OZARK -TEMPORADA 4 -EL COMIENZO DEL FIN


La idea de escapar de la vida gris y rutinaria del asalariado de clase media late bajo la estructura dramática de la serie
Ozark, disponible en Netflix. Esto sigue siendo así en su recta final, la primera parte de la cuarta temporada de la ficción creada por Bill Dubuque, de reciente estreno. Como las antiguas películas de gánsteres, estamos ante una perversión del sueño americano, de la idea capitalista del éxito. El contable Martin Byrde (Jason Bateman) busca trascender la mediocridad saltándose la Ley -blanqueando capitales- para conseguir el dinero suficiente para apagar los miedos de todos los padres de familia, para salvaguardar el futuro económico de sus seres queridos. Marty consigue con esto, además, una fantasía individual, casi una venganza contra su entorno, que le considera un tipo aburrido y sin ambición. Se trata de un tema que aparece reflejado en esta cuarta temporada en el flashback recurrente en el que aparece Marty hablando con su antiguo compañero Bruce (Josh Randall), una escena que remite al inicio de la historia y que serviría para cerrar el círculo argumental. Pero si la historia de Marty Byrde al principio de la serie podía recordar demasiado a la de Walter White en Breaking Bad, Ozark se desmarcó enseguida de aquella al incluir en la trama criminal a todos los miembros de la familia Byrde. Wendy (Laura Linney) no es una Lady Macbeth, sino que acaba convirtiéndose en una matriarca capaz de enfrentar los problemas de la familia de una forma mucho más despiadada y sin escrúpulos que Marty, lo que genera grandes tensiones en el matrimonio. La pareja se enfrenta, además, a las dificultades de criar a dos hijos adolescentes, Charlotte (Sofia Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner), que en un giro muy interesante intercambian sus papeles en esta cuarta entrega. Ella, la mayor, ya no es la rebelde, se ha convertido en adulta y decide seguir los pasos de su madre; él, de tan solo 14 años, rechaza la autoridad de sus padres a los que, con razón, considera sin la autoridad moral para educarle o decidir sobre su vida. Ozark es, también, un drama familiar, solo que los problemas que enfrenta cualquiera de nosotros aparecen aquí convertidos en amenazas de vida o muerte. Uno de los aspectos que más enganchan de Ozark es ese miedo que sienten constantemente los Byrde -al cartel mexicano, al FBI, a la terrateniente Darlene Snell (Lisa Emery) y al personaje impredecible de turno (cada temporada hay uno o dos)- y que es una metáfora del estrés que experimenta cualquier familia real: ¿Quién no tiene la sensación de que resuelve un problema solo para verse metido en otro? ¿No es eso la vida: una sucesión de problemas hasta que todo acaba? Los Byrde son muy capaces de salir adelante y de resolver cualquier situación, pero, a pesar de su trabajo duro y de sus esfuerzos, el azar, el mal hacer de otros personajes -como la agente Maya Miller (Jessica Frances Dukes) o el capo Javi Elizonndro (Alfonso Herrera)- hacen que su destino sea impredecible e incontrolable, una sensación en la que, seguramente, nos reconocemos todos.

Lo mejor de Ozark es que no solo se ocupa de los problemas de una familia privilegiada como los Byrde -espejo en el que seguramente se reflejan los espectadores de Netflix- sino también los de la clase obrera marginada y excluida: esos white trash que habitan caravanas, malviven gracias a trabajos basura y tienen pocas esperanzas de futuro. El gran hallazgo de la serie en este sentido es el personaje de Ruth Langmore -estupenda Julia Garner- que en una de las primeras secuencias de esta cuarta temporada, independizada ya de Marty Byrde, se convierte en la propietaria de un motel de mala muerte en el que trabajó como mano de obra esclava y del que fue despedida por robar. Es la venganza de la clase obrera, solo posible, claro, en la fantasía e incluso así, a través del crimen. Ruth ha acabado siendo el gran personaje de Ozark y sus creadores lo saben: por eso la colocan en este final de la serie como el gran punto de interés y como gancho para que no nos perdamos la próxima -y última- tanda de episodios. Ruth es, sobre todo, el personaje por cuya seguridad más tememos. Estas primeras siete entregan de la última temporada vuelven a darnos una mezcla perfecta de drama y thriller, con personajes que ya forman parte de la memoria seriéfila, interpretados por estupendos actores, en episodios muy bien escritos y dirigidos con eficacia. Un entretenimiento de primera calidad.

LA ABUELA -SIN TIEMPO PARA MORIR


La abuela, la esperada película de Paco Plaza, es una magnífica obra sobre el miedo más humano y más común: envejecer. El temor a la decadencia física, y a su consecuencia directa, la muerte, es siempre el gran tema del género del terror: que se puede dividir a grandes rasgos en gente que muere en formas horribles, o gente que vuelve del más allá para perseguirnos. Todo lo que nos recuerda nuestra propia mortalidad. Esa imagen fantástica de lo que nos espera sin excepción, es el gran motor de todos los miedos. Plaza hace una radiografía macabra, casi sádica, de lo que nos puede aterrorizar sobre hacernos mayores: la decadencia física y orgánica, la enfermedad, la pérdida de control sobre nuestras propias vidas, en una estrategia que puede recordar a la terrible Amor (2012) de Michael Haneke. Pero antes de que nadie piense que Plaza se ha entregado a eso que llaman 'terror elevado' -que tampoco tendría nada de malo- hay que decir que el director de Rec (2007) y Verónica (2017) usa todos los trucos de un maestro para generar miedo. Hay sustos y de los buenos. No sé si La abuela es la mejor película de Plaza, pero sí que tras Verónica y la estupenda Quien a hierro mata (2019) al director se le ve en plena forma, en completo dominio de los recursos de lenguaje del cine, en la madurez de su oficio. Lo que hace de esta cinta un feliz encuentro, ya que Plaza pone en imágenes -de forma soberbia- un guión de Carlos Vermut -Magical Girl (2014)- que es un divertido ejercicio de género que tiene mucho que ver con su interés por el universo femenino, con esa mezcla tan suya entre lo cotidiano y lo fantástico. Vermut conecta aquí, además, con la mitología de una de las figuras más arquetípicas del relato de terror, que podría hacernos pensar también en Dario Argento. Un guión sugerente y una puesta en escena brillante se complementan con dos interpretaciones muy potentes, que son verdaderos hallazgos, como son la prometedora Almudena Amor, capaz de, con una mirada, sugerir todo el subtexto de la película, y por supuesto, Vera Valdez, como Pilar, esa abuela escalofriante y, sin embargo, humana. La abuela es una película única, además, porque esconde un enigma que se desvela en la primera secuencia. No dejéis de verla.

LA TRAGEDIA DE MACBETH -UN LUJO


Puede ser
Macbeth la obra del inmortal Shakespeare con las mayores adaptaciones cinematográficas en su haber. Directores tan enormes como Akira Kurosawa, Orson Welles y Roman Polanski se han acercado a la que es la gran historia sobre la ambición desmedida en estupendos films que son clásicos. Ahora, nada menos que Joel Coen elige adaptar esta obra para su estreno como director en solitario. El resultado, disponible en Apple Tv, es la impresionante La tragedia de Macbeth, una obra que destila el texto original hasta su mínima expresión, consiguiendo con ella la fuerza de una inusitada pureza y sencillez. El personaje principal, ese que se dejará llevar por el deseo de poder, es interpretado por Denzel Washington, uno de los grandes actores de nuestro tiempo, que aquí está inmenso. Es un espectáculo contemplar su interpretación. Le da la réplica una gran actriz como Frances McDormand, que aquí da vida a una Lady Macbeth, quizás, menos maquiavélica, menos responsable de la deriva de su marido, y más carcomida por la culpa. Si los hermanos Coen se caracterizaban por la musicalidad de sus diálogos y buscaban muchas veces la melodía de los acentos estadounidenses, los versos de Shakespeare, perfectamente recitados, pero en un tono más natural -aunque sin rehuir la teatralidad-, cumplen exactamente la misma función estética. Pero lo que marca sobre todo esta adaptación es un esplendoroso blanco y negro fotografiado por el francés Bruno Delbonnel, que bien vale la película. Joel Coen utiliza unos decorados estilizados, de grandes superficies lisas sobre las que se proyectan sombras expresivas que sirven para reforzar el sentido de cada escena. Coen nos sorprende, además, reforzando los elementos fantásticos presentes en gran parte de la obra de Shakespeare: brujas, apariciones, fantasmas y terribles profecías atrapan a los personajes castigando sus faltas sin escapatoria posible. No dejéis de verla.

SCREAM -PUÑALADA TRAS PUÑALADA


La quinta entrega de Scream llega a las pantallas como el gran evento nostálgico para una generación que se inició en el cine de terror con la cinta original en 1996. El guion de Kevin Williamson -que quería titularla Scary Movie- era una puesta al día del género slasher, que se había agotado de puro éxito en los años 80 a fuerza de innumerables secuelas de Halloween y Viernes 13. La película era un ejercicio de metaficción en el que los personajes, en lugar de ser víctimas incautas del asesino en serie de turno -Ghostface- habían visto -como los espectadores- decenas de películas de terror y conocían sus reglas al dedillo. El gran éxito de Scream se debió entonces a esta complicidad establecida con el fan del terror. Además, la película, cargada de referencias a otros títulos del pasado, servía de puerta de entrada al género para el mencionado espectador joven que se estrenaba en el cine de sustos. Y, por supuesto, Scream es una película estupenda gracias a que detrás de la cámara estaba Wes Craven, un experimentado director que había ayudado a definir el género con Pesadilla en Elm Street (1984). El éxito de aquella película significó la renovación del género, que volvía a ser relevante -volvía a ser comercial- lo que produjo una avalancha de clones -Sé lo que hicisteis el último verano (1997)- y de secuelas. Scream 2 prolongaba el juego metalingüístico estableciendo que los hechos narrados en la primera entrega habían inspirado una película: Puñalada. De calidad decreciente en cada secuela, la saga se despedía en su cuarta película, eso sí, gozando del lujo de que todas sus entregas fueron dirigidas por Craven (mencionemos también una serie de televisión de dos temporadas, disponibles en Netflix). Una década después, vuelve Scream como lo han hecho otras franquicias similares -Halloween, y Saw- reuniendo a gran parte del cast original -Neve Campbell, David Arquette y Courtney Cox- a los que se añaden nuevos y jóvenes personajes. La naturaleza meta de la saga hace posible que la nueva película dialogue consigo misma, con su carácter de secuela/reinicio y también con el estado del género del terror actual. Los encargados de Scream (2022) son Matt Bettinelli-Olin y Tyler Gillet, autores de la estupenda Noche de bodas (2019), que llenan su guion de diálogos autoconscientes: los protagonistas han visto Puñalada -que es como decir que han visto Scream- y verbalizan el estado actual del cine comercial, dominado por el regreso de viejas franquicias -Star Wars, Parque Jurásico, Terminator, Cazafantasmas- por la vía de proponer personajes de nuevo cuño apadrinados por los actores originales de cada franquicia. Además, se critica con humor el llamado terror ‘elevado’ que domina el género últimamente con películas como It Follows (2014), La bruja (2015), Déjame salir (2017), o Hereditary (2018). Todo esto está muy bien, resulta divertido, aunque puede, simplemente, no interesar al espectador ajeno al género. Lo importante en una película como Scream, en un slasher, creo yo, son los sustos. Y aquí la puesta en escena de Bettinell-Olin y Gillet no es precisamente brillante. No hay tensión en las escenas y los sustos no son demasiado efectivos, deficiencia que se compensa con la brutalidad y la crueldad de los asesinatos. Lamentablemente, Scream es también un melodrama adolescente que se parece demasiado a esas películas noventeras que asegura haber superado. Por último, para rizar el rizo meta, el argumento, siempre en forma de whodunit en la saga -quizás herencia del giallo- encuentra a su improbable culpable en el fan tóxico: ese que dice que no existe la cuarta parte de Indiana Jones; que quiere que se vuelvan a rodar el Episodio VIII de Star Wars y el final de Juego de tronos; que piensa que el humor de Thor: Ragnarok (2017) es un insulto al personaje de los cómics; o que el último James Bond ya no es tan macho como antes. Esos fans que se creen dueños de la obra -o de la franquicia- de sus amores, que se autodenominan guardianes de las 'verdaderas' esencias, son los malos de la nueva Scream  y probablemente sus mayores fans.

TICK, TICK... BOOM! -VIDA, SUEÑOS Y MUERTE


Ojo al año que ha tenido Lin-Manuel Miranda -Hamilton (2020)- este 2021 con el estreno en cines de la estupenda En un barrio de Nueva York con canciones compuestas por él; la fantástica Encanto para Disney, también con sus temas; y que tiene disponible en Netflix esta Tick, Tick, Boom! de la que os hablo ahora y seguramente su obra más relevante en cine. Aquí, Miranda se pone por primera vez detrás de la cámara para dirigir un biopic musical que rinde homenaje a la figura de Jonathan Larson, creador de Rent (1996), que ha sido un éxito mundial -y que cuenta con su propia adaptación cinematográfica dirigida por Chris Columbus en 2005-. Un éxito que Larson nunca conoció: murió de un anaeurisma cuando comenzaban las primeras representaciones. Este dato biográfico, ajeno a la película que nos ocupa, redondea sin embargo la reflexión sobre la vida, los sueños y el éxito que es Tick, Tick... Boom!. En ella, conocemos a Jonathan Larson cuando está cumpliendo 30 años, una edad que es una frontera psicológica arbitraria que marca si hemos tenido éxito en la vida o hemos desperdiciado la juventud y debemos dedicarnos a ser personas 'normales'. Lo que nos cuentan entonces es la crisis existencial que sufre Larson justo en ese momento, cuando se encuentra tan cerca de conseguir el éxito, como de tirar la toalla para siempre. Larson está maravillosamente interpretado por Andrew Garfield -que también ha tenido un año estupendo- de parecido razonable con el verdadero Jonathan Larson y sobre todo capaz de imprimir en el personaje tanta energía como sensibilidad, lo que le ha valido ya el Globo de Oro a la mejor interpretación en un musical o comedia. Garfield sostiene la película sobre sus hombros -acompañado por estupendos actores en el reparto- y nos lleva de la mano en los empecinados intentos de Larson por abrirse camino en Broadway y con un tema de fondo de alto voltaje emocional, la trágica epidemia de SIDA de los años 90. Con temas rock vibrantes, la película es una pequeña joya en un año que también ha sido generoso para el género musical. No hay que perdérsela.

SER LOS RICARDO -CAZA DE BRUJAS


Supongo que desvelo mi edad si digo que me eduqué audiovisualmente viendo a Lucille Ball en su vieja serie de televisión. Precisamente por eso, no puedo más que lamentar que en la película Ser los Ricardo haya sido interpretada por la reciente ganadora del Globo de Oro, Nicole Kidman (es la quinta vez que gana este premio). La actriz cómica pelirroja era conocida por su gestualidad y por sus dotes histriónicas, una capacidad que Kidman, con su rostro petrificado, simplemente no puede replicar. Es este el gran impedimento que he tenido para disfrutar de la nueva cinta escrita y dirigida por Aaron Sorkin, disponible en Amazon Prime Video. Ser los Ricardo narra el momento en el que Lucille Ball y su marido, el cubano Desi Arnaz (Javier Bardem) disfrutan de su mayor éxito de audiencia como protagonistas de la serie de televisión I Love Lucy, la gran pionera de la sitcom como la conocemos hoy. En la trama que propone Sorkin, tres cosas ponen en peligro la supervivencia del mítico show: primero, que Lucy ha sido relacionada con el partido comunista en plena caza de brujas; segundo, una posible crisis matrimonial entre la cómica y su marido; y me permitiréis que no revele el tercer problema para evitar el temido spoiler. Con esta excusa argumental, Sorkin dibuja un escenario político y pone sobre la mesa temas como las ideologías, el machismo, el feminismo, y la hipocresía de la moral conservadora estadounidense. Bardem y Kidman están francamente bien en sus papeles, a excepción de la ya mencionada incapacidad de la segunda para interpretar el talento más característico de Lucille Ball, que incluso es mencionado varias veces durante la trama. Pero donde el guión de Sorkin -autor de series como El ala oeste de la Casa Blanca y The Newsroom- brilla realmente es en la descripción de esa sala de guionistas, en la que se dan codazos por sacar primero el chiste más brillante. Los personajes de Sorkin son todos inteligentes y muy rápidos en la réplica, lo que da lugar a diálogos fantásticos. Sus tramas son muy entretenidas, pero además son apasionantes por toda la información que dan de forma muy didáctica y amena. Todo esto hace de Ser los Ricardo, un entretenimiento de primera, aunque quizás habría lucido más como una serie de televisión que como una película. La gran pega, me repito, es esa decisión de casting que, si no estáis familiarizados con Lucille Ball, quizás no os suponga mayor contratiempo. Al parecer, la actriz original pensada para el papel era otra gran actriz, Cate Blanchett. No sé si ella lo habría hecho mejor, pero me atrevo a hacer mi propuesta personal soñada: Kristen Wiig.

LA VIDA ERA ESO -EMPEZAR DE NUEVO


La vida era eso
 es una película de pequeños detalles que se pueden escapar si no miramos con atención. Un bollo de masa, o una granada que parece sangrar, pueden representar, en determinados momentos de la trama, un corazón, órgano vital de nuestros cuerpos que desencadena, por partida doble, el conflicto de la historia. El realizador David Martín de los Santos, nominado al Goya en la categoría de mejor director novel, nos presenta a dos personajes que se encuentran, dos mujeres muy diferentes y en distintos momentos de la vida: María -Petra Martínez, nominada al Goya como mejor actriz principal- y Verónica -Anna Castillo- cuyos caminos se cruzan casualmente. Este encuentro servirá para provocar un cambio vital en María, que emprenderá un viaje para descubrir quién es Veronica, en el que acabará descubriéndose, claro, a sí misma. Estamos ante un drama despojado de carga lacrimógena, que  Martín de los Santos guía sin estridencias, contradiciendo las expectativas del espectador en algunos momentos y retrasando situaciones que sí seremos capaces de anticipar. El encuentro de María con varios personajes irá enriqueciendo su periplo vital para hablarnos de la vida, de la necesidad de ser libres y también de ser valientes para conseguirl
oLa vida era eso habla de lo importante que son las pequeñas necesidades, que deben ser satisfechas, y de los pequeños placeres, incluso los más tontos. Y de cómo hay que escuchar lo que nos dice nuestro corazón, en lugar de satisfacer siempre a los que nos rodean. Una película hecha a medida para uno de esos personajes que no abundan en el cine, me temo, el de una mujer madura que se replantea su vida tras una situación de vida o muerte. Esto que puede parecer el planteamiento de la enésima comedia francesa, es aquí una historia contada de forma inteligente, sencilla y visualmente estimulante. Vale la pena verla en cines.

WEST SIDE STORY -LOS REMAKES NUNCA FUERON BUENOS ¿O SÍ?


2021 puede haber sid
o el año de los musicales, con títulos tan importantes como Annette de Leos Carax y Sparks; En un barrio de Nueva York, Tick, Tick... Boom! y Encanto -detrás de las cuales está Lin Manuel Miranda-; la animada Canta 2, por no hablar de la española El cover de Secun de la Rosa y de títulos que se valen del género tangencialmente, como la estupenda El amor en su lugar de Rodrigo Cortés y hasta Última noche en el Soho de Edgar Wright, que utiliza la música en prácticamente cada secuencia. Pero la guinda del pastel de esta nueva hornada de musicales es probablemente la nueva versión de un clásico absoluto como West Side Story que ha dirigido Steven Spielberg. Es un lugar común y un signo claro de pereza el denostar indiscriminadamente cualquier remake y cualquier nueva versión de una historia ya conocida. La práctica es tan antigua como el cine -en la época muda ya era habitual- y hay numerosos ejemplos de remakes que han salido muy bien. Por alguna razón, solo recordamos los que han salido mal. Creo que está claro que la película de Robert Wise, con Natalie Wood, es un clásico intocable que representa una época del cine de Hollywood y que tiene una estatura mítica probablemente inalcanzable. Entonces ¿Para qué comparar? Lo cierto es que la película que firma Spielberg es magnífica. El director siempre había afincado su narrativa en largos planos secuencia, en los que la cámara se va moviendo imperceptiblemente, acercándose y alejándose variando los planos, creando un montaje sin cortes en el que los actores deben seguir una coreografía, y en los que la música y la banda sonora juegan un papel fundamental. ¿Por qué nunca había hecho Spielberg un musical hasta ahora? Es mejor no pensarlo, porque seguramente nos hemos perdido dos o tres obras maravillosas. La nueva West Side Story tiene toda la fuerza pegadiza de las canciones de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, y está hecha a todo lujo -nada menos que Gustavo Dudamel dirige la orquesta-. Un magnífico diseño de producción para recrear los años cincuenta, una magnífica fotografía, y la sabiduría de Spielberg detrás de la cámara son suficientes para que esta película sea tan buena como la original. Las interpretaciones son impecables, y la protagonista femenina, Rachel Zegler -obviamente no se puede comparar con un mito como Natalie Wood- es todo un descubrimiento. La debutante tiene encanto, soltura y emociona. Pero también hay que alabar el trabajo de rostros no demasiado conocidos como Ariane De Bose, Mike Faist y David Álvarez, por no mencionar a una venerable Rita Moreno, el necesario vínculo con el clásico, que demuestra que todavía tiene ese 'no sé qué' se las estrellas de antes. West Side Story actualiza una tragedia que, como ya se sabe, no es más que la reimaginación de Romeo y Julieta, llevada al Nueva York de tensiones raciales de los años cincuenta. En esta nueva adaptación resuenan también temas más actuales comla gentrificación, que margina a estadounidenses "de pura cepa" y a puertorriqueños. Pero sobre todo se hace un alegato contra la división en una sociedad polarizada, contra la violencia y el odio, y una defensa del amor por encima del racismo y del rencor de cualquier tipo. Con números vibrantes como el del famoso I want to live in America o la divertida secuencia en la jefatura de policía, que logra recuperar la inocencia y la comicidad del original, West Side Story me parece un triunfo que merece ser disfrutaden pantalla grande.

EL ÚLTIMO DUELO -'ME TOO' MEDIEVAL


Creo que está claro que el gran tema de la ficción reciente -no solo en Hollywood- es el de las reivindicaciones feministas, la constatación de una discriminación que sigue existiendo y sobre todo, la denuncia de la violencia contra las mujeres. En El último duelo, nada menos que Ridley Scott -ese que en 1979 convirtió a Sigourney Weaver en una de las primeras heroínas del cine de ciencia ficción en Alien y responsable de Thelma y Louise (1991)- adapta un texto de Eric Jagger, inspirado en una historia real ocurrida en 1386, que sirve como vehículo para hablar de los temas antes referidos. La película comienza presentando a dos de sus personajes principales, Sir Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver), cuya relación bascula entre la alianza interesada y la rivalidad. Luego conoceremos al tercer y más importante personaje, Marguerite (Jodie Comer), quien se convierte involuntariamente en el objeto de conflicto. Sobre todos ellos planea la figura de Pierre d´Alençon (Ben Affleck), el señor feudal de las tierras en las que ocurre la acción. La película se divide en tres partes, cada una narrada desde el punto de vista de los tres personajes, que tienen perspectivas diferentes sobre un hecho central, la violación de Marguerite. Recordarán ustedes un clásico como Rashomon (1950) de Akira Kurosawa que presentaba una premisa muy similar. Con estos elementos, Ridley Scott despliega su efectiva puesta en escena, sólida y elegante, una narrativa eficaz que nos introduce de lleno en lo contado, apoyándose en un diseño de producción sobresaliente que permite una recreación convincente de la Edad Media. El último duelo tiene un empaque espectacular y una historia interesante, pero, quizás, los equivalentes que establece entre el juicio por violación histórico y los casos actuales de agresión sexual, son demasiado obvios: se pone en duda la palabra de la víctima, que acaba siendo juzgada y criminalizada, tal como, lamentablemente, sigue ocurriendo hoy en día. Se expone también el papel de la mujer en dicha época, que era el de una mera posesión de los hombres -primero del padre, luego del marido- que servía como moneda de cambio para conseguir tierras, extinguir deudas o alcanzar un determinado estatus social. La película se aleja completamente del amor caballeresco, el teórico precedente del amor romántico como lo concebimos hoy en día, y expone además otra actitud muy común: el violador se cree realmente inocente. La resolución del conflicto lleva a un estallido de violencia, un exceso de sangre derramada que invita a pensar en la brutalidad masculina y nos hace preguntarnos si los dos contrincantes de ese último duelo necesitaban realmente la excusa de la violación para resolver sus diferencias. Creo que la película se resiente por cierta indefinición en su mensaje, más allá de ser una clara denuncia. Y personalmente creo que las interpretaciones de Driver, Comer y Affleck son demasiado contemporáneas, demasiado parecidas a lo que esperamos de ellos, siendo, para mí, Matt Damon el único que realmente compone un personaje alejado de sus registros más habituales.