En la trilogía de cortometrajes Código 7, Nacho Vigalondo nos cuenta la historia de Palmer Eldrich, un héroe espacial que está atrapado en una realidad virtual que simula el Madrid del año 2002. La voz en off del propio director nos cuenta una espectacular space opera -que ocurre supuestamente en la mente del protagonista- sobre la mundana imagen de un joven desaliñado que se levanta de la cama y se prepara un café en un piso cochambroso.
Curiosamente, Open Windows podría ser la elaboración de ese mismo concepto hasta su máxima sofisticación posible. La idea ahora es contar una historia a través de la pantalla de un ordenador -un experimento que parece una evolución última del found footage dirigida por Brian De Palma- y el resultado se parece mucho a Código 7: Vigalondo consigue meternos de lleno en un intenso thriller utilizando voces en off y muy pocos personajes casi siempre en primer plano y mirando a cámara. El mayor logro -para mí- de la película es que consigue crear la sensación de un mundo real mucho más amplio casi exclusivamente a través de diálogos. El mecanismo es un poco el mismo que utiliza una obra de teatro -que nos pide imaginar lo que no podemos ver- sin querer decir con esto que la película sea teatral. Ni mucho menos.
Open Windows comienza con Dark Sky, una película dentro de la película que parece ser el blockbuster opuesto a Extraterrestre (2011) -todos los protagonistas de aquella aparecen aquí- y que curiosamente recuerda poderosamente a The Worlds End (Edgar Wright, 2013). Ha querido la casualidad que estuviera yo viendo justo ahora -muy tarde, ya lo sé- la estupenda serie Utopia (2013) por lo que descubrí la identidad del misterioso antagonista que oculta su rostro al más puro estilo giallo. Resulta fácil pensar que este peligroso criminal con la capacidad para controlar cualquier cámara a nuestro alrededor es una metáfora de la figura -sádica- del director de cine. Por otro lado, el protagonista, Elijah Wood, completa con esta, y con Grand Piano (2013) y Maniac (2012), una curiosa trilogía en la que su persona, y su punto de vista, se convierten en el centro absoluto de la narrativa.
Open Windows se resuelve con un giro final sobre el protagonista que sacará a alguno de la película, pero que resulta completamente coherente con una propuesta basada en que nada es real, todo es simulación -que además remite directamente a Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960)- y que propone un comentario sobre nuestra identidad diluida en las múltiples redes sociales a las que seguramente la mayoría pertenecemos. El director se cobra -quizás- una cuenta pendiente con los internautas dejando claro que les considera amorales y poco inteligentes: borregos sin sentido del humor dispuestos a seguir cualquier tendencia. Como alternativa, Vigalondo propone el aislamiento total -sin privarse del entretenimiento cultural- para escapar a la vigilancia a la que estamos sometidos. Lo cierto es que tras ver Open Windows pasearme por las ventanas de mi smartphone me resulta un poco más inquietante.
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