TURBO KID (2015)



Turbo Kid no es más que una broma, tremendamente simpática, que nació como cortometraje -un formato mucho más adecuado para este tipo de chistes, que se agotan enseguida-. Con esto no quiero decir que la película me haya disgustado, todo lo contrario, sino que estos productos basados en la nostalgia, en la parodia cariñosa, se esfuerzan más en la cita, en la referencia, que en contar una buena historia de la mejor manera posible. Generalizando ¿eh?. Lo que sí me ha gustado de Turbo Kid es que es un homenaje a los 80 inteligente y no demasiado obvio. Sitúa su historia en unos años 90 post-apocalípticos, ya que utiliza como marco Mad Max 2 (George Miller, 1981) o más bien, creo yo, los derivados italianos que explotaron el filón de este tipo de historias. Estas películas, por cierto, -pienso en 2019, tras la caída de Nueva York (Sergio Martino, 1983)- acababan siendo más similares a Conan el Bárbaro (John Milius, 1982) que a la saga de George Miller, supongo que por razones de presupuesto. Así, la historia de Turbo Kid es muy similar a la del bárbaro interpretado por Arnold Schwarzenneger: la familia del crío fue asesinada por los villanos a los que tendrá que enfrentarse de adulto, ya convertido en héroe. En el protagonista es donde encuentro el punto más entrañable de la esta propuesta: es el típico niño héroe de las películas de los 80, solitario, marginado, interesado en los cómics y en la cultura pop. Un friki, para entendernos. Para The Kid (Munro Chambers), el yermo habitado por brutos supervivientes es el equivalente del instituto y sus abusones para aquellos héroes ochenteros. Que The Kid se dedique a buscar reliquias del pasado -tebeos, cassettes- es un comentario brillante sobre los que con más de 40 años recorremos eBay buscando recuerdos -juguetes, cómics, vinilos- de nuestra lejana infancia. Arqueología friki. A aquel héroe de los 80 siempre le surgía una compañía fantástica para paliar su soledad -un extraterrestre, un gremlin, Sloth- y aquí ocurre lo mismo con Apple (Laurence Leboeuf), que resulta ser un robot, lo que nos hace pensar un poco en Alien (Ridley Scott, 1979) pero sobre todo en la olvidada Cherry 2000 (Steve De Jarnatt, 1987). Por último, están las bicicletas. Como en aquellas películas -E.T., el extraterrestre (1983), Los Goonies (1985) y hasta Stranger Things (2016)- el joven protagonista se mueve en bicicleta. Lo gracioso es que los adultos y los villanos, también. Apuntemos por último el guiño a Soylent Green (1973) cuando se descubre que el agua, son las personas. Hilarante. 



Volviendo a Mad Max, si aquella era un western -futurista- inspirado en la trilogía del dólar de Sergio Leone, aquí el spaguetti western también está muy presente -la venganza de Turbo Kid es equiparable a la de Armónica (Charles Bronson) en Hasta que llegó su hora (1968)- y el personaje de Frededric (Aaron Jeffery) está claramente inspirado en el hombre sin nombre que interpretó Clint Eastwood. Como he dicho antes, el cóctel de guiños y referencias es el principal motor de la película, su historia es muy sencilla, las interpretaciones cumplen sin más y la propuesta visual, modesta. Pero el ritmo, la simpatía que sentimos hacia los 80 y el gore inventivo y festivo son suficientes para que el film resulte simpático y entretenido. Sobre todo porque apenas dura 93 minutos. Un rostro ochentero -Scanners (1981), V (1984)- el de Michael Ironside, redondea el resultado. ¡Ah! y uno de los malos se llama Skeletron.

GOTHAM -TEMPORADA DOS- MAD GREY DWAN



MAD GREY DWAN (21 DE MARZO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Siempre he pensado que Gotham funcionaba mucho mejor como precuela de las dos películas sobe Batman de Tim Burton, que con respecto a la trilogía de Christopher Nolan. La presencia de Paul Reubens en este episodio confirma esta intuición. Reubens fue famoso en los años 80 como Pee-wee Herman, anfitrión de un programa infantil que al convertirse en largometraje cinematográfico sirvió de ópera prima para el mencionado Burton. En Batman vuelve (1992), el director recuperaba a Reubens en un papel minúsculo como el padre del Pingüino (Danny DeVito). 24 años después, volvemos a ver a Reubens interpretando al padre del villano, esta vez encarnado por Robin Lord Taylor. El guiño me ha resultado emocionante, pero no nos engañemos, es un giro más en la trayectoria de un personaje desperdiciado. El Pingüino fue lo más interesante de la serie en la primera temporada y su ascenso en el escalafón de la mafia de Gotham era realmente atractivo. Pero la trama se disolvió en una serie sin dirección. Oswald Cobblepot consiguió ser el peor criminal de Gotham pero ello no produjo ni una sola historia interesante. Sin saber qué hacer con el personaje, a los guionistas no se les ha ocurrido otra cosa que hacerle caer. Le han quitado su organización criminal, su libertad, su cordura y ahora sus ganas de matar. Devolverle a un entorno familiar parece un nuevo comienzo. A ver si esta vez aciertan. 


Otro que sigue cayendo es el buenazo de James Gordon (Ben McKenzie) que se enfrenta a los primeros crímenes de Edward Nygma (Cory Michael Smith) y a sus propias pecados, en este caso, el asesinato de Theo Galavan (James Frain). En principio, la serie de engaños y trampas que han incriminado a Gordon en el crimen que sí cometió no tiene demasiado interés, pero al menos entretiene. Me gustan más las aventuras de Bruce Wayne (David Mazouz) en los bajos fondos de Gotham junto a Selina Kyle (Camren Bicondova). Pero como siempre me pregunto ¿llevarán a algo?

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LA INFANCIA (ABANDONADA) EN EL CINE


Mi reciente visionado de la impactante The Selfish Giant, estrenada en España únicamente en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, pero disponible en Sundance TV, me ha hecho pensar en una de las temáticas que más me emocionan en una pantalla de cine: la infancia abandonada. Es esta una pequeñísima selección, muy personal, sobre el tema, sin ánimo exhaustivo, que espero os guste.


Alemania, año cero (1948). La película más triste que se ha hecho nunca. Edmund es un niño que ha tenido la mala suerte de crecer entre las ruinas de una Alemania devastada tras la Segunda Guerra Mundial. El inmenso dolor de la pérdida de su hijo llevó al maestro Roberto Rossellini a crear una obra que consigue ser más intensa que la vida real. Su final es insoportable.


Los 400 golpes (1959). Seguramente la más conocida de esta lista, en la que François Truffaut utiliza su ópera prima para exorcizar el dolor acumulado de una infancia complicada: la suya propia. En esta película creó a su álter ego cinematográfico, Antoine Doinel y a un actor, Jean-Pierre Léaud.


El niño de la bicicleta (2011). Los hermanos Dardenne, siempre con el ojo puesto en los más débiles, se ocupan de un niño abocado a la delincuencia, obsesionado con su padre ausente y con su bicicleta. Los Dardenne, más humanistas que nunca, nos enseñan que un acto de generosidad puede salvar la vida de alguien. Un solo acto puede hacer la diferencia.


The Selfish Giant (2013). El problemático niño protagonista, Arbor (Cooner Chapman), se une a esta pequeña lista de críos inolvidables, rabiosos y probablemente sin futuro. El primer largometraje de ficción de la directora Clio Barnard es una historia dura, pero hermosa, de muchachos perdidos que crea una acertada metáfora de la infancia en el caballo, animal noble pero indefenso, que puede ser utilizado para cualquier fin, bueno o malo.


Beasts of No Nation (2015). Arrancado de una existencia sencilla pero feliz, Agu (Abraham Attah) se enfrenta al horror de la guerra en toda su magnitud al convertirse en un niño soldado. Cary Joji Fukunaga consigue extraer imágenes de gran belleza del espanto de un conflicto bélico. Agu, como Antoine Doinel, acabará corriendo por la playa hacia el mar. Su infancia ha quedado para siempre atrás.

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- RED FACED


RED FACED (30 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

¿Quién vigila a los vigilantes? La pregunta es nada menos que el conflicto principal de la obra maestra que es Watchmen (1986) en la que Alan Moore se pregunta qué pasaría si los superhéroes fueran utilizados por un Gobierno con actitudes fascistas. En los cómics clásicos de los años 30 y 40, probablemente, nadie desconfió nunca de Superman. Pero aquí, Supergirl (Melissa Benoist) se enfrenta a dos civiles energúmenos al volante y se le va un poco la mano al detenerles. Lo que genera una preocupación lógica en el hombre común cuya vida depende de la bondad de un ser con el poder de un dios. Por cierto, si queréis saber qué pasaría si Superman dejara de ser un buenazo, podéis leer el estupendo cómic de Mark Waid, Irredeemable (2009). Volviendo a este episodio, conocemos a un personaje que es la personificación de este miedo al superhéroe: el padre de Lois Lane, el General Sam Lane (Glen Morshower) -un trasunto del general "Thunderbolt" Ross de Hulk- quien cree que Superman es una amenaza, no se lleva bien con Jimmy Olsen (Mehcad Brooks) y ha patrocinado nada menos que un robot ideado para eliminar kryptonianos. Su hija, Lucy Lane (Jenna Dewan Tatum) ya era la rival sentimental de Kara, pero ahora se desvela que también podría ser enemiga de Supergirl. A pesar de los apuntes sobre el lado fascista del superhéroe, este episodio pasa un poco por encima de la cuestión para centrarse en el control de la ira en un contexto más humano.


Lo que sí está muy marcado en Supergirl es un subtexto feminista que aparece constantemente en frases como "Siempre son hombres los que se vuelven locos al volante". La madre de Cat Grant (Calista Flockhart) menosprecia a su hija -la periodista que acuñó el nombre de Supergirl- y la corrige: debería llamarse Superwoman. Esto para luego decir que se siente más segura con Superman. Como he dicho antes, el episodio se permite profundizar en el tema de la rabia y Cat Grant -auténtica mentora encubierta- le enseña a Kara que debe buscar las verdaderas razones de su ira. En su caso, es precisamente el menosprecio de su madre. En el de Kara, el que nunca llegará a sentirse "normal" en la Tierra, una sensación acuciada por la presencia de la pareja supuestamente ideal que forman James Olsen y Lucy Lane. Cat enseña a Kara que una mujer no puede permitirse perder los nervios en su trabajo -un hombre sí- y descubrimos que un afroamericano tampoco, gracias a que Olsen confiesa también sus frustraciones. Todos estos conflictos me parecen muy originales, muy bien integrados en la trama superheróica y que revelan a Supergirl como una elaborada historia del género coming-of-age. Buscadlo en Google.


Tornado Rojo es un personaje creado en 1968 como enemigo de la Liga de la Justicia, que luego se convertiría en miembro recurrente del grupo de superhéroes. Pensad en la Visión (Paul Bettany) de Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). Aquí, el androide es creado para el ejército por el profesor T.O. Morrow, encarnado por Iddo Goldberg que, en una decisión acertada, interpreta también al robot. Me ha gustado especialmente que la pelea entre Supergirl y Tornado Rojo sea tan naive como en los cómics, con las manos del androide girando hasta crear vientos huracanados, Supergirl volando por debajo de la tierra y luego disolviendo un tornado al volar en sentido contrario. Todo muy tebeístico. El enemigo -algo ridículo, con la cara pintada de rojo- sirve para que la protagonista descargue esa rabia provocada por su frustración con su jefa, por un amor imposible, por el sentimiento de no encajar. El clímax es una doble pelea que enfrenta a Supergirl con el androide y a su hermana Alex (Chyler Leigh) con su creador (recordemos, ambos interpretados por el mismo actor). Lo mejor es que todo acaba con un momento de gran intensidad dramática, en el que la kryptoniana descarga su visión calorífica sobre el androide con toda su ira hasta destruirlo. Luego, en el cliffhanger, Kara podría haber conseguido exactamente lo que quería: ser normal.

CAPÍTULO ANTERIOR: HOW DOES SHE DO IT?

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- HOW DOES SHE DO IT?


HOW DOES SHE DO IT (19 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

En el famoso monólogo de Kill Bill: Volumen 2 (Quentin Tarantino, 2004), Bill (David Carradine) desarrolla la idea de que, siendo Superman un extraterrestre que se hace pasar por un ser humano, el patoso reportero Clark Kent representa su visión de la Humanidad. Lo cierto es que Superman fue creado en 1938, estableciendo las reglas de lo que debe ser un superhéroe. Pero en 1962, Spiderman lo cambió todo. Peter Parker era un adolescente y sobre todo un nerd que, por accidente, adquiría grandes poderes. Resulta curioso que en 2015 la prima de Superman sea también una nerd, con gafas, que a pesar de tener todos los poderes asociados a la "S" que lleva en el pecho. Kara sueña con ligarse al guaperas de James Olsen (Mehcad Brooks) -que en los tebeos solía ser un chaval pelirrojo con pajarita-. Esta Supergirl (Melissa Benoist) es una friki, como su compañero Winn (Jeremy Jordan), como el hijo de Cat Grant (Calista Flockhart) al que debe cuidar y como lo es también el supuesto villano de esta función, Maxwell Lord (Peter Facinelli) la enésima variante maligna del arquetipo del genio pseudocientífico inspirado en Steve Jobs, que en este episodio se desvela como el posible Lex Luthor de Supergirl.


Hay algo en lo que Supergirl se parece a Superman y a Spiderman. De este último hereda el sentido de la responsabilidad, de proteger a todos los que hay a su alrededor, de hacer lo correcto. Los limitados poderes de Peter Parker le impedían hacer un bien mayor, por lo que el hombre araña es un superhéroe a pie de calle. Las capacidades de Superman, en cambio, le permiten salvar el mundo diariamente. El kryptoniano puede estar presente en cada catástrofe mundial y eso debe resultar agotador, como dejó claro Kurt Busiek en el genial primer número del cómic Astro City (1995), cambiando a Superman por un personaje equivalente, Samaritano. Al peso de esa carga superheroica, hay que añadirle la vida privada de Supergirl, por lo que Kara es probablemente una súper-mujer al borde de un ataque de nervios. En cada capítulo de la serie, los guionistas se las arreglan para incluir un subtexto feminista y aquí lo hacen convirtiendo a Cat Grant en una verdadera súper-mujer por ser capaz de conciliar el éxito profesional con la maternidad.


Hay otra cosa en la que Supergirl se parece a Spiderman -más que a Superman- y es que al acabar el día, después de salvar a la ciudad, su sensación vital es de fracaso: recibe una lección de su jefa, y ve a James -su interés romántico- reconciliarse con su exnovia Lucy Lane (Jenna Dewan Tatum).

CAPÍTULO ANTERIOR: LIVEWIRE

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- LIVEWIRE


LIVEWIRE (16 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

Probablemente Superman nunca tuvo que enfrentarse a una reunión familiar, como aquí Supergirl (Melissa Benoist) se ve obligada a celebrar el Día de Acción de Gracias. Las tensiones propias de reunir bajo el mismo techo a toda la familia le causan a Kara más problemas que cualquier supervillano. Su hermana, Alex (Chyler Leigh) le tiene mucho más miedo a su madre que a una amenaza extraterrestre. Eliza, interpretada por Helen Slater, la Supergirl de la película de 1984, siempre ha protegido más a su hijastra antes que a su propia hija. El conflicto familiar es, por tanto, el núcleo argumental de un episodio que tiene momentos simpáticos -Kara calienta el pavo con su visión calorífica, la escapada con su hermana cuando eran niñas- y otros francamente ridículos, como cuando un rayo atraviesa a Supergirl electrocutando a la periodista que intentaba salvar y otorgándole increíbles poderes eléctricos. Y un pelucón tremendo. El término anglosajón es camp. Pero mola.


Leslie Willis (Brit Morgan) podría haber sido un personaje interesante, una periodista sin escrúpulos pero víctima de la censura informativa propia de los medios de comunicación privados: Cat Grant (Calista Flockhart) prohíbe a Leslie criticar a Supergirl en su programa de radio para mantener una relación positiva que le permita obtener exclusivas de la kryptoniana. Muy realista. Afectada por un rayo, Leslie se convierte en Livewire, una supervillana que protagoniza peleas bastantes vistosas con la heroína. Pero esta enemiga episódica no es más que una excusa para explorar conflictos madre e hija, como el ya mencionado entre Alex y Eliza, pero permitiendo también que el personaje de Cat confiese su pésima relación con su propia madre, humanizándola. Un poco.


El cliffhanger del episodio ahonda en el misterio del origen -probablemente extraterrestre- de Hank Henshaw (David Harewood) y plantea uno nuevo sobre el padrastro de Kara, Jeremiah Danvers -interpretado por Dean Cain, el que fuera Superman en la serie Lois & Clark (1993)- ¿Qué fue de él?

CAPÍTULO ANTERIOR: FIGHT OR FLIGHT

EL NUEVO TARZÁN SE COLUMPIA EN LIANAS DIGITALES


Tarzán sería hoy en día un personaje transmedia. Nacido en la literatura pulp en 1912, creado por Edgar Rice Burroughs, el hombre mono saltó a los cómics en 1929, medio en el que es un clásico indiscutible gracias a artistas como Hal Foster, Burne Hogarth y Joe Kubert. En 1932 aparece en su adaptación cinematográfica más popular, con el campeón olímpico Johnny Weissmuller como protagonista. Este es, quizás, el primer aviso de la imposibilidad de crear una "buena" película con el personaje: su físico necesita ser portentoso. ¿Dónde encontrar a alguien que, además, sea un gran actor? En esta nueva iteración, La leyenda de Tarzán, el ex de True Blood, Alexander Skarsgard tiene, desde luego, la talla y los abdominales para dar el pego. Pero como intérprete ni siquiera despliega el humor socarrón que demostró en la serie sobre vampiros sureños. Este nuevo Tarzán es la enésima versión del personaje, todo un icono de la cultura popular -uno de ellos incluso se casó con una famosa Miss España- pero probablemente desfasado sin remedio, nacido en una época más inocente, políticamente incorrecta, que ya no volverá. ¿Ha pasado irremediablemente el tiempo de Tarzán? No lo creo. Pero, desde luego, esta nueva versión no parece ser más que el eterno intento de levantar una franquicia por parte de Hollywood, rescatando personajes del pasado pero haciéndolo sin riesgo, sin gracia, sin proponer nada nuevo. La película, dirigida por un artesano como David Yates -responsable de cuatro películas de Harry Potter- se atreve a buscar cierta elegancia visual -sobre todo en el tenso inicio, que nos muestra el ataque de unos misteriosos aborígenes-. Pero el conjunto tiene aires de superproducción rancia, con algunos imponentes paisajes africanos sustituidos enseguida por fríos cromas. No estamos ante un producto cutre, como demuestra la fama de sus principales actores. Margot Robbie es una Jane actualizada y no la típica dama en apuros; Christoph Waltz repite otra vez el papel que le valió un Oscar en Malditos Bastardos (2009); Samuel L. Jackson juega a algo distinto haciéndose pasar por un buenazo; y Djimon Hounsou vuelve a prestar su imponente físico a un personaje desaprovechado. La Leyenda de Tarzán no ha aprendido la lección de Marvel Studios, que ha basado su éxito en crear personajes tremendamente atractivos, interpretados por actores muy carismáticos, para sostener sus películas. Aunque luego el argumento sea flojo. Aquí estamos ante una historia de aventuras trepidante, que sabiamente elude contar de nuevo el origen del personaje y busca hondura precisamente en la narración del pasado del héroe a través de flashbacks. Me gusta que se hayan mantenido los elementos más fantasiosos del personaje, como su famoso grito, su capacidad para comunicarse con las bestias y su medio de transporte selvático: las lianas. Pero me habría gustado un tono todavía más pulp con ciudades perdidas y dinosaurios. Lamentablemente, a esta historia le falta carne. Los personajes no tienen alma, por lo que no acabamos de conectar con ellos. El argumento avanza mecánicamente y sin desviarse de un camino más que predecible, por lo que resulta imposible sorprendernos. Los animales y la selva misma, creados digitalmente, aguantan el tipo, pero al conjunto le falta fisicidad. Nada que ver con los chimpancés creados por Rick Backer para Greystoke: la leyenda de Tarzán (1984). En esta película, el tema de fondo, no es la clásica oposición entre el lado salvaje de Tarzán y la civilización, sino el colonialismo -¡El personaje de Samuel L. Jackson se llama George Washington Williams!-. Colonialismo que el propio Tarzán original encarnó, cuando defendía a Jane y a los exploradores de los malvados nativos africanos.

STRANGER THINGS: LA NOSTALGIA DEL FRIKI QUE NUNCA FUISTE



Los niños protagonistas de las películas de los 80 nunca eran deportistas, ni los más populares del instituto, ni los novios de la chica más guapa. Eran frikis. Ver a Elliot jugar con figuras de Star Wars en E.T., el extraterrestre (1982) o a Billy leer cómics en Gremlins (1984) era como decir: son de los nuestros. El niño que fui en los años ochenta se sentía instantáneamente identificado con los héroes inadaptados de aquellas historias. Tenían los mismos juguetes que yo, leían los mismos tebeos, y se embarcaban en aventuras imposibles que yo vivía a través de ellos. Los chavales de Stranger Things juegan al rol como yo jugaba a Dungeons & Dragons. Han leído El Hobbit y El Señor de los Anillos. Tienen a Yoda, el Halcón Milenario y a Man-At-Arms de los Masters del Universo. Yo era como ellos. Me gusta sobre todo que sean feos. Porque parecen auténticos nerds y no niños guapos de Hollywood haciendo de marginados, algo que me decepcionó de la adaptación al cine de La historia interminable (1984). Stranger Things entiende todo esto y lo convierte en su tema principal. La marginación social que sufre el diferente, el que juega a otra cosa, el que escucha a los Clash, el que se refugia en un hobbie para olvidar que nadie quiere hablarle. La serie va incluso un poco más allá, nos dice que también se rechaza al que ha sufrido una tragedia vital. El problema que tengo con todo esto es que estamos en 2016 y ahora resulta que todos sois frikis. Las películas más taquilleras las protagonizan superhéroes. En las series de televisión más vistas salen dragones y zombies. Se venden camisetas del Capitán América en Zara. La cultura nerd ha muerto de éxito, absorbida por el mainstream. No debería haber musculitos de gimnasio con camisetas de Spiderman. Ni chicas guapas hablando de Star Wars. El garaje de Rivers Cuomo -de Weezer- está a tope de gente. Stranger Things intenta recrear una época, 1983, en la que lo friki todavía era visto con una sonrisa burlona de desprecio. Cada capítulo de la serie está lleno de referencias a esas películas, libros y tebeos con los que crecimos. Pero ¿Es suficiente?



¿Por qué cuando vemos chavales en bicicletas pensamos en Steven Spielberg y no en Verano azul (1981-1982)? No lo sé. Creada por los hermanos Duffer, Stranger Things no es solamente spielbergiana, sino una acumulación de todo lo que molaba en los años 80. Empezando, eso sí, por E.T., el extraterrestre (1982), de la que esta serie copia la estructura argumental cambiando al entrañable bicho por una misteriosa niña. Los hermanos Duffer no se cortan a la hora de extraer imágenes del clásico, estableciendo un juego constante de reflejos. Pero hay más. Stephen King está muy presente, desde la tipografía en los títulos de cada capítulo, hasta referencias bastante explícitas a Ojos de fuego (1984), a Carrie (1976) y por supuesto, a Cuenta conmigo (1986): no podían faltar los niños caminando por la vía del tren. El tercer referente importante es, sin duda, John Carpenter, sobre todo en la banda sonora: la música compuesta por Kyle Dixon y Michael Stein, de sonidos electrónicos, nos aleja de Spielberg, siempre con John Williams en el apartado musical, y nos acerca al autor de 1997: Rescate en Nueva York (1981), mucho menos amable. De Carpenter se adopta el tono seco de serie B y además, se invierte la ecuación de sexo=muerte de La noche de Halloween (1978). Luego tenemos a dos actores veteranos, que le ponen cara reconocible a esos años 80 cinematográficos que se intentan recrear en esta serie: Mathew Modine -le recuerdo por Birdy (1984)- o la siempre en recuperación, Winona Ryder -Bitelchús (1988)- que por fin pasa de hija a madre. Pero hay muchos guiños más a títulos fundamentales: las lucecitas de Encuentros en la tercera fase (1977), las babas de Alien (1979), los tanques de aislamiento sensorial de Viaje alucinante al fondo de la mente (1980), la nariz sangrante de Scanners (1981), el niño perdido como en Poltergeist (1982), las trampas juveniles de Pesadilla en Elm Street (1984), los bichos de El terror llama a su puerta (1986), la cinta en el pelo estilo Rambo de Jóvenes ocultos (1987), los poderes mentales a gritos de Akira (1988) y hasta el viaje dimensional de la oscura X-tro 2: El segundo encuentro (1990). Y luego está la guerra de los carteles.



En Las colinas tienen ojos (1977) Wes Craven sacaba un cartel rasgado de Tiburón (1975). Era su forma de decir "mi película da más miedo". Más tarde, Sam Raimi mostraba un cartel destrozado del film de Craven en Posesión infernal (1981). Enseguida, Craven contraatacaba sacando imágenes de la película de Raimi en Pesadilla en Elm Street (1984). Esta "guerra de carteles" era, además de divertida, una forma de integrar al fanático del cine de terror en una comunidad, que podríamos englobar en los lectores de la revista especializada Fangoria: un número de la misma aparecía, no por casualidad, en el maletero de Ash (Bruce Campbell) en Terroríficamente muertos (1987). Las habitaciones de los niños de Stranger Things también tienen carteles de películas en sus paredes. Pero su función no es hacernos sentir parte de algo, ni contarnos cosas de los personajes, sino dejar claro que los hermanos Duffer han visto las películas a las que hacen referencia. Vemos carteles de La cosa (1982), TiburónPosesión infernal y El cristal oscuro (1982). Como contrapunto mainstream, la guapa Nancy (Natalia Dyer) tiene un cartel del Tom Cruise de Risky Business (1983). Los hermanos Duffer no se fían de nuestra cinefilia y saturan las habitaciones de carteles, por si acaso no pillamos sus "homenajes".



Guionistas de varios episodios de la decepcionante Wayward Pines (2015), Los hermanos Duffer nacieron en 1984. Cuando ya todo el pescado estaba vendido. Estos chavales vieron todas esas películas en vídeo doméstico, probablemente en los años 90. Es decir, vivieron los 80 de segunda mano. ¿Es Stranger Things un producto auténtico, o una construcción de nostalgia simulada sin alma? La serie tiene buenos ingredientes y se disfruta de un tirón sin apenas esfuerzo. Sus personajes son entrañables. El desenlace resulta verdaderamente emocionante. Pero el argumento resulta mecánico. El uso de esquemas de otras películas tan conocidas, hace que la serie sea extremadamente predecible. El misterio final se adivina desde el primer momento. Los giros se ven venir a leguas de distancia. Personalmente, incluso he anticipado frases de los diálogos. Encima, a pesar de la reverencia ochentera de los Duffer, nos cuelan un monstruo digital cuando lo suyo era hacer una criatura con el añorado látex. Stranger Things es un simpático reciclaje de las cosas que nos gustaron. Pero su argumento es demasiado similar a la reciente Super 8 (2011), que, además, me parece más auténtica. J.J. Abrams hace una película al estilo de aquellas con las creció, pero se inventa algo nuevo y lo hace de una forma mucho más personal. Por otro lado, en mi opinión, la británica Attack the block (Joe Cornish, 2011) resulta mucho más acertada como ejercicio nostálgico. Recrea el espíritu de esos films de los años 80, pero con una sensibilidad actual. Por último, si de verdad queréis ver E.T., el extraterrestre (1983), Los Goonies (1985) o Exploradores (1985) ahí están, disponibles en todos los formatos habidos y por haber. Eso si de verdad sois frikis.

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- FIGHT OR FLIGHT


FIGHT OR FLIGHT (9 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

Los guionistas de Supergirl establecen en este episodio que comer bollos sin engordar es el superpoder más deseado; y que el más aburrido es ser la supervillana de las entrevistas. La periodista Cat Grant (Calista Flockhart) utiliza esto último para sacarle a Kara (Melissa Benoist) que Superman es su primo. Este hecho es precisamente el conflicto principal del argumento: Supergirl vive bajo la sombra del hombre de acero, y debe enfrentarse a uno de sus enemigos, Reactron (Chris Browning). Me gusta que los guionistas hagan que su protagonista tenga que luchar contra su naturaleza de spin-off. También me gusta la naturalidad con la que se asume una historia de fondo, la de Superman, sin complejos: se nos cuenta que este se ha enfrentado en varias ocasiones a Reactron y que ha fracasado siempre.


Supergirl es humillada desde el principio por Reactron, un enemigo prestado que se enfrenta a ella por ser la prima de Superman, no por méritos propios. Por eso, Kara busca su propia identidad utilizando una óptica feminista. Si Superman se limitó a pegarse con Reactron, ella intentará entender los motivos del supervillano, que tiene una clásica historia de venganza tras perder accidentalmente a su pareja sentimental. Pero todavía queda una segunda humillación para Supergirl, ya que su primo aparece para rescatarla de la batalla con su enemigo. Esto desvela que James -Jimmy- Olsen (Mehcad Brooks) sufre un complejo similar al de Kara, por ser el eterno sidekick de Superman. Olsen confiesa que utiliza el reloj-comunicador para llamar al héroe cada vez que surge un problema. El final de la historia nos regala una escena curiosa: Kara chatea con Clark Kent para darle las gracias. 


Supergirl es una típica historia de superhéroes, detrás de la que se esconde... la típica comedia romántica. Kara es la protagonista de un triángulo amoroso que incluye a James Olsen y Winn (Jeremy Jordan), a los que se suma un nuevo vértice: nada menos que  la hermana menor de Lois Lane, Lucy (Jenna Dewan Tatum).

CAPÍTULO ANTERIOR: STRONGER TOGETHER

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- STRONGER TOGETHER


STRONGER TOGETHER (2 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

No es oficial, pero Supergirl podría ocurrir en el mismo universo de ficción que la película El hombre de acero (Zack Snyder, 2013). El protagonista de esta, Superman, es un personaje referencial muy presente en los dos primeros capítulos de la serie. Pero el tono aquí no puede ser más diferente. Y eso es bueno. Recordemos que en el film de Snyder solo había dos chistes. Dos. Aquí, Kara (Melissa Benoist) aprende a ser una heroína en secuencias en las que impera el humor, casi casi como en la mítica El gran héroe americano (1981-1983). Kara resulta divertida, entrañable y guapa ¿Qué más se puede pedir? Confieso que estoy enamorado.


En este capítulo se establece la importancia que tendrá la relación de Kara con su hermana -adoptiva- Alex, interpretada por Chyler Leigh, que ya fuera la hermanísima de la doctora Meredith (Ellen Pompeo) en Anatomía de Grey (2005). Y la cosa va de familias, porque aquí Kara debe enfrentarse a su tía, Astra, la gemela malvada de su madre, Alura Zor-El, ambas interpretadas por Laura Benanti. Dos hermanas que se odiaban, y otras dos que son más fuertes unidas. Las peleas en este episodio son bastante espectaculares -para ser televisión- y el (re)diseño del extraterrestre enemigo -el Hellgrammite- recuerda a los infectados del videojuego Resident Evil V (2009). Al menos a mí. Que soy un friki.

CAPÍTULO ANTERIOR: PILOTO

SUPERGIRL -TEMPORADA 1- PILOTO


PILOTO (26 DE OCTUBRE DE 2015 -AVISO SPOILERS-

Lo primero que hace bien Supergirl es que no modifica el origen del personaje para ser más accesible a la audiencia. El público actual está familiarizado sobradamente con Superman -y con otros personajes del cómic- así que aquí, igual que en el original, Supergirl es la prima de Kal-El. Pero ¿Quién es él? ¿Henry Canvill de El hombre de acero (Zack Snyder, 2013)? En teoría, no exactamente. En todo caso, lo habitual habría sido inventarse un origen nuevo, como han hecho, por ejemplo con la -horrenda- Catwoman (Pitof, 2004) protagonizada por Halley Berry, en la que Batman no pinta prácticamente nada. Por suerte, Supergirl ha decidido que Superman sea un personaje muy presente, aunque referencial.


Otro de los aciertos de este piloto son el prólogo en el moribundo planeta Krypton, que también nos es familiar. Ya en la Tierra, descubrimos que la madre adoptiva de Kara (Melissa Benoit) es Helen Slater, la Supergirl de la película de 1984. Y eso es genial. Que el padre adoptivo sea Dean Cain, el Superman de la serie Lois & Clark de 1993, es otro puntazo. Todo este contenido friki-friendly da paso a lo que parece una comedia romántica. De hecho, la entrada de Cat Grant (Calista Flockhart) recordó a mi mujer a la dinámica entre los personajes de El diablo viste de Prada (David Frankel, 2006) -aunque yo no la he visto ¿eh?-. En esta primera escena, Superman influye de nuevo, ya que Cat Grant -la dueña del periódico- amenaza con despidos y compara su diario con el Daily Planet de Metropolis, que goza de unas saludables ventas gracias a que el hombre de acero aparece en el 54% de sus portadas. De hecho, enseguida introducen a un personaje clave de la mitología de Superman, Jimmy Olsen (Mehcad Brooks), que se convierte en el interés romántico de la protagonista: imposiblemente guapo y cachas. Y encima majo.


Luego conocemos a la hermana -humana- Alex (Chyler Leigh) -mi mujer la llama "la pequeña Grey"- cuya vida peligra casi de inmediato y eso obliga a Supergirl a entrar -por fin- en acción. Han pasado 11 minutos. La secuencia del rescate del avión es espectacular -a pesar de que esto es televisión y el presupuesto es limitado- emocionante y tiene humor: éste no es el Superman de Zack Snyder. Y menos mal. La secuencia que muestra las primeras misiones de Supergirl es ligera y entretenida, con un tono fresco más que bienvenido. Supergirl es una serie en la línea de The Flash. Por suerte tiene poco que ver con los personajes falsamente atormentados de Arrow.


La revelación de una organización secreta -unos Men In Black- que luchan contra extraterrestres -presidiarios- de Krypton, llegados a la Tierra tras Kara, descubre cuál será el mecanismo argumental de la serie. En cada episodio, Kara se enfrentará a una de esas amenazas. Que su hermana pertenezca a esa organización es el primer conflicto importante de la historia. La siguiente escena presenta otro: a Kara no le gusta que la llamen Supergirl -querría ser Superwoman- y está a punto de ser despedida en una escena que deja clara su personalidad: insegura, tímida y torpe en contraste con su álter ego superheróico.


Otro acierto es que los enemigos tengan los mismos poderes que Kara -la primera batalla contra Vartox (Owain Yeoman) mola- porque no había nada más frustrante que ver a Superman (George Reeves) capturando a matones de poca monta en la serie de los años 50. Soy así de viejo. El segundo enfrentamiento con Vartox es todavía mejor y culmina con la revelación de la visión calorífica. Me encanta. Una última escena revela que James Olsen será una especie de mentor/mensajero de Superman, que se establece definitivamente como el modelo a seguir por la protagonista. La aparición de una tía maligna de Kara -Astra (Laura Benanti) ¡Gemela de su madre!- confirma la importancia que tendrá en la serie el legado familiar.

THE DUKE OF BURGUNDY (PETER STRICKLAND, 2014)


Mujeres e insectos. En The Duke of Burgundy -el título proviene de una singular mariposa europea- solo veréis mujeres e insectos. Y un gato, perezoso, que apenas se mueve. El director británico Peter Strickland ha creado, con mimo, un universo de bolsillo en el que no hay hombres. Los temas de conversación son la entomología y el sadomasoquismo. Nosotros somos meros espectadores en un ejercicio de vouyerismo que nos permite asomarnos a un mundo extraño y sobre todo absorbente. Evelyn (Chiara D'Anna) y Cynthia (Sidse Babett Knudsen) mantienen una relación de dominación en la que la primera recibe instrucciones muy precisas de cómo debe humillar diariamente a la segunda. Strickland revela poco a poco quiénes son estas mujeres y para hacerlo su referente -confeso- es el prolífico director español Jess Franco. Esto se traduce en una estética setentera, deudora del autor de Vampyros Lesbos (1971), cuyas escenas eróticas tenían un estilo vanguardista e hipnótico. Yo, que conozco demasiado poco la obra de Franco, veo, sin embargo, mucho de Luis Buñuel en esta película. El fetichismo y la entomología son rasgos característicos del universo del genio, autor de Belle de jour (1967). Ver llegar a Cynthia en bicicleta trae a la memoria a la Jeanne Moreau de Diario de una camarera (1964) y no puedo evitar pensar que el agobio que hace beber agua constantemente a Evelyn, la asfixia que siente por las estrictas reglas que le impone su amada, tiene algo que ver con la prisión mental que mantiene atrapados a los burgueses de El ángel exterminador (1962). Un elaborado juego de ficciones que, a pesar de la consciencia de que no son más que convenciones, mantienen presa a la supuesta dominadora. Convenciones como los alfileres que sujetan las alas de los insectos de su esmerada colección. Pero no es necesario conocer estas referencias cinéfilas para adentrarse en The Duke of Burgundy. La película es una experiencia antes que una historia, y aunque tiene dos grandes personajes, su fuerte está en sus imágenes, en sus sonidos -la banda sonora la firma el dúo Cat's Eyes- en las sensaciones que despierta. En el mejor momento del metraje, el film abandona la narrativa y fluye hacia lo irracional, hacia el arte, en un viaje similar al inmenso salto espacial final de 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 2001). Solo que aquí el misterioso monolito es sustituido por el enigma de la entrepierna de Evelyn, ese oscuro objeto del deseo.

OUTCAST -TEMPORADA 1- THE ROAD BEFORE US


THE ROAD BEFORE US (8 DE JULIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

La cara hinchada de Allison Baker (Kate Lynn Sheil) resume mis profundas dudas sobre la nueva serie de Robert Kirkman. La estrategia del creador de The Walking Dead ha sido ofrecer como una ficción sobre demonios y exorcistas lo que en realidad parece ser una historia sobre la violencia machista. Si el protagonista, Kyle Baker (Patrick Fugit), ha golpeado brutalmente a su mujer es porque tiene poderes que le permiten percibir y exorcizar a un demonio que ha poseído a la madre de su hija. Obviamente, en la vida real, no creemos en diablos ni en posesiones. La violencia machista no tiene ninguna justificación. Pero en la ficción, Kyle -quien al final se arrepiente de todas maneras de lo que ha hecho- sabe que hay monstruos capaces de hacerse con el alma de los incautos. Ahora bien, Allison no sabe nada de esto. No cree en demonios. Por eso, cuando decide permitir que su pareja se acerque a ella -a pesar de una orden de alejamiento-, cuando le busca en su casa y le besa, estamos viendo a una mujer maltratada reconciliándose con su marido maltratador. Arriesgado. Es verdad que Kirkman intenta justificar esto afirmando que la relación entre Allison y Kyle era absolutamente perfecta... exceptuando ese único y aislado episodio violento. No sé si me convence ese argumento. En todo caso, creo que Kirkman me engaña cuando me vende una serie fantástica sobre exorcismos y me entrega un drama superficial sobre un asunto tan serio como la violencia doméstica.

CAPÍTULO ANTERIOR: A WRATH UNSEEN

THE KNICK -TEMPORADA 2- (2015)


La salida en blu-ray de la segunda temporada The Knick es la excusa perfecta para hablar de una de las ficciones más absorbentes, intensas y pesimistas que se hayan hecho nunca para televisión. La serie creada por Jack Amiel y Michael Begler no se parece a nada que hayáis visto. Empezando por el lujazo que significa tener a Steven Soderbergh dirigiendo cada uno de los 20 episodios emitidos hasta la fecha. La cámara inquieta del director de Traffic (2000) y su sensibilidad ultramoderna inyectan inmediatez a la espectacular recreación del Nueva York del año 1900, haciéndola parecer casi contemporánea. La operación me recuerda a lo hecho por Michael Mann con los años 30 en Enemigos Públicos (2009). Lo mismo ocurre con la banda sonora de Cliff Martínez, compuesta de sonidos electrónicos, repetitivos, hipnóticos, que aportan modernidad a las imágenes de lo antiguo, dotándolas de una peculiar tristeza. Todo esto es posible porque la serie está meticulosamente ambientada. Es un placer contemplar el vestuario, los edificios y la tecnología doméstica de principios del siglo XX. La luz que se desprende del incipiente uso de la electricidad en la época produce una fotografía espléndida, única, acreditada al propio Soderbergh. Jugando con la luz y la oscuridad, el director refleja el gran tema de esta serie, la oposición entre el progreso y el orden establecido.



Hay en The Knick mucho mimo por la fidelidad histórica, presente también en los guiones, que incluyen guiños, personajes y situaciones sacadas directamente de las hemerotecas de la época para mezclarse con la ficción de una manera apasionante. A un nivel más profundo, hay que decir que el motor argumental son los grandes temas, antes que las motivaciones personales de su protagonistas. Así, el administrador Herman Barrow (Jeremy Bobb) y sus tejemanejes nos habla del clasismo de la época y sobre todo del capitalismo imperante, salvaje, sin escrúpulos, capaz de ponerle un precio a absolutamente todo. Como ya he dicho, la serie enfrenta constantemente dos ideas: el progreso y el conservadurismo. El racismo que limita la felicidad del cirujano afroamericano Algernon Edwards (André Holland) y la repugnante idea de la supremacía blanca de su rival profesional, Everett Gallinger (Eric Johnson). También está el machismo con el que tienen que lidiar la acaudalada Cornelia Robertson (Juliet Rylance) y la enfermera Lucy Elkens (Eve Hewson). Unos y otros no podrán alcanzar nunca su potencial por ser de raza negra o simplemente mujeres, lo que, a nuestros ojos de espectadores del siglo XXI, resulta trágico. Lo mismo ocurre con la lucha clandestina de la monja abortista, la hermana Harriet (Cara Seymour), enfrentada a la mentalidad retrógrada de entonces. Por último, el gran protagonista de la serie, el doctor John Thackery (Clive Owen) lucha contra la estrechez de miras que dificultaba casi cualquier avance en la ciencia médica. La serie utiliza constantemente nuestra percepción como espectadores modernos. Por eso, cuando vemos una intervención quirúrgica de 1900, parece que presenciamos una carnicería. El contenido gore de The Knick puede llegar a herir sensibilidades, pero os aseguro que el morbo que despiertan las operaciones que lleva a cabo Thackery os impedirá apartar la vista.


Y por debajo de los "grandes temas", lo que hace que The Knick sea entretenida y adictiva es precisamente eso: el gore, el sexo retorcido, el submundo de drogas, prostitución, amaños y peleas clandestinas que muestra. Este universo oscuro -fotografiado casi en penumbras por Soderbergh- contrasta con la blancura inmaculada -solo manchada por la sangre- del hospital que da nombre a la serie. Una luz de blancura insoportable, equiparable a la mirada lúcida de Thackery, un genio encadenado por sus adicciones, pero también por un pesimismo existencialista que eleva las intenciones de esta ficción hasta convertirla en comentario de la vida misma. La muerte, desde luego, siempre está presente en los quirófanos de The Knick.

LA MEJOR TEMPORADA DE JUEGO DE TRONOS


Me he lanzado un poco a picaros con el título, pero, la verdad, no tengo ni idea de si esta es la mejor temporada de Juego de Tronos. Por un lado, sí que tengo la sensación de que se ha dado un paso de gigante en el apartado visual de la serie, que había sido muy pobre hasta ahora. Pero, por otro lado, muchos de los defectos de los que más me he quejado durante 5 temporadas siguen presentes en esta sexta entrega. Aunque también es verdad que se han cumplido algunas de las promesas iniciales del argumento. Y eso conlleva una pequeña decepción, aunque resulte contradictorio decirlo. Veamos.


La gran pega que le encuentro a la ficción de George R.R. Martin es su exceso de personajes y tramas. Eso en una novela puede funcionar, porque la palabra escrita permite profundizar en la psicología de los personajes y en la mitología del mundo creado por el autor sin límites de tiempo (o dinero). Pero en la serie, lo que ocurre, básicamente, es que nos gusta mucho Tyrion Lannister (Peter Dinklage) pero le vemos más bien poco. ¿Os habéis dado cuenta, además, de que el personaje está concebido como un sidekick? Como un R2D2 al que le van cambiando a su C3PO: Jon Snow, Bronn, Podrick, Jorah Mormont, Lord Varys y ahora parece que le veremos junto a Daenerys Targaryen (Emilia Clarke). En todo caso, el enano es uno de los personajes más carismáticos, pero nos lo dan con cuentagotas: su gran -único- momento fue liberar a los dragones. Mientras tanto, por alguna razón, los guionistas no pierden de vista a Samwell Tarly (John Tarly) un empollón cobardica que, la verdad, no nos interesa demasiado. En el mismo sentido hay que decir que las historias de algunos personajes, simplemente, no avanzan. Por ejemplo, hemos visto a la joven Arya Stark (Maisie Williams) someterse a un duro entrenamiento para convertirse en una asesina y vengarse de los que han matado a los miembros de su familia. Pero entre que Arya decide vengarse y la primera muerte que se cobra pasan, al menos, cuatro temporadas. Encima, últimamente, el entrenamiento de Arya con los Hombres sin Rostro de Braavos consistía en verla caer una y otra vez ante su cruel tutora, la "niña abandonada" (Faye Marsay). Hemos visto a Arya caer más veces que las que "Daniel-San" tuvo que "dar cera y pulir cera". Revisemos también el desarrollo de uno de los personajes más atractivos, el de Daenerys. La Targaryen empezó convirtiéndose en reina de los bárbaros Dothrakis, luego se hizo con el dominio de los dragones, más tarde formó un ejército, se hizo con navíos, y liberó a los esclavos de varias ciudades. Todo esto ocurrió en las pasadas 5 temporadas, en las que no solo la historia de Daenerys ha avanzado lentamente: es que encima ha ido perdiendo lo conseguido. En esta sexta entrega, el ciclo antes descrito se ha repetido en lo que casi es un remake concentrado -como en Star Wars lo es El despertar de la Fuerza (2015) con respecto a Una nueva esperanza (1977)-. Ahora solo podemos esperar que, en la séptima temporada, ocurra algo nuevo con la madre de los dragones a la que dejamos, por fin, navegando hacia Desembarco del Rey. Menudo cliffhanger.


¡Ah! Pero es que Juego de Tronos siempre ha jugado al anticlímax. No nos enseñaron el deseado momento en el que Arya vence por fin a la niña abandonada. Brienne de Tarth (Gwendoline Christie) se embarca en una peligrosa misión para Sansa Stark (Sophie Turner) y fracasa sin gloria. Cuando las cosas comienzan a salirle bien a Daenerys, esta deja tirado a Daario Naharis (Michiel Huisman) como si fuera un pagafantas. Desde la famosa Boda Roja, que truncó el desarrollo de Robb Stark -que iba para Rey del Norte- esta serie nos ha puesto la miel en los labios para luego dejarnos colgados o directamente hacernos sufrir de forma sádica. En cambio, nos ofrecen revelaciones sin emoción debido a un argumento complejo y demasiado extenso. Cuando Benjen Stark (Joseph Mawle) descubre su rostro tras reaparecer, no nos sorprendemos porque no nos acordamos de él. Cuando Rickon Stark (Art Parkinson) cae prisionero, nos da igual su destino, porque simplemente ya no sabemos ni quién es. Algo similar ocurre con la gran revelación sobre el origen de Jon Snow (Kit Harington), cuya madre resulta ser un personaje referencial, solo mencionado en diálogos, a la que vemos por primera vez. Uno de los mejores momentos de la temporada responde a una pregunta que nadie se había hecho: ¿Por qué Hodor (Kristian Nairn) solo dice "Hodor"?


Por todo esto, la batalla de los bastardos es quizás el mejor momento de la serie. Se trata del noveno episodio, que suele ser el más emocionante y caro de cada temporada. No hay conversaciones interminables sobre "política", sino mucha acción con un planteamiento visual brillante. Nos cuentan una historia con imágenes, no con palabras. No hay una multitud de personajes cuyos nombres casi no recordamos, sino principalmente dos a los que conocemos bien: Jon Snowy el odiado Ramsay Bolton (Iwan Rheon) enfrentados en un conflicto claro y a muerte, que se resuelve de forma emocionante y satisfactoria. La batalla de los bastardos funciona como una estupenda narración cinematográfica incrustada en un relato serial. Y no es el único momento destacado de la temporada. También está la fantástica paradoja temporal ya mencionada, la del famoso "Hold the Door"; o la secuencia que abre el último capítulo, que casi prescinde de diálogos y se apoya en un tema musical, Light of the Seven, para mostrarnos la caída de los gorriones. Eso sin contar la -predecible- resurrección de Jon Snow, la reaparición de los caminantes blancos o el poder ver por primera vez a los dragones -¡Al fin!- participando en una batalla. Son momentos cinematográficos que nos recompensan por los muchos minutos de conversaciones en salones de castillos que hemos tenido que soportar. Bostezo.


Por último, decir que Juego de Tronos planteó unas expectativas con respecto a sus personajes principales, al principio de su primera temporada, que no se habían cumplido hasta ahora. En esta sexta entrega se consuman los destinos de un montón de personajes. Cersei Lannister (Lena Headey) se convierte en la gran villana que sospechamos podía llegar a ser. Jon Snow pasa por fin de ser un bastardo a un rey. Arya es ya una princesa guerrera. Tyrion ha dejado de ser un enano repudiado para ser "La Mano" de una gran reina, Daenerys, quien, por fin, navega para conquistar el Trono de Hierro. Estos personajes tan carismáticos nos engancharon desde el principio. Nos imaginamos sus destinos. Pero en el camino hasta aquí, sus vidas han dado tantos rodeos que casi nos hemos olvidado de esas promesas iniciales. Incluso llegamos a pensar que no se cumplirían. En algún momento, me planteé que Juego de Tronos -la serie- era una historia río -como lo son las novelas-. Pero esta sexta temporada ha devuelto todo a su cauce, a esas historias originales, a esos primeros planteamientos, cerrando círculos que pueden parecer satisfactorios, sí, pero que también son necesariamente más predecibles.