La idea de escapar de la vida gris y rutinaria del asalariado de clase media late bajo la estructura dramática de la serie Ozark, disponible en Netflix. Esto sigue siendo así en su recta final, la primera parte de la cuarta temporada de la ficción creada por Bill Dubuque, de reciente estreno. Como las antiguas películas de gánsteres, estamos ante una perversión del sueño americano, de la idea capitalista del éxito. El contable Martin Byrde (Jason Bateman) busca trascender la mediocridad saltándose la Ley -blanqueando capitales- para conseguir el dinero suficiente para apagar los miedos de todos los padres de familia, para salvaguardar el futuro económico de sus seres queridos. Marty consigue con esto, además, una fantasía individual, casi una venganza contra su entorno, que le considera un tipo aburrido y sin ambición. Se trata de un tema que aparece reflejado en esta cuarta temporada en el flashback recurrente en el que aparece Marty hablando con su antiguo compañero Bruce (Josh Randall), una escena que remite al inicio de la historia y que serviría para cerrar el círculo argumental. Pero si la historia de Marty Byrde al principio de la serie podía recordar demasiado a la de Walter White en Breaking Bad, Ozark se desmarcó enseguida de aquella al incluir en la trama criminal a todos los miembros de la familia Byrde. Wendy (Laura Linney) no es una Lady Macbeth, sino que acaba convirtiéndose en una matriarca capaz de enfrentar los problemas de la familia de una forma mucho más despiadada y sin escrúpulos que Marty, lo que genera grandes tensiones en el matrimonio. La pareja se enfrenta, además, a las dificultades de criar a dos hijos adolescentes, Charlotte (Sofia Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner), que en un giro muy interesante intercambian sus papeles en esta cuarta entrega. Ella, la mayor, ya no es la rebelde, se ha convertido en adulta y decide seguir los pasos de su madre; él, de tan solo 14 años, rechaza la autoridad de sus padres a los que, con razón, considera sin la autoridad moral para educarle o decidir sobre su vida. Ozark es, también, un drama familiar, solo que los problemas que enfrenta cualquiera de nosotros aparecen aquí convertidos en amenazas de vida o muerte. Uno de los aspectos que más enganchan de Ozark es ese miedo que sienten constantemente los Byrde -al cartel mexicano, al FBI, a la terrateniente Darlene Snell (Lisa Emery) y al personaje impredecible de turno (cada temporada hay uno o dos)- y que es una metáfora del estrés que experimenta cualquier familia real: ¿Quién no tiene la sensación de que resuelve un problema solo para verse metido en otro? ¿No es eso la vida: una sucesión de problemas hasta que todo acaba? Los Byrde son muy capaces de salir adelante y de resolver cualquier situación, pero, a pesar de su trabajo duro y de sus esfuerzos, el azar, el mal hacer de otros personajes -como la agente Maya Miller (Jessica Frances Dukes) o el capo Javi Elizonndro (Alfonso Herrera)- hacen que su destino sea impredecible e incontrolable, una sensación en la que, seguramente, nos reconocemos todos.
Lo mejor de Ozark es que no solo se ocupa de los problemas de una familia privilegiada como los Byrde -espejo en el que seguramente se reflejan los espectadores de Netflix- sino también los de la clase obrera marginada y excluida: esos white trash que habitan caravanas, malviven gracias a trabajos basura y tienen pocas esperanzas de futuro. El gran hallazgo de la serie en este sentido es el personaje de Ruth Langmore -estupenda Julia Garner- que en una de las primeras secuencias de esta cuarta temporada, independizada ya de Marty Byrde, se convierte en la propietaria de un motel de mala muerte en el que trabajó como mano de obra esclava y del que fue despedida por robar. Es la venganza de la clase obrera, solo posible, claro, en la fantasía e incluso así, a través del crimen. Ruth ha acabado siendo el gran personaje de Ozark y sus creadores lo saben: por eso la colocan en este final de la serie como el gran punto de interés y como gancho para que no nos perdamos la próxima -y última- tanda de episodios. Ruth es, sobre todo, el personaje por cuya seguridad más tememos. Estas primeras siete entregan de la última temporada vuelven a darnos una mezcla perfecta de drama y thriller, con personajes que ya forman parte de la memoria seriéfila, interpretados por estupendos actores, en episodios muy bien escritos y dirigidos con eficacia. Un entretenimiento de primera calidad.