Yo tenía todas mis esperanzas puestas en Sleepy Hollow. Venía firmada por Roberto Orci y Alex Kurtzman, guionistas de series como Alias (2002) y Fringe (2008) -bajo el ala de J.J Abrams- y de películas como la reimaginación de Star Trek (2009) y la primera trilogía de Transformers (2007). Acompañándoles estaba Len Wiseman, "padre" del filón de Underworld, que cuenta con cuatro películas entre 2003 y 2012. Era quizás la combinación perfecta de gente con cierto talento, pero sobre todo con un olfato infalible para crear productos comerciales pero entretenidos.
Y el primer capítulo, sin duda, confirmaba mis esperanzas. El piloto, firmado por el propio Wiseman, es una máquina perfecta de entretenimiento. El concepto de la serie explota la leyenda ideada por Washington Irving, pero expandiéndola añadiendo profecías bíblicas y brujería pagana, y convirtiendo al famoso jinete sin cabeza en uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. A este concepto de fantasía pulp había que añadir las dosis de humor que aportaba Icabod Crane (Tom Mison) un hombre del siglo XVIII adaptándose a nuestra época. Por lo demás, mucha aventura y algunos momentos de terror puro. Parecía la fórmula perfecta: pero en los siguientes capítulos el nivel de calidad de la serie desciende hasta el bostezo. Poco interés queda por ver la segunda temporada.
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John Cho con la peor tortícolis del mundo |
-AVISO SPOILERS-
Sleepy Hollow se presenta como un
procedural que incluye un monstruo en cada episodio. Pero la serie desperdicia conceptos tan interesantes como el del propio personaje de Crane: un espía en una guerra secreta bajo el mando del mismísimo George Washington enfrentado -básicamente- al Demonio. En teoría suena bien, pero en la práctica la serie no resulta satisfactoria a pesar de sus constantes guiños a las más diversas fuentes del frikismo: el personaje interpretado por Clancy Brown acaba decapitado, un homenaje a su papel más famoso en
Los inmortales (Russel Mulcahy, 1986); John Cho -Sulu en la nueva
Star Trek- acaba con el cuello roto en una imagen terrorífica que parece sacada del cómic
Swamp Thing en la etapa del guionista
Alan Moore; la imagen de Jenny Mills (Lyndie Greenwood) entrenándose para el Apocalipsis en la habitación de un manicomio remite indisimuladamente a la Sarah Connors de
Terminator 2: el juicio final (James Cameron, 1991); en otro episodio, un indio americano que vende coches usados les ofrece un Delorean para viajar en el tiempo; luego los protagonistas descubren un libro maldito que se escribe con letras de sangre como el Necronomicón de
Posesión Infernal (Sam Raimi, 1980); destaca también la aparición de John Noble -añorado Walter Bishop de
Fringe- en un papel poco lucido aunque con sorpresa; añadimos también una casa embrujada con demonio hecho de ramas que recuerda de nuevo a la Cosa del Pantano; y ese episodio que incluye un exorcismo y que se atreve a flirtear con el subgénero del
found footage. Todos esos elementos manifiestan una clara intención de entretener al fan -la serie podría haber sido un afortunado cóctel de referencias al cine de terror como sí lo es
American Horror Story- pero que finalmente no cuajan en un producto compacto.
Sleepy Hollow se pierde como pollo -perdonad el chiste malísimo- sin cabeza.
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John Noble parece que va a pedir regaliz rojo |