Comienza con varios minutos en negro. Luego largos planos de un callejón, en silencio. Y de repente, estalla "Rammstein" estridente y metálico. Tan incómodo como un despertador a las 4:55 de la madrugada. Lars Von Trier quiere ahuyentarnos de su película. Quiere ponernos a prueba. Quiere espabilarnos para que pongamos atención.
Pero lo que nos va a contar es muy bonito, casi inocente, y sobre todo lúdico, incluso divertido. A mí me ganó en el momento en el que Joe relata cómo coge detalles visuales de los pasajeros del tren -mientras se masturba- con los que crea las piezas de un puzzle que juntas forman al ser amado que echa de menos.
Es uno de los episodios sexuales que Joe (Charlotte Gainsbourg) confiesa a Seligman (Stellan Skarsgard). Pero éste no ve nada malo en ellos y critica que de su educación religiosa, Joe se haya quedado con lo peor: el concepto del pecado.
El sexo está ahí, es explícito, puede desagradar a alguno -al que tendremos que dejar de hablar por mojigato- pero si sumamos todo lo "porno" -de la versión recortada- no da para mucho. En cambio hay momentos de gran belleza que sí perduran en la memoria -el camino de Joe hacia el hospital bajo los versos de Poe- y una frase que sigue resonando en mi cabeza: "Sólo estamos esperando a que nos den permiso para morir". Sin duda.
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