todavía más las prestaciones de Verdaguer.
30 MONEDAS -FANTATERROR EN SERIE
TRES DEL INFIERNO -ASESINOS NATOS
EL ARTE DE VOLVER -NO CONFUNDIR CON UN MELODRAMA
Pedro Collantes escribe y dirige El arte de volver, estupendo film apoyado en una perfecta Macarena García. La protagonista de la historia es Noemí, una aspirante a actriz que vuelve a Madrid tras probar suerte en Nueva York. A su regreso vivirá una serie de reencuentros que la harán darse cuenta de todas las cosas que se ha perdido. Lo primero que hay que alabar del trabajo de Collantes, es que la premisa planteada se prestaba para un melodrama lacrimógeno repleto de frases profundas sobre la vida y las oportunidades perdidas. Pero el guión sortea con inteligencia este escollo, con una serie de elementos que me parecen inteligentes. El primero es el humor: cada escena, en la que la protagonista se enfrenta a un conflicto, tiene un elemento cómico desestabilizador: el incómodo error en el regalo a la hermana; la ironía del personaje que interpreta un eficaz Nacho Sánchez; el gato de la suerte chino que desencadena el drama con una vieja amiga (Ingrid García Jonsson); la idea de mentirle al pobre conductor rumano (Luka Perôs). Todos estos elementos permiten que el drama y la comedia convivan, y evitan que los conflictos de Noemí se conviertan en tragedias que no son tales. Ese empeño voluntario en alejarse de la lágrima fácil se hace explícito en la subtrama de metaficción que propone una serie de televisión -folletinesca a todas luces- que Noemí podría protagonizar como actriz. Titulada, precisamente, El arte de volver, los personajes cuestionan la 'cursilería' de dicho título, de forma autoconsciente. Luego está la manera en la que Collantes evita tropezar con la inevitable trama amorosa -tema recurrente y manido- dejando al interés romántico de Noemí siempre fuera de campo. Por último, la gran escena dramática de la película, es presentada de una forma seca, cotidiana, sin el más mínimo exceso. Todos estos elementos alejan la historia del melodrama facilón. El arte de volver, por cierto, no nos habla de emigrar -tema sí presente en el personaje del conductor rumano- sino de la vida entendida como una serie de caminos que se van cerrando hasta que no nos quedan más desvíos que esa recta final que el entrañable personaje del abuelo (Celso Bugallo) encara con humor -esos montajes que hace cuando descubre cómo utilizar un smartphone-. Que Noemí se haya ido lejos, es solo una excusa dramática para hablarnos del paso del tiempo y de cómo la vida sigue, aunque intentemos huir de ella. Noemí se niega a madurar, aunque tenga que enfrentarse a personas, oportunidades y situaciones que inevitablemente se han quedado atrás. Y la demostración de que Collantes no busca dar lecciones es ese final abierto, con el objetivo de la cámara fijo sobre el rostro vulnerable y frágil de Macarena García.
LA REINA DE LOS LAGARTOS -SPACE OPERA DE ANDAR POR CASA
Lo mejor que se puede decir que una propuesta como La reina de los lagartos es que es extraña. No solo por su argumento peculiar, sobre una extraña pareja formada por una madre soltera -o separada- terrestre, Bruna Cusí, y un extraterrestre venido de otro planeta, interpretado por el gran monstruo -literal- del cine español e internacional, Javier Botet. Dirigida por el dúo Burnin' Percebes -Fernando Martínez y Juan González- la extrañeza de la película se expresa también en su formato, rodada en cine Súper 8, lo que influye seguramente en la narrativa: el formato es cuadrado, la fotografía tiene grano, los encuadres suelen ser abiertos -predomina el plano general- y los movimientos de cámara, son mínimos. Una estética interesante, vintage, underground, que obliga a contar esta pequeña historia en breves episodios de corte costumbrista, que apelan a lo cañí, pero evocando la ciencia ficción de una space opera a través de los diálogos, lo que nos obliga a imaginar un planeta habitado por lagartos inteligentes que ha decidido visitar nuestro planeta. El humor del film está en que esta desquiciada propuesta es asumida por todos los personajes de una forma absolutamente natural. Excepto por el cura (Roger Coma), claro.